Inicio » Content » GREGORIO MAGNO: "LIBRO SEGUNDO DE LOS DIÁLOGOS" (Capítulos VIII,10-XI,2)

 VIDA Y MILAGROS DEL VENERABLE ABAD BENITO (*)

(480-547)
 
 
VIII.10. PEDRO: Te ruego ahora que me digas a qué regiones emigró el hombre santo, y si allí también obró nuevos milagros. 

GREGORIO: Al marcharse a otra parte, el hombre santo cambió por cierto de lugar, pero no de enemigo. Porque después sobrellevó combates tanto más difíciles, cuanto que tuvo que enfrentarse en lucha abierta con el maestro mismo de la maldad. 

La fortaleza, de nombre Casino, está situada en la ladera de una montaña alta, que parece acogerla en una dilatada hondonada y, elevándose unas tres millas, levanta su cumbre casi hasta la misma altura de los cielos. Había allí un templo antiquísimo, en el que un pueblo de campesinos ignorantes rendía culto a Apolo, según los ritos antiguos de los paganos. En los alrededores habían crecido bosques destinados al culto de los demonios, donde aun en ese tiempo, una multitud insensata de infieles inmolaba víctimas sacrílegas.

11. Al llegar allí, el hombre de Dios destrozó el ídolo, derribó el altar, taló los bosques (cf. Ex 34,13; Dt 7,5) y construyó en el mismo templo de Apolo un oratorio en honor de san Martín, y donde había estado el altar de Apolo, un oratorio dedicado a san Juan. Y con su predicación continua llamaba a la fe a todos los que vivían en los alrededores.

12. Pero el antiguo enemigo no podía soportar en silencio esta actitud. Se aparecía a los ojos del Padre, no ocultamente o en sueños, sino en clara visión. Con fuertes gritos se quejaba de la violencia que tenía que padecer (cf. Mt 8,29), de modo que los hermanos oían su voz, aunque no podían verlo. El venerable Padre contaba a sus discípulos que el antiguo enemigo se mostraba a sus ojos corporales horrible y envuelto en llamas, y parecía embestirlo, con fuego en la boca y los ojos encendidos. En cambio, todos oían lo que decía: primero lo llamaba por su nombre y, como el hombre de Dios no le respondía, lo atacaba en seguida con insultos. Así, cuando gritaba: “¡Benito, Benito!”, y veía que de ningún modo le respondía, al instante agregaba: “Maldito y no Bendito, ¿qué tienes conmigo? ¿Por qué me persigues?” (cf. Hch 9,4).

13. Veamos ahora los nuevos combates del antiguo enemigo contra el servidor de Dios. Lo que el enemigo quería, era hacerle la guerra, mas contra su voluntad le proporcionó nuevas ocasiones de victoria.

IX.1. Cierto día, mientras los hermanos construían las habitaciones de su monasterio, encontraron en medio del terreno una piedra que decidieron llevarse para la construcción. Como dos o tres de ellos no consiguieron moverla, se les agregaron unos cuantos más, pero la piedra permaneció tan inmóvil, como si hubiera echado raíces en la tierra. Claramente entendieron que el antiguo enemigo estaba sentado sobre ella, ya que tantos hombres juntos no podían moverla. Ante esta dificultad avisaron al hombre de Dios para que viniera y ahuyentara al enemigo con la oración, y poder así levantar la piedra. Él llegó en seguida, y rezando impartió la bendición, y pudieron levantar la piedra con tanta rapidez como si nunca hubiera tenido peso alguno.

X.1. Entonces le pareció conveniente al hombre de Dios excavar la tierra en ese lugar. Al cavar hasta cierta profundidad, los hermanos encontraron un ídolo de bronce. Lo arrojaron provisoriamente a la cocina, y de repente vieron salir de allí fuego y a todos ellos les pareció ver que iba a consumir todo el edificio de la cocina.

2. Como los hermanos, al arrojar agua para extinguir el fuego, hicieron gran estrépito, acudió el hombre de Dios atraído por la barahúnda. Al darse cuenta de que el fuego estaba en los ojos de los hermanos, pero no en los suyos, al punto inclinó la cabeza para orar. Luego llamó a los hermanos que había encontrado engañados por el fuego imaginario, para que se cerciorasen de que el edificio de la cocina estaba intacto e hicieran caso omiso de las llamas que el antiguo enemigo había simulado.

XI.1. En otra ocasión, mientras que los hermanos levantaban un poco más una pared, según lo exigía la obra, el hombre de Dios se hallaba en el recinto de su celda, dedicado a la oración. Se le apareció el antiguo enemigo, insultándolo y diciéndole que iba a ver a los hermanos que estaban trabajando. Rápidamente el hombre de Dios advirtió a los monjes, por medio de un mensajero, con estas palabras: “Hermanos, tengan cuidado, porque en este mismo instante el espíritu maligno está dirigiéndose hacia ustedes”. Apenas había terminado de hablar el que llevaba el mensaje, cuando el maligno espíritu derrumbó la pared que estaban levantando y un monje jovencito, hijo de un magistrado, quedó aplastado bajo los escombros. Todos quedaron consternados y profundamente afligidos, no por la pared destruida, sino por el hermano triturado. Sin pérdida de tiempo, corrieron a anunciárselo con honda pena al venerable Padre Benito.

2. Entonces, el Padre ordenó que le llevaran al niño hecho añicos; no pudieron hacerlo sino envuelto en un lienzo, porque las piedras de la pared derrumbada le habían destrozado no solo los miembros, sino incluso los huesos. El hombre de Dios mandó que lo dejasen en seguida en su celda sobre el psiathio -es decir, lo que comúnmente llaman estera-, donde él solía rezar. Y despidiendo a los hermanos, cerró la celda y se entregó a la oración con mayor fervor que de costumbre. ¡Y se realizó el milagro! En el mismo instante, sano y salvo como antes, fue enviado de nuevo al trabajo, a terminar la pared junto con los hermanos, ese monje con cuya muerte el antiguo enemigo había pretendido burlarse de Benito.
 
 
 
Comentario del P. Adalbert de Vogüé, osb (**)
 
Hay que haber subido personalmente esa cuesta de más de trescientos metros, en línea recta por la ladera sur, en una mañana de primavera, para imaginarse la admiración de Benito y de sus compañeros cuando llegaron a la cumbre del Monte Casino. Sin duda venían en realidad de Aquinum y subieron por el noroeste, por donde se puede realizar la ascensión más progresivamente. Pero de todos modos, llegados a la cima, contemplaron esa vista inolvidable de uno de los paisajes más bellos que existen: al este, las cumbres nevadas de los Abruzos; al norte el poderoso y árido Monte Cairo; al oeste y al sur, ricas planicies desplegadas más allá de las cuales se levantan, en bloque, alturas de mil metros y más. Un trono real, donde se posee la tierra a los pies y una corona de montañas en la cabeza.
 
El pequeño enjambre de monjes que venía de Subiaco, se encontraba a la misma altura. Pero a un poco más de 500 metros, igual que en el pasado, ¡qué diferencia entre los dos lugares! El valle de Subiaco, aunque también de una gran belleza, no dejaba de ser un retiro severo cuyo campo visual -al menos en el monasterio a orillas del lago- era extremadamente limitado. Estaba encerrado entre dos altas paredes bastante cercanas una de otra, y al mismo tiempo a poca distancia de un pueblo. Con respecto a esta situación humilde y confinada, el nuevo horizonte representa un ensanchamiento magnífico. Aquí, a tres millas de distancia del viejo castrum casinense, que él puede dominar desde casi toda la altura del monte, Benito respirará más a gusto, frente a las cumbres, frente al cielo, frente a Dios.
 
La llegada a esta cima, abre una nueva etapa en la vida del santo. La época de las tentaciones y de los progresos ha pasado. Como si su héroe hubiera llegado a la cumbre de la santidad, Gregorio ya no lo hace pasar por ninguna prueba espiritual. En esa altura, de donde ya no descenderá nunca más -ni siquiera para visitar Terracina(1)-, una vez que el diablo ha sido echado y el monasterio construido, Benito no hará más que desplegar, en dos series de doce milagros, sus carismas de profeta y de taumaturgo mientras que espera volver su mirada al más allá y ser llevado al cielo. El valle de Subiaco es como el crisol donde fuera fundido ese metal brillante que ahora, como la ciudad del Evangelio(2), resplandecerá a la vista de todos en la montaña.
 
Pero este sitio espléndido y significativo no es lo que retiene la atención del biógrafo. Si lo describe, y muy exactamente, es sólo para situar las abominaciones que deshonran la cumbre del monte: el viejo templo pagano, el ídolo, el altar, los bosques sagrados. Como la Tierra Prometida, hay que conquistar esta montaña a un pueblo idólatra, y purificarla de sus horrores demoníacos. Y como el Israel de la conquista, Benito llega precisamente para realizar esta purificación. Gregorio sin ninguna duda piensa sobre todo en este modelo bíblico, tal como lo demuestran los términos que utiliza para relatar la obra de destrucción(3). Al mismo tiempo ni él ni Benito pueden olvidar la acción similar de Martín contra los santuarios paganos de las Galias, ya que el hombre de Dios consagrará el nuevo oratorio que reemplaza al templo al gran obispo, y esta sección del relato gregoriano está llena, como veremos, de reminiscencias de la Vida de Martín por Sulpicio Severo.
 
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Antes de entrar en el detalle de los hechos y en su comparación con los precedentes martinianos, debemos notar su significación global con respecto a los acontecimientos anteriores de la Vida de Benito. Esta campaña antipagana constituye, como recordaremos, el término del último ciclo ternario de pruebas atravesado por el santo en Subiaco. Probado por segunda vez por el odio de un perseguidor, Benito triunfa sobre la tentación retirándose humildemente y amando a su enemigo. Como de costumbre, esta victoria produce sus frutos. Pero la nueva irradiación que ejercerá Benito no se produce allí mismo. Tiene lugar en Montecasino, bajo la forma inédita de una violenta acción contra el paganismo y de la conversión de una multitud de campesinos.
 
De este modo, según un sistema de engranaje que ya conocemos bien, la gesta de Montecasino se pone en movimiento por medio del último resorte de la de Subiaco. Además se establece un notable contraste entre la humilde mansedumbre del perseguido que acaba de renunciar a todo, y la violencia que despliega ahora en la cumbre del monte. Por haber probado dos veces su entero dominio sobre su “irascible”, Benito recibe ahora la autorización de emplearlo con toda libertad al servicio de Dios.
 
Pero este contraste que nos llama la atención, no está puesto en evidencia por Gregorio. Lo que le sirve de broche para unir los dos períodos, es una gradación entre las dos formas de combate contra el mismo enemigo: el diablo, que estaba escondido en Subiaco bajo la forma de sus satélites -el mirlo impuro, los monjes relajados, el sacerdote celoso- se lanza personalmente y a rostro descubierto en la batalla de Montecasino. O más bien es Benito quien, dejando sus puestos en el valle, ha ido a provocarlo en esa cima donde reinaba abiertamente.
 
Este nuevo tipo de conflicto se presenta como mucho más duro que el primero. El período casinense que inaugura, es por lo tanto desde esos trabajosos comienzos, un progreso con respecto al de Subiaco. Pensamos en las famosas luchas de Antonio con los demonios, que comenzaron como simples tentaciones y terminaron, cuando estas fracasaron, con visiones espantosas, acompañadas de terribles sufrimientos físicos. La Vida de Benito sigue la misma progresión, con la diferencia que la primera etapa incluyó, además de las tentaciones propiamente dichas, las persecuciones, y que la segunda no traerá aparejados con las visiones diabólicas, sufrimientos que lo alcancen personalmente.
 
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En efecto, la Vida de Antonio es aquí sólo un antecedente lejano. Lo que inspira a Gregorio de manera inmediata es otra Vida célebre, la de Martín. La biografía de Sulpicio Severo, igual que el Segundo Libro de los Diálogos, está dividida en dos períodos desiguales: antes y después de la promoción al obispado de Tours. La lucha del nuevo obispo contra la superstición y el paganismo(4) se sitúa al principio del segundo período(5), exactamente como en los Diálogos. Más adelante, luego de una serie de curaciones y de un encuentro con el emperador Máximo, Sulpicio relata las peleas de Martín con el diablo(6), y esas apariciones diabólicas tienen muchos rasgos de semejanza evidente con los fenómenos demoníacos que acompañarán la construcción de Casino.
 
Este pasaje de la Vida de Benito está por lo tanto estrechamente relacionado con dos secciones bien distintas de la Vida de Martín. Lucha contra el paganismo y manifestaciones del diablo: en lugar de desarrollar estos dos temas severianos por separado y a una cierta distancia uno de otro, Gregorio los funde en un único y mismo relato de batalla. A la acción destructora de Benito contra el santuario idolátrico, sucede inmediatamente la reacción defensiva del diablo por medio de apariciones y malas jugadas. Es claro que esta erupción de violencia satánica está causada únicamente por la supresión del culto pagano en el alto. Este encuentro de las dos secciones de la Vida de Martín en el presente relato, es una de las cosas más interesantes para estudiar de cerca. A los múltiples episodios de la primera, corresponde, en los Diálogos, un solo hecho, relatado muy sobriamente. Mientras que Martín desenmascara a un falso mártir, detiene una ceremonia pagana, derriba tres santuarios(7) en diversos lugares y sale ileso de dos atentados de idólatras contra su persona, Benito se limita a limpiar Montecasino y a evangelizar el pueblo de los alrededores. Uno actúa como un obispo misionero que recorre toda la Galia, el otro como un monje que conquista una posición bien determinada del diablo, de la cual ya no saldrá más.
 
Otra diferencia entre las dos obras apostólicas es que la de Martín se extiende por un período de tiempo indeterminado, aparentemente coextensivo con su episcopado, que duró más de un cuarto de siglo, mientras que la de Benito se limita -por lo menos el período de choque- a los primeros tiempos de la ocupación de Casino. Finalmente, las dos campañas misioneras encuentran resistencias muy distintas. Martín, antiguo soldado, obtiene las posiciones enemigas a golpes de milagros, luego de dramáticas peripecias: la población pagana le hace frente y amenaza su vida. Por el contrario, Benito no parece encontrar ninguna oposición por parte de los hombres. Ha pasado un siglo y medio: el paganismo que era todavía vigoroso al final del s. IV, no es más que un tímido sobreviviente cuya fachada al menos es fácil de derribar.
 
Y es por eso que, a falta de resistencia humana, Gregorio nos hace presenciar una resistencia diabólica. En su relato, dado el cambio de los tiempos, los episodios demoníacos de Sulpicio Severo deberán ocupar el lugar de las revueltas populares que se suscitaban otrora gracias a las campañas iconoclastas del santo obispo. Así se explica lo que antes observábamos: la reunión en este pedazo de la Vida de Benito de dos secciones independientes y bastante distantes de la Vida de Martín.
 
Antes de pasar a la segunda de estas secciones -los relatos de las diabluras- observemos aún dos puntos de contacto de los Diálogos con la primera. En primer lugar, las construcciones de Benito en Montecasino. “Cuando Martín destruía los templos, narra Sulpicio Severo, inmediatamente edificaba iglesias o monasterios en su lugar”(8). Benito actúa de la misma manera, y los descubrimientos arqueológicos, posibilitados por las destrucciones de 1944, confirman lo que dice Gregorio. Se ha encontrado el trazado -ampliado en el s. VIII y en el s. IX- de los oratorios de San Martín y de San Juan Bautista, con sus cimientos precristianos. El primero, que Benito arregló dentro del mismo templo sólo tenía 12 metros(9) de largo y 8 de ancho, lo que hace suponer una comunidad bastante pequeña. El segundo, en la cima de la montaña, ubicado donde estaba el altar pagano al aire libre, tenía la misma anchura, pero era un poco más largo (15,25 metros). Benito muere en el primero y es enterrado en el segundo.
 
Otro detalle que debemos notar en la sección misionera de la Vida de Martín, es la diferencia de las percepciones de Martín y de sus compañeros en la escena inicial, cuando el obispo se comunica con un falso mártir que no era sino un bandido: mientras que el santo percibe la sombra del difunto y oye su voz, “los asistentes oían la voz que hablaba, pero no veían al personaje”(10). Observamos el mismo contraste en el relato de Gregorio: Benito ve y oye al diablo, pero los hermanos solamente lo oyen. Así, el primer episodio de la lucha de Martín contra la superstición, proporciona el primer rasgo de las peleas de Benito con el diablo.
 
Sin embargo, esta analogía con la historia del obispo de Tours no debe hacernos olvidar otro antecedente memorable: el de san Pablo en el camino de Damasco. Allí también se nos dice que los compañeros de Pablo “oían la voz sin ver a nadie” (Hch 9,7). ¿Significa esto que la aparición de Cristo a su futuro Apóstol es por lo tanto, como un telón de fondo de las del diablo a Benito? Podemos pensarlo con fundamento, tanto más cuanto que Gregorio pone en boca del diablo la misma palabra del Señor a Pablo: “¿Por qué me persigues?” (Hch 9,4). De este modo, por medio de una asombrosa transposición, la gran escena de la conversión de los Hechos se refleja en este episodio demoníaco de la Vida de Benito, y mientras que éste se asimila a Pablo, Satanás se coloca, a sus ojos, en el lugar de Cristo glorioso(11).
 
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Este conflicto con el Antiguo Enemigo nos conduce a la segunda sección paralela de la Vida de Martín. Aunque “la boca y los ojos encendidos” del Maligno recuerdan más bien un pasaje de la Vida de Antonio, los “insultos” lanzados a Benito(12) hacen pensar desde ya en la vida del obispo de Tours. Los otros rasgos comunes de Sulpicio y Gregorio son, en primer lugar, la fantasmagoría producida por el diablo y disipada por el varón de Dios -un pretendido vestido celeste en el primero, un incendio en el segundo-, y luego el crimen cometido por el diablo en detrimento de una persona cercana al santo, con una aparición burlona para anunciárselo. Omitiendo varios episodios relacionados, Gregorio agrega uno que faltaba en Sulpicio: la piedra inmovilizada e izada. En total, su texto es más o menos dos veces más corto.
 
Los dos pedazos presentan una diferencia importante. Mientras que la Vida de Martín considera los fenómenos demoníacos como simples visiones, a propósito de las cuales el santo manifiesta sus dones de clarividencia y de discernimiento, la Vida de Benito los transporta al contexto de la lucha que conocemos. Aquí el diablo tiene un objetivo, al que apunta en cada una de sus intervenciones: impedir la construcción del monasterio; y la respuesta del varón de Dios es cada vez una “victoria” práctica. El monasterio de Montecasino será edificado contra viento y marea y solamente después de la muerte del santo, otros adversarios, los Lombardos, conseguirán saquearlo por haberlo permitido Dios.
 
Por lo demás, es válido lo que hemos observado más arriba: del mismo modo que la sección misionera, la parte demoníaca de la Vida de Martín desarrolla una cadena de acontecimientos sin fecha que se distribuyen no se sabe cómo a lo largo de un prolongado episcopado. Por el contrario, los hechos correspondientes de la Vida de Benito están reunidos en el corto período de los primeros tiempos de Montecasino. Una vez construido el monasterio, la lucha se sosiega y el diablo interviene sólo de cuando en cuando, como hacía en Subiaco.
 
En estas páginas tan visiblemente influenciadas por la Vida de Martín, el milagro más notorio es el de la resurrección del monjecito aplastado por un derrumbe. Mirémoslo de cerca, comparándolo con su homólogo martiniano. Según Sulpicio Severo, Martín recibe un día en su celda la visita del diablo, que llevaba en su mano un cuerno de buey empapado en sangre jactándose de haber matado a uno de los suyos. Martín da la voz de alarma. Después de investigar, se ve que no falta ninguno de los monjes. Pero uno de los obreros seglares había ido a buscar unos bueyes. Poco después, encuentran a ese hombre agonizante: uno de los bueyes le había dado una cornada mortal.
 
En Gregorio, las cosas suceden con algunas diferencias. El diablo no se presenta al santo luego de su delito sino antes, de modo que Benito tiene tiempo de advertir a los hermanos. Además, la persona golpeada no es un laico empleado por los monjes, sino un monje propiamente dicho, muy joven por otra parte, y cuyo origen social elevado se nos indica: era el hijo de un curial. La forma del asesinato también es diferente: en un caso es una cornada, en el otro el derrumbe de un muro. Finalmente y sobre todo, difieren los desenlaces: mientras que seglar de Martín queda abandonado a su triste suerte -“no se sabe por qué juicio del Señor”, dice Severo-, el monjecito de Benito se repone gracias a la oración de su abad.
 
Esta última diferencia verifica lo que antes adelantábamos: en Sulpicio Severo se trata sólo de un caso de conocimiento preternatural, al ser Martín informado milagrosamente de un hecho que todos ignoran. En Gregorio, por el contrario, a la presciencia del santo se agrega una acción que anula la del diablo, de modo que el asunto termina con una gozosa victoria. Benito defiende a los suyos. La víctima, que es un religioso consagrado a Dios e hijo espiritual del santo, no sucumbe a los golpes del Maligno. El monjecito vuelve al trabajo y continúa la construcción del monasterio.
 
Los detalles de esta primera resurrección -habrá otra al final de la Vida de Benito-, nos hacen pensar en varias escenas de la Escritura y de la hagiografía. Cuando Benito hace salir a los hermanos y cierra la puerta, pensamos en Martín resucitando al catecúmeno de Ligugé(13). Pero esa puerta cerrada nos recuerda más precisamente todavía a Eliseo resucitando al hijo de la Sunamita(14) el cual, por otra parte, es un niño de familia distinguida tal como el hijo del curial. El hecho de que la resurrección suceda en la habitación y en el lecho del santo, termina de convencernos de que Gregorio piensa en esta historia del Libro de los Reyes, que citará por otra parte expresamente varios capítulos más adelante(15). Si unimos a este milagro de Eliseo, el de Pablo en Troas, del cual algunos rasgos nos hacen pensar en nuestro relato(16), aparece claramente que éste sale decididamente del marco martiniano para desembocar en el Antiguo y el Nuevo Testamento.
 
De este modo el último milagro de esta pequeña sección se agrega a los cinco prodigios que tienen modelos escriturísticos enumerados en la precedente. Incluso se podría decir que es el coronamiento, ya que ninguna maravilla es comparable a una resurrección. Y sin embargo este importante milagro está relatado con una extremada discreción, como si Gregorio temiera ponerlo en evidencia. La palabra “muerte”, a propósito del accidente, se pronuncia apenas, la encontramos solamente en la última frase, cuando todo está acabado; una simple oración, sin gestos ni testigos, basta para componer al niño destrozado y, finalmente, la atención está desviada del prodigio esencial -la vuelta a la vida- hacia el corolario menor del retorno del “miraculado” a su trabajo.
 
Esta discreción de Gregorio tiene su explicación. El autor reserva la gran puesta en escena para la resurrección del hijo del campesino narrada al final del Libro: súplica del padre, presencia de la comunidad, gesticulación profética del taumaturgo, oración en voz alta, reanimación espectacular del niño a la vista de todos. Como para no desvirtuar esta página solemne, el asunto del hijo del curial está reducido a las dimensiones de un simple accidente de trabajo.
 
Para terminar, subrayemos dos rasgos de este relato: la predicación de Benito y sus oraciones. El primero contrasta singularmente con lo que encontrábamos al comienzo del período de Subiaco. El joven monje, apasionado por la soledad, que no soñaba sino con “habitar consigo”, se ha convertido en un misionero emprendedor personaje casi único en los Diálogos(17). No podemos evitar pensar en los monjes de S. Andrés de Caelius, el propio monasterio de Gregorio, que el papa enviará, dos años después de los Diálogos, a evangelizar Inglaterra. Esta comparación se impone tanto más cuanto que Gregorio un día les recomendará, en una carta famosa, que transformen sin destruirlos, los templos paganos en iglesias(18), exactamente como lo hizo Benito en Montecasino.
 
¿Ha habido en Benito una evolución de la “amada soledad” al celo evangelizador? El santo papa a quien las interferencias de la contemplación y de la acción interesan mucho, aquí sin embargo no dice nada. Quizás, más que de evolución se trata de dos facetas de un mismo ideal de santidad, que fue tanto el de Gregorio como el de su héroe.
 
En todo caso, es notable que esta sección misionera de la vida de Benito mencione por lo menos cuatro veces su oración. El santo levanta la piedra, disipa las seducciones del diablo, resucita al niño, por medio de la oración. Y sobre todo -nueva característica en relación con el antecedente martiniano- Benito estaba ocupado en la oración, con todas las puertas cerradas cuando el diablo lo visitas(19). Esta oración, para la que el varón de Dios se encierra en su celda y permanece en ella mientras los hermanos van a trabajar, es el alma de su obra de constructor de la Iglesia, el arma de sus victorias contra el mal.
 
Notas
 
(*) Traducción castellana publicada por Ediciones ECUAM, Florida (Pcia. de Buenos Aires), 2009.
(**) Tomado de: Cuadernos Monásticos 58 (1981) 305-312. Original en francés, publicado en: Ecoute, ns. 263 y 264. Tradujo: Madre Isabel Guiroy, osb. Monasterio Nuestra Señora del Paraná, Entre Ríos, Argentina.
(1) Dial. II, 22. Cuando Benito “desciende” para encontrarse con su hermana (33,2) no hay ninguna prueba de que fue hasta el pie de la montaña, como quiere la tradición del “Colloquio”.
(2) Mt. 5,14. La imagen conexa de la lámpara (Mt 5,15) ya ha sido utilizada por el mismo Gregorio (Dial. II,1,6).
(3) Comparar Dial. II,8,11 con Ex 34,13; Dt 7,5.
(4) Vida de Martín 11-15.
(5) Marcado, como el de la Vida de Benito, por un cambio de lugar y abierto por medio de una descripción del monasterio de Marmoutier (Vida de Martín 10), que Sulpicio representa como dominado por una “montaña” (en realidad, es el modesto acantilado del Valle del Loire). Este detalle hace pensar en Montecasino.
(6) Vida de Martín 21-24.
(7) Los dos primeros (Vida de Martín 13,1; 14,1) están calificados como “muy antiguos”, del mismo modo que el templo de Apolo en Montecasino.
(8) Vida de Martín 13,9.
(9) Y no 23 metros, como dice, por un terror tipográfico, nuestra nota de Dial. II,8,11 (SCh 260, p. 169, segunda línea de las notas). Pedimos disculpas a don Angelo Pantoni por este lapsus y pedimos a todos los lectores que lo corrijan.
(10) Vida de Martín 11,5.
(11) Esto recuerda extrañamente, a su vez, a la Vida de Martín 24,4-8 (la aparición del diablo a Martín con los rasgos de Cristo Rey). En la escena de los Hechos, notemos también el doble llamado de Cristo (“Saulo, Saulo”), al cual corresponde aquí el doble llamado del diablo (“Benito, Benito”).
(12) Atanasio, Vida de Antonio 24,1; Sulpicio Severo, Vida de Martín 22,1-3.
(13) Vida de Martín 7,3.
(14) 2 R 4, 32-33. El episodio de 1 R 17,17-24 (Elías) es menos próximo.
(15) Dial. II,21,3.
(16) Hch 20,7-12: el joven cae de lo alto de un edificio; Pablo vuelve tranquilamente a la reunión luego del milagro.
(17) El abad Equitius (Dial. I,4) también predica pero sólo a los fieles, no a los paganos. Por otra parte, parece ser más viajero que Benito. Ver también Dial. III,31 (Leandro y Recaredo).
(18) Reg. 11,56 = Ep. 11,76. Cf. Dial. III,7.
(19) En SCh 260, p. 173, agregar (Dial. II,11,1, línea 2). “El varón de Dios se había quedado rezando en su celda”, p. 175, agregar (Dial. II,11,2, línea 10): “pudo incluso terminar el muro con los hermanos”.