Inicio » Content » II. DOCTRINA ESPIRITUAL (5)

Santa Gertrudis en inspiración, óleo sobre tela, Iglesia de San Nicolás de Tolentino, Tlaxcala, México.

 

por Pierre DOYÈRE, OSB †[1]

5. La razón de sus escritos

Cuando en diversos pasajes[2], la santa se justifica de revelar sus gracias, invocando las exigencias de su gratitud, la voluntad de Dios y la preocupación por hacer aprovechar de este conocimiento a otras almas más capaces de hacerlas valer, para la mayor gloria de Dios, tal vez se estaría tentado, en primera instancia, de poner estas protestas a cuenta de un procedimiento literario o de una cláusula de humildad, compatible, por otra parte, con un celo de actriz, que le es ya natural. Hay mucho más. Hay la conciencia de una vocación propia de apostolado; hay también, por lo que parece, una posición doctrinal sobre la universalidad del llamado a la vida mística.

Ella tendría, ciertamente, razones para negarse a escribir. La intimidad de la esposa exige el secreto, por instinto espiritual de ese pudor que está incluido en el número de las “affectiones animae[3]; además, el carácter mismo de estas gracias muy altas es el de ser inefables. Estas no son inteligibles, más que por la experiencia. El más hábil no puede más que balbucir, como un escolar deletrea su abecedario (L II,24)[4].

Para que haga la confidencia del secreto, se necesita entonces que el Señor se lo prescriba y que Èl le inspire el tono y la medida. Al leer de cerca y al relacional unos con otros, los pasajes donde ella se explica a este respecto, se ve que le problema de fondo es aquél de la armonía entre Lía y Raquel, entre un apostolado activo y la pura contemplación. Es necesario guardarse de entender la actividad de que aquí se trata, en el sentido de nuestras categorías modernas, oponiendo vida activa, es decir ordenada a las obras de misericordia para con el prójimo, y vida contemplativa, es decir ordenada a la aplicación del alma a Dios en la oración. Desde esta perspectiva, santa Gertrudis pertenece a la vida contemplativa. Es al interior de esta vida, que se pone para ella el problema de la acción. La contemplación, esto es: la atención exclusiva a la oración, fuente de atractivos espirituales más o menos experimentados; la acción: todo aquello que no es esta atención directa a Dios. Bajo el nombre de acción, ella alinea especialmente la actividad literaria, la redacción de escritos espirituales y místicos para la instrucción de otros. Una tal obra no parece que debiera hacer más que poco obstáculo a la contemplación. Sin embargo, la santa monja está en guardia contra lo que esta actividad pueda tener de invasiva: en la vocación contemplativa, la oración en el silencio y la soledad vale más que lo mucho que pueda hacer el relato mismo de esta oración. Pero ella reconoce que su vocación propia comporta un deber, impuesto por el Señor mismo, que la ha querido alzar como una antorcha para iluminar las almas con su ejemplo (Prólogo).

La alternancia entre el reposo de la contemplación y las exigencias de la acción, en el sentido claustral que viene dicho, ha sido reconocida por san Bernardo como una condición querida por el Señor. Es Él quien, unas veces defiende que no se despierte a la esposa de su dulce sueño –sancta quies- y otras veces la constriñe a levantarse para seguirlo. Por esta llamada Él le da también el quererlo, y el ser arrancada de su divino sueño, mas para una actividad en la cual Él no cesa de estar a su lado (in Can. 58).

Una característica de las confidencias de Santa Gertrudis es también que ella se dirige a todas las almas. La vida mística no es, en su pensamiento, a priori, un privilegio de iniciados. Esta vida tiene, es verdad, un cierto carácter excepcional, aún en el interior del claustro, por el misterio de la elección divina, o por la tardanza del libre albedrío, pero no pertenece a las personas imponer sus límites, por una suerte de racismo espiritual. El grupo de almas más fervientes que distinguimos en la vida de Helfta, no constituye un clan, menos aún, una secta. Está más bien en el espíritu de los “amigos de Dios”; este término aparece formalmente en los escritos, pero no designa todavía más que una orientación de celo espiritual, y sería un anacronismo cargarle ya las tendencias que serán las de movimientos que adoptarán ese nombre en el siglo XIV.

Por otro lado, ¿en base a qué sentimiento podría uno creerse más designado que otros por privilegio? La humildad de una santa Gertrudis, por el contrario, se sorprende de que el Señor haya posado su mirada sobre ella, que se sabe la más miserable y la más incapaz de aprovechar tales gracias. Al mismo tiempo, no se sorprende de que se le imponga el deber publicarlas, porque así, los que son más dignos suplirán por su justa respuesta, su propia carencia. Cuando se trata de transmitir este mensaje, la santa es conciente de su impotencia. Toda expresión humana es inadecuada. Se previene al lector para que su atención y su deseo obtengan la gracia de superar la expresión, a fin de alcanzar lo esencial, inexpresable. Y la expresión misma, no puede, entonces, venir más que de la inspiración divina; la santa deja entender bien que renuncia a los procedimientos didácticos, que son suficientes para transmitir el saber humano. Hay un aspecto de triunfo de la docilidad mística, humilde y paciente, sobre las curiosidades intelectuales.

Continuará



[1] Dom Pierre Doyère, OSB, monje de San Pablo de Wisques, fue el impulsor de la revisión y fijación del texto latino de las obras completas de santa Gertrudis y su principal traductor al francés. Murió el 18 de marzo de 1966, durante la preparación de la edición crítica de los libros I a III del Legatus Divinae Pietatis; dos discípulos suyos continuaron la tarea y la obra fue publicada en 1968 por Sources chrétiennes (Gertrude D’Helfta, Œuvres Spirituelles II, L’Héraut [Livres I-II] SCh N° 139 y Œuvres Spirituelles III, L’Héraut [Livre III] SCh N° 143 – Paris, Les Éditions du Cerf, 1968). La fijación del texto de los libros IV y V del Legatus es obra de Jean-Marie Clément, monje benedictino de Steenbrugge, y la traducción al francés, de las monjas de Wisques. La aparición de la edición crítica del Legatus supuso un punto de inflexión decisivo en los estudios gertrudianos; magna empresa, cuyo mérito debe reconocerse a Dom Pierre Doyére: las líneas marcadas en su estudio introductorio (que aquí publicamos por secciones y traducido al español), han orientado los estudios gertrudianos de los últimos cuarenta años y aún no han sido superadas.

[2] Continuamos la publicación de la Introducción de Pierre Doyère, a la edición crítica latín-francés de las obras de santa Gertrudis. Cfr. «Introduction» a Gertrude D’Helfta, Œuvres Spirituelles II, L’Héraut (Livres I-II,) Sources chrétiennes N° 139 – Paris, Les Éditions du Cerf, 1968, pp. 9-91. Tradujo la Hna. Ana Laura Forastieri, ocso, del Monasterio de la Madre de Cristo, Hinojo, Argentina.

[3] Cfr. Pierre Doyére, «Apéndice III: Affectiones animae», en: Gertrude D’Helfta, Œuvres Spirituelles III, L’Héraut (Livre III,) SCh N° 143 – París, Les Éditions du Cerf, 1968. (Será publicado en esta misma página, oportunamente).

[4] L designa el Legatus divinae pietatis (“El Heraldo de la misericordia divina”), en número romano se indica el libro y en número arábigo, el capítulo, según la numeración de la edición crítica de Sources Chrétiennes (cfr. nota 2).