2. EL MONACATO CRISTIANO EN SIRIA
2.1. Afraates (primera mitad del s. IV)
2.2. San Efrén Diácono (+ 373)
2.3. Libro de los Grados (fines del s. IV)
2.4. Juan de Apamea (primera mitad del siglo V)
2.5. San Simeón Estilita (389-459)
2.6. Teodoreto de Ciro (+ hacia 466) y su Historia de los Monjes de Siria
2.7. Filoxeno de Mabbug (+ 523)
Breve visión de conjunto
1. En Siria encontramos formas muy peculiares de vida monástica: estilitas (monjes que vivían sobre columnas), reclusos (monjes que se encerraban o recluían en un lugar determinado, habitualmente bastante estrecho), dendritas (los que coman sólo raíces de árboles y plantas), etc. A nosotros esto nos extraña, pero se trataba de formulaciones vitales, que respondan a la idiosincrasia de un pueblo austero y de fisonomía un tanto individualista.
2. “Las criaturas de la piedad (los monjes) han descubierto diferentes escaleras para subir al cielo. Los más, innumerables, se reúnen en grupos..., otros abrazan la vida solitaria..., hay quienes habitan bajo tiendas o en cabañas, otros prefieren vivir en cavernas o grutas. Muchos no quieren saber de grutas, ni de cavernas, ni de tiendas, ni de cabañas y viven a la intemperie, expuestos al frío y al calor... Entre éstos hay quienes están constantemente de pie, otros sólo una parte del día. Algunos cercan el lugar donde se encuentran con una tapia, otros no toman tales precauciones y quedan expuestos, sin defensa, a las miradas de los que pasan”[1].
3. Contrariamente a lo que podría suponerse, dados los modos de vida señalados, las enseñanzas de los monjes sirios que conocemos tienen una llamativa profundidad, y son de notable actualidad.
4. «El santo del Señor, (Simeón), entró en la iglesia para oír los oráculos de Dios y era con placer que escuchaba las Santas Escrituras, si bien no comprendía lo que oía. Como avanzaba en años, tocado de compunción por la palabra divina, un día fue a la santa iglesia y, oyendo la lectura de un texto del apóstol, le preguntó a un anciano: “Dime, Padre, ¿qué se está leyendo?”. El anciano le dijo: “Se trata de la continencia del alma”. El santo Simeón le dijo: “¿Qué es la continencia del alma?”. El anciano le respondió: “Joven, ¿por qué me interrogas? Yo te veo ciertamente joven en cuanto a la edad, pero con los pensamientos de un anciano”. El santo Simeón le dijo: “Padre, no busco ponerte a prueba, sino que estoy perplejo por lo que respecta al significado del texto”. El anciano le contestó: “La continencia es la salvación del alma, ella conduce a la luz, ella lleva al reino de los cielos... Que el Señor de la gloria te conceda un buen espíritu para cumplir su voluntad”»[2].
5. “Medita en lo que Cristo, tu maestro, vivió para que fuera puesto por escrito para ti: encuentra fuerza en lo que él te transmitió en su Evangelio. Permanece tranquilo y sereno en tu monasterio; no discutas nada de lo que se te ordena hacer; más bien, sé gentilmente obediente, de forma que muchos te amen.
“Que todos sean importantes a tus ojos, y no desprecies al que sabe menos que tú. Que tus acciones exteriores den testimonio de las interiores: no orgullosamente ante los otros, sino en verdad ante el Señor de todos. Sé al mismo tiempo, un siervo y un hombre libre: siervo, en tanto que estás sometido a Dios; pero libre, porque no estás esclavizado por ninguna cosa...
“Sé constante en la lectura de los profetas. De ellos aprenderás la grandeza de Dios, su bondad, su justicia y su gracia. Considera los sufrimientos de los mártires, de modo que tomes conciencia cuán grande es su amor por Dios.
“Dedícate a la lectura de las Escrituras más que a ninguna otra cosa: porque a menudo la mente divaga en la oración, pero durante la lectura incluso una mente vagabunda se recoge.
“No debes ser peleador en ningún asunto, excepto contra el pecado. No odies los defectos de otros cuando ellos están en ti más bien muestra tu odio hacia los defectos que existen en tu propia persona. Canta la alabanza de las buenas obras más con tus acciones que con tus palabras. Proclama el Evangelio en todo tiempo. Serás un mensajero del Evangelio cuando tú mismo obres conforme al modo de vida del Evangelio.
“Muestra al mundo que existe otro mundo...”[3].
6. El testimonio del diácono Efrén de Nísibe y, sobre todo, del obispo Juan Crisóstomo, dos grandes santos de la Iglesia, son importantes para valorar la influencia evangelizadora de los monjes en la comunidad cristiana.
7. “En un único cuerpo están la Oración y la Fe para ser encontradas, una oculta, la otra revelada. Una es para el Oculto, la otra para ser vista. La oración Oculta es para el oculto oído de Dios, mientras que la fe es para el visible oído de la humanidad”[4].
8. “El combate de los monjes es muy grande, como también es mucho su trabajo... En la vida monástica el trabajo es mucho, pero la lucha está dividida entre el alma y el cuerpo, o más bien, la mayor parte se lleva a cabo con la constitución física, y si el cuerpo no es fuerte el fervor permanece encerrado sin poder salir para la práctica. Efectivamente, el ayuno riguroso, dormir sobre el suelo, la oración nocturna, privarse del baño, trabajos penosos y todo lo demás que (los monjes) practican para mortificar el cuerpo desaparece si el que debe sufrir estas penitencias no es suficientemente fuerte... El monje necesita de una buena constitución física y un lugar adaptado a este género de vida, que no esté demasiado lejos del trato con los hermanos y no carezca del excelente clima de las montañas... Ni debo decirte ahora cuánto trabajo se ven obligados a realizar para procurarse la ropa y la comida éstos que luchan como en una competencia para hacerse todas las cosas por sí mismos... Si alguno se maravillara de que los monjes vivan solo para sí mismos y huyan del trato con todos los demás, yo admito que esto es una prueba de fuerza moral, aunque no sea prueba de toda la fortaleza que hay en el alma”[5].
[1] Teodoreto de Ciro (+ hacia 466), Historia religiosa 27.
[2] Antonio monje (segunda mitad del siglo V), Vida y conducta del bienaventurado Simeón el Estilita (+ 459) 2.3; traducción francesa de A. J. Festugière, Antioche paeïnne et chrétienne, Paris, Ed. E. de Boccard, 1959, p. 493 (Bibliothéque des Ecoles Françaises d'Athénes et de Rome, 194).
[3] Juan el Solitario (segunda mitad del siglo V), Carta a Hesiquio 8. 10. 14. 16. 37-38. 44. 47-49. 56-57; traducción inglesa de Sebastian Brock en The Syriac Fathers on Prayer and the Spiritual Life, Kalamazoo (Michigan), Cistercian Publications, 1987, pp. 84 ss. (Cistercian Studies Series, 101).
[4] Efrén Diácono (+ hacia 373), Himnos sobre la fe, nº 20,10; traducción inglesa de Sebastian Brock, The Syriac Fathers on Prayer and the Spiritual Life, Kalamazoo (Michigan), Cistercian Publications, 1987, 34 (Cistercian Studies Series, 101).
[5] Juan Crisóstomo (= “Boca de Oro”; + 407), Tratado sobre el sacerdocio VI, 5.6; traducción de Luis H. Rivas en San Juan Crisóstomo, El Sacerdocio, Buenos Aires, Eds. Paulinas, 1985, pp. 128-129 (Col. Orígenes cristianos, 1).
