Inicio » Content » II. DOCTRINA ESPIRITUAL (4 cont.)

Santa Gertrudis rescatando ánimas del purgatorio, óleo sobre tela, Oaxaca, México.

 

por Pierre DOYÈRE, OSB †[1]

 

4. Vida espiritual y mística (continuación)

En la vida de unión de santa Gertrudis[2], la acción del Señor es permanente. Para traducir este impulso sobrenatural, el relato recurre constantemente a las revelaciones. Estas manifestaciones del Señor: locuciones y visiones, son de tipos muy diversos, extendiéndose sobre una gama muy matizada, que va desde el simple procedimiento del lenguaje a la acción divina más expresa. ¿Es necesario detenerse en el análisis, tratar de  definir el carácter de cada manifestación y situar las más objetivas de ellas en el cuadro tripartito, familiar a los teólogos, de visiones corporales, imaginativas e intelectuales? Este sería, tal vez, un excelente ejercicio de escuela, pero Lanspergius señalaba ya su inutilidad: “No se trata –dice en substancia- más que de revelaciones privadas, que no presagian en nada el porvenir, ni dictan regla alguna de conducta. Discernir con precisión su naturaleza, no añadiría nada al beneficio que debe recibir el lector, de páginas que no hacen más que magnificar la bondad y la misericordia de Dios. Demasiada curiosidad de la ciencia, incluso teológica, entraña muchas veces una complacencia del espíritu en una pequeña vanidad intelectual, que lo vuelve menos atento a las gracias místicas, y le priva por ahí de luces más fácilmente recibidas por los simples”.

Retengamos, sobre todo, que el recurso a la revelación, querido por Dios, tiene por finalidad principal y por efecto, resaltar más el carácter objetivo y la acción sobrenatural de la presencia divina que la arrebata, en el progreso de la oración, sobre el esfuerzo personal de reflexión y de atención.

La autora del Libro I[3], en el prólogo general, nos previene que, cuando la santa dice que el Señor se le aparece o le habla, tales manifestaciones responden a la necesidad de ser inteligibles a todos aquéllos a los que se dirigía la revelación, pero que ellas no se separan de “una asidua oración íntima”. Por el contrario, dice, las revelaciones experimentadas no son más que momentos de una experiencia que no se separa de la vida de oración.

Esta vida de oración conoce gracias y favores excepcionales, traducidos de acuerdo a los temas sacados del tesoro común de la mística medieval, y tal vez, de toda la mística: el encuentro con el rostro divino (facies revelata), los estigmas interiores, al herida del corazón, el intercambio de voluntades y de corazones, la intimidad del beso. El verdadero provecho espiritual a extraer de estos relatos, está más allá del conocimiento de estas gracias. Ellas pertenecen a la vocación propia de la santa y sirven de marco a su mensaje; pero, aun admirando su riqueza, sepamos que la atención que se nos pide es la de superarlos, para no atender más que a la pura confidencia: la de las nupcias del alma con Dios. Por otra parte, lo que el epílogo del Libro I (capítulo XVII) nos dice de las disposiciones del alma de la santa hacia el final de su vida, parece bien indicar en su vida mística, una superación de estos mismos dones.

Para la lectura de santa Gertrudis, como para la lectura de todos los grandes místicos, es necesaria una educación que enseña a despegarse de la curiosidad de las manifestaciones sensibles y a discernir con prudencia el mensaje destinado a todos, distinto de las condiciones personales de la revelación.

En cuanto a aquello que alguno ha llamado los fenómenos físicos del misticismo, los escritos gertrudianos son particularmente discretos en su consideración. Los estigmas de los que trata en el Libro II (cap. 4 y 23) no tienen nada de ostensible. Cuando la fuerza del amor tiene su repercusión en el cuerpo, bajo cualquier forma que suponga momentos extáticos, la alusión es fugaz. Sea que esto ocurra en la visión del 27 de enero, en la recitación del Oficio en el coro, o en la oración, basta una palabra para confesar el éxtasis y la caída en algún desfallecimiento (p. ej. L III., 9, 12). Se conocen en la literatura mística maneras mucho menos reservadas de detenerse, a veces aún con complacencia, en estos fenómenos.

Le diabolismo aparece también en las revelaciones, pero muy brevemente. La presencia de Satán no es, sin duda, manifiesta, más que por la acción sobre el pensamiento en la sugestión de vanagloria (L II, 11); pero hay algo más en otras circunstancias, como en el incidente de las uvas (L III, 57). Estamos lejos, por lo tanto de las “diabluras” con las que se ilustran, no solamente las historias de posesos, sino también la vida de muy grandes santos penitentes modernos.

La devoción a la Pasión, a las llagas, al crucifijo, testimonia, en la vida mística de Santa Gertrudis, una constante atención al misterio de la cruz. Ella participa en él por el sufrimiento. Qué sea este sufrimiento, muchos de los pasajes del Heraldo nos lo revelan: la enfermedad, sobre todo, y sus dolores psíquicos, o sus consecuencias morales de soledad, de privación del oficio, el debilitamiento del pensamiento y de la oración. No le faltan pruebas morales causadas, por ejemplo, por el entredicho, por la malevolencia más o menos manifiesta de terceras personas, pero ella no habla de esto más que con gran discreción.

Su actitud ante el sufrimiento es ante todo una aceptación paciente de la voluntad divina. Pero, en definitiva, sea cual fuere la naturaleza y la intensidad de la prueba, esta es ocasión de una mayor intimidad y modo de unión. Sufrir es seguir a Jesús en el camino que El abre con su cruz (L III, 30), es padecer una aflicción semejante a la suya, es, más profundamente, conocer en la fe su dolor y su amor. “Cuando el Señor, que pone sus delicias en frecuentar a los hijos de los hombres, no encuentra en el hombre nada que pueda agradarle bastante, para poder habitar dentro de él, le envía pruebas y sufrimientos, tanto corporales como espirituales, para tener ocasión de permanecer junto a él; puesto que la Escritura infalible ha dicho: ‘El Señor está junto a aquellos cuyo corazón es probado’, y también: ‘Yo estaré con El en la prueba’” (L III, 32). Los estigmas en el corazón, podrían ocultar sufrimientos muy profundos, pero la fe mística no busca analizarlos ni exponer las heridas: la llaga de amor solo pide que uno se detenga en ella. Y la gracia de ser amada parece bien haber ahorrado a la santa monja las grandes pruebas de abandono de Dios, de duda, de trágica sequedad, infringidas a otros místicos. El sueño o la huida del bienamado son raros y conservados también como la gracia de un juego cortés.

Continuará

 


[1] Dom Pierre Doyère, OSB, monje de San Pablo de Wisques, fue el impulsor de la revisión y fijación del texto latino de las obras completas de santa Gertrudis y su principal traductor al francés. Murió el 18 de marzo de 1966, durante la preparación de la edición crítica de los libros I a III del Legatus Divinae Pietatis; dos discípulos suyos continuaron la tarea y la obra fue publicada en 1968 por Sources chrétiennes (Gertrude D’Helfta, Œuvres Spirituelles II, L’Héraut [Livres I-II] SCh N° 139 y Œuvres Spirituelles III, L’Héraut [Livre III] SCh N° 143 – Paris, Les Éditions du Cerf, 1968). La fijación del texto de los libros IV y V del Legatus es obra de Jean-Marie Clément, monje benedictino de Steenbrugge, y la traducción al francés, de las monjas de Wisques. La aparición de la edición crítica del Legatus supuso un punto de inflexión decisivo en los estudios gertrudianos; magna empresa, cuyo mérito debe reconocerse a Dom Pierre Doyére: las líneas marcadas en su estudio introductorio (que aquí publicamos por secciones y traducido al español), han orientado los estudios gertrudianos de los últimos cuarenta años y aún no han sido superadas.

[2] Continuamos la publicación de la Introducción de Pierre Doyère, a la edición crítica latín-francés de las obras de santa Gertrudis. Cfr. «Introduction» a Gertrude D’Helfta, Œuvres Spirituelles II, L’Héraut (Livres I-II,) Sources chrétiennes N° 139 – Paris, Les Éditions du Cerf, 1968, pp. 9-91. Tradujo la Hna. Ana Laura Forastieri, ocso, del Monasterio de la Madre de Cristo, Hinojo, Argentina.

[3] A continuación, “L” designa el Legatus divinae pietatis (“El Heraldo de la misericordia divina”), en número romano se indica el libro y en número arábigo, el capítulo, según la numeración de la edición crítica de Sources chrétiennes (cfr. nota 2).