Inicio » Content » TEXTOS PARA LA VIDA MONÁSTICA CRISTIANA (93)

LOS APOTEGMAS DE LAS MADRES Y LOS PADRES DEL DESIERTO (continuación)

Letra Iota

 

ABBA JUAN COLOBOS (o el Enano)[1]

1. Se refería de abba Juan Colobos que, habiéndose retirado junto a un anciano tebeo en Escete, permaneció en el desierto. Tomó su abba un leño seco, lo plantó y le dijo: “Échale diariamente una botella de agua, hasta que dé fruto”. El agua se encontraba a mucha distancia, de modo que debía ir por la tarde y regresar por la mañana. Después de tres años, revivió y dio fruto, y tomando el anciano el fruto, lo llevó a la iglesia y dijo a los hermanos: “Tomen, coman el fruto de la obediencia”.

2. Contaban de abba Juan Colobos que una vez dijo a su hermano mayor: “Quiero vivir sin preocupación alguna, como los ángeles que no tienen preocupación y no trabajan, sino que dan culto a Dios ininterrumpidamente”. Quitándose el manto, partió al desierto. Después de una semana regresó adonde estaba su hermano. Cuando llamó a la puerta, su hermano lo reconoció antes de abrirle, y le dijo: “¿Quién eres tú?”. Respondió: “Soy Juan, tu hermano”. Pero él dijo: “Juan se ha convertido en ángel, y no está ya entre los hombres”. “Pero él rogaba, diciendo: “Soy yo”. Pero no le abrió, sino que lo dejó padeciendo hasta la mañana. Al fin le abrió y le dijo: “Eres hombre, y tienes necesidad de trabajar para alimentarte”. Hizo una metanía, diciendo: “Perdóname”.

3. Dijo abba Juan Colobos: “Si el emperador quisiera apoderarse de una ciudad enemiga, se apoderaría primeramente del agua y del alimento, y de este modo, los enemigos, pereciendo por el hambre, se someterían a él. Lo mismo ocurre con las pasiones de la carne: si el hombre vive en el ayuno y el hambre, se debilitarán los enemigos de su alma”.

4. Dijo también: “El que está saciado y habla con un niño, ya pecó con él en pensamiento”.

5. Dijo también: “Iba una vez por el camino de Escete trenzando una cuerda, y encontré un camellero que hablaba y me movía a la ira; entonces, dejando mis utensilios, huí”.

6. «Otra vez, en el verano, oí que un hermano hablaba con ira a su hermano, diciendo: “Así que también tú”. Y, abandonando la cosecha, huí».

7. Unos ancianos se recreaban en Escete, comiendo juntos, y se encontraba con ellos abba Juan. Se levantó un presbítero venerable para dar de beber, pero ninguno quiso recibirlo de él, más que Juan Colobos. Se asombraron y le dijeron: “¿Cómo tú, que eres el más pequeño de todos, aceptas ser servido por el presbítero?”. Y les respondió: “Cuando yo me levanto para servir la bebida me alegra que todos tomen, para poder recibir yo el premio. Por eso lo acepté, para que él reciba el premio, y no se entristezca porque nadie recibió de él”. Y se admiraron de lo que había dicho y sacaron provecho de su discreción.

8. Estaba un día sentado frente a la iglesia, y los hermanos lo rodeaban e interrogaban acerca de sus pensamientos. Lo vio un anciano, atacado por la envidia, y le dijo: “Tu jarro, Juan, está lleno de veneno”. Respondió abba Juan: “Así es, abba, y esto dices mirando solamente el exterior. Si vieras lo que hay adentro, ¿qué dirías?”.

9. Decían los padres que estaban una vez los hermanos comiendo en un ágape, y rió uno de los hermanos que estaban en la mesa. Lo miró abba Juan y lloró, diciendo: “¿Qué lleva este hermano en el corazón para reír, si debería llorar más bien, porque come el ágape?”.

10. Vinieron una vez unos hermanos para tentarlo. El no dejaba vagar su pensamiento ni hablaba de cosa alguna de este mundo. Le dijeron: “Gracias a Dios que ha llovido mucho este año, y se regaron las palmeras y echan hojas, y los hermanos encuentran trabajo para sus manos”. Abba Juan les dijo: “Así es el Espíritu Santo: cuando desciende en los corazones de los hombres, se renuevan éstos y echan brotes en el temor de Dios”.

11. Decían de él que tejió una cuerda para fabricar dos esteras, pero que la empleó toda en una sola y no se dio cuenta hasta que llegó a la pared. Estaba su pensamiento entregado a la contemplación.

12. Dijo abba Juan: “Soy como un hombre sentado bajo un gran árbol, y que ve venir contra él muchas rieras y serpientes, y como no les puede resistir, sube al árbol y se salva. Del mismo modo, sentado en mi celda, veo los fieros pensamientos que vienen contra mí, y que no he de poder con ellos; huyo por la oración adonde está Dios, y me libro del enemigo”.

13. Dijo abba Pastor acerca de abba Juan Colobos, que había clamado a Dios, y Dios retiró de él las pasiones y se volvió impasible. Fue entonces y dijo a un anciano: “Me veo tranquilo y sin lucha”. Le dijo el anciano: “Ve, y ruega a Dios que llegue a ti la lucha, y tengas el combate que tenías antes y también la humillación. Porque el alma aprovecha en los combates”. Rogó y vino la lucha, y no volvió a pedir que se la quitara, sino que decía: “Dame, Señor, paciencia en los combates”.

14. Dijo abba Juan: «Un anciano tuvo esta visión: Estaban tres monjes a orillas del mar, y una voz los llamó desde la otra orilla que decía: “Tomen alas de fuego y vengan a mí”. Dos de ellos las tomaron y volaron hasta la otra orilla, pero el tercero se quedó, y lloraba mucho y se lamentaba. Al fin, también a él se le dieron alas, pero no eran de fuego, sino débiles e impotentes, de modo que, cayendo y emergiendo del agua, con gran trabajo y aflicción, llegó a la orilla. Así es la generación presente, que, si recibe alas, no son de fuego, sino que consigue apenas unas débiles e impotentes».

15. Un hermano preguntó a abba Juan: “¿Cómo es que mi alma herida no se avergüenza de hablar contra el prójimo?”. Le dijo el anciano una parábola acerca de la maledicencia: «Había un hombre pobre que estaba casado, Vio otra mujer muy hermosa, y la tomó también a ella. Ambas estaban desnudas. Se celebraba en cierto lugar una fiesta y le pidieron: “Llévanos contigo”. Tomó a las dos y las puso en un tonel, subieron a una nave y llegaron hasta el lugar. Llegó la hora del calor y, mientras los hombres descansaban, una de las mujeres miró y, al no ver a nadie, fue adonde había un montón de basura, tomó unos trapos viejos y se hizo una falda, y de esta manera andaba confiada. La otra, que estaba sentada desnuda dentro (del tonel), dijo: “Mira a esa prostituta, que no se avergüenza de caminar desnuda”. Se afligió el marido y le dijo: “¡Es admirable! al menos ella cubrió sus partes deshonestas, pero tu estás enteramente desnuda. ¿No te avergüenzas de hablar así?”. Así es la detracción».

16. El anciano dijo también al hermano, acerca del alma que quiere hacer penitencia: «Había en cierta ciudad una hermosa meretriz que tenía muchos amantes. Fue uno de los hombres principales y le dijo: “Prométeme que vivirás castamente, y te tomaré por mujer”. Ella se lo prometió. Él se casó con ella y la llevó a su casa. Sus amantes la buscaban, diciendo: “Ese hombre principal la tomó en su casa. Si nosotros vamos a su casa y se llega a enterar, nos condenará. Pero vayamos cerca de su casa, y silbemos, y ella, al conocer el silbido, bajará adonde estamos nosotros y seremos inocentes”. Pero al oír el silbido, se tapó ella los oídos y fue a una habitación interior, y cerró las puertas». Dijo el anciano que la meretriz es el alma, sus amantes son las pasiones y los hombres; el hombre principal es Cristo; la habitación interior es la morada eterna; los que silban son los malos demonios, pero el alma huye siempre adonde está el Señor.

17. Subía una vez abba Juan desde Escete con otros hermanos, y se perdió su guía. Dijeron los hermanos a abba Juan: “El hermano ha errado el camino, ¿qué haremos, abba, para no perdernos y morir?”. Dijo el anciano: «Si se lo decimos, se entristecerá y avergonzará. Haré como que estoy enfermo, y diré: “No puedo marchar, me quedaré aquí hasta que amanezca”». Así lo hizo, y los demás dijeron: “Tampoco nosotros iremos, sino que nos quedaremos contigo”. Y permanecieron allí sentados hasta el alba y no escandalizaron al hermano.

18. Había un anciano en Escete, esforzado en los trabajos corporales, pero que no era discreto en las cosas del espíritu. Fue adonde estaba abba Juan, y le preguntó acerca del olvido. Después de oír su palabra, regresó a su celda, y olvidó lo que abba Juan le había dicho. Fue de nuevo a preguntárselo. Oyó de él una palabra semejante, Y se retiró. Pero cuando llegó a su celda, la había olvidado de nuevo, y de esta manera iba frecuentemente, pero cuando regresaba lo dominaba el olvido. Después de esto, encontró al anciano y le dijo: “Sabes, abba, he olvidado cuanto me dijiste, pero por no molestarte, no he ido más”. Le dijo abba Juan: “Ve, enciende una lámpara”. Cuando la hubo encendido le dijo: “Trae otras lámparas y enciéndelas con esta”. Hizo también esto. Y dijo abba Juan al anciano: “¿Acaso faltó algo a la lámpara porque de ella encendiste a las demás?”. Respondió: ‘No’. Dijo el anciano: “De la misma manera, tampoco Juan (disminuye). Aunque todo Escete viniera a mí, no me alejaría de la gracia de Cristo. Cuando quieras venir, ven y no caviles”. Por la paciencia de ambos quitó Dios el olvido del anciano. Esta era la obra de los escetiotas: dar coraje a los que eran atacados, y hacerse violencia para adquirir una buena ganancia los unos para los otros.

19. Un hermano interrogó a abba Juan, diciendo: “¿Qué haré? A menudo viene un hermano para llevarme a trabajar, pero yo soy enfermo y débil, y me fatigo con el esfuerzo. ¿Qué debo hacer con la orden?”. Le respondió el anciano: «Dijo Caleb a Josué, hijo de Nun: “Tenía cuarenta años cuando Moisés, el servidor de Dios, me mandó desde el desierto a esta tierra contigo. Tengo ahora ochenta y cinco años; como entonces, puedo ahora entrar y salir en guerra” (Jos 14,7-11). También tú, si puedes salir al combate y puedes entrar, ve, pero si no puedes obrar de esa manera, sentado en tu celda llora tus pecados, v cuando te encuentren llorando, no te obligarán a salir».

20. Dijo abba Juan: “¿Quién vendió a José?”. Un hermano respondió: “Sus hermanos” (Gn 37,36). Le dijo el anciano: «No, fue su humildad la que lo vendió. Podía haber dicho: “Soy hermano de ellos, y contradecir”. Pero calló, y por eso lo vendió la humildad. Fue la humildad también la que lo constituyó gobernador en Egipto (Gn 41,41)».

21. Dijo abba Juan: “Dejando el peso liviano (Mt 11,30), es decir, acusarnos a nosotros mismos, hemos tomado el pesado, que es justificarnos”.

22. Dijo el mismo: “La humildad y el temor de Dios están por encima de las demás virtudes”.

23. Estaba el mismo sentado una vez en la iglesia, y suspiró, sin saber que había alguien cerca suyo. Cuando lo advirtió, hizo una metanía, diciendo: “Perdóname, abba, no he recibido todavía la enseñanza”.

24. Dijo el mismo a su discípulo: “Si honramos a uno, todos nos honrarán, pero si despreciamos a uno, es decir a Dios, todos nos despreciarán, e iremos a la perdición”.

25. Decían acerca de abba Juan que fue una vez a la iglesia de Escete, y al oír las disputas de los hermanos volvió a su celda. Antes de entrar, la rodeó tres veces. Los hermanos que lo vieron, no sabían por qué había hecho esto, y fueron a preguntárselo. Él les dijo: “Mis oídos estaban llenos de la disputa. Hice esas vueltas para purificarlos, y de esta manera entrar en mi celda con tranquilidad de mi espíritu”.

26. Un hermano fue una vez a la celda de abba Juan. Era tarde y estaba apurado por retirarse. Hablaban sobre las virtudes, y amaneció sin que lo advirtieran. Salió para despedirlo, y permanecieron conversando hasta la hora sexta. Lo hizo entrar, y después de comer se fue.

27. Dijo abba Juan: «Custodia es sentarse en la celda y acordarse siempre de Dios. Esto es aquello: “Estaba preso (bajo custodia) y vinieron a mí” (Mt 25,36)».

28. Dijo también: “¿Quién es tan fuerte como el león? Y sin embargo, a causa del vientre cae en la trampa y es humillada su fuerza”.

29. Decía también: «Los Padres de Escete comían pan y sal, diciendo: “No nos impongamos comer pan y sal, y por eso eran fuertes para la obra de Dios”».

30. Vino un hermano para llevarse los canastos de abba Juan. Salió éste y le dijo: “¿Qué quieres, hermano?”. Él respondió: “Los canastos, abba”. Entró para sacarlos, pero lo olvidó, y sentado, se puso a trenzar. Llamó de nuevo, v cuando salió, dijo: “Trae los canastos, abba”. Pero entró y se sentó nuevamente para trenzar. Llamó otra vez el hermano, y salió otra vez y le preguntó: “¿Qué quieres, hermano?”. Él dijo: “Los canastos, abba”. Y tomándolo de la mano, lo introdujo, diciendo: “Si quieres los canastos tómalos y vete. Yo no tengo tiempo”.

31. Vino una vez un camellero, para cargar sus cosas y llevarlas a otro lugar. Entró (abba Juan) para buscar una estera, pero se olvidó, porque tenía el alma puesta en Dios. El camellero lo molestó de nuevo, llamando a la puerta, y otra vez, al volver a entrar, lo olvidó abba Juan. Llamó el camellero por tercera vez, y entró diciendo: “Estera, camello; estera, camello”. Decía esto para no olvidarlo.

32. Era el mismo de espíritu ferviente (Rm 12,11). Recibió una vez a uno que alabó su trabajo. Estaba trenzando una cuerda, y callaba. De nuevo aquél le habló, y permaneció en silencio. La tercera vez dijo al visitante: “Desde que has entrado aquí, has expulsado a Dios de mí”.

33. Vino un anciano a la celda de abba Juan, y lo encontró dormido. Un ángel estaba junto a él, y lo abanicaba. Al verlo, se retiró (el anciano). Cuando se despertó pregunto a su discípulo: “¿Vino alguien mientras yo dormía?”. Le respondió: “Sí, vino tal anciano”. Y supo abba Juan que ese anciano era semejante a él y que había visto al ángel.

34. Dijo abba Juan: “Yo quiero que el hombre tome un poco de cada virtud. Así cada día, al levantarte por la mañana, toma el principio de todas las virtudes y mandamientos de Dios, en la mayor paciencia, con temor y longanimidad, en el amor de Dios, con todo el celo del alma y el cuerpo, y con mucha humildad, soportando la aflicción del corazón y la vigilancia, en la oración respetuosa y abundante, con gemidos, en la pureza de la lengua y la vigilancia de los ojos. Deshonrado, y sin enojarte; pacífico, sin devolver el mal por el mal; sin mirar los pecados ajenos; sin compararte, poniéndote más bien por debajo de toda criatura; renunciando a la materia y a todo lo carnal, en la cruz, en el combate, en la pobreza de espíritu, en la voluntad y la ascesis espiritual, en el ayuno, en la penitencia y el llanto, en la lucha, en el discernimiento, en la pureza del alma; tomando lo que es bueno; practicando el trabajo manual en la hesiquía; en las vigilias nocturnas, en el hambre y la sed, en el frío y la desnudez, en los trabajos. Cierra tu sepulcro, como si estuvieses muerto, para considerar a toda hora que tu muerte está cerca”.

35. Decían de abba Juan, que cuando regresaba de la cosecha o de visitar ancianos, se dedicaba a la oración, a la meditación y a la salmodia, hasta que su espíritu volvía al orden que tenía al principio.

36. Dijo un Padre acerca de él: “¿Quién es Juan, que por su humildad tiene a todo Escete suspendido de su dedo pequeño?”.

37. Preguntó un Padre a abba Juan Colobos: “¿Qué es un monje?”. Respondió: “El esfuerzo. Porque el monje se esfuerza en todo trabajo. Esto es ser monje”.

38. Dijo abba Juan Colobos: «Un anciano espiritual se recluyó; era él muy estimado en la ciudad y lo alababan mucho. Le dijeron: “Uno de los santos está muriendo, ve a saludarlo antes de que muera”. Pensó en su interior: “Si salgo de día acudirán los hombres y seré glorificado, y yo no tendré reposo con todo eso, Saldré tarde, en la oscuridad, y a escondidas de todos”. Cuando salió de la celda, tarde ya, como quien desea ocultarse, dos ángeles, enviados por Dios, lo alumbraban con lámparas. Toda la ciudad acudió entonces para ver su gloria, y así fue que, cuando él pensaba huir de la estima, recibió la gloria. En esto se cumple lo que está escrito: “Todo el que se humilla será exaltado” (Lc 14,11)».

39. Dijo abba Juan Colobos: “No puede construirse una casa de arriba hacia abajo, sino desde los cimientos hasta la cumbrera”. Le dijeron: “¿Qué quiere decir esta palabra?”. Les respondió: “El fundamento es el prójimo, al que deben ganar, y por allí hay que comenzar. De ello penden todos los mandamientos de Cristo”.

40. Decían acerca de abba Juan: «Una joven perdió a sus padres y quedó huérfana; su nombre era Paesia. De su casa hizo un hospicio para recibir a los Padres de Escete. Perseveró de esta manera durante mucho tiempo, hospedando y atendiendo a los Padres. Después de un tiempo, cuando hubo gastado sus bienes, comenzó a pasar necesidad. La buscaron hombres perversos y la alejaron del buen propósito, y después comenzó a obrar mal, hasta prostituirse. Los padres lo oyeron y se entristecieron mucho, y acudieron a abba Juan Colobos, diciendo: “Hemos oído acerca de aquella hermana, que vive mal, y mientras pudo ejercitó la caridad con nosotros. Mostrémosle ahora nosotros caridad a ella, ayudándola. Ve a verla, y dispón las cosas según la sabiduría que Dios te ha dado”. Fue abba Juan adonde estaba ella y dijo a la vieja portera: “Anúnciame a tu señora”. Le respondió diciendo: “Primero consumieron lo que era suyo, ahora es pobre”. Le dijo abba Juan: “Dile que le traigo algo muy útil”. Sus servidores le dijeron, burlándose: “¿Qué le darás, que quieres estar con ella?”. Él les respondió, diciendo: “¿Cómo pueden saber lo que quiero darle?”. Subió la vieja y anunció su venida. Dijo la joven: “Estos monjes van siempre hasta el Mar Rojo, y allí encuentran perlas”. Adornándose, dijo: “Tráelo”. Mientras subía, se adelantó ella y se echó sobre la cama. Entró abba Juan y se sentó cerca suyo. Mirándola en el rostro le dijo: “¿Qué tienes que reprochar a Jesús para llegar a esto?”. Al oírlo, ella se conmovió, y abba Juan, con la cabeza inclinada, comenzó a llorar abundantemente. Ella dijo: “Abba, ¿por qué lloras?”. Levantó él la cabeza, y la volvió a inclinar, llorando, y dijo: “Veo a Satanás jugando en tu rostro, ¿no he de llorar?”. Al oírlo, dijo ella: “¿Hay penitencia, abba?”. Le respondió: “Sí”. Dijo ella: “Llévame adonde quieras”. Él le dijo: “Vamos”. Ella, levantándose, lo siguió. Abba Juan vio que no dispuso ni ordenó nada acerca de su casa, y se admiró. Cuando estaban llegando al desierto atardecía. Hizo una pequeña almohada en la arena, y haciendo la señal de la cruz, le dijo: “Duerme aquí”. Hizo lo mismo para sí, a poca distancia, y cuando concluyó sus oraciones, se acostó. Hacia la medianoche despertó, y vio un camino luminoso que bajaba desde el cielo hasta donde estaba ella, y vio a los ángeles de Dios que llevaban su alma. Levantándose, fue y la tocó con el pie. Cuando advirtió que estaba muerta, se echó rostro en tierra rogando a Dios. Y oyó que una hora de su penitencia había valido más que la penitencia de muchos que habían pasado en ella largo tiempo, pero que no habían mostrado el ardor de la suya».

41. Dijo también el anciano: «Tres filósofos eran amigos, y uno de ellos confió su hijo a otro de los tres. Llegado a la juventud, el muchacho se acercó a la mujer de su tutor, el cual, al saberlo, lo expulsó de su casa. Aunque estaba muy arrepentido el joven, no quiso el filósofo recibirlo nuevamente, y le dijo: “Vete, y durante tres años trabaja como trasbordador en el río, y después te recibiré”. Volvió pasados los tres años, pero el filósofo le dijo: “Aún no has hecho penitencia. Trabaja tres años más, repartiendo tu salario, y soporta las injurias”. Así lo hizo. Después de esto le dijo: “Ahora vete a Atenas para aprender la filosofía”. Había un anciano junto a la puerta de los filósofos que insultaba a los que entraban. Al ser insultado, el joven rió. El anciano le dijo: “¿Cómo? ¿Yo te insulto y tú ríes?”. Le respondió: “¿Cómo no quieres que ría? Durante tres años entregué mi salario para ser injuriado, y hoy me insultan gratis. Por eso río”. Abba Juan dijo: “Esta es la puerta de Dios. Nuestros padres, a través de muchas injurias, entraron alegres en la ciudad de Dios”».

42. El mismo dijo a su hermano: “Aunque seamos cosa despreciable a los ojos de los hombres, alegrémonos, porque somos honrados ante Dios”.

43. Dijo abba Pastor que abba Juan había dicho que los santos se parecen a un bosque de árboles que dan diferentes frutos, pero son regados por la misma agua. En efecto, una es la práctica de este santo, otra la de aquél, pero uno solo es el Espíritu que obra en todos ellos.

44. Dijo el mismo: “Si el hombre tiene en su alma el instrumento de Dios, puede permanecer en la celda, aunque no tenga el instrumento de este mundo. Y también, si posee el hombre los instrumentos de este mundo y no tiene los instrumentos de Dios, puede permanecer en la celda a causa de los instrumentos del mundo. Pero el que no tiene los instrumentos de Dios ni los del mundo, no puede absolutamente estar en la celda”.

45. Dijo también el anciano: “Ves cómo el diablo dio a Job el primer golpe en sus posesiones, y vio que no se entristeció ni se apartó de Dios. El segundo golpe tocó su cuerpo, y tampoco pecó este valiente atleta con la palabra de su boca (Jb 1,6--2,10), porque tenía en su interior lo que pertenece a Dios y se alimentaba de ello”.

46. Estaba el mismo anciano sentado una vez en Escete, y los hermanos en torno suyo lo interrogaban sobre los pensamientos de ellos. Y uno de los ancianos le dijo: “Juan, eres como una ramera que busca tener más amantes”. Y abba Juan lo abrazó diciendo: “Dices la verdad, padre”. Después de esto, uno de sus discípulos le preguntó: “¿No estabas agitado interiormente, abba?”. Respondió: “No. Estaba por dentro igual que por fuera”.

47. Se decía de él que el precio del trabajo que hacía en la cosecha, lo tomaba y lo llevaba a Escete, diciendo: “Mis viudas y huérfanos están en Escete”.

 


[1] «El caso de Juan Colobos (Kolobòs) es extraordinario. Entre los numerosos Juan mencionados en nuestras fuentes, ocupa un lugar privilegiado, porque le son atribuidos 47 apotegmas; y se subraya el lugar eminente que ocupaba en Escete: “¿Quién es Juan, exclamaba uno de los padres (que podría ser abba Elías), que por su humildad tiene a todo Escete suspendido de su dedo pequeño?” (Juan Colobos 36; cf. Elías 2). Y con todo en este abundante lote se buscarían en vano indicaciones que nos permitieran trazar una biografía, aunque más no fuere aproximativa. La primera pieza de su dossier relata que se fue a vivir junto a un anciano tebano que le enseñó la obediencia obligándolo a regar cada día una madera seca, que al cabo de tres años echó raíces y dio frutos. Es la única información que los apotegmas nos transmiten sobre su juventud monástica. Lamentablemente, sabemos que no solamente el tronco no dio frutos, sino que también el héroe de la historia no era Juan Colobos sino Juan de Licópolis, como lo testimonia más fidedignamente Casiano (Instituciones IV,24,2-4; cf. SCh 109, pp. 156-157). Pero poseemos una Vida de Juan Colobos, en copto, del final del siglo VIII, escrita por Zacarías el Escolástico (cf. E. Amelineau, Histoire des monastères de la Basse-Égypte, Paris, Ernest Leroux, 1894, pp. 316-410 [Annales du Musée Guimet, XXV]). Aunque diciendo que se inspira mucho en los apotegmas (“Sabemos con exactitud lo que buscamos con rectitud por el Libro de los santos Ancianos… ese libro al cual se le llama Paraíso” [p. 322]. En efecto, hemos identificado más de la mitad de las piezas del dossier de Juan Colobos; además, Zacarías le atribuye otros pertenecientes a diferentes monjes, por ejemplo, de la serie alfabética: Amoes 1 y 3; Juan el Tebano 1; Moisés 4; Zacarías 3; Anónimo N 27), ofrece datos precisos que no se encuentran en otras fuentes. Incluso si el carácter histórico de este panegírico debe ser tratado con precaución, podemos buscar en él elementos biográficos. Este panegírico fue pronunciado el día aniversario de la muerte de Juan, hecho indicado dos veces (Amelineau, op. cit., pp. 316 y 401):  el vigésimo día de Paophi, es decir el 17 de octubre, un domingo. Esta indicación puede considerarse segura. ¿Pero de qué año? En el período posible, el 17 de octubre cayó domingo en dos ocasiones: 398 y 409. ¿Con cuál quedarse? Poimén (o Pastor), que ha conservado varias anécdotas que le conciernen (cf. Poimén 46, 74 y 101; Juan Colobos 13), parece que pudo frecuentarlo en Escete. Ahora bien, Poimén dejó Escete antes de la primera invasión bárbara en 407, siendo todavía joven (cf. apotegma Anoub 1. La Vida señala asimismo que Juan abandonó Escete para ir a Clysma [en el golfo de Suez] por causa de los bárbaros [pp. 390-391]). Por lo que es difícil que Poimén haya conocido a Juan antes de 398. Pensamos, por tanto, que puede situarse la muerte, con suficiente certeza, de Juan Colobos el 17 de octubre de 409. Los demás datos de la Vida los proponemos bajo reserva, ya que no se pueden verificar con otras fuentes. Murió entonces en 409, a la edad de setenta años, habiendo nacido en 339-340. A los 18 años, en 57-358, fue a Escete donde Amoes le dio el hábito. Poco tiempo después Amoes se enfermó, y Juan lo cuidó durante doce años (cf. Amoes 3). Después de la muerte de su anciano (¿hacia 375?), vivió como anacoreta. Pero muy pronto se le unieron algunos discípulos. La Vida indica que fue ordenado sacerdote (p. 368; el contexto deja entender que esto sucedió muy tarde); los apotegmas no hablan de ello, aunque varias anécdotas permiten suponerlo (cf. Juan Colobos 8 y 46). Pero lo que los apotegmas muestran claramente es la fuerte personalidad de Juan y su actividad como padre espiritual de su entorno» (SCh 387, pp. 66-68).