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 3. Reglas monásticas latinas anteriores a la Regla de san Benito

IX. La Regla del Maestro (continuación)

Capítulo 1: Los géneros de monjes: su modo de beber, sus acciones y su vida en los cenobios (conclusión)

 
79Por tanto, estimado mucho la primera clase, la de los cenobitas, cuya milicia y probación es la voluntad de Dios, volvamos a la regla de ellos.
 
76Hermanos, el Señor nos grita cada día diciendo: Conviértanse a mí, y yo me convertiré a ustedes (Za 1,3). 77Por ende, nuestra conversión hacia Dios, hermanos, no es otra cosa sino nuestro alejamiento del mal, como dice la Escritura: Apártate del mal y haz el bien (Sal 33 [34],15). 78Cuando nos apartamos de tales males, miramos al Señor, 79y Él de inmediato nos ilumina con su rostro (Sal 66 [67],2), dándonos su ayuda, concede en seguida su gracia a quienes la piden, la muestra a quienes la buscan, la abre a quienes golpean (cf. Mt 7,7; Lc 11,9). 80Estos tres dones los concede juntos el Señor a quienes hacen la voluntad de Dios, no la suya (propia), porque una cosa (es) lo que el Señor nos manda en el espíritu, y otra lo que la carne nos obliga en el alma, 81y cada uno es siervo del que lo ha vencido (2 P 2,19).
 
82Ahora bien, el Señor ha constituido en su Iglesia, conforme al nombre de la Trinidad, tres grados de enseñanza: primero el de los profetas, segundo el de los apóstoles, tercero el de los doctores (1 Co 12,28; cf. Ef 4,11), 83a fin de regir bajo su mandato y doctrina las iglesias y las escuelas de Cristo, 84como los pastores encierran las ovejas divinas en los santos rediles, según dice el Señor por el profetas Isaías: Les daré pastores conforme a mi corazón, y las harán pastar con disciplina (Jr 3,15), 85y el mismo Señor le dice a Pedro: Simón, (hijo) de Juan, apacienta a mis ovejas (Jn 21,17), 86enseñándoles a cumplir lo que les mandé. Y he aquí que estaré con ustedes todos los días hasta la consumación del mundo (Mt 28,20).
 
87Y por eso a todos los que todavía tienen a la insensatez[1] por madre les conviene estar bajo la autoridad de un superior, para que caminando según el arbitrio de un doctor, aprendan a ignorar el camino de la voluntad propia. 88En efecto, por el doctor el Señor nos manda, porque, como se ha dicho más arriba, Él está siempre con esos doctores, todos los días hasta la consumación del mundo (Mt 28,20), 89no (teniendo), sin duda, otro fin sino edificarnos por medio de ellos, como el mismo Señor dijo a sus discípulos, nuestros doctores: Al que ustedes oye, a mí me oye; y el que los desprecia, me desprecia a mí (Lc 10,16). 90Por tanto, si escuchamos y hacemos lo que (dicen) los doctores, ya no hacemos lo que queremos, 91de modo que el día del juicio nada haya en nosotros que el diablo pueda reivindicar para llevarlo con él a la gehena, 92porque el Señor siempre habrá realizado en nosotros (acciones) que (Él) debió juzgar (dignas) de la gloria.
 
 


[1] Insipientia.