Inicio » Cuadmon » Cuadernos Monásticos Nº 190

Editorial

Dios no ha descubierto todavía al hombre todo su misterio sino que se da a conocer mediante un proceso de presencia y de ocultamiento, de don y de prohibición, de alianza y de olvido, un juego que es en realidad una pedagogía de la comunión. En la vida monástica benedictina el monje se va formando en esta pedagogía que –más que académica o teórica– se va asimilando desde la experiencia de vida en una comunidad, bajo una Regla y un abad. El monasterio es descrito por san Benito como una escuela del servicio divino donde los monjes, a medida que progresan en la vida monástica y en la fe, van adquiriendo ese espíritu filial característico de los verdaderos discípulos de Cristo.

Para el monje la filiación divina implica un aprendizaje del amor en el que no se puede prescindir de las mediaciones humanas, del abad y de los hermanos, porque en definitiva siempre existe alguien que te enseña a ser hijo. Y en este proceso de presencia y ocultamiento, el monje, a medida que va ascendiendo en los grados de humildad, descubre que también en la ausencia del padre se aprende a ser hijo, descubrimiento que hace uniéndose a los padecimientos de Cristo y abrazándose a la paciencia. Algo de todo esto desarrolla nuestro joven monje teólogo chileno, H. Bernardo Álvarez, osb, en su artículo sobre la teología narrativa del P. Ghislain Lafont.

Pero también surge la pregunta de por qué hoy son tan pocos los que se deciden por este camino, dando la impresión de que los hombres y mujeres de hoy no piensan que sea indispensable abandonar su vida en el mundo para consagrarse a Dios. ¿O es que ya no se necesita adquirir el espíritu filial para entrar al Reino de los Cielos? Sin embargo Dios no ha cambiado, es el mismo ayer, hoy y siempre, pero sí lo ha hecho, y mucho, la coyuntura del tiempo presente, lo que para algunos abre la pregunta sobre la vigencia de las formas tradicionales de la vida monástica benedictina. Faltan cosas por hacer en la Iglesia, a nivel de la liturgia, de la espiritualidad, de las instituciones, y a partir de esta percepción tendría sentido afirmar que para salir al encuentro de la gente actual se requieren nuevamente pasos valientes, audaces y equilibrados. ¿Podríamos decir lo mismo desde nuestra vida monástica benedictina? El P. Ghislain Lafont, en su presentación sobre la reforma de Pietro Casaretto, abre un espacio para la reflexión invitando a mirar el pasado pero desde el tiempo presente, de cara a un futuro con esperanza.

Aún en una cultura como la nuestra, la lectura orante de la Sagrada Escritura sigue siendo para los monjes un pilar fundamental de su espiritualidad, una especie de clave para leer su vida y descubrir en ella un sentido. Pero esto requiere también un aprendizaje, porque para aprender a reconocer en los textos antiguos esa sabiduría antigua y siempre nueva se necesita, además de la sensibilidad del artista, la gracia del Autor Divino que las inspiró. El P. Ricardo Ramos Blassi nos presenta un ejemplo de lectio divina en clave simbólica, a partir del texto de Hch 16,6-38, mostrándonos que la Sagrada Escritura es como una fuente viva de la cual se puede beber siempre, si se quiere crecer en una apertura a un mundo interior.

La RB está destinada a regular la vida concreta de los monjes y por eso no ofrece especulaciones teológicas sobre Cristo; sin embargo, de su lectura atenta va surgiendo con claridad que el amor de Cristo y la relación con Él son valores insustituibles e insuperables, valores que permiten palpar los cimientos más hondos sobre los que se sustenta la RB y de cuya savia desea alimentarse y vivir su autor. Se trata más bien de una cristología vivencial, según lo expresa el mismo P. Max Alexander, osb, de donde surge también la certeza de que para cualquier comunidad monástica, la RB no se propone otra cosa que señalar un camino de seguimiento de Cristo y de su Evangelio.

De la RB, especialmente de sus últimos capítulos, se desprende una pedagogía de la comunión, aunque no en la forma ni en el modo como se presentaría hoy. La pedagogía de la comunión que se vive en el interior de una familia, ¿sería aplicable a una comunidad monástica benedictina, y viceversa? La verdadera naturaleza de una familia no es la de ser un grupo de personas doblegadas sobre sí mismas, defendiendo su círculo vital, sino que su naturaleza verdadera es la de ser como el anillo de una cadena de generaciones, es decir, ser un grupo de personas que se deja engendrar para, a su vez, engendrar. La hermana Fátima Giliberti, ocso, nos hace un hermoso relato de un encuentro de formación en la Comunidad Trapense de Humocaro, en Venezuela; sus palabras reflejan algo de esa pedagogía viva que Madre Cristiana de Vitorchiano ha sabido transmitir a toda su descendencia espiritual.

La pedagogía viva en nuestras comunidades también se va formando en el recordar y contar a las nuevas generaciones los testimonios de vida de quienes nos precedieron en la vida monástica y en la fe. Al celebrar los 75 años de la fundación de su Monasterio de la Santísima Trinidad de Las Condes, el P. Gabriel Guarda, osb, hace las semblanzas de tres monjes de su comunidad que influyeron positivamente en su itinerario humano y espiritual: el P. Pablo Gordan, el P. Odón Haggenmüller y el P. Eduardo Lagos. En el contexto de esa celebración jubilar el Arzobispo de Santiago expresó un deseo que interpela  a todos los monasterios de monjes y monjas del Cono Sur:    “Quisiera pedirle a esta comunidad benedictina que, desde este lugar puesto en el monte, pueda ser y ofrecer un espacio espiritual para que la gente y los cristianos de la ciudad de Santiago nos podamos encontrar más profundamente con Dios, más verdaderamente con Dios… Que aquí puedan subir muchas personas buscando ese espacio donde encontrarse vitalmente con Dios, donde decidir y volver a decidir la propia vida  en comunión con Dios, en diálogo con Dios, en una obediencia filial a Dios…”.

Finalmente, desde Gaza se elevan, una vez más, las voces de Barsanufio y Juan, como la luz de una mecha humeante que el paso de los siglos no ha logrado extinguir. Esa misma tierra que hoy es testigo de un conflicto que se mantiene en el tiempo y que causa dolor, sufrimiento y muerte a tantos. Y esto por razones políticamente explicables, tal vez, pero que escapan a cualquier intento de justificación. Nuestra revista nos ayuda a hacer memoria de un tiempo en el que los habitantes de Gaza no estaban solos, porque contaban con la compañía y el consejo de estos ancianos que contestaban a sus preguntas y a quienes se escuchaba con respeto y veneración. Que al leerlos hoy nosotros podamos acompañar a todos los habitantes de Gaza, judíos y palestinos, con nuestra oración pidiendo la paz y la reconciliación, sabiendo que todo es posible para Dios.

P. Benito Rodríguez, osb

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