Inicio » Content » TEXTOS PARA LA VIDA MONÁSTICA CRISTIANA (72)

3. Reglas monásticas latinas anteriores a la Regla de san Benito

IX. La Regla del Maestro (continuación)

Capítulo 83: Pregunta de los discípulos: ¿Cómo se deben recibir los sacerdotes en el monasterio? El Señor responde por el Maestro:

1Los sacerdotes en el monasterio estarán en el lugar de los huéspedes[1], 2sobre todo porque su primado y honor se limita y se ejercita en las iglesias. 3Si por amor a Dios, o a causa de la disciplina, o por las normas de la vida santa, eligieran vivir en el monasterio, 4serán, sin embargo, llamados “padres del monasterio”, en sentido puramente nominal, 5y en el monasterio no tendrán ninguna otra potestad[2], que la de pronunciar la colecta de las oraciones[3], concluirlas y bendecir. 6Pero para lo demás, nada presuman y no tendrán ningún poder, ni reivindicarán nada de lo que se refiere a la organización, el gobierno y la administración divinas, 7sino que será el abad del monasterio, establecido por la regla sobre todo el rebaño, el que se adjudicará y conservará toda clase de autoridad y poder de gobierno sobre el monasterio. 8Pero si hemos establecido que se les llame “padres del monasterio” solamente en sentido nominal[4], (es) por motivo de su consagración sacerdotal, 9y para que no se apoyen en su dignidad para excluir a los abades de las responsabilidades y del gobierno del monasterio, con el pretexto (de que son) laicos[5].

10Pero si estos sacerdotes además eligen el compartir diariamente la comida, el vestido y el calzado del monasterio, 11deberán trabajar en común con los hermanos según el precepto del Apóstol; 12el abad no les obligará excesivamente de una manera autoritaria, sino que les amonestará respetuosamente. 13Pero, si son espirituales, serán ellos mismos quienes se obliguen a lo que otros les puedan exigir[6], 14acordándose siempre del santo apóstol Pablo, que se mostraba a si mismo como ejemplo y decía: “No comimos gratuitamente su pan” (2 Ts 3,8). 15Y también dice: “Trabajamos con nuestras manos para no ser una carga para alguno de ustedes” (2 Ts 3,8; 1 Co 4,12). 16Y asimismo él mismo dice: “El que no trabaje, que no coma” (2 Ts 3,10).

17Por tanto, si permaneciesen mucho tiempo ociosos, y no quisieran ganarse el sustento[7] con el trabajo de sus manos, 18el abad les intimará con reverencia en presencia de muchos testigos religiosos, (y ellos) regresarán a (sus) iglesias. 19Pero si no quisieran irse pacíficamente, lo que Dios no permita, sino más bien con escándalo, 20se los retendrá y se les quitarán los objetos del monasterio, aunque sin injuria grave, (y) se los pondrá fuera cerrando la puerta[8], 21porque deben ellos mismos hacer con más ampliamente lo que predican a otros: 22es un precepto universal de Dios que a los ociosos se les ha de negar el pan de los que trabajan.

 

Capítulo 84: Quienes han de comer con el abad

1A la mesa del abad se sentarán los ancianos, los forasteros[9] de visita 2y los hermanos que saben de memoria el salterio[10], por turno, según la voluntad del abad, 3excepto los prepósitos, a quienes se les prescribe estar presentes en sus mesas con su decanía, para custodiar la causa de Dios, es decir, el silencio y la gravedad en los que les han sido confiados. 4Si, en efecto, hemos dicho que ambos estén presentes en la mesa de su decanía, (es) para custodiar de todo vicio, turnándose con solicitud[11], a los diez hermanos que se les han confiado.

 

Capítulo 85: Pregunta de los discípulos: ¿Cómo y a cuánto se deben vender los objetos de artesanía fabricados en el monasterio? El Señor responde por el Maestro:

1Cuando un taller cualesquiera[12] (tuviera) en excedente[13] un objeto fabricado que no (sirva) para las necesidades del monasterio o abundara en eulogias para enviar, 2tendrán que informarse del precio al que lo pueden vender los seglares, para venderlo siempre por una suma inferior y a un precio menor[14]; 3para que se conozca que los espirituales, en este terreno, se distancian de los seglares por sus acciones; 4no sea que, por causa del negocio, que es enemigo del alma, busquen el lucro por encima de la justicia; 5(y) para que también consientan recibir, por filantropía[15], un precio inferior a lo justo[16]. 6Para que así no crean que trabajan por espíritu de lucro y de avaricia, 7sino porque una mano, que dignamente puede sustentarse, no puede permanecer ociosa y pasar las horas del día (destinadas) al trabajo sin hacer nada. 8Pero, una vez recibido el importe, esos mismos artesanos han de entregarlo fielmente al abad. 9Esta disminución de precio, ha de estar fijada a los artesanos por una estimación del abad, 10para que también sepan cuál (es) el importe, a fin de responder a los compradores, 11y para que no puedan hacer fraude sobre el precio recibido, sabiendo ya el abad cuál es la cantidad.

 

Capítulo 86: Sobre las propiedades del monasterio:

1Las propiedades del monasterio deben estar arrendadas, 2para que todo el trabajo de los campos, el cuidado de las propiedades, las protestas de los inquilinos y las disputas con los vecinos, recaigan sobre un arrendatario seglar, 3que no sabe ocuparse sólo del alma, sino que dedica todo la solicitud de la vida presente al amor de este mundo. 4Y pensando solamente en esta vida, aman así las cosas presentes y piensan que permanecerán durante mucho tiempo en esta luz de aquí abajo, 5y obran de tal modo, que amando las cosas presentes, no desean, ni conocen las cosas futuras. 6Y mientras gozan momentáneamente de las cosas pasajeras, no desean una vida perenne, ni temen una pena perpetua, 7cuando esos amados impedimentos del siglo les hacen miserables cada día, saliendo de esta vida, a pesar suyo, no llevando consigo sino (sus) pecados[17].

8Por el contrario, los espirituales por su conversión, “no se implican en los negocios seculares, sino que tratan de agradar a Aquel que los enroló[18]” (2 Tm 2,4). 9Y pensando no en las cosas que, después su muerte, permanecen en el mundo, sino en su alma, la única que sobrepasará la muerte con la responsabilidad de sus actos, 10eligen pensar en esto porque les conviene más; 11porque estos bienes, una vez que nos hemos ido de este mundo, permanecen en el siglo y no pueden seguir a nuestra alma después de la muerte, 12(y) no debemos, por dignidad, dejar que ocupen nuestros pensamientos mientras vivimos, 13sino que deseando siempre las cosas de arriba y poniendo toda nuestra esperanza en el futuro, mostraremos que esperamos una vida feliz, que todavía no (estamos) disfrutando.

14Por tanto, es necesario que los bienes del monasterio estén arrendados, para que un operario del siglo, se ocupe de los cosas mundanas; 15pero nosotros, a quienes el sacerdote nos grita: “Levantemos el corazón”, y a quien le contestamos prometiendo: “Lo tenemos levantado hacia el Señor”[19], 16necesitamos no distraernos[20] con pensamientos terrenales[21]. 17Y así también el mismo el Señor nos lo grita en el Evangelio diciendo: “El que no abandona todo lo que posee, no puede ser mi discípulo” (Lc 14,33; cf. 18,29).

18Pero puesto que sin alimentos no puede subsistir la vida de nuestro cuerpo, 19y sobre todo, (pensando) en la comunidad que tal vez sea numerosa, y en preparar todo lo necesario para cuando lleguen los peregrinos, 20y como no queremos ser mezquinos con quienes nos piden limosna, 21por eso nos parece que no podemos abandonar las posesiones del siglo, 22sino que creemos justo conservar las posesiones del monasterio para beneficio de los operarios de Dios.

23De ahí que, si su cuidado y solicitud nos agobian, aunque beneficien al cuerpo, se convertirán en un impedimento para el alma. 24Por tanto, es mejor poseerlas bajo la custodia de otro, y recibir con seguridad las rentas anuales, pensando sólo en nuestra alma. 25Por tanto, si queremos explotarlas por medio del cuidado de los hermanos espirituales, les impondremos un trabajo grave, perdiendo (ellos) la costumbre de ayunar. 26Y no cuando las fuerzas (estén debilitadas) por el ayuno, se debe tratar la cuestión si el hombre ha de trabajar más para su vientre que para su alma y para Dios. 27Por lo cual, en lo que concierne al trabajo en el monasterio, será suficiente sólo con los talleres y la huerta.

 


[1] Peregrinorum.

[2] Nihil aliud liceat.

[3] Orationes colligere.

[4] Honoris nomine.

[5] Utpote laicos.

[6] Cf. Ga 6,1.

[7] Quaerere victum.

[8] Clausa regia excludantur.

[9] Extranei.

[10] Fratres psalterati.

[11] Vicaria sollicitudine.

[12] Unaquaeque ars.

[13] Supervacuum.

[14] Cf. Vitae Patrum 5,6,11; Evagrio Póntico, Sobre las bases de la vida monástica 8; PG 40,1260D; Jerónimo, Epístola 22,34.

[15] Humanitate.

[16] Lit.: “al de la justicia misma” (ab ipsa iustitia).

[17] Vissio Pauli 10 y 40; Passio Sebastiani 11.

[18] Probarunt.

[19] Cf. Sacramentarium Gelasianum III,17,1242.

[20] Migremus.

[21] Vv. 15-16: cf. Cipriano de Cartago, Sobre la oración del Señor 31; Agustín de Hipona, Sermón Denis 6,3.