Inicio » Content » “FULGIDA SEMPERQUE TRANQUILA TRINITAS”, INTUICIONES MÍSTICO-TEOLÓGICAS SOBRE LA TRINIDAD EN SANTA GERTRUDIS (II)

Santa Gertrudis, óleo, inicios del siglo XX, Abadía Cisterciense de Oberschönenfeld, Alemania.

Francisco Asti[1]

Séneca enseña[2] que el camino de la tranquilidad es para aquellos que se saben limitados, para los que se esfuerzan en la búsqueda del bien. Es “para los imperfectos y mediocres”, es decir, para aquellos hombres y mujeres que desean vivir hasta el fondo la propia existencia, sin buscar cosas demasiado efímeras o sin desanimarse ante las dificultades que pueden aparecer imprevistamente[3]. El estudio, para el autor clásico, es un modo de reencontrarse a sí mismo en los momentos de oscuridad espiritual, La búsqueda de la tranquilidad se vuelve, así, medio de adquisición de aquella sabiduría que los antiguos han entregado a la posteridad en sus obras. El estudio conduce a amar el silencio, que no debe volverse soledad, sino capacidad de escuchar y de estar en buena compañía. El estudio incita a encontrar amigos que mejoren el estado interior de un individuo, y no lo degraden. Los consejos de Séneca al joven Sereno son perlas de sabiduría: son el fruto, no solo y exclusivamente, de su razonamiento como filósofo estoico, sino de su experiencia de vida, en la cual la tranquilidad no puede ser considerada como el estado interior de quien huye del mundo, sino el de quien logra gestionar su propia interioridad sin caer en excesos. La tranquilidad es, por lo tanto, una condición estrictamente humana: se logra con un equilibrio psicofísico.

Para Séneca este estado interior es realizable solo con un esfuerzo de razón y con el empeño de la voluntad en vivir de forma virtuosa, en pleno respeto de sí y de los otros. Se podría decir que es una perfección posible en el horizonte humano.

El ambiente cristiano recibe la lección del filósofo estoico, conjugándola con los principios de la vida interior del creyente. La serenidad no es una cuestión puramente humana, sino que depende de la relación que se establece con Dios, con los otros y con el mundo. El bien no es solo un estar bien consigo mismo en las relaciones sociales, sino que es un participar íntimamente de la vida divina. Dios dispone a cada hombre y lo respeta en todas sus dimensiones, y lo juzga con aquella tranquilidad que es propia de su realidad esencial (Sb 12,18).

La tranquilidad es una calidad del gobierno de Dios en relación con el hombre. La mansedumbre de Dios en juzgar la vida de su creatura recuerda una característica propia suya. San Agustín, comentando el salmo 148, afirma que: “Coelestia tranquilla sunt, pacata sunt; ibi semper gaudium, nulla mors, nulla aegritudo, nulla molestia; semper laudant Deum beati: nos autem adhuc iusum sumus, sed cum cogitamus quomodo ibi laudetur Deus, cor ibi habeamus, et non sine causa audiamus: Sursum corda” (Las realidades celestiales son tranquilas, apacibles. Allí donde siempre hay alegría, no hay muerte, ni amargura, ni molestia. Los bienaventurados alaban siempre a Dios: nosotros, en cambio, aún estamos bajo el yugo, pero, considerando cómo Dios es allí alabado, tengamos allí el corazón, y no sin razón oigamos: ¡Arriba los corazones!)[4]. La realidad celestial no presenta las problemáticas típicas de la caducidad del ser humano: no hay enfermedades o molestias. Los santos viven siempre en Dios, gozando de su armonía. La tranquilidad de los santos es una imagen de la de Dios, que pone cada cosa en armonía.

Para Agustín, la tranquilidad es cualidad típica de la relación escatológica con Dios. En su comunión, el santo goza de la paz, y no percibe lo que es típico del pecado, como la muerte. Se vive en Él en plena tranquilidad. El creyente aspira a la comunión eterna con Dios: aspira a aquella paz tranquila que ahora esperamos y mañana será una certeza.

 

2. La tranquilidad de Dios en san Bernardo

En la expresión sapiencial de la Sagrada Escritura, la tranquilidad se refiere al buen gobierno de Dios. San Agustín la contempla como cualidad esencial de la comunión de los santos en la vida eterna. La imagen de la Jerusalén celestial es la de una ciudad en paz, donde todos gozan de la visión de Dios. La tranquilidad expresa una cualidad del Dios revelado, que Él infunde en el corazón del hombre y hace experimentar a quien vive eternamente en Él. La tranquilidad tiene una dimensión histórica y otra escatológica. Se refiere al hombre en su relación con los otros e indica la meta final del creyente. Bernardo agrega a la dimensión histórica y eterna, otra típicamente mística, por la cual Dios pacifica todas las cosas.

En el Comentario al Cantar de los Cantares, el monje de Claraval se detiene en el versículo “Que el rey me introduzca en su cámara” (Ct 1,3), proponiendo una meditación teológico-mística sobre el significado de las estancias del Dios rey, en relación con sus prerrogativas. Con un ritmo ternario, Bernardo individualiza metafóricamente las estructuras fundamentales para leer la experiencia que el hombre hace del Dios revelado; observa cómo el espacio físico muestra no sólo las cualidades de Dios, sino que hace conocer también la existencia misma del hombre. Las tres estancias, es decir, el jardín la despensa y la cámara nupcial, representan la historia, la dimensión moral y la contemplación. Dios se muestra juez, maestro y esposo[5]. Procediendo del sentido figurado, para Bernardo la historia es sagrada, porque, en el tiempo, Dios se ha revelado a sí mismo, y la misión del Hijo y del Espíritu Santo. La creación es expresión de la comunicación de Dios, que revela su voluntad salvífica. La auto-comunicación de Dios abarca la creación, la reconciliación y la reparación. En la historia del hombre se desarrolla la acción de Dios, que quiere devolver al hombre a su verdadero origen; por lo tanto, el tiempo está henchido de creación, de reconciliación y de reparación. Con la misión del Hijo y del Espíritu Santo, la creatura pasa de la región de la desemejanza a la de la semejanza perfecta, porque la acción salvífica de Cristo y la santificación del Espíritu Santo operan al unísono.

En la historia, el creyente puede vivir la unión con Dios, gracias precisamente a las misiones reveladas. Puede, con un camino de purificación y penitencia, experimentar cuán arduo es acercarse siempre más a las fuentes de la salvación. Bernardo lo llama “tiempo de la disciplina”, en cuanto que el alma lucha contra toda forma de vicio, hasta dominar todos los bajos instintos del hombre, que tienden a destruirlo y a minar su relación con los demás. En el tiempo de la penitencia, el creyente es discípulo, en cuanto aprende a usar las armas de la constancia y de la humildad para vencer sobre los malos pensamientos que obstaculizan su elevación a Dios. El monje de Claraval llama a esta fase, la “del ungüento”, porque en esta estancia se preparan pomadas, usando la fuerza de los brazos en la trituración de las sustancias aromáticas. Siguiendo el magisterio de la disciplina, el discípulo se esfuerza en los buenos hábitos. La segunda celda está representada por la fragancia de los aromas, por lo cual se la llama “aromática”. En este ambiente la relación el hombre con Dios se vuelve más profunda y constante. Estamos en el lugar donde el creyente hace una opción que compromete su vida. Sigue al Señor colaborando con su gracia día a día. Bernardo delinea el desarrollo del sentido moral en el creyente, ya no como lucha y disciplina, sino como convivencia con los demás hombres. En este ámbito, el creyente hace de maestro porque es humilde y ha adquirido la virtud de la discreción.

Finalmente “hay un lugar donde realmente se reconoce a Dios tranquilo y reposado: lugar no del juez, ni del maestro, sino del Esposo, que para mí -para los otros, no lo sé-, es verdaderamente una cámara nupcial”[6]. El creyente experimenta la contemplación especulativa (theorica contemplatio); llega al ápice de su relación con Dios, ya que se ha unido a Él en la habitación nupcial. Es precisamente Bernardo que, en primera persona, afirma haber experimentado qué significa estar en esta estancia, gozar de la presencia del Dios tranquilo.

El monje, al describir las delicias de estar con el Señor, utiliza el adjetivo “tranquilo”, para indicar la modalidad de su relación con el creyente. En la cámara nupcial “Dios no es contemplado como si estuviera turbado por la ira, o sobrecargado de preocupaciones, sino que se experimenta su voluntad buena, agradable y perfecta. Esta visión no espanta sino que deja placer, no excita una curiosidad inquieta sino que la aplaca, no fatiga los sentidos, sino que los tranquiliza. Aquí se reposa verdaderamente”[7]. La tranquilidad es propia del Esposo, que quiere hacer gozar a la esposa de un abrazo pacificador. Dios transmite al alma su estar tranquilo para que se pueda disponer acogerlo con todos sus sentidos exteriores y facultades. La serenidad no es un apagamiento interior producido por la propia condición física, psíquica o moral, como Séneca auspiciaba, sino es la experiencia de la presencia de Dios, que infunde en el corazón del hombre su familiaridad.

La tranquilidad para Bernardo es percibir a Dios como Esposo, Por lo tanto, se entra en un clima diverso de relación, la esponsal y familiar, en la cual la caridad se percibe como amor ardiente del Esposo. La tranquilidad implica también la idea del reposar en Dios. Tema típico de la mística esponsal, en cuanto Dios hace entrar al alma en su familiaridad. La hace partícipe de su vida íntima. Le hace descubrir el misterio insondable de su Esencia una y trina. El creyente que experimenta este tipo de contemplación percibe la realidad de Dios en su tranquilidad, en la relación recíproca del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Bernardo indica que esta contemplación es “teórica”. Y nos delinea su modalidad: “Si a alguno de vosotros le aconteciera en algún momento, ser así raptado y escondido en este misterio y en este santuario de Dios, que para nada se viera turbado por la necesidad de los sentidos, o la presión de los afanes, o el remordimiento de las culpas, o la irrupción de los fantasmas de las imágenes corpóreas, que son los más difíciles de mantener lejos, este podrá verdaderamente gloriarse, cuando vuelva a nosotros, diciendo: ‘El rey me ha introducido en su cámara nupcial’” (Ct 1,3)”. El proceso místico está caracterizado por la llamada de Dios a la unión íntima. El éxtasis es una huida de sí para encontrar a Dios, en un impulso de amor. Esto se hace posible con una disposición personal del creyente que se ha purificado en los sentidos externos e internos. Ya no se deja guiar más por la fuerza impulsiva de la fantasía, que es sofocada para favorecer la comunión con Dios. Bernardo describe el proceso contemplativo como un conocimiento amoroso, para el cual usa la expresión griega, para indicar que la unión mística es un grado de conocimiento afectivo, que el creyente experimenta en la relación con Dios.

Continuará

 


[1] Francisco Asti es sacerdote, Profesor ordinario de Teología y Decano de la Pontificia Facultad de Teología de la Italia Septertrnnoal Santo Tomás, Consultor teólogo de la Congregación para las Causas de los Santos y Párroco del Santísimo Redentor, en Nápoles.

[2] Continuamos publicando aquí la traducción íntegra de las actas del Congreso: “SANTA GERTRUDE LA GRANDE, “DE GRAMMATICA FACTA THEOLOGA”. Atti del Convegno organizzato da Istituto Monastico della Facoltà di Teologia Pontificio Ateneo Sant’Anselmo, Roma, 13-15 aprile 2018. A cura di Bernard Sawicki, O.S.B., Ruberval Monteiro, O.S.B., ROMA 2019”, Studia Anselmiana 178, Pontificio Ateneo S. Anselmo, Roma 2019. Agradecemos el permiso de Studia Anselmiana. Tradujo la hna. Ana Laura Forastieri, OCSO. Cfr. el programa del Congreso en: http://surco.org/content/congreso-santa-gertrudis-grande-grammatica-facta-theologa

[3] Lucio Anneo Seneca, Ad Serenum de tranquillitate animi, XI,1.

[4] Sant’Agostino, Enarrationes in Psalmos, 148,5, Opera omnia, Nuova Biblioteca Agostiniana – Città Nuova Editrice 1977.

[5] Bernardo di Chiaravalle, Sermoni sul Cantico dei Cantici, XXIII, Edizioni vivere in, Roma 1986, 2a ed. (La traducción al castellano es nuestra).

[6] Bernardo di Chiaravalle, Sermoni sul Cantico dei Cantici, XXIII, Edizioni vivere in, Roma 1986, 2a ed. (La traducción al castellano es nuestra).

[7] Ibidem, 16.