Inicio » Content » GREGORIO MAGNO: "LIBRO SEGUNDO DE LOS DIÁLOGOS" (Capítulo XX)

 VIDA Y MILAGROS DEL VENERABLE ABAD BENITO (*)

(480-547)
 
XX.1. Cierto día, mientras el venerable Padre tomaba su refección a la hora de la cena, uno de sus monjes, que era hijo de un magistrado, le sostenía la lámpara junto a la mesa. Mientras que el hombre de Dios comía y él cumplía el oficio de sostenerle la lámpara, inducido por el espíritu de soberbia, empezó a cavilar secretamente en su interior y a decirse en sus pensamientos: “¿Quién es éste a quien yo asisto mientras come, le sostengo la lámpara y le presto mi servicio? ¿Quién soy yo para que deba servirlo?”. De inmediato el hombre de Dios se volvió hacia él y empezó a reprenderlo severamente diciéndole: “¡Haz el signo de la cruz sobre tu corazón, hermano! ¿Qué estás diciendo? ¡Haz el signo de la cruz sobre tu corazón!”. Y llamando de inmediato a los hermanos, ordenó que le quitaran la lámpara de sus manos, y a él le mandó que cesara en su oficio y que sin réplica alguna fuera a sentarse inmediatamente.
 

2. Los hermanos le preguntaron después qué había pasado en su corazón. Él les contó detalladamente en qué medida el espíritu de soberbia se había apoderado de él, y qué palabras había proferido secretamente en su pensamiento contra el hombre de Dios. Entonces a todos se les hizo manifiesto que nada podía ocultarse al venerable Benito, en cuyos oídos resonaban aún las palabras secretas del pensamiento.
 
 
Comentario del P. Adalbert de Vogüé, osb (**)
 
Esta primera escena hace pensar en un episodio de la gesta de Subiaco. Esta cena, en la que el abad de Montecasino está en la mira de la hostilidad secreta de uno de sus hijos y recurre al signo de la cruz para ponerle fin, se parece a aquella de la cual Gregorio habló en el capítulo 3: allí también el joven abad estaba frente a monjes hostiles, de quienes descubrió y frustró un atentado por medio del signo de la cruz. Con todo, hay una gran distancia entre el odio asesino de entonces y el simple desprecio del presente caso. Nuevamente, relacionando los dos hechos, se advierte una especie de espiritualidad del mal.
 
El mismo período de Subiaco ofrece otro punto de comparación. El Godo, “pobre de espíritu”(1), es decir humilde, aparece como la antítesis del hijo orgulloso del magistrado desenmascarado aquí. Uno confiesa su falta, completamente material, que había cometido, y recibe de Benito un estímulo; el otro se guarda para sí sus malos pensamientos y recibe una reprimenda.
 
Esta “reprensión severa” dirigida al hermano orgulloso liga el presente episodio con aquel que le precede inmediatamente. Casi en los mismos términos, Gregorio había mostrado a Benito corrigiendo duramente, a su regreso, al hermano que se había apropiado de los pañuelos. Así el primer relato de este segundo grupo continúa el último del grupo anterior: bajo formas diversas, el carisma profético del padre no cesa de operar para la corrección de sus hijos.
 
La forma particular de profecía que se despliega aquí -la cardiognosis- no es de la mejor atestiguadas en la Biblia y en la tradición hagiográfica. Si los evangelios mencionan en varias ocasiones el conocimiento que Jesús tenía de sus auditores(2), lo hacen sólo al pasar, sin que este fenómeno sea objeto de un relato particular y sorprendente. Igualmente es como de paso, que Samuel le anuncia a Saúl que “le dirá todo lo que tiene en su corazón”(3). Y es también de esa forma indirecta, sin un ejemplo preciso, que la Historia de los monjes de Egipto dice del gran monje Juan de Licópolis: “Revelaba a muchos de sus visitantes lo que tenían oculto en el fondo de sus corazones”(4).
 
Sin embargo, otra fuente presenta, respecto del mismo Juan, un relato no menos detallado que el de Gregorio(5). El recluso egipcio ha concedido audiencia al joven monje Paladio, que ha venido de muy lejos para verlo. Llega el gobernador de la provincia. De inmediato Juan deja a su interlocutor para ocuparse del recién llegado. El coloquio se prolonga, Paladio se impacienta, censura interiormente esa preferencia demasiado humana concedida al gran personaje, y piensa irse. Entonces Juan le hace decir que permanezca, y cuando después de la partida del gobernador, regresa a su primer visitante, lo reprende por sus pensamientos de impaciencia y su juicio temerario. El episodio se asemeja todavía más al de Benito y al hijo del magistrado porque en uno y otro caso, el hombre de Dios descubre en el corazón del joven monje un desprecio secreto hacia su persona.
 
El hijo del magistrado, sin embargo, no es un extraño para Benito, sino uno de sus monjes. Esta situación del discípulo agitado por malos pensamientos ante su superior recuerda la Regla de san Benito, donde se prescribe en varias ocasiones(6) confesar todos los malos pensamientos al abad o a un anciano. Sin aguardar esta manifestación del corazón, Benito toma la iniciativa y combate directamente los sentimientos que ha leído a corazón abierto. Haciéndolo delante de todos, “publica” una falta secreta, lo cual es reprobado por la Regla(7). Pero lo anormal no está sometido a ninguna norma. Reemplazando la confesión prevista por la Regla, la cardiognosis del superior le dispensa del secreto de la confesión.
 
 
Esta publicación confiere al milagro una solemnidad excepcional. En los cuatro casos de conocimiento a distancia narrados al comienzo y al final del primer grupo, sólo los culpables parecen recibir el impacto de la revelación. Aquí, al contrario, “a todos se les hizo manifiesto que nada podía ocultarse al venerable Benito”. Como sucederá también en el capítulo siguiente, se da una lección a toda la comunidad. Es posible que a propósito Gregorio dé a estos dos últimos milagros una nota de publicidad, lo que constituye una especie de cúspide en el despliegue del carisma de profecía.
 
Ordenando al culpable “signar su corazón” para expulsar el mal pensamiento, Benito habla de la misma manera que la Regla del Maestro(8). Otros detalles no concuerdan bien con la Regla benedictina ni con la del Maestro: la primera quiere que se coma con luz del día, la segunda prescribe un minucioso ceremonial de la comida, que parece excluir el oficio del portalámpara. Pero es posible que Gregorio y sus informantes hayan tenido en vista una circunstancia excepcional. Si Benito ese día tuvo necesidad de una lámpara, pudo haber sido justamente porque comió a una hora insólita y el refectorio, conforme a la Regla, no estaba provisto de ninguna iluminación.
 
Notas:
 
(*) Traducción castellana publicada por Ediciones ECUAM, Florida (Pcia. de Buenos Aires), 2009. En la precedente entrega se presentó el texto del libro II de los Diálogos que va desde el cap. XX al cap. XXII, con la introducción general del P. de Vogüé a dicha sección. Ahora se ofrece el comentario del mismo Autor a cada uno de los capítulos. Para facilitar la comprensión se reproduce el texto que luego viene explicado.
(**) Trad. de: Grégoire le Grand. Vie de saint Benoît (Dialogues, Livre Second), Abbaye de Bellefontaine, Bégrolles-en-Mauges, 1982, pp. 129-131 (Vie monastique, 14).
(1) Dial. II,6,1.
(2) Mt 9,14; 12,25; Lc 7,39-40. Cf. Jn 2,24-25; 6,61. 70.
(3) 1 S 9,19.
(4) Historia Monachorum 1, PL 21,393C. Aquí y en la continuación, nos remitimos a este texto latino, no al griego traducido por A.-J. Festugière, Enquête sur les moines d’Égypte, Paris 1964, pp. 10-11, donde varios detalles difieren.
(5) Heráclides, Paraíso 22, PL 74,302AC. Gregorio pudo haber leído este texto.
(6) RB 4,50; 7,44; 46,5-6.
(7) RB 46,6.
(8) RM 8,27: signarse frente y pecho (cf. RM 15,54: frente).