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El nacimiento de Cristo

1226-1234

Biblia de San Luis

París

«La Palabra de Dios, más antigua que todas las edades, invisible, incomprensible, incorporal, principio nacida del principio, luz nacida de la luz, fuente de vida y de inmortalidad, molde del divino modelo, sello inmutable, imagen perfecta y palabra definitiva del Padre, se acerca a su propia imagen, se reviste de carne para salvar la carne, une a esta carne un alma racional a causa de mi alma para purificar lo semejante con lo semejante, y asume todo lo que es humano, excepto el pecado. Concebido de la Virgen, que había sido purificada por el Espíritu en cuerpo y alma, el Dios verdadero asume al hombre hasta el punto de formar un solo ser nacido de dos elementos contrarios, la carne y el espíritu; uno de ellos divinizaba, mientras que el otro era divinizado.

¡Singular unión y paradójico intercambio! El que ya es, se hace. El increado se deja crear. Aquél, a quien nada puede contener, es contenido en el seno de un alma racional, que constituye el medio entre la divinidad y la rudeza de la carne. El que da la riqueza se hace mendicante, mendigando mi carne para enriquecerme con su divinidad. El que es plenitud se vacía; se vacía por un momento de su gloria, para que yo tome parte en su plenitud.

¿Qué gran bondad es ésta? ¿Qué clase de misterio es éste que me atañe tan de cerca? Había recibido yo la imagen, pero no la había conservado; y él recibe mi carne para salvar esta imagen y devolver la inmortalidad a la carne. Él ofrece una segunda repartición mucho más rica que la primera. Antes había compartido aquello que es más excelso en Él; ahora viene a tomar parte en aquello que es más endeble. Este segundo gesto es aún más divino que el primero, mucho más sublime para todo el que tiene un poco de inteligencia”[1].



[1] San Gregorio de Nacianzo, Discurso 45 para la Santa Pascua, 7-9; PG 36,631-635. Trad. en: Lecturas cristianas para nuestro tiempo, Madrid, Ed. Apostolado de la Prensa, 1972, B 6. Gregorio nació hacia el año 330. Tras cursar brillantemente sus estudios en Cesárea de Capadocia, en Cesárea de Palestina, Alejandría y Atenas, recibió el bautismo hacia el 358 y decidió consagrarse a la “filosofía monástica”, pero sin decidirse, contra lo que había prometido, a dejar su familia para unirse a Basilio, con excepción de breves períodos, en los que se dedicó con su amigo al estudio de la obra de Orígenes. Por navidades del 361 fue ordenado sacerdote por su padre; en el 372, san Basilio, como parte de su plan de política religiosa, lo obligó a aceptar la sede episcopal de Sásima, una estación postal a la que Gregorio se negó luego a trasladarse. El 374, tras la muerte del padre, gobierna por poco tiempo la diócesis de Nacianzo, pero se retira en seguida a Seleucia de Isauria. Cuando a la muerte del emperador Valente (378) los nicenos cobran nuevas esperanzas de prevalecer, la sede de Constantinopla estaba en manos de los arrianos (desde el 351); para reagrupar la pequeña comunidad ortodoxa según la línea trazada por Basilio (que ya había fallecido) se recurre a Gregorio, que implanta su sede en casa de un pariente (capilla de la Anástasis). Las dotes humanas y religiosas de Gregorio y los 22 memorables discursos que pronuncia durante estos años le granjean una espléndida notoriedad, no exenta sin embargo de críticas de una y otra parte. En 381, se convocó un concilio en Constantinopla (el concilio que luego será catalogado como segundo ecuménico). Tras la muerte repentina de Melecio, Gregorio, elegido como presidente del concilio, mostró su desacuerdo con la fórmula de fe que se proponía. Gregorio propugnaba una declaración inequívoca de la divinidad y de la consubstancialidad del Espíritu santo. Hubiera querido, por otra parte, satisfacer los deseos de los occidentales que lo querían sucesor de Melecio, pero no logró sino disgustar a unos y otros. Gregorio no tardó en comunicar con gran amargura su dimisión al emperador y, al cabo de dos años pasados en Nacianzo, hizo elegir como obispo de esta sede a su primo Eulalio (383) y se retiró a su propiedad de Arianzo. Murió en el año 390.