Inicio » Content » INTRODUCCIÓN A LA LECTURA DE LOS TEXTOS DEL MONACATO CRISTIANO PRIMITIVO (siglos IV-VI) [9]

1.2. Pacomio (+ 346), sus monasterios y sus discípulos

En el año 345, Pacomio[1] fue llamado a comparecer ante un sínodo local[2]. El relato que del hecho nos ha conservado la Primera Vida Griega es uno de los más coloridos de esta obra:

«Cuando la fama (de Pacomio) se extendió hasta muy lejos, hablaban sobre él, algunos mesuradamente y otros exageradamente. Y en cierta ocasión se dudaba de su, así llamada, clarividencia; entonces, fue convocado a la iglesia de Latópolis, en presencia de monjes y obispos, para responder sobre esto. Vino con algunos hermanos ancianos y, mirando a los que lo querellaban[3], guardó silencio. Cuando fue invitado a defenderse por los obispos Filón y Mouei[4], él les dijo: “¿No eran ustedes en un tiempo monjes conmigo en el monasterio, antes de ser obispos? ¿No me han visto amar a Dios, por su gracia, como ustedes mismos, y cuidar de los hermanos? Cuando Moisés de Magdólon[5], como se le llamaba, fue poseído y los demonios lo arrebataron para matarlo en las cavernas, ¿no saben cómo, por mi intermedio, la gracia de Dios lo socorrió? Para no decir nada del resto”. Ellos le respondieron: “Creemos que eres un hombre de Dios, y sabemos que has visto a los demonios, haciéndoles la guerra para que se alejen de las almas. Pero como el don de clarividencia es algo grande, defiéndete de nuevo sobre esto, y persuadiremos a los que murmuran”.

Entonces él les dijo: “¿No me han escuchado decir muchas veces que fui un niño nacido de padres paganos, que no sabía quién era Dios? ¿Quién, entonces, me dio la gracia de convertirme en cristiano? ¿No ha sido el mismo Dios que ama a los hombres? Antes había pocos monjes, apenas se encontraban grupos separados de dos, cinco o, a lo sumo, diez, y con gran dificultad se gobernaban mutuamente en el temor de Dios. Ahora nosotros somos esta gran multitud, nueve monasterios, en los que nos apresuramos día y noche, por la misericordia divina, a conservar nuestras almas sin reproche. También ustedes confiesan que saben discernir lo concerniente a los espíritus impuros; por otra parte, el Señor nos ha concedido reconocer, cuando Él lo quiere, quién de los monjes anda correctamente y quién es monje sólo en apariencia. Pero dejemos allí el carisma de Dios. Los sabios y prudentes del mundo, si pasan algunos días en medio de los hombres, ¿no saben discernir y reconocer la disposición de cada uno? Y Aquél que ha derramado su sangre por nosotros (Hb 9,12), Sabiduría del Padre (1 Co 1,24), si ve a alguien temblando con todo su corazón por la pérdida de su prójimo, sobre todo de un gran número, ¿no le concederá el medio para salvarlo irreprochable, sea por el discernimiento del Espíritu Santo, sea por una visión, cuando el Señor lo quiera? No crean, en efecto, que yo veo las realidades de nuestra salvación cuando quiero, sino solo cuando Aquél que gobierna todo me muestra su confianza. El hombre, por sí mismo, es como vanidad (Sal 143 [144],4); pero cuando verdaderamente se ha sometido a Dios, ya no es más vanidad sino un templo de Dios (2 Co 6,16), como lo dice Dios mismo: “Habitaré en ellos” (Jn 14,23). No dice “en todos” sino sólo en los santos: en ustedes y en todos, y también en Pacomio si hace la voluntad de Dios.

Al oír estas palabras, estaban admirados de la sinceridad[6] y humildad del hombre. Cuando terminó de hablar, un hombre poseído por el enemigo llegó con una espada para degollarlo. Pero el Señor lo salvó por medio de los hermanos que lo acompañaban, mientras el tumulto reinaba en la iglesia. En tanto que algunos hablaban de una manera y otros de otra, los hermanos se salvaron del peligro y fueron al último monasterio, aquél llamado Pachnoúm (o: Pachnoym) en el distrito de la ciudad de Latópolis»[7].

La acusación que se le hace a Pacomio es la de: “clarividencia” (dioratikón). Abora bien, ser dioratikós es un don, un carisma, “algo grande”, como le dicen los obispos presentes.

En su defensa Pacomio, poco menos de un año antes de su muerte (9 de mayo de 346), nos revela los hitos esenciales de su vida: su conversión (“de padres paganos, que no sabía quién era Dios... la gracia de convertirme en cristiano”), su amor a Dios y a los hombres (“cuidar a los hermanos”), la fundación de monasterios, nueve en total (la Koinonía pacomiana), donde los monjes se “apresuran día y noche, por la misericordia divina, a conservar sus almas sin reproche”, y lo más importante: el don que le ha hecho Cristo, quien si “ve a alguien temblando con todo su corazón por la pérdida de su prójimo, sobre todo de un gran número, ¿no le concederá el medio para salvarlo irreprochable, sea por el discernimiento del Espíritu Santo, sea por una visión, cuando el Señor lo quiera?”.

 

“Amando a todos los hombres, los serviré según tus mandatos”

«Después de la persecución reinó el gran Constantino, primicia de los emperadores cristianos de Roma. Y como estaba en guerra contra cierto tirano mandó reunir muchos reclutas. También Pacomio, que contaba cerca de veinte años, fue llevado[8]. Mientras bajaban el río los reclutas, con los soldados que los vigilaban, anclaron en la ciudad de Tebas, donde los mantenían prisioneros. Al atardecer, cristianos misericordiosos que habían oído sobre ellos, les llevaron de comer, de beber y otras cosas necesarias, pues los reclutas estaban en la aflicción. El joven Pacomio, preguntando sobre esto, aprendió que los cristianos son misericordiosos con todos, incluidos los extranjeros. Entonces volvió a preguntar qué era un cristiano, y le dijeron: “Son hombres que llevan el nombre de Cristo, Hijo único de Dios, y que hacen el bien a todos, con la esperanza puesta en aquél que hizo el cielo, la tierra y a nosotros los hombres”.

Al escuchar hablar de una gracia tan grande, se inflamó su corazón del temor de Dios y de gozo. Se retiró aparte en la prisión, levantó las manos al cielo para orar y decir: “Dios, creador del cielo y de la tierra[9], si vuelves tu mirada hacia mí[10], porque no te conozco, tú, el único Dios verdadero[11], y si me libras de esta aflicción, seré esclavo de tu voluntad todos los días de mi vida; y amando a todos los hombres, los serviré según tus mandatos”[12].

Hecha esta oración, seguía navegando con los otros reclutas. En las ciudades más de una vez sus compañeros lo hostigaban respecto de los placeres mundanos y otros desórdenes: todos los rechazaba en memoria de la gracia de Dios que había recibido. Porque amaba mucho la pureza, desde la infancia.

Constantino derrotó a sus enemigos y los reclutas fueron dejados en libertad. Entonces, Pacomio, una vez que la nave ancló en la Alta Tebaida, se dirigió a una iglesia de la aldea llamada Chenoboskeion[13]. Allí fue catequizado y bautizado. En la noche en que fue favorecido con el sacramento, tuvo una visión durante el sueño. Se vio a sí mismo cubierto con el rocío celestial, este se había derramado a su derecha, transformándose en miel sólida y la miel había caído en tierra, y escuchó a alguien que le decía: “Comprende lo que sucede: esto se cumplirá más tarde”»[14].

El cambio de rumbo que se realiza en la vida del joven Pacomio es un verdadero encuentro con Dios viviente y presente entre los hombres, encarnado, quien se le manifiesta ante todo como misericordioso, bondadoso. Así, cuando Pacomio pregunta quiénes son esos que los atienden en sus necesidades le dicen: “Son hombres que llevan el nombre de Cristo, Hijo único de Dios, y que hacen el bien a todos...”.

Esta primera experiencia será decisiva y “fundante”, ya que no sólo le da una nueva dirección a su vida, sino que imprimirá un sello indeleble en su corazón.

Asimismo, es llamativo que el relato nos diga que después de su bautismo tuvo una “visión durante el sueño”. Circunstancia no casual ni excepcional que veremos repetirse en los momentos importantes de su existencia.

 

“Construye un monasterio: muchos vendrán a ti para hacerse monjes”

Puede parecer contradictorio con la vivencia del neobautizado recién presentada, el hecho de que, “movido por el amor de Dios, Pacomio buscó hacerse monje. Le señalaron a cierto anacoreta llamado Palamón, y se fue a vivir con él en la soledad”[15]. La Primera Vida Griega no da ninguna explicación del motivo de esta iniciativa, excepto la muy escueta afirmación: “Movido por el amor de Dios”[16]. ¿Se podría entonces pensar que luego de un tiempo dedicado al servicio de los demás, en continuidad con su experiencia de conversión, sintió la necesidad interior de un cambio de vida?

Lo cierto es que el tiempo pasado junto a Palamón produjo en Pacomio, siempre según la Primera Vida Griega, un afianzamiento y crecimiento espiritual:

“Pacomio se aplicaba a custodiar su corazón con toda diligencia, como está escrito (Pr 4,23). De forma que el buen anciano Palamón estaba admirado, porque no sólo soportaba de buen grado el esfuerzo de la ascesis exterior, sino que también se aplicaba a guardar la conciencia pura para cumplir la ley de Dios, aguardando la esperanza mejor del cielo[17].

Cuando empezó a leer o recitar de corazón las palabras de Dios, no lo hacía de forma desordenada como la mayoría, sino que se esforzaba por retenerlas cada una totalmente, con humildad, mansedumbre y verdad, como dice el Señor: Aprendan de mí que soy manso y humilde de corazón (Mt 11,29).

... A menudo Pacomio era enviado a recoger y traer leña, e iba con los pies descalzos; por un tiempo sufrió fuertemente de sus pies por causa de las espinas que se le clavaban. Lo soportaba en recuerdo de los clavos de las manos y de los pies de nuestro Salvador en la cruz. Tenía, sobre todo, la costumbre de permanecer en el desierto para orar, pidiendo a Dios que lo librara, a él y a todos los hombres, de los engaños del enemigo. Y así era muy querido por Dios.

... Viviendo en la soledad, antes de que hubiese fundado el Cenobio, prestaba mucha atención a las bienaventuranzas, esforzándose por ser hallado puro de corazón (Mt 5,8)”[18].

El momento culminante de esta etapa es la, así llamada, visión de Tabennesi:

«En cierta ocasión, adentrándose a una gran distancia en el desierto, llegó a un pueblo deshabitado, llamado Tabennesi. Y para expresar su amor a Dios, oró. Como se demoraba en su oración, una voz le fue dirigida –aún no había tenido una visión, hasta ese día–, que le dijo: “Permanece aquí y construye un monasterio: muchos vendrán a ti para hacerse monjes”»[19].

Pacomio recibe una misión, coherente con la experiencia que lo había llevado a la conversión: el Señor le pide que acoja a quienes vendrán hacia él para abrazar la vida monástica. Se lo invita a ponerse al servicio del prójimo.

Un detalle llamativo del texto citado: se dice que esta fue la primera visión de Pacomio. Después de su bautismo tuvo un sueño, ahora “una visión” (órama), con lo que el biógrafo quiere expresar que no se trataba de una ficción de la imaginación o de una fantasía, sino de una auténtica visión.

Como argumentará más tarde en su apología, citada al comienzo, san Pacomio considera que las visiones le fueron concedidas con una finalidad: colaborar en la salvación del prójimo, un medio “para salvarlo irreprochable” (G1 § 112). Esta primera visión-misión quedará confirmada más adelante en una segunda aparición-manifestación: «“La voluntad de Dios es que sirvas a la estirpe de los hombres, a fin de reconciliarlos totalmente con Él”; repitiendo esto tres veces, el ángel desapareció» (G1 § 23).

 

De la soledad a la vida comunitaria

Obediente al mandato del Señor, después de recibir la aprobación de abba Palamón, Pacomio comenzó a recibir los primeros discípulos. Y les inculcó tres normas básicas: la renuncia, el seguimiento del Salvador y la formación conforme a las Escrituras, meditando “los salmos y las enseñanzas de las otras partes de la Biblia, especialmente del evangelio” (G1 § 24); en tanto que él haciéndose servidor de Dios y de ellos, según la orden de Dios, encontraba su descanso (G1 § 24). Los “hermanos novicios”, por su parte, se admiraban al ver “la bondad de Dios manifestarse” en Pacomio (G1 § 25).

También comenzó a instruirlos: “Les decía que es bueno no pedir poder y gloria, sobre todo en un cenobio, para que a partir de esto no surjan disputas, envidias, celos y, al fin, divisiones en el seno de una comunidad de muchos monjes... Pero si alguno, en cuanto hombre, se hace censurable, no lo juzgamos: porque Dios es el Juez, y tiene bajo sus órdenes a esos jueces temporales que son los sucesores de los apóstoles, capacitados por el Espíritu para emitir un justo juicio[20]. Nosotros los pequeños debemos ser compasivos y misericordiosos los unos con los otros” (G1 § 27).

Con todo, su catequesis más efectiva era su ejemplo: “Ante los ancianos, enfermos o niños Pacomio se compadecía, preocupándose de sus vidas en todo. Así los hermanos progresaban en la virtud y crecían en la fe, y él se alegraba puesto que se emulaban extraordinariamente por el bien... Estaba lleno de misericordia y amor por las almas. A menudo, viendo a los hombres no reconocer a Dios, su Creador, lloraba solo largamente, deseando, si él pudiese, salvarlos a todos”[21].

Es realmente llamativa la convicción con que san Pacomio busca permanentemente la salvación del prójimo. Así, en cierta ocasión, cuando viene a visitarlo su hermana le dice: “El hombre no tiene otra esperanza en el mundo sino la de hacer el bien para sí mismo y para el prójimo antes de abandonar el cuerpo hacia el sitio donde será juzgado y recompensado de acuerdo con sus obras”[22].

Incluso cuando se le presentaban dificultades, buscaba siempre proceder guiado por la caridad y la compasión:

«Antes que la comunidad aumentase numéricamente, junto a nuestro padre Pacomio había algunos hermanos que tenían pensamientos carnales, ya que no todos eligen el temor de Dios. Él los amonestaba con frecuencia, pero ellos no le obedecían ni seguían el camino recto, al contrario, lo afligían. Entonces (un día) se retiró a cierta distancia, cayó rostro en tierra e hizo esta oración: “Dios, nos has ordenando amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos[23]. Dirige tu mirada sobre estas almas, ten compasión de ellas y haz que, tocadas de compunción, te teman y sepan qué es la vida monástica, para que esperen en ti, como los otros hermanos”. Pero después de esta oración, vio que los hermanos se rehusaban a seguirlo, persistiendo en contradecirlo. Les impuso entonces la ley de la oración en común y las otras reglas de vida. Ellos, reconociendo que Pacomio no les permitía vivir a su antojo, se retiraron atemorizados. Y así, después de esta partida, los otros hermanos progresaban más, al igual que el trigo crece una vez que se arranca la cizaña»[24].

Cuando en cierta ocasión se le reprochó una decisión suya, respondió:

“Dios conoce mis intenciones... Nunca he querido dañar a ninguna alma. ¿Cómo podría afligir al Señor que dice: Cada vez que hacen el bien a uno de los que creen en mí, es a mí a quien se lo hacen (Mt 25,40; 18,6)? ¿Cómo podría ser tan insensato, alejando así a mis hermanos, como si los despreciara? Dios no lo quiera...”[25].

Ante el caso de un hermano rebelde al mandato de su superior, Pacomio le dice: “¿No has venido a buscar la voluntad de Dios? ... Al hacerle el bien a un mal hombre, (éste) logra llegar a una cierta percepción del bien. Tal es el amor de Dios: tener compasión (sumpáschein) los unos de los otros”[26]. Más tarde, aquél, reconociendo su falta, le confesará a Pacomio: “Hombre de Dios, eres más grande de lo que habíamos oído. Porque hemos visto cómo venciste el mal por el bien[27], porque has perdonado a un pecador insensato como yo. Si no hubieses tenido verdadera paciencia, sino que hubieses hablado contra mí, habría dejado la vida monástica, alejándome de Dios. Que seas bendito, porque es gracias a ti que vivo”[28]. La voluntad de Dios es que los hombres se salven, tal la certeza que acompaña todas las determinaciones de Pacomio.

 


[1] El nombre Pacomio parece que era frecuente en Egipto, y significaba “halcón del rey”. En 345, Pacomio debía tener 52 años.

[2] Tal vez, en los meses de septiembre u octubre.

[3] Lit.: “a los que amaban las querellas” (philoneikoŭntas).

[4] Filón fue promovido a la sede de Tebas en el año 339. En tanto que Mouei posiblemente era obispo de Latópolis en el momento de la celebración del Sínodo; cf. Armand Veilleux, Pachomian Koinonia, vol. 3, Kalamazoo (Michigan), Cistercian Publications Inc., 1982, p. 418 (Cistercian Studies, 47); en adelante: Veilleux.

[5] Seguimos a Veilleux, que considera que el nombre “Magdalón” se refiere a una ciudad. Pero también podría traducirse como sigue: «el así llamado “torre de vigilancia”» (cf. A.-J. Festugière, Les Moines d'Orient, t. IV/2: La première Vie grecque de saint Pachôme. Introduction critique et traduction, Paris 1965, Eds. du Cerf, p. 219; Veilleux, p. 418).

[6] Parresían.

[7] Primera Vida Griega de san Pacomio (= G1), § 112; ed. F. Halkin, Sancti Pachomii Vitae Graecae, Bruxelles, Societé des Bollandistes, 1932, pp. 72-73 (Subsidia hagiographica, 19). Cf. asimismo: F. Halkin, Le corpus athénien de Saint Pachôme. Avec une traduction française par André-Jean Festugière, O.P., Genève, Patrick Cramer Éditeur, 1982 (Cahiers d’orientalisme, II).

[8] En realidad, Pacomio fue obligado a prestar el servicio militar a raíz de la contienda surgida entre Maximino Daia y Licinio en el año 313. El segundo saldrá victorioso del enfrentamiento, y quedará como único emperador del Oriente.

[9] Cf. Hch 4,24.

[10] Cf. 1 S 1,11; Lc 1,48.

[11] Cf. Jn 17,3. Pacomio siempre consideró su conversión como una verdadera curación espiritual; cf. G1 § 47, donde cita este mismo texto de Jn (cf. Veilleux, p. 408).

[12] Cf. Lc 22,26.

[13] Corría entonces el año 313. Pacomio estuvo tres años en ese pueblo actualmente llamado: Kasr-es-Sayad (Seneset en copto), perteneciente a la diócesis de Dióspolis. En ese lapso se dedicó al servicio de la gente humilde del lugar. Aunque este dato es omitido por G1, no hay motivo para dudar de su veracidad; cf. L. Th. Lefort, Les Vies coptes de Saint Pachôme et de ses premiers successeurs, Louvain, Bureaux du Muséon, 1953, (reimpresión de 1966), § 10 (Bibliothèque du Muséon, 16); y Veilleux, pp. 268 y 408.

[14] G1 §§ 4 y 5.

[15] G1 § 6. Hacia el año 316.

[16] G1 § 6.

[17] Cf. Col 1,5: La esperanza del premio que Dios les ha reservado en los cielos.

[18] G1 §§ 9, 11 y 18. Pacomio tenía en muy alta estima esta bienaventuranza; cf. G1 § 22: “por la pureza de corazón podía ver al Dios invisible” (Veilleux, p. 273).

[19] G1 § 12.

[20] Cf. Jn 7,24.

[21] G1 §§ 28 y 29.

[22] G1 § 32; cf. Rm 2,6-7.

[23] Cf. Lv 19,18; Mt 19,19. Estos textos son también citados en G1 § 53, al reprochar a los hermanos no haber atendido como correspondía a un enfermo: “... Respetar a las personas, ¿dónde está el precepto de la Escritura: Amarás al prójimo como a ti mismo (Lv 19,18; Mt 19,19)?”.

[24] G1 § 38; cf. Mt 13,24-30. 36-43. El relato de la G1 es un resumen del que hallamos en S1 §§ 10-19 (cf. Lefort, op. cit., pp. 3-6), en donde Pacomio fracasa en su intento de formar una comunidad con el primer grupo de discípulos (cf. Veilleux, p. 412).

[25] G1 § 40.

[26] Cf. Ef 4,2.

[27] Rm 12,21.

[28] G1 § 42.