Inicio » Content » GREGORIO MAGNO: "LIBRO SEGUNDO DE LOS DIÁLOGOS" (Capítulos XV,3-4)
 
VIDA Y MILAGROS DEL VENERABLE ABAD BENITO (*)
(480-547)
 
XV.3. El obispo de la Iglesia de Canosa solía visitar al servidor del Señor, y el hombre de Dios sentía hacia él un afecto especial debido a su vida virtuosa. Durante una conversación acerca de la entrada del rey Totila en Roma y de la devastación de la ciudad, el obispo dijo: “Este rey va a destruir la ciudad de manera tal, que en adelante no podrá ya ser habitada”. A lo que el hombre de Dios respondió: “Roma no será exterminada por los bárbaros, sino que se consumirá en sí misma devastada por tempestades, huracanes, ciclones y terremotos”. Los misterios de esta profecía son ya para nosotros más patentes que la luz, pues en esta ciudad vemos las murallas demolidas, las casas derribadas, y las iglesias destruidas por los tornados, y tenemos ante la vista cómo sus edificios, desgastados por una larga vejez, se están convirtiendo en montones de escombros.

 
4. Su discípulo Honorato, por cuya relación me enteré de estos sucesos, asegura que él nunca los escuchó de la boca de Benito, pero atestigua que los hermanos los han contado.
 
 
Comentario del P. Adalbert de Vogüé, osb (**)
 
La profecía de la declinación de Roma, por la que comenzamos, sirve de eje de simetría del conjunto. Permaneciendo sola en medio de esos pares, el acontecimiento se relaciona a la vez con los precedentes y con los siguientes. Continuando los primeros -la entrada de Totila en Roma, predicha justo antes, ahora es un hecho cumplido-, anuncia los segundos, en los que el obispo de Aquino recordará al de Canosa, y la destrucción de Montecasino sucederá a la devastación de Roma(1).
 
Que esa predicción sobre la suerte de la Ciudad Eterna esté ubicada en el centro de los nueve primeros milagros de profecía, sin duda no es una casualidad. Roma merecía ese lugar de honor. Centro de la existencia y de las preocupaciones de Gregorio, lugar donde se desarrolla su diálogo con el diácono Pedro, esta ciudad era el objeto más digno de ser ofrecido al carisma profético de Benito.
 
El obispo de Canosa, ciudad de Apulia [Puglia], no es nombrado aquí por Gregorio, pero figurará nominalmente en el Libro siguiente. Conocido en la historia por su papel de legado en Constantinopla, este prelado ilustre era también un santo, del que Gregorio relata dos milagros resonantes(2). Esos dos prodigios son hechos de profecía, y uno de los dos, que se asemeja mucho a aquel de Benito desenmascarando al escudero de Totila, se refiere precisamente a ese rey. El amigo que visita a Benito no es sólo un hombre de gran “mérito”. Como su anfitrión, es un verdadero profeta.
 
Se ve entonces el significado de este encuentro. El cual pone de relieve el carisma superior de Benito. El obispo profeta prevé la destrucción inmediata de Roma, pero se equivoca. El monje profeta, que lo corrige, se muestra más clarividente. ¿Y no es en consideración a este fracaso que el nombre del prelado no se pronuncia?
 
Esta situación del monje que profetiza ante un obispo recuerda las revelaciones hechas por Antonio en presencia de Serapión de Thmuis, obispo de una provincia, como Sabino. Un día, en particular, después de una especie de éxtasis, el gran egipcio había anunciado los males que la herejía arriana iba a infligir a la Iglesia de Alejandría(3). Sin embargo, a diferencia de Antonio, Benito no entra en trance, sino que formula su profecía sin emoción, en el transcurso de una simple conversación. Por otra parte, no es el futuro de la Iglesia lo que anuncia, sino el de la ciudad. De la historia eclesiástica se pasa a la política.
 
La realización de esa profecía es para Gregorio y Pedro un hecho de la experiencia: Roma empobrecida, despoblada, se derrumba literalmente. Esta dolorosa decadencia es más de una vez constatada por el papa en sus homilías y en sus cartas. Un pasaje particularmente significativo -la conclusión de una de las Homilías sobre Ezequiel(4)- deplora extensamente las desgracias de la ciudad, donde ya no hay más ni senado ni pueblo, ni habitantes ni extranjeros de visita. Mencionadas allí solamente de paso y en conjunto, las ruinas materiales son ahora las únicas consideradas y un poco más detalladas, al igual que las perturbaciones atmosféricas que son su causa.
 
En ese mismo pasaje, Gregorio aplica a la triste suerte de Roma las profecías de Ezequiel sobre Samaría y de Nahún sobre Nínive. Benito se ubica así junto a los grandes videntes del Antiguo Testamento. Como la ruina de las capitales de otro tiempo fue predicha por esos hombres de Dios, la de Roma lo es a su vez por el abad de Montecasino, con una precisión que los antiguos profetas no siempre alcanzaron.
 
“Roma se va a marchitar”. Esta imagen de una planta que se seca o una flor que se marchita, recuerda curiosamente lo que Gregorio dice de Benito en el Prólogo: “... Despreció, como ya marchito, el mundo con sus atractivos”. Poco tiempo antes capital del mundo, Roma es un símbolo perfecto de esas floraciones efímeras y de su rápido deterioro. Despreciando el mundo y dejando Roma, Benito se anticipó a los acontecimientos(5). Por una especie de profecía en actos, se retiró de aquella ciudad de la que se iba a retirar la vida. Y ahora, bajo la luz de Dios, predice su próxima ruina, lo que justificará con evidencia su propia anacorésis.
 
 
Pero esta relación con el Prólogo la hacemos nosotros. Gregorio se abstiene de sacar de esa profecía y de su realización ninguna conclusión moral. A diferencia de todos los pasajes en los que evoca la ruina de Roma y de Italia, verdadero llamado de Dios a la conversión, aquí se limita a constatar los hechos. Roma, que parecía destinada a la destrucción inmediata y definitiva en tiempos de Benito, ha gozado de una especie de aplazamiento, esperando la suerte melancólica que le llegará al final del siglo.
 
Notas:
 
(*) Traducción castellana publicada por Ediciones ECUAM, Florida (Pcia. de Buenos Aires), 2009. En la precedente entrega se presentó el texto del libro II de los Diálogos que va desde el cap. XV,3 al cap. XIX, con la introducción general del P. de Vogüé a dicha sección. Ahora se ofrece el comentario del mismo Autor a cada uno de los capítulos. Para facilitar la comprensión se reproduce el texto que luego viene explicado.
(**) Trad. de: Grégoire le Grand. Vie de saint Benoît (Dialogues, Livre Second), Abbaye de Bellefontaine, Bégrolles-en-Mauges, 1982, pp. 116-118 (Vie monastique, 14).
(1) Menos neta, a pesar de todo, esta relación con lo que sigue es ligeramente reforzada por una anotación cronológica: la curación del clérigo de Aquino es “contemporánea” de la profecía sobre Roma (547).
(2) Dial. III,5.
(3) Atanasio, Vida de san Antonio 82,3 (profecías recogidas por Serapión) y 4-13 (profecías sobre la Iglesia de Alejandría, cuyo nombre no es pronunciado). Los dos hechos son distintos, pero se siguen en el texto y se asocian en la memoria del lector.
(4) Homilías sobre Ezequiel II,6,22-24. Cf. Homilías sobre los Evangelios 1,5-6 (casas e iglesias; tempestad). El tema conexo de la devastación de Italia aparece en Dial. III,38,3-4, y en una serie de paralelos (ver SCh 260, p. 431), en particular en las Homilías sobre Ezequiel II,6,22.
(5) La Homilía sobre Ezequiel II,6,23, constata que no se ve más a los jóvenes de todas las provincias ávidos de hacer carrera acudir a Roma. Benito había sido uno de ellos.