Inicio » Content » SANTA GERTRUDIS: SEMBLANZA

En la visita que hizo el Abad General de la Orden Cisterciense al Capítulo General de La Orden Cisterciense de la Estrecha Observancia, reunido en Asís, Italia, en septiembre del 2011, invitó a solicitar a la Santa Sede la proclamación de santa Gertrudis la Magna como Doctora de la Iglesia. Los Padres y Madres capitulares nombraron al abad de Cister como miembro de la Comisión que se iba a formar con miembros de las tres Órdenes para hacer los estudios convenientes y tramitar ante la Santa Sede la solicitud para declarar a Santa Gertrudis la Magna, Doctora de la Iglesia. La profundidad teológica de sus escritos y la labor magisterial y pastoral que ofreció con generosa disponibilidad a cuantos acudían a ella en su vida y ha quedado consignada en sus obras, la hacen merecedora de ese titulo en la Iglesia. El redescubrimiento, de estos escritos y el conocimiento de esta gran figura femenina del siglo XIII crecen de día en día entre los estudiosos.

Se ha querido ver a Santa Gertrudis la Magna como puente, como personaje bisagra. Por una parte pertenece a la tradición patrística que termina con san Bernardo; por otra, inaugura una nueva era como enlace entre dos mundos:

- el de los Padres,

- el de los grandes místicos occidentales.

Parece prefigurar a Catalina de Siena, Juan de la Cruz, Teresa de Ávila. Margarita María, Teresa de Lisieux o Isabel de la Trinidad… En esta línea escribía el P. Raymond, monje de Getsemaní en Estados Unidos:

«Siempre resulta divertido descubrir lo viejo que es lo nuevo. En nuestro siglo todo el mundo religioso ha sido removido por doctrinas que parecían y sonaban como nuevas. Teresa de Lisieux nos proporcionó la “infancia espiritual”, Elisabeth de la Trinidad el laudem gloriae o “alabanza de gloria”, Benigna Consolata nos ha asombrado con la “divina intimidad” y Dom Lehodey nos ha consolado y confortado con la doctrina del “santo abandono”. Todas estas doctrinas, aparentemente nuevas, se encuentran no en semilla, fijaos bien; no en un tierno brote, sino en una flor completamente abierta, en las cistercienses del siglo XIII, Matilde y Gertrudis la Grande. Y estos brotes se ve que son flores típicamente benedictinas, pues brotan de la vida litúrgica y están profundamente arraigadas en los sacrificios gemelos del Oficio y de la Misa»[1].

Las intuiciones más originales de Gertrudis se enraízan en la línea más tradicional: percepción del misterio en la Escritura y en la Liturgia. Novedad equilibrada por la tradición, fuertemente atractiva, que da una fuerza irresistible a su testimonio, que resume, concentra, interioriza y arranca con una novedad radical. Mirada atrás para seguir avanzando sin perder la continuidad. Gertrudis es un eslabón importante en la espiritualidad de Occidente. Su experiencia mística da al misterio un conocimiento con valor teológico.

 

1. Síntesis biográfica de Gertrudis la Magna

Vamos a fijarnos unos momentos en la figura humana, antropológica, como se dice hoy, de Gertrudis, su persona, para, desde ahí aproximarnos de alguna manera, a lo que ella dejó hacer a Dios en sí misma. Partimos del entorno monástico en el que ella vivió para, seguidamente adentrarnos en ella misma.

Es muy poco lo que sabemos de su vida y su familia. Sus escritos ofrecen algunos datos bastante incompletos pero valiosos. Un dato cierto es la fecha de su nacimiento contado por ella misma: 6 de enero de 1256, “fiesta de Epifanía”[2]. Nada sabemos de sus padres, familia, pueblo o ciudad de nacimiento, linaje. A los 5 años de edad entra en el monasterio de Helfta donde permanecerá probablemente sin salir nunca hasta su muerte a los 45 años el 17 de noviembre de 1301 o 1302[3].

¿Era ya huérfana al entrar en el monasterio? Un texto de los Ejercicios ha dado pie a creerlo[4]. No sabemos si aquí se describe su situación real o es un texto simbólico de su experiencia interior. Este silencio de los documentos es también sorprendente si se tiene en cuenta que en Helfta entraban hijas de la nobleza y se conocen varios apellidos de las mismas. ¿Cuidaron sus hermanas de guardar un respetuoso silencio sobre la procedencia de nuestra mística? Parece que su biógrafa quiere desviar nuestra legítima curiosidad en este sentido proyectándola hacia la experiencia espiritual de Gertrudis, como si Jesús la quisiera exclusivamente para sí despojada de toda relación de parentesco humano[5].

 

a) Matilde de Hackeborn

Gertrudis es recibida en el monasterio por Matilde de Hackeborn, que había nacido el año 1241 en el seno de la noble familia de los Hackeborn, poseedora de grandes extensiones en la Turingia alemana. De esta familia conocemos al menos cuatro hermanos: Gertrudis[6] que llegará pronto a ser abadesa de Rodersdorf y después de Helfta (y que la historiografía hasta tiempos recientes había confundido con nuestra Gertrudis mística y escritora, sosteniendo que esta había sido abadesa del monasterio, dato que hoy está totalmente descartado), Matilde, Alberto y Luis. En 1258 debido a la escasez de agua ayudarían a sus hermanas monjas en el traslado del monasterio a Helfta, lugar más adecuado para la vida monástica.

En 1248 a los 7 años visita Matilde con su madre a su hermana mayor Gertrudis, ya en el monasterio de Rodersdorf. El calor humano y religioso que encontró en la comunidad la cautivó e inventó una estratagema para quedarse ya con su hermana en la vida monástica y no volver con su madre al castillo familiar.

Ambas hermanas heredan de su familia no solo la nobleza del linaje sino también una serie de cualidades naturales y espirituales que pondrían incondicionalmente al servicio de la comunidad y de los valores monásticos.

 

b) Gertrudis de Hackeborn, abadesa

Elegida abadesa Gertrudis a los 19 años en 1251, rige la comunidad durante 41 años hasta su muerte en 1292. Abre para el monasterio un período de prosperidad en todos los órdenes: material, cultural y espiritual. La joven abadesa proyecta hacia las demás lo que ella vive.

Desde su infancia sobresalió por su admirable sabiduría y discreción… Leía la Sagrada Escritura cuanto le era posible con gran atención y admirable gozo, exigía a sus súbditas amar las lecturas sagradas y recitarlas de memoria (ruminatio monástica). Compraba para la comunidad cuántos libros buenos podía o los hacía transcribir por las hermanas en el “escritorio” del monasterio. Promovía con gran empeño el progreso de las jovencitas por el estudio de las artes liberales, pues decía: “Si se descuida el interés por la ciencia, no comprenderán la divina Escritura y caería por tierra la misma vida religiosa”. Por ello obligaba insistentemente a las jóvenes menos instruidas a dedicarse con más empeño al aprendizaje y les proveía de maestras.

El impulso juvenil de la nueva abadesa, mujer intrépida, inteligente, de vasta cultura y profunda vida espiritual, desarrolló en la comunidad una gran actividad artística, cultural y espiritual haciendo funcionar de modo ejemplar la escuela de niñas y el Scriptotium monástico.

Cuidaba con esmero la formación monástica, literaria y espiritual de las monjas, llegándose a considerar el monasterio de Helfta como una pequeña universidad monástico-femenina, donde se llevaba una intensa actividad científica y una profunda vida de unión con Dios. Adquiría para su biblioteca o hacía transcribir en el scriptorium del monasterio, las obras de los Padres de la Iglesia y las mejores obras de los autores de su tiempo. Como fruto de este esfuerzo cultural se creó un grupo de escritoras bien preparadas a quienes desde el anonimato o bajo los nombres de las místicas más representativas que conocemos, a las que debemos gran parte de los escritos de Gertrudis la Magna y Matilde de Hackeborn.

Conocedora, la dinámica abadesa, de las dotes naturales y espirituales de su hermana Matilde, la preparó convenientemente para la tarea que más tarde le iba a confiar: maestra de la escuela de niñas del monasterio y formadora del alma humana, espiritual y monástica de las jóvenes novicias y profesas de Helfta. Bien sabía a quien confiaba tan delicada tarea hacia 1260, con solo 19 años, edad que tenía ella cuando fue elegida abadesa.

En 1261 recibe Matilde en Helfta a la que sería Gertrudis la Magna, ahora de 5 años de edad, y hacia 1270 se une a ellas en el monasterio Matilde de Magdeburgo a los 67 años de edad y una madurez humana, teológica y espiritual profunda, adquirida bajo la guía de los Padres dominicos cuya Orden admira. Cuando esta entra, Matilde de Hackeborn que será su maestra en vida monástica, y su “discípula” en la maduración de las ideas, tiene unos 30 años de edad y lleva 23 en el monasterio; Gertrudis (la Magna) tiene unos 14 años y lleva 9 en Helfta. Las tres escritoras conviven unos 10 a 12 años en el mismo monasterio e intercambian experiencias.

En 1340, unos 40 después de la muerte de Gertrudis la Magna, fue destruido el monasterio, la comunidad se trasladada a Eisleben en 1346 bajo el nombre de Nuevo Helfta. Los luteranos saquean este monasterio, en 1525, extinguiéndose definitivamente la comunidad en 1546[7]. Hace unos años ha sido restaurada la vida monástica en Helfta por monjas de la Orden Cisterciense.

 

2. Vida de Gertrudis la Magna en el monasterio

¿Cómo veían sus hermanas de comunidad a Gertrudis? ¿Cómo se veía ella a sí misma después de la iluminación del encuentro que Jesús resucitado quiso tener con ella a sus 26 años recién cumplidos? Escuchémoslas un momento:

“Niña de cinco años la introdujo (el Señor) en el tálamo de la vida religiosa… Se mostraba encantadora con el candor primaveral de todas las flores, atraía hacia sí los ojos de todos y se hacía querer por todos los corazones. Aunque de pocos años, poseía una madurez de anciana, amable, industriosa, elocuente, tan disponible que todos los que la escuchaban quedaban admirados. En la escuela reveló tan viva perspicacia y agudeza de ingenio que superaba notablemente a las niñas de su edad y a todas sus condiscípulas en sabiduría y conocimientos… Transcurrieron los años de su niñez y adolescencia con corazón limpio y gozoso afán por el estudio y las artes liberales”.

Nos presentan una Gertrudis adornada de grandes cualidades humanas que cultivó con entusiasmo y entrega. No se le resistía nada. Culta, bien preparada, conocedora de la cultura de su tiempo y de modo especial de la literatura llamada del “Amor Cortés”; la rezuman sus escritos en los que encontramos retazos de verdadera maestría incluso literaria.

Pero en plena juventud, a los 25 años, brota en el fondo de su corazón un sentimiento agridulce, cierta insatisfacción; no le falta nada, o mejor parece que en su engranaje interior falta una pieza que podría armonizarlo todo, algo que no sabe aclarar, pero cuya ausencia se hace cada vez más insufrible.

Y apareció lo que faltaba. Gertrudis anota ella misma su edad, 26 años cumplidos hacía 21 días; la fecha, 27 de enero (de 1281); el momento, al retirarse al dormitorio después de completas. Tiene una fuerte experiencia interior de encuentro con Jesucristo resucitado. El relato, escrito por ella misma es una pieza maestra de literatura y de mística:

“¡El abismo de la Sabiduría increada llama al abismo admirable de la Omnipotencia para exaltar la Bondad maravillosa que desborda tu Misericordia y bajar hasta el valle profundo de mi miseria!".

Tenía 26 años cuando aquel jueves para mí felicísimo, anterior de la fiesta de la Purificación de María mi Madre castísima, el lunes 27 de enero (de 1281), hora entrañable después de Completas, al comenzar el crepúsculo, Tú, Verdad y Dios resplandeciente, superior a todas las luces, pero más oculto que el secreto más íntimo, determinaste aligerar la densidad de mis tinieblas y comenzaste a serenar suave y tiernamente aquella turbación que un mes antes habías levantado en mi alma. Con dicha turbación intentabas, a mi parecer, destruir la torre de mi vanidad y curiosidad en la que había crecido mi soberbia que, ¡oh dolor!, llevaba el nombre y hábito de la vida religiosa. Así encontraste el camino para ofrecerme tu salvación.

Entonces, a la hora predicha, al levantar la cabeza en medio del dormitorio, después de saludar a una anciana según costumbre de la Orden, vi a un joven amable y delicado, como de unos diez y seis años, con esa hermosura deseable a mi juventud que atraía mis miradas. Con rostro atrayente y voz dulce me dijo: Pronto vendrá tu salvación. ¿Por qué te consumes de tristeza? ¿No tienes quien te aconseje, que así se ha renovado tu dolor? Mientras hablaba, aunque era consciente de encontrarme corporalmente en el lugar citado, me parecía estar en el coro, donde acostumbro hacer mi tibia oración. Allí oí las siguientes palabras: No temas. Te salvaré, te libraré. Cuando oí esto, vi que su tierna y delicada derecha sostenía la mía como prometiendo ratificar estas palabras, y añadió: Lamiste la tierra con mis enemigos, gustaste miel entre espinas, vuelve a mí y yo te embriagaré con el torrente de mi divino regalo. Al decir esto miré y vi entre él y yo, a saber, a su derecha y mi izquierda un vallado de largura infinita, ni delante ni detrás de mí se veía el final. Parecía estar cubierto en lo más alto con un seto de densas espinas que de ninguna manera me permitía acceso libre hacia el citado joven. En esta situación sentía tal ansiedad y tan ardiente deseo que casi desfallecía.

De repente me tomó él mismo y, sin dificultad me levantó y me colocó junto a sí. Reconocí en aquella mano de la que había recibido tal promesa, las joyas preciosas de aquellas llagas con las que anuló todas las condenas.

Alabo, adoro, bendigo y doy gracias como puedo a tu sabia misericordia y a la misericordia de tu sabiduría con la que tú, Creador y Redentor mío, intentabas sujetar mi cerviz a tu yugo suave y preparabas una medicina adecuada a mi debilidad. Pacificada desde entonces con una alegría espiritual enteramente nueva, me propuse seguir con fortaleza y decisión tras el suave olor de tus perfumes y comprender cuan dulce es tu yugo y ligera tu carga que poco antes me parecía insoportable”.

Desde ese momento concluye ella misma:

“Me propuse seguir con fortaleza y decisión tras el sueva olor de tus perfumes y comprender cuan dulce es tu yugo y ligera tu carga que poco antes me parecía insoportable”.

El joven que ha salido al encuentro de Gertrudis es Jesucristo resucitado, que toma al ser humano como es y en la situación en que se encuentra, para transformarlo en lo que el quiere hacer de él si le acoge y corresponde

Sus hermanas de comunidad notan que algo importante ha pasado a Gertrudis. Lo describen así:

“Reconoció ella que había vivido lejos de Dios… Mientras se entregaba con desmedido afán a los estudios liberales, había descuidado hasta ese momento aplicar la agudeza de su ingenio a la luz del conocimiento espiritual. Disfrutaba con verdadera avidez de los estudios de la sabiduría humana y se privaba del suavísimo gusto de la verdadera sabiduría”.

Tras el encuentro con Jesús resucitado como un joven que le robó el corazón, “le parecieron viles todas las cosas exteriores (…), porque Dios la introdujo (…) a la contemplación de sí mismo”. Se dio cuenta de la dispersión que llevaba dentro. Quizá subyace aquí el relato de san Gregorio sobre san Benito: al contemplar al Creador parece insignificante toda criatura.

Todas las decisiones importantes de la vida: la conversión, el Seguimiento de Jesús, el sentido comunitario de la fe, su compromiso, la vocación, son decisiones personales, y suceden a niveles muy profundos. Los grupos ayudan muchísimo. Pero hay aspectos de la persona, que por muy maduros que sean los grupos, incluso las comunidades, no salen suficientemente en el grupo, en comunidad. Hoy lo educativo tiene mucho que ver con la recomposición de lo profundo del mundo afectivo, porque lo que educa es lo que llega a ese núcleo profundo de la afectividad de la persona, donde somos queridos y queremos, donde se deciden las cuestiones importantes de la vida desde algo que nos alcanza, que nos toca, que nos agarra, que nos seduce. Y esto tiene que ver también mucho con la experiencia de oración, con la experiencia de la fe, con la experiencia vocacional. La experiencia de Gertrudis parece ratificarlo: Vuelve al corazón del que estabas ausente, ve qué pasa por dentro.

Muchas cosas, pero las que realmente influyen son muy pocas. Para recomponer al ser humano, también monástico, religioso, hay que trabajar lo profundo de la persona, “la urdimbre de la persona”. Trabajar desde la antropología teológica, desde la antropología cristiana. Por eso he presentado en primer lugar una Gertrudis humana. Ante esa multiplicidad dispersante hoy se quiere reconstruir la unicidad del yo, la unicidad del ser. Dar un salto cualitativo en la maduración de la fe. Cuando se da ese salto cualitativo, la fe deja de ser una parte más de la vida y pasa a ser el centro que unifica, que da sentido a la vida entera. Todo trata de vivirse desde la fe. Entonces las personas se implican, están de corazón, se siente, ya no se habla de mínimos, todo parece poco, se actúa desde la coherencia en medio de limitaciones, de pecados, de retrocesos (que siguen existiendo porque somos así). Pero hay algo que no se daba antes. Antes había que negociarlo todo un poco, había que racionalizarlo, se hablaba de mínimos, se está a ratos, se aparece y se desaparece, se está pero no se está, hay altibajos,… falta como ese tono global. En cambio, cuando se da el salto cualitativo de la fe, de la vocación, la persona tiene la impresión de que más que coger ella la fe, a Jesucristo, al evangelio, a la Iglesia, a la vida monástica; ella es cogida por Jesucristo, por la fe, por la Iglesia, por el monasterio, por los hermanos, por…

Cuando Gertrudis recibió como don, como regalo especialísimo esa plenitud de Dios, del Cristo joven resucitado, le pareció nada toda filosofía humana, ¡de la que ella sabía bastante!, para fundirse y ser una con Cristo, corazón a corazón.

No he hecho más que resumir la experiencia humano-espiritual de Gertrudis y de las fuentes cistercienses en las que bebió. En aquellos fuertes y enamorados encuentros de Gertrudis con Jesús-eucaristía sintió también una voz interior fuere: ¿Dónde están tus hermanas? Gertrudis describe muchas veces su experiencia espiritual interior tomando como fondo la unión íntima que se da en la comunión eucarística. Unión así, total, directa, al desnudo. Es la unión que quiere Jesús en la eucaristía: íntima sí, pero solidaria, comprometida. El fruto del encuentro eucarístico con Jesús se verá en la calle, en los claustros, en la vida.

 

3. Escritos de Gertrudis

Santa Gertrudis escribió bastante según las redactoras del libro primero del Heraldo del amor divino:

- Resúmenes fáciles de la Escritura para ayudar a otros menos dotados:

“Cuando encontraba en las sagradas Escrituras algo de provecho, pero difícil de entender para mentes menos dotadas, lo traducía del latín en un estilo sencillo a fin de servir de utilidad a los lectores. De este modo dedicaba todo su tiempo desde la mañana hasta el atardecer a resumir los textos más extensos y esclarecer los más difíciles con el deseo de promover la gloria de Dios y la salvación de los prójimos”[8].

- Resúmenes de escritos de los santos y otros para aclarar textos bíblicos:

“Lo que espíritus menos dotados veían oscuro, ella se lo explicaba con toda claridad y lucidez… Recopiló y escribió muchos libros llenos de suavidad y sentencias de los santos para utilidad común de todos los que deseen leerlos. También compuso muchas oraciones más dulces que el panal de miel”[9] y otros muchos escritos edificantes sobre ejercicios espirituales, en estilo correcto,… intercalados todos con dulces palabras de la Sagrada Escritura.

- Se preocupaba de atender a los que sufrían, de palabra y por escrito. Parece que escribió bastantes cartas, aunque hasta hoy no se han encontrado:

“Brotaba en ella un afecto tan grande de caridad compasiva que cuando veía a alguien preocupado por la tristeza u oía que alguna persona lejana sufría, procuraba levantar su ánimo de palabra o por escrito”[10].

- Copista en el scriptorium de Helfta sobre obras exegéticas, teológicas, espirituales y otros apuntes, fruto de su interiorización y de lecturas de la Biblia, los Padres y escritos de los santos.

“Era constante en recoger y escribir todo lo que creía que en algún momento pudiera ser útil a alguien. Lo hacía con recta intención para gloria de Dios, sin esperar nunca reconocimiento de nadie, solo deseaba la salvación de las almas. Por ello a aquellos de los que esperaba mayor provecho les entregaba con mayor gozo cuanto escribía, y quienes sabía que conocían menos la Sagrada Escritura les ofrecía con mayor generosidad cuanto les pudiera ser útil, a fin de poder ganar a todos para Cristo”[11].

Casi todo esto se ha perdido. Solo han llegado hasta nosotros

-El Heraldo del amor divino (en 5 libros, solo el 2º escrito por Gertrudis en persona). Próxima publicación en la Biblioteca Cisterciense.

-Los Ejercicios (BC n. 12)

-El libro de la gracia especial (sobre Matilde de Hackeborn, cuya redacción se atribuye a Gertrudis, con la colaboración de alguna otra hermana anónima). (BC n. 23).

Que estas notas contribuyan al conocimiento, estima y estudio de las obras de santa Gertrudis la Magna, escritora medieval, pero con un mensaje de gran actualidad, en un ambiente cultural y religioso de gran movilidad, con bastantes características similares a las de su época, salvando la distancia del tiempo.

Daniel Gutiérrez Vesga

Monasterio de La Oliva (Navarra)

Monasterio de San Clemente (Sevilla)

Noviembre, 2011.

 



[1] Raymond, M., Estas mujeres anduvieron con Dios, 1958. p. 368. Citado también en Matilde de Hackeborn, Libro de la gracia especial. Biblioteca Cisterciense, n. 23, pp. 13-14.

[2] Heraldo del amor divino (en adelante Heraldo), II, 23,5, Está en preparación la traducción del Heraldo para próxima publicación en la biblioteca cisterciense.

[3] “Me elegiste desde la infancia, a saber, desde los cinco años, para reposar contigo entre tus fervorosos amigos, en la mesa de la santa religión”. Heraldo II, 23, 1. “A los cinco años -escriben sus hermanas del monasterio- (Dios) la arrancó de los trabajos del mundo y la escondió en el tálamo de la vida religiosa”. Heraldo, I, 1, 1-2, pp. 9-10; cf. II, 20,7, 1º, p. 79.

[4] Soy una huérfana sin madre, soy pobre e indigente. Fuera de Jesús no hallo ningún consuelo. Gertrudis de Helfta, Ejercicio III. Los Ejercicios. Biblioteca Cisterciense, n. 12, p. 28.

[5] “Yo la he apartado de todos sus parientes para que nadie la amase por el parentesco, sino que yo sea la causa del amor que le profesan sus amigos. Heraldo I, 16, 5. p. 43.

[6] Gertrudis de Hackeborn (algunas fechas son solo aproximadas) nace hacia 1232; ingresa en Rodersdorf hacia 1246/47 con 13 o 14 años; en 1248 se le junta en el monasterio su hermana Matilde con 7 años (Gertrudis tiene 16/17); en 1251 es elegida abadesa a los 19 años; entre 1260/61 nombraría a su hermana Matilde con 18 o 19 años, maestra de novicias, junioras y de la escuela de niñas. Ésta recibiría en 1261 a Gertrudis, la futura escritora, con 5 años de edad. Gertrudis abadesa muere en 1292 a los 60 años.

[7] DOYÈRE, P., Gertrude d’Helfta. Oeuvres spirituelles, t. II, p. 13. SC n. 139.

[8] Heraldo. L. I, 7.

[9] Cf. Sal 18[19], 11b.

[10] L. I, 8.

[11] Heraldo L. I, 4.