Inicio » Content » TEXTOS PARA LA VIDA MONÁSTICA CRISTIANA (99)

LOS APOTEGMAS DE LAS MADRES Y LOS PADRES DEL DESIERTO

Letra Mi (continuación)

ABBA MOISÉS[1]

1. Fue una vez abba Moisés tentado por la fornicación, y no pudiendo ya permanecer en la celda, fue y se lo dijo a Abba Isidoro. El anciano lo exhortó a que regresara a su celda, pero él no quiso diciendo: “Abba, no puedo”. Tomándolo entonces consigo, lo llevó a la azotea y le dijo: “Mira hacia el poniente”. Miró y vio una innumerable cantidad de demonios, que excitados, hacían gran tumulto antes del combate. Le dijo después Abba Isidoro: “Mira también hacia el Oriente”, Miró y vio una cantidad innumerable de santos ángeles gloriosos. Le dijo Abba Isidoro: “Estos son enviados por el Señor para que protejan a los santos. Los que estaban hacia occidente son los que atacan. Pero son más lo que están de nuestra parte”. Y abba Moisés dio gracias a Dios, tomó confianza y regresó a su celda.

2. En Escete cometió cierto hermano una falta, Se reunió el consejo y llamaron a abba Moisés. Este no quiso ir. Mandó el presbítero por él, diciendo: “Ven, porque te están esperando todos”. Él se levantó y fue. Y tomando un recipiente perforado y llenándolo de agua, lo llevó. Salieron los demás a su encuentro y le dijeron: “¿Qué es esto Padre?”. El anciano respondió: “Mis pecados van cayendo a mis espaldas, y no los veo. Y hoy he venido para juzgar los pecados ajenos”. Al oírlo, no dijeron nada al hermano, sino que lo perdonaron.

3. Otra vez, en una reunión en Escete, queriendo probarlo los Padres, lo despreciaron diciendo: “¿Por qué viene este etíope con nosotros?”. Él lo oyó y calló. Después que se fueron todos, le preguntaron: “Padre, ¿no te turbaste nada?”. Les dijo: “Me turbé, pero no hablé”.

4. “Decían acerca de abba Moisés que fue ordenado clérigo, y le impusieron el humeral. El arzobispo, entonces, le dijo: “Te has vuelto blanco, abba Moisés”. El anciano respondió: “Exteriormente sí, Señor Papa; ojalá fuera así en lo interior”. Quiso el arzobispo probarlo y dijo a los clérigos: “Cuando entre abba Moisés al santuario, expúlsenlo y síganlo para oír lo que dice”. Entró el anciano y lo increparon y expulsaron diciendo: “Retírate, etíope”. Al retirarse se decía a sí mismo: “Te han hecho bien a ti, hombre de piel cenicienta, negro. Tú que no eres hombre, ¿qué has venido a hacer entre los hombres?”.

5. Se dio una vez en Escete esta orden: “Ayunen durante esta semana”. Sucedió que en aquel tiempo vinieron unos hermanos desde Egipto para visitar a abba Moisés. Éste les hizo cocer algo. Pero al ver sus vecinos el humo, dijeron a los clérigos: “Moisés está desobedeciendo la orden, cociendo algo en su celda”. Ellos dijeron: “Cuando venga, nosotros le hablaremos”. El sábado, conociendo los presbíteros la admirable vida de abba Moisés, le dijeron en presencia del pueblo: “Abba Moisés, no observaste el mandamiento de los hombres, pero cumpliste el de Dios”.

6. Vino un hermano a Escete para visitar a abba Moisés, pidiéndole una palabra. Le dijo el anciano: “Ve, siéntate en tu celda y tu celda te enseñará todo”.

7, Dijo abba Moisés: “El hombre que huye se parece a la uva madura, pero el que está entre los hombres es como la uva verde”.

8. Oyó hablar el gobernador acerca de abba Moisés, y fue a Escete para verlo, Le avisaron al anciano, y levantándose huyó al pantano. Se encontraron con él y le preguntaron: “Dinos, anciano, ¿dónde está la celda de abba Moisés?”. Les dijo: “¿Qué quieren de él? Es un hombre estúpido”. Fue el gobernador a la iglesia y dijo a los clérigos: «Habiendo oído hablar de abba Moisés vine a verlo, y nos encontramos con un anciano que iba a Egipto, y le preguntamos: “¿Dónde está la celda de abba Moisés?”. Y nos respondió: “¿Qué quieren de él? Es estúpido”. Al oírlo los clérigos se enfurecieron y dijeron: “¿Cómo era el anciano que habló del santo de esa manera?”. Le dijeron: “Anciano, con la ropa usada, alto y negro”. Ellos respondieron: “Ese es abba Moisés, que habló así para no recibirlos a ustedes”». Y el gobernador se alejó con gran edificación.

9. Decía abba Moisés en Escete: “Si guardamos los mandamientos de nuestros Padres, yo les aseguro en presencia de Dios, que los bárbaros nunca vendrán hasta aquí, Pero si no los guardamos, será devastado este lugar”.

10. Estando una vez sentados los hermanos junto a él, les dijo: “Hoy vendrán los bárbaros a Escete: levántense y huyan”. Le dijeron: “¿Tú no huyes, abba?”. Él les dijo: «Yo espero este día desde hace tantos años, para que se cumpla la palabra del Señor Jesús, que dice: “Todos los que toman la espada, morirán por la espada” (Mt 26,52)». Le dijeron: “Nosotros tampoco huiremos, sino que moriremos contigo”. Él les dijo: “Esto no es cosa mía, cada cual vea cómo vive”. Eran siete hermanos. Les dijo: “Los bárbaros están ya a la puerta”. Estos entraron y los mataron. Uno de ellos, sin embargo, se escapó tras las esteras y vio que bajaban siete coronas y los coronaban.

11. Preguntó un hermano a abba Moisés diciendo: “Veo una cosa delante mío y no puedo tomarla”. Le dijo el anciano: “Si no te vuelves como un muerto, como los que están en los sepulcros, no podrás tomarla”.

12. Dijo abba Pastor, que un hermano preguntó a abba Moisés, de qué modo el hombre puede hacerse como un muerto respecto de su prójimo. Le respondió el anciano diciendo: “Si no dice el hombre en su corazón que ya lleva tres días en el sepulcro, no alcanzará a cumplir esta palabra”.

13 Decían de Abba Moisés en Escete, que disponiéndose a marchar hacia Petra, se cansó en el camino. Y se dijo a sí mismo: “¿Cómo podré conseguir aquí el agua que necesito?”. Y descendió una voz que le dijo: “Entra y no te preocupes”. Y prosiguió. Se juntaron a él algunos Padres, y no tenía sino un pequeño odre de agua, que se gastó al cocer unas lentejas. El anciano se angustiaba. Entrando y saliendo oraba a Dios, y he aquí que una nube de lluvia vino sobre Petra y llenó todos los recipientes que tenía. Le preguntaron después al anciano: “Dinos ¿por qué entrabas y salías?”. Y el anciano respondió: Hacía un juicio con Dios, diciéndole: «“Me trajiste hasta aquí, y no tengo agua para que beban tus servidores”. Por eso entraba y salía, rogando a Dios hasta que la envió».

 

Siete capítulos que mandó abba Moisés a abba Pastor. El que los guarde, escapará de todo castigo, y vivirá en la paz donde quiera que se halle, en el desierto o con los hermanos.

1. El hombre debe morir respecto de su prójimo, para no juzgarlo en nada.

2. El hombre debe morir a toda obra mala, antes de salir del cuerpo, para no hacer mal a nadie.

3. Si el hombre no tiene en su corazón que es pecador, Dios no lo escuchará. Le preguntó el hermano: “¿Qué significa tener en su corazón que es pecador?”. Le dijo el anciano: “Si uno lleva sus pecados, no mira los del prójimo”.

4. Si la obra no concuerda con la oración, se trabaja en vano. Le dijo el hermano: “¿Qué significa concordar la obra con la oración?”. Le respondió el anciano: “Que no hagamos aquello por lo que rogamos. Porque cuando el hombre abandona su voluntad, Dios se reconcilia con él y recibe su oración”. Preguntó el hermano: “¿En todo trabajo del hombre qué es lo que lo ayuda?”. Dijo el anciano: «Dios es el que ayuda. Puesto que está escrito: “Dios es nuestro refugio y fortaleza en las tribulaciones que nos afligen grandemente” (Sal 46 [46],2)».

5. Preguntó el hermano: “¿Para qué sirven los ayunos y vigilias que hace el hombre?”. Le respondió el anciano: «Estos hacen que el alma se humille. Porque está escrito: “Mira mi humildad y mi trabajo, y borra todos mis pecados” (Sal 24 [25],18). Si el alma da estos frutos, Dios se apiadará de ella».

6 Preguntó el hermano al anciano: “¿Qué hará el hombre en toda tentación que viene sobre él o en todo pensamiento malo?”. Le respondió el anciano: «Debe llorar en presencia de la bondad de Dios, para que lo ayude, y descansará en seguida si suplica con ciencia, porque está escrito: “El Señor es mi auxilio y no temeré lo que me haga el hombre” (Sal 117 [118],6)».

7. Dijo el hermano: “Un hombre golpea a su siervo por una falta que cometió, ¿qué dirá el siervo?”. Respondió el anciano: «Si el siervo es bueno dirá: “Perdóname, porque he pecado”». Preguntó el hermano: “¿Nada más dice?”. Dijo el anciano: «No. Desde el momento que toma el reproche sobre sí y dice: “He pecado”, en seguida se apiada de él el amo. El fin de todas las cosas es no juzgar al prójimo. Porque cuando la mano del Señor mató a todos los primogénitos de la tierra de Egipto, no había casa en la cual no hubiera un muerto (Ex 12,29-30)». Preguntó el hermano: “¿Qué significa esta palabra?”. Le respondió el anciano: «Si nos permitieran ver nuestros pecados, no veríamos los del prójimo. Porque sería necedad, si el hombre, teniendo un muerto de los suyos, dejase a éste y se fuese a llorar al de su prójimo. Morir a tu prójimo es llevar tus pecados y despreocuparte de todo hombre, que sea bueno o malo. No hagas mal a ningún hombre, ni pienses el mal contra nadie en el corazón, ni desprecies al que te hace mal. No te confíes con el que habla mal de su prójimo ni te alegres con el que le hace mal. No seas detractor de nadie, sino di: “Dios conoce a cada uno”. No te confíes con el detractor ni te solaces en sus detracciones, ni odies al que habla mal de su prójimo. Esto es no juzgar[2]. No tengas enemistad con ningún hombre, y no prendas enemistad en tu corazón. No odies al que es enemigo del prójimo. Esta es la paz. Consuélate en estas cosas. Durante un tiempo breve hay esfuerzo y descanso para la eternidad, por la gracia de Dios, el Verbo. Amén».

 

ABBA MATOES[3]

1. Decía abba Matoes: “Prefiero un trabajo suave y permanente, que uno pesado en el comienzo, pero interrumpido en seguida”.

2. Dijo también: “Cuanto se acerca el hombre a Dios, tanto más se reconoce pecador. Isaías, el profeta, al ver a Dios, se decía a sí mismo miserable e impuro” (Is 6,5).

3. Dijo también: «Cuando era joven, decía en mi interior: “Tal vez haga algo bueno”, pero ahora que he envejecido, veo que no tengo ni siquiera una sola obra buena en mí».

4. Dijo también: “Satanás no sabe por qué vicio ha de sucumbir el alma. Siembra, pero no sabe si recogerá. Siembra pensamientos de fornicación, de detracción, y así las demás pasiones. Y a la pasión a la que ve inclinarse el alma, a esa alimenta”.

5. Fue un hermano adonde estaba abba Matoes y le dijo: “¿Cómo hacían los escetiotas más de lo que manda la Escritura, amando a sus enemigos más que a si mismos?”. Le contestó abba Matoes: “Yo todavía no amo al que me ama, como a mí mismo”.

6. Un hermano preguntó a abba Matoes: “¿Qué haré si viene un hermano a mí y es día de ayuno o hacia el atardecer?”. Le respondió el anciano: “Si no te afliges y comes con el hermano, haces bien. Pero si no esperas a nadie, y sin embargo comes, es tu voluntad propia”.

7. Dijo abba Jacobo: “Fui adonde estaba abba Matoes, y cuando estaba por regresar le dije: “Quiero llegarme hasta Las Celdas”. Y me dijo: “Saluda de mi parte a abba Juan”. Cuando hube llegado adonde estaba abba Juan, le digo: “Te saluda abba Matoes”. Y me respondió el anciano: “Ves, abba Matoes es un verdadero israelita, en quien no hay engaño” (Jn 1,47). Cumplido el año, fui nuevamente a ver a abba Matoes y le dije el saludo de abba Juan. Y dijo el anciano: “No soy digno de la palabra del anciano, pero debes saber, cuando oigas a un anciano exaltar al prójimo sobre sí mismo, que ha llegado a una gran medida. Porque esta es la perfección, exaltar sobre sí al prójimo”.

8. Dijo abba Matoes: “Vino a mí un hermano y dijo que la detracción es peor que la fornicación”. Le dije: “Explícame esta palabra”. Me dijo: “¿Cómo entiendes esto?”. Yo dije: «La detracción es mala pero tiene curación, puesto que se arrepiente el detractor diciendo muchas veces: “He hablado mal”. Pero la fornicación es la muerte física».

9. Fue una vez abba Matoes desde Raithu a la región de Magdolos. Estaba con él su hermano. El obispo se apoderó del anciano y lo ordenó presbítero. Cuando estaban comiendo juntos dijo el obispo: “Perdóname, abba, sabía que no deseabas esto, pero me animé a hacerlo para recibir tu bendición”. El anciano con humildad, le dijo: “Es verdad, mi alma no quería, pero lo que más siento es que debo separarme de mi hermano. No puedo llevar solo esto de hacer todas las oraciones”. El obispo le dijo: “Si sabes que es digno, yo lo ordeno”. Le contestó abba Matoes: “No sé si es digno; pero esto sólo sé; que es mejor que yo”. Lo ordenó a él también. Y murieron ambos, sin acercarse al santuario para hacer la oblación. Decía el anciano: “Confío en Dios, que no tendré un juicio grave por la ordenación, puesto que no hago la oblación. Porque la ordenación es para los que no tienen culpa”.

10. Dijo abba Matoes que tres ancianos acudieron a abba Pafnucio, llamado Céfalas, para pedirle una palabra. Les dijo el anciano: “¿Qué quieren que les diga, algo espiritual o algo corporal?”. Le contestaron: “Espiritual”. Les dijo el anciano: “Vayan, amen la aplicación más que el descanso, más el deshonor que la gloria y dar más que recibir”.

11. Un anciano interrogó a abba Matoes diciendo: “Dime una palabra”. Él le dijo: «Ve, ruega a Dios que te dé llanto en tu corazón y ten humildad. Mira siempre tus pecados. No juzgues a otros, sino ponte por debajo de todos. No tengas amistad con un niño, ni confianza con mujer, ni amigo hereje. Cercena de ti la confianza (parresía), domina tu lengua y tu estómago y bebe poco vino. Sí alguien habla de cualquier asunto, no discutas con él, pero si lo que dice está bien dile: “Sí, sí”. Si está mal dile: “Tú sabes lo que dices”. No disputes con él acerca de lo que habla. Esta es la humildad».

12. Interrogó un hermano a abba Matoes: “Dime una palabra”. Y le respondió: “Recorta de ti la discusión acerca de cualquier asunto, y llora y arrepiéntete (St 4,9), porque se acerca el tiempo”.

13. Un hermano preguntó a abba Matoes: “¿Qué haré? porque mi lengua me atormenta, y cuando voy en medio de los hombres no puedo contenerla, sino que los condeno en las obras buenas y los acuso. ¿Qué haré entonces?”. Respondiendo le dijo el anciano: “Si no puedes contenerte, huye a vivir solo, porque es enfermedad. El que vive con los hermanos, no debe ser cuadrangular sino redondo, para volverse hacia todos”. Y dijo el anciano: “No vivo en la soledad por voluntad, sino por enfermedad. Son los fuertes los que van en medio de los hombres”.

 

ABBA MARCOS, DISCÍPULO DE ABBA SILVANO[4]

1. Decían de abba Silvano, que tenía en Escete un discípulo llamado Marcos de gran obediencia y calígrafo. El anciano lo amaba por su obediencia. Pero tenía once discípulos más que se afligían porque amaba a éste más que a los demás. Lo oyeron los ancianos y se entristecieron. Los ancianos fueron un día donde él y lo acusaron. Tomándolos consigo, salió y llamó en cada celda diciendo: “Hermano, ven que te necesito”. Y ninguno de ellos salió enseguida. Cuando llegó a la celda de Marcos, llamó diciendo: “Marcos”. Apenas oyó la voz del anciano salió en seguida, y lo mandó a hacer un servicio. Y dijo a los ancianos: “Padres, ¿los demás hermanos, dónde están?”. Y entrando en su celda, tomó su cuaderno y encontró que había empezado a escribir la letra omega, pero al oír al anciano no dejó que la pluma la concluyese. Le dijeron los ancianos: “Al que tú amas, abba, nosotros también le amamos y Dios lo ama también”.

2. Decían acerca de abba Silvano que una vez, caminando con los ancianos en Escete, queriendo mostrarles la obediencia de su discípulo Marcos, y que por eso lo amaba, viendo un pequeño jabalí le dijo: “¿Ves este pequeño búfalo, hijo?”. Dijo, “Sí, abba”. “¿Y sus cuernos qué elegantes son?”. Dijo: “Sí, abba”. Y se asombraron los ancianos de su respuesta, y se edificaron por su obediencia.

3. Fue una vez, con gran comitiva, la madre de abba Marcos para verlo. Salió a recibirlos el anciano, y ella le dijo: “Abba, manda que salga mi hijo para verlo”. Entró el anciano y le dijo: “Ve, para que te vea tu madre”. Llevaba un vestido remendado y tenía la suciedad de la cocina. Salió por obediencia, bajó los ojos y les dijo: “Salve, salve, salve”, y no miró a nadie. Su madre no lo reconoció. Mandó otra vez decir al anciano: “Abba, manda mi hijo, para verlo”. Dijo a Marcos: “¿No te dije: Sal, para que te vea tu madre?”. Marcos le respondió: “Salí como lo mandaste, abba. Pero te ruego que no me digas que salga de nuevo, para no desobedecerte”. Salió el anciano y le dijo (a la madre): “Es el que te saludó diciendo: Salve”. Y consolándolos, los despidió.

4. Sucedió otra vez que estaba por salir de Escete, para ir al monte Sinaí y permanecer allí. Y la madre de Marcos mandó a decir, rogando con lágrimas, que saliese su hijo para verlo. El anciano lo hizo salir. Cuando se puso su melota para salir y vino para saludar al anciano, se puso a llorar, y no salió.

5. Decían acerca de abba Silvano, que quería ir a Sinaí y su discípulo Marcos le dijo: “Padre, no quiero salir de aquí, ni quiero que te vayas, abba. Permanece todavía tres días”. Y al tercer día murió.

 


[1] «Es necesario distinguirlo de Moisés el solitario que hacia 375 se convirtió en el primer obispo de los sarracenos (Sócrates, Historia Eclesiástica, IV,36; Sozomeno, Historia Eclesiástica, VI,38), así como también de Moisés el Libio, monje de Nitria (Paladio, Historia Lausíaca, cap. 39; Sozomeno, Historia Eclesiástica, VI,29; Rufino, Historia Eclesiástica, II,8)... Es probable que Moisés de Calama (Casiano, Conferencias, III,5,2 y 7,26,2. 27) y Moisés el Etíope, antiguo ladrón (Paladio, Historia Lausíaca, cap. 19; Moisés 1-18), sean todos un personaje: Moisés de Escete, el interlocutor de las dos primeras Conferencias de Casiano. Algunos aspectos de la vida de Moisés pueden establecerse con suficiente certeza. Ante todo su muerte: habiendo rehusado huir ante la llegada de los bárbaros, fue asesinado por éstos cuando devastaron Escete (Moisés 10). ¿Pero en qué fecha sucedió esa devastación?... Las fuentes invitan a ubicarla en 407 y no en 395 o 396. Esta probabilidad parece sostenerse en: a) Casiano, que dejó Escete hacia 399/400, y no hace la menor alusión a la muerte de Moisés (como tampoco de una invasión a Escete); b) Paladio, que salió de Egipto por la misma época, menciona ciertamente la muerte de Moisés, pero en una especie de addendum después de la noticia concerniente a Moisés (Historia Lausíaca, cap. 19). Este agregado tiene en cuenta una información recibida después de su salida de Egipto; c) la fecha de 395 chocaría aquí con una imposibilidad. Un apotegma relata, en efecto, que un hermano fue a visitar sucesivamente a dos celebridades de Escete: Arsenio y Moisés (Arsenio 38). Pero Arsenio no pudo comenzar con su “renuncia” antes de 394-395. Se puede entonces considerar seguro que Moisés murió en 407. Tenía entonces 75 años, y por tanto habría nacido hacia 332. La primera parte de su vida fue muy desgraciada. De origen “etíope”, es decir de piel negra, fue expulsado por el señor a cuyo servicio estaba por causa de sus muchos robos. Incluso mató a un hombre y se hizo jefe de bandidos. Tocado de compunción, se convirtió a la vida monástica en una fecha que no se puede precisar (el color de su piel y su origen marcarán su existencia y lo forzarán a una humildad heroica; cf. Moisés 3, 4 y 8). Allí vivió una profunda evolución espiritual, a juzgar por dos hechos: joven monje, fresca aún su experiencia anterior, encadenó a cuatro ladrones y los condujo a la iglesia para que los padres le dijeran qué hacer (Paladio, Historia Lausíaca, cap. 19); y, el último día de su vida, a quienes le aconsejaban huir de los bárbaros, les respondió: “¡Después de tantos años que esperaba por este día!” (Moisés 10). Dos acontecimientos más importantes parecen haber marcado su vida escetiota: su ordenación sacerdotal (Moisés 4) y su retiro del centro de Escete hacia la soledad de Petra (desierto más interior que Escete, considerado como excepcionalmente árido...; cf. Geroncio 1; Sisoes 23 y 26), aconsejado por Macario, a fin de poder gozar de un mayor recogimiento (Moisés 13 y Macario 22). Sus dos maestros fueron Macario el Grande primero, y después Isidoro el Presbítero. Los apotegmas nos lo muestran también relacionado con Silvano y con el joven Zacarías (cf. Silvano 11; Zacarías 2, 3 y 5), hijo de Carión. Por otra parte, muchas palabras de Moisés nos han sido conservadas por Pastor (= Poimén), que sin duda tuvo la ocasión de conocerle durante los años que precedieron a la devastación de Escete (Moisés 12, Zacarías 5, Pastor 166)...» (SCh 387, pp. 68-70).

[2] Otros manuscritos traen: “No juzguen y no serán juzgados” (Lc 6,37).

[3] «Matoes [o: Matóes] habitó por algún tiempo en Raithu, la actual El Tor, en el Sinaí. Un viaje a la región de Magdolos le valió ser ordenado sacerdote, pero, por humildad, nunca quiso celebrar la Misa. Porque “cuando más uno se acerca a Dios, más pecador se reconoce”. Doroteo de Gaza citó y comentó dos veces esta sentencia del abad Matoes» (Sentences, pp. 194-195).

[4] “Marcos (que se debe distinguir de Marcos el Egipcio o el Asceta, recluido treinta años en una celda y junto a quien el sacerdote iba a presentar la ofrenda [cf. Marcos el Egipcio 1; Paladio, Historia Lausíaca, cap. 18; Sozomeno, Historia Eclesiástica, VI,29]; se puede pensar que este Egipcio no es otro que Marcos el Ermitaño de quien se han conservado varios opúsculos; un tercer Marcos, en el siglo V, fue discípulo del gran Arsenio [Arsenio 13 y 22]) se hizo célebre por un eximio hecho de obediencia: llamado por su maestro, no terminó de escribir la letra omega que había comenzado a trazar. Los apotegmas que le conciernen exaltan su práctica de la obediencia. Y sabemos que estaba fuertemente unido a Escete y a Silvano. Así, cuando Silvano decidió a dejar Escete, la doble fidelidad de Marcos quedó a salvo merced a una muerte casi milagrosa (Marcos, discípulo de Silvano 1)” (SCh 387, p. 62).