Inicio » Content » ICONOGRAFÍA DE SANTA GERTRUDIS (V)

Segunda Parte (continuación)

1.2. Cristo señalando el corazón de Gertrudis

Otro tema visionario frecuente, relacionado con el intercambio de corazones, es la representación de la santa en éxtasis en presencia de Cristo resucitado, quien señala el corazón de Gertrudis, dentro del cual aparece al mismo tiempo Jesús niño.

Este motivo sintetiza una idea muy recurrente en sus escritos, que adopta diversas variantes, según sea Cristo el que declara su preferencia por Gertrudis, o bien, que de alguna manera se atestigua que ella gozaba de modo singular del favor de la divinidad, para sí misma, y en su intercesión por el prójimo

Cristo señalando el corazón de Gertrudis representa especialmente el don de la inhabitación permanente que ella gozó. El corazón de Gertrudis es lugar teológico, lugar de encuentro con Cristo para los fieles que veneran su imagen. Su corazón habitado por Jesús es promesa de este mismo don para quien imita su vida.

“Me concediste este don maravilloso, digno de ser venerado por todas las criaturas, a saber: que desde aquella hora hasta el momento presente nunca he sentido o experimentado que te separaras de mi corazón ni por un pestañear de ojos, antes bien, siempre he sentido que estabas presente cada vez que volvía a mi interior (…) Imposible explicar con palabras cuántos y cuan numerosos bienes, dignos de todo encomio me has concedido; entre ellos haber hecho aún más saludable tu presencia en mí (…) Sobre todo por haberte preparado en mi corazón con tu beneplácito y el mío tan encantadora morada. No he leído u oído que en el templo de Salomón, o en el palacio de Asuero hubiera algo preferible a las delicias que por tu gracia conozco preparaste tú mismo para ti en lo más íntimo de mi ser. Con ellas me concediste a mí indignísima, una fruición contigo como la tiene la reina con el rey” (Legatus II,2,6).

Éxtasis de santa Gertrudis a los pies de Cristo. Paño central del retablo pintado por Claudio Coello (1642-1693)

para el Monasterio de Benedictinas de la Encarnación (antiguo San Plácido) Madrid. Foto: Cistercium.

La imagen de Cristo señalando el corazón de Gertrudis significa también la acreditación de su doctrina y la eficacia de su intercesión. Gertrudis es propuesta así como maestra segura hacia el encuentro con Dios y como canal o puente para obtener favores y gracias de Dios.

“Tu gracia ha enriquecido la pobreza de mis méritos con tal certeza que a todo el que yo prometiere algún beneficio o el perdón de algún pecado confiando en la divina piedad, tu benigno amor se ha comprometido a mantenerlo tan firme según mis palabras, como si verdaderamente lo hubieras jurado con las benditas palabras de tu boca (…) Me diste la certeza de que cualquiera que con humilde y devota intención se encomendase a mis oraciones, alcanzaría todo el fruto que esperaba poder conseguirse por la oración de alguien (…) Tampoco dejaste en segundo lugar el crecimiento de la salvación que me concediste como don especial, para que todo el que con buena voluntad, recta intención y humilde confianza, fuera conmovido por mis palabras para provecho de su alma, nunca se apartará de mí sin haber experimentado edificación o consolación espiritual (…) Por tu desbordante generosidad, Dios benigno, añadiste: si alguno después de mi muerte (…) desea encomendarse a mis oraciones aunque indignas, tú lo escucharás con la misma bondad que escuchas las plegarias de todo el que desea acudir a ti…” (Legatus II,20,4. 5. 6)

El óleo que se reproduce a continuación representa a Gertrudis reposando plácidamente sobre Cristo resucitado, quien señala el corazón de la santa habitado con su presencia, en el contexto de un jardín paradisíaco.

Esta bucólica escena puede bien referirse al siguiente texto, en el que Cristo acredita su presencia permanente en Gertrudis y confirma la santidad de su elegida:

«Cerca de la fiesta de san Bartolomé cayó en tan grandes tinieblas debido a la impaciencia y profunda tristeza, que le pareció haber perdido en gran parte la alegría de la presencia divina (…) Compadecido el bondadoso Señor de su desolación, le mostró un pequeño y estrecho jardín, lleno de variadas y frondosas flores, rodeado de espinas, por el que corría un riachuelo de miel, y le dice: “¿Preferirías a mí este placentero lugar con la belleza de estas flores?”. Responde ella: “De ninguna manera, Señor Dios mío”. El Señor: “¿Por qué desconfías como si no tuvieses la caridad, cuando está seguro de poseerla el que es rico con tantos dones? ¿No confirma la Escritura que la caridad cubre multitud de pecados? Tú no prefieres tu voluntad a la mía, con la que podrías vivir cómoda y honestamente, sin contrariedad alguna, contando con el favor de los hombres y el reconocimiento de santidad”. Entonces ella, rechazando con firmeza toda delectación tanto celeste como terrena, se reclinó sobre el pecho de su Amado con gran fuerza, se pegó a él tan firmemente que le parecía no serían capaces de separarla, ni moverla por un instante de aquel regazo las fuerzas de todas las criaturas, donde gozaba del don que se le había concedido: beber del costado del Señor un sabor vivificante, más desbordante que la suavidad del bálsamo». (Legatus III,4,1).