Inicio » Content » LA VISIÓN COMO INTERTEXTO BÍBLICO EN SANTA GERTRUDIS (II)

Santa Gertrudis, bajorrelieve, coro de la iglesia de Merazhofen, Alemania.

 

Ana Laura Forastieri, ocso[1]

1. La primera visión

El capítulo 36 del Libro IV del Legatus[2] nos narra tres visitas del Señor a Gertrudis en la solemnidad de la Ascensión. Puede tratarse de tres experiencias tenidas en un mismo día, o bien en diversos años en esta misma solemnidad[3]. La primera visión se sitúa en el contexto de la procesión propia de la fiesta. La segunda, al momento de recibir la comunión, y la tercera durante el oficio de Nona. Todo el relato está enmarcado por el versículo central del evangelio del día: Lc 24,50-51: “Los llevó fuera hasta Betania, y levantando las manos los bendijo; y mientras los bendecía, se alejó de ellos y fue llevado al cielo”. Este versículo es revivido por Gertrudis en el contexto litúrgico, en los cuatro sentidos de la Escritura. La primera visión se refiere a la primera parte del versículo: “Los llevó fuera hasta Betania”. La última visión escenifica la parte final del mismo versículo: “Y levantando las manos los bendijo; y mientras los bendecía, se alejó de ellos y fue llevado al cielo”. El centro del relato está puesto en el sacramento eucarístico, del que trata la segunda visión.

Comencemos con la lectura del texto:

El día solemne de la gozosa Ascensión, cuando por la mañana Gertrudis aplicaba toda su solicitud en ver de qué modo dirigirse al Señor a la hora de su Ascensión, es decir, alrededor de la hora de Nona, acariciándola de modo suavísimo el Señor le inspiró: “Toda la ternura que quieres mostrarme en el momento de mi sublime Ascensión, muéstramela ya ahora, porque los inefables gozos de mi Ascensión se renuevan para mí cuando vengo a ti en el vivificante sacramento del altar”. Entonces, ella dijo: “Ah, enséñame, único amigo mío, cómo puedo ofrecerte una digna procesión, para honrar aquella celebérrima procesión que tú realizaste con tus discípulos cuando, estando para partir al Padre, los sacaste fuera hasta Betania”[4]. El Señor le respondió: “Como Betania significa casa de obediencia, realiza una solemne procesión, en todo agradabilísima y dignísima para mí, aquél que me conduce a lo íntimo de sí, es decir, el que me ofrece su entera voluntad, examinando con diligencia en qué realiza su propia voluntad más que la mía divina, y por esto, dignamente arrepentido, se propone en lo sucesivo buscar, desear y cumplir en todo mi voluntad” (L IV, 36.1).

En los usos litúrgicos cistercienses del siglo XIII[5], la solemnidad de la Ascensión del Señor[6] tenía como rito litúrgico propio la procesión por el claustro, desde el refectorio hasta la Iglesia, a la cual se entraba solemnemente para la Misa. La reforma litúrgica cisterciense, en un esfuerzo de simplificación con respecto al estilo litúrgico de Cluny, había abolido las procesiones, conservando únicamente las dos que tenían base escriturística, es decir la de la fiesta de la Purificación de la Virgen María y la del Domingo de Ramos. Esta tercera procesión para la solemnidad de la Ascensión había sido instituida por san Bernardo en Claraval hacia 1151 -según nos lo hace saber el cisterciense Helinando de Froidmont[7]-, en base a una lectura literal del evangelio del día: “Los sacó fuera hasta Betania” (Lc 24,50). Este texto se cantaba también en la liturgia de la fiesta, en el responsorio Exudit Dominus: “Salió fuera el Señor con sus discípulos hacia Betania y los bendijo, aleluia. * Y hecho esto, mientras los bendecía, se alejó de ellos y fue llevado al cielo, aleluia”[8]. Tenemos aquí una primera relectura litúrgica del texto bíblico de Lc 24,50, plasmada en la institución de un rito, la procesión, para simbolizar litúrgicamente un dato histórico, según el sentido literal del texto. La procesión tenía también un sentido alegórico, referido al misterio celebrado en la fiesta: la entrada en el templo significaba litúrgicamente la entrada triunfal de Cristo, después de su peregrinación terrena, como sumo sacerdote, en el santuario del cielo.

Por eso Gertrudis le pregunta al Señor cómo realizar dignamente la procesión “para honrar aquella otra celebérrima que tú realizaste con tus discípulos, cuando, estando para partir al Padre, los sacaste fuera hasta Betania”. En texto, el Señor contesta a Gertrudis tomando la etimología de la palabra Betania, procedimiento muy común en la Edad Media para explorar el sentido literal. En la respuesta de Cristo, el texto opera un pasaje del sentido literal, al moral o tropológico, o sea, a lo que debemos vivir: “Como Betania significa casa de obediencia, realiza una solemne procesión aquel que me conduce a lo íntimo de sí; es decir, el que me ofrece su entera voluntad (…) y se propone en lo sucesivo buscar, desear y cumplir en todo mi voluntad”. En esta respuesta se recoge un punto capital de la doctrina espiritual de San Bernardo: la obediencia, y la misma unión esponsal con Cristo a la que tiende la vida espiritual como a su fin, consisten en unir la propia voluntad con la del Señor, en un mismo querer y no querer.

Pero el texto comienza mostrándonos a Gertrudis que se está aplicando desde la mañana a ver de qué manera va a dirigirse al Señor a la hora de su ascensión; y aclara: “alrededor de la hora Nona”. Aquí el relato se sitúa en el nivel  histórico o literal: según el pasaje evangélico, Jesús comió con sus discípulos antes de sacarlos para Betania, o sea que la ascensión habría tenido lugar después del almuerzo; releído en clave litúrgica, significa que el misterio de la ascensión se produce a la hora de Nona.

Ahora bien, el Señor, haciendo caso omiso de minucias litúrgicas, pide a Gertrudis que le ofrezca ya mismo sus atenciones, porque al venir a visitarla en el sacramento del altar, se renuevan en El, los gozos que sintió durante su Ascensión. El texto opera aquí un pasaje del sentido histórico al alegórico o espiritual, afirmando que todo el misterio pascual, del cual la glorificación del Señor es un aspecto, se renueva sacramentalmente en la liturgia y produce su eficacia en cada fiel por la recepción devota del sacramento eucarístico.

En síntesis, en esta primera visión tenemos, en primer lugar, una relectura litúrgica del tenor literal del relato de Lucas sobre la Ascensión, la cual se traduce en el rito litúrgico de la procesión, que expresa al mismo tiempo el sentido literal o histórico y el sentido alegórico o espiritual. El texto, además, reinterpreta el signo de la procesión en el sentido moral.

 

2. La segunda visión

Retomemos la lectura del texto:

 Cuando le era llevado el Cuerpo del Señor para comulgar, el Señor le dijo: “He aquí que vengo ahora a ti, esposa mía, no solo como para despedirme de ti, sino también para tomarte ya conmigo, para que seas presentada a Dios, mi Padre”. En estas palabras comprendió que el Señor, al venir al alma por el Sacramento de su Cuerpo y de su Sangre, atrae hacia sí el deseo y la buena voluntad de ésta, reproduciendo en sí su imagen, como un sello impreso en la cera; de este modo presenta al Padre en sí mismo la semejanza de aquella misma alma, y haciéndola propicia a Él, le obtiene los beneficios de las gracias (L IV, 36.2).

En esta segunda visión, Gertrudis penetra en el sentido alegórico de la fiesta, es decir, en el misterio celebrado, y se le concede una participación mística en él por la comunión eucarística. Cristo le dice que en la comunión eucarística, no vendrá solo a ella para despedirse, sino para asumirla ya consigo, para presentarla al Padre. Se trata de la recreación espiritual de la Palabra de Jesús: “Voy a prepararles un lugar, y cuando haya ido y les haya preparado un lugar, volveré y los llevaré conmigo, a fin de que donde yo estoy estéis también vosotros” (Jn 14,2-3). Con esta Palabra se relaciona también la siguiente antífona propia de la solemnidad: “No os dejaré huérfanos, alleluia: me voy y vuelvo a vosotros, alleluia, y se alegrará vuestro corazón, alleluia” (cfr. Jn 14,18 y 16,22)[9]. Gertrudis entiende que este aspecto del misterio de la Ascensión se realiza ella al recibir la presencia real de Cristo en la Eucaristía.

A continuación, el relato de la visión desarrolla el sentido de esta participación expresando que la comunión sacramental imprime al alma fiel en el corazón de Cristo como una imagen, y así, esta es presentada al Padre en la transparencia de Cristo, quien, al verla en su Hijo, la tiene por ofrenda agradable, propicia. Tenemos aquí, por una parte, una idea central de la doctrina cisterciense: Cristo es la imagen de Dios Padre y nosotros somos configurados a imagen suya, es decir, como imagen de la Imagen. Aparece también el tema cristológico propio de la fiesta, tema también central a la doctrina gertrudiana: Cristo es el Mediador, el puente, ya que uniendo en sí la humanidad y la divinidad, es el único capaz de presentar nuestra humanidad al Padre y hacerla acepta a sus ojos.

Luego, el relato de la visión continúa del siguiente modo:

Entonces ella ofreció al Señor sus pequeñas oraciones y las que algunas otras personas  habían dirigido al Hijo de Dios, a manera de diversos ornamentos para sus llagas y sus miembros santísimos, con los que resplandecería en la gloria de su excelentísima Ascensión. Entonces apareció el Señor Jesús como elegantemente embellecido con todo aquello, estando en presencia de Dios Padre. Por su parte, el Padre, Señor del Cielo, parecía que, con la omnipotente virtud de su divinidad, absorbía en sí mismo todo aquél ornato de su Unigénito, ofrecido a Él por la buena voluntad de los elegidos, y, desde sí mismo, enviaba como un resplandor admirable a los sitiales de gloria preparados desde la eternidad para aquellos que habían ofrecido aquellas oraciones; por lo cual, cuando después del exilio llegaran al Reino, serían magníficamente glorificados (L IV, 36.2).

Aquí aparece uno de los rasgos característicos de las visiones de Gertrudis: su carácter dinámico. Todo es movimiento que fluye y refluye, entre Cristo, la Trinidad, Gertrudis, y los elegidos. No es Cristo solo el que asciende al cielo, sino que lleva consigo a sus elegidos. Los misterios de Cristo se comunican a su cuerpo que es la Iglesia. En este caso lo que fluye y se comunica es el resplandor de la gloria de Cristo[10].

El texto pasa del sentido alegórico al sentido escatológico o anagógico de la fiesta, al mostrarle el Señor a Gertrudis la gloria eterna que prepara en el cielo para sus elegidos, a modo de sitiales de un coro, donde lo alabarán eternamente. Por la victoria de Cristo, esperamos la gloria futura, que será la participación de la vida divina.

En síntesis, esta segunda visión parte del sentido anagógico o espiritual y llega al sentido anagógico o escatológico: el texto visionario penetra en el misterio contenido en el texto evangélico, que se actualiza litúrgicamente en la fiesta, y por el cual se concede al creyente una participación mística, de modo sacramental en esta tierra y plenamente en la vida eterna.

Continuará

 


[1] La autora es monja del Monasterio Trapense de la Madre de Cristo, Hinojo, Argentina y está encargada de la difusión de la postulación de santa Gertrudis al doctorado de la Iglesia en América Latina.

[2] Ponencia dada en el Vº Coloquio Latinoamericano de Literatura y Teología, sobre el tema “Biblia y Literatura”, organizado por la Asociación Latinoamericana de Literatura y Teología (ALALITE) en conjunto con la Facultad de Letras y la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Católica de Chile, Santiago de Chile, 30 de Septiembre – 2 de Octubre de 2014.

[3] En la primera visión no se dice si Gertrudis participaba de la procesión o la evocaba en su lecho de enferma. La segunda visión, por su parte, se produce cuando le era llevada la Comunión. Este dato parecería indicar que Gertrudis está en su lecho de enferma, ya que si hubiera participado de la Misa se habría acercado por sí misma a recibir el sacramento junto con la comunidad, según los usos cistercienses; por último, del relato de la tercera visión, no se deduce si Gertrudis está presente en el oficio de Nona o lo ve espiritualmente. De ahí que no podemos inferir si se trata de experiencias tenidas en un mismo día, o si la composición de la Redactrix habría unido aquí tres experiencias tenidas en años diversos en esta fiesta.

[4] Cfr. Responsorio propio del día: R: Eduxit autem eos foras in Bethaniam et elevatis manibus suis benedixit eis, alleluia. V. Et factum est, dum benediceret illis, recessit ab eis et fervartur in caelum, alleluia (cfr. Lc 24,50). Las piezas litúrgicas están tomadas del Breviarium Cisterciense Reformatum, vigente en la OCSO hasta 1967.

[5] Cfr. ABBAYE D’OELENBERG (Ed.), Les Ecclesiastica Officia Cisterciense du XIIeme Siècle. Texte latin selon les manuscrits édités de Trente 1711, Ljubljana 31 et Dijon 114 version française, annexe liturgique, notes, index et tables. Les Editions: La documentation Cistercienne, vol 22, Reiningue France 1989. En adelante: E.O.

[6] La solemnidad de la Ascensión se celebraba el jueves de la VI semana de Pascua, cuando se cumplían los cuarenta días desde la resurrección, según el relato de Lucas en el Evangelio y en los Hechos de los Apóstoles. Era considerada por la liturgia cisterciense entre las fiestas y solemnidades principales: praecipua festa, praecipua sollemnitas, es decir que contaba con un oficio de doce lecturas en las Vigilias y sermón en el capítulo después de prima. Los padres cistercienses del siglo XII nos han dejado vastas colecciones de sermones litúrgicos predicados en estas solemnidades principales y Gertrudis misma, en muchos casos, nos refiere sus revelaciones en el contexto del sermón tenido con ocasión de la fiesta. El cirio pascual, que se encendía solo desde la Pascua hasta la Ascensión, este día se elevaba sobre la Iglesia; se lo prendía para las primeras vísperas y permanecía ardiendo hasta después de las completas del día siguiente. Después de la Ascensión se lo retiraba para significar la partida de Cristo.

[7] “San Bernardo instituyó en nuestra Orden la tercera procesión para la Ascensión del Señor. Antes solamente había dos, a saber para la Purificación y para el Domingo de Ramos” (Helinando de Froidmont, PL 212,1057 D). Los E.O. prevén tres estaciones para la procesión y estipulan las antífonas que deben cantarse en cada una y al entrar a la Iglesia.

[8] Exudit Dominus discipulos suos foras in Bethaniam et benedixit eis, alleluia * Et factum est, dum bendiceret eos, recessit ab eis et ferebatur in coelum, alleluia. En el Breviarium Cisterciense Reformatum (cfr. nota 4) este texto aparece como antífona en el III nocturno de la Solemnidad de la Ascensión.

[9] Non vos relinquam orphanos, alleluia: vado et venio ad vos, alleluia; et gaudebit cor vestrum, alleluia (cfr. Jn 14,18).

[10] Analicemos este movimiento: Gertrudis ofrece al Señor oraciones suyas y de otros, a modo de atavío, que engalanan a Cristo a la vista de Dios Padre. Presentándose así engalanado, Cristo resulta grato a Dios Padre quien acepta esta ofrenda de su Hijo y la transforma en resplandor de gloria preparado para la eternidad, para aquéllas personas que habían ofrecido dichas oraciones. La victoria y la ofrenda de Cristo al Padre se trasfunde en gloria para sus elegidos. Por Él y solo a través suyo, nos vienen todas las gracias y todos los méritos.