José de Ibarra, escudo pectoral de monja concepcionista con tema de la coronación de la Inmaculada Concepción por la Trinidad isomorfa con san José y el Niño, santa Pedro, santa María Magdalena y santa Gertrudis Magna, que aquí ofrece su corazón envuelto; convento novohispano no identificado, óleo sobre lámina de cobre, armazón de carey, 18.5 cms. de diámetro, anterior a 1756; colección: Museo Soumaya, fotografía por Javier Hinojosa, catalogación por Juan Carlos Cancino.
por Pierre DOYÈRE, OSB †[1]
Dos palabras[2] vuelven sin cesar en los escritos gertrudianos para designar los sentimientos del alma: el singular affectus (y más raramente affectio en el mismo sentido) y el plural affectiones.
Evidentemente, ni este vocabulario, ni la doctrina filosófica y espiritual que este expresa, son propios de santa Gertrudis. Ningún estudio de la espiritualidad de los siglos XII y XIII, en los grandes autores victorinos y cistercienses, por ejemplo, puede dejar de detenerse a señalar su inspiración agustiniana. Pero parece interesante aportar a este estudio el testimonio gertrudiano.
Affectus traduce, en ella, la disposición interna del corazón que está en la base misma de la vida afectiva. Se podría incluso decir –depurando la palabra de las resonancias que le ha dado el siglo XVIII- la “sensibilidad”, por la cual el alma es capaz de ser “afectada” de ternura, de misericordia, de caridad, de amor y otros sentimientos. La santa distingue netamente la disposición interior de su manifestación, de su testimonio exterior, por ejemplo en L III 42, por tres veces, y en L III 45. La distinción es igualmente explícita en varios pasajes, como en el caso de L II 12, por el empleo de dos palabras affectus y effectus, que hacen antítesis. El effectus sería el resultado, el acto, el efecto visible que permite juzgar el affectus íntimo[3].
Por una familiaridad que le es habitual, santa Gertrudis no deja de aplicar la palabra affectus a Dios, para evocar la intimidad del amor divino. La mayor parte de las veces se trata del Verbo Encarnado, con referencia a su Humanidad o a la Eucaristía (L III 30, 42, 76 y L IV). Pero, en un pasaje muy bello la aplica a Dios Padre, conmovido por un sentimiento infinitamente dulce (longe suaviori affectu) cuando su Hijo Único le presenta los hermanos adquiridos por su Encarnación, y esta disposición de amor infinito lo lleva a conceder a los hombres bienes incomparablemente superiores a todas las riquezas del Faraón (L IV 12).
Así, mientras que la palabra affectus en Santa Gertrudis significa aferrar la vida afectiva del alma en su fuente oculta, íntima, las especificaciones diversas de este impulso constituyen las affectiones animae, los “afectos” del alma, que los teólogos posteriores y los filósofos nos han habituado más bien a designar con el nombre de “pasiones”. En cuanto al número, Aristóteles contaba once y esta cifra se ha vuelto clásica con los escolásticos. Sin embargo, fuera de estos, los autores varían sobre este punto, aun cuando la mayor parte conviene en una primera subdivisión cuatripartita: deseo, temor, alegría y tristeza[4].
En varios pasajes santa Gertrudis nombra algunas affectiones: en L II, 5: delectatio, spes, gaudium, timor et dolor[5]; y en L II, 13: spes, gaudium, timor, dolor, ira. Pero es a la cifra de siete, en definitiva, que ella reconduce las affectiones. Ella adopta formalmente la cifra de siete en L IV 2 y enumera estas siete affectiones esenciales en L III 69: timor, dolor, gaudium, amor, spes, odium, et pudor[6]. Gertrudis no depende aquí ni de San Agustín, ni de San Bernardo, ni de Santo Tomás, sino directamente de Ricardo de San Víctor, quien las enumera así: spes et timor, gaudium et dolor, odium, amor et pudor[7]. La presencia, al final de la lista, del pudor, basta para probar esta dependencia; en efecto, esto es propio de los victorinos y parece haber sido impuesta a Ricardo por el marco alegórico de la familia de Jacob, donde se sitúa su tratado de psicología moral y espiritual. Lía representa la sensibilidad afectiva, cuyos hijos son las pasiones: seis muchachos y una hija, Dina ¡la cual no puede simbolizar otra cosa que el pudor!
Merece señalarse una divergencia de vocabulario entre Ricardo y santa Gertrudis. Ricardo emplea de preferencia el término affectio para designar el impulso interior donde derivan las pasiones, llamadas por él -siguiendo una tradición antigua[8]- affectus animae. Santa Gertrudis invierte los términos: las pasiones son llamadas affectiones animae, dependientes del affectus interior, como los miembros de un mismo cuerpo.
Una vez reconocido el parentesco con Ricardo, es fácil ver que toda la doctrina de conjunto[9] de Benjamín minor sobre las pasiones inspira a santa Gertrudis, no de una manera sistemática, sino como la atmósfera donde se desenvuelve una vida moral y espiritual, que se hace muy personal, muy guiada por su experiencia mística de la realidad de su unión con Cristo. El problema de las pasiones no le interesa tanto bajo el aspecto de moral ascética, sino en correlación con la vida mística: la vida de las pasiones, en lugar de turbar la vida de unión, debe servirla y enriquecerla.
Para Ricardo de San Víctor la sensibilidad afectiva y la razón, affectio et ratio, Lía y Raquel pertenecen las dos legítimamente a la vida del alma, las dos tienen su rol a jugar en la vida espiritual. La sensibilidad no ha de ser destruida por la razón; la perfección está en la armonía de las dos actividades debidamente equilibradas. Para realizar su equilibrio, la razón tiene a su disposición el recto juicio, los datos de los sentidos espirituales, la luz de la revelación que la conducen a la verdad, a la sabiduría, a la contemplación. El equilibrio de la sensibilidad resulta de una ascesis que consiste no en suprimir, en extirpar las pasiones, sino en ordenarlas, affectus ordinati, bajo la inspiración divina, a la búsqueda del único Dios. Él solo deviene el objeto de las pasiones santas, desideria sancta: temor de Dios, dolor de su pérdida, esperanza confiada en Él, amor de Dios.
Ciertos pasajes de santa Gertrudis, de una sutileza un poco enigmática para nosotros, conservan huellas de conflictos entre la razón y la sensibilidad, para los cuales, instruida por Ricardo de San Víctor, ella busca la solución de equilibrio: v. gr. L II 13; L IV 15. Ella consiente tanto menos a la impasibilidad de un ser sin pasiones, cuanto que el Señor no ha dado el ejemplo de esta impasibilidad: Ego cum esse in terris ferventissimas habui affectiones: “Yo tuve pasiones muy ardientes, que hacían que cualquier falta contra Dios me causara una profunda contrariedad. Gertrudis, en esto, no hace más que parecérseme”. In hoc mihi ista similes exstat (L I 12). Pero, para evitar toda irregularidad, estas pasiones deben ser bien ordenadas, el alma debe velar sobre ellas como un pastor sobre su rebaño[10] (L II 13). El ejemplo más perfecto de pasiones bien ordenadas en una creatura, viene de Nuestra Señora (L IV 48). Santa Gertrudis, desde la gran iniciación mística del 27 de enero, toma conciencia de que la unión con el Señor no puede convenir con el desorden y la confusión; ella reconoce la irregularidad de ciertas tristezas, inordinata tistitia, y del respeto humano, humanus et inordinatus timor. Y es la unión misma la que permite ordenar las pasiones; la virtud misma de Cristo suple los desfallecimientos del alma (L IV 21), esta centra todas las pasiones en el amor (L II 5), y además hace participar al alma de las propias pasiones de su divino Corazón: Accepit a Deo Patre purgationem septem affectionum suarum, quae ex adjunctione sanctissimarum affectionum Jesu Christi miro modo nobiliantur (L IV 2)[11]. Por otra parte, las pasiones del Señor son puestas a la entrada del corazón de Gertrudis, como los soldados a la entrada de la tumba, manteniendo oculta la divina presencia del Resucitado (L III, 27).
No es este más que un aspecto del tema central de la espiritualidad de santa Gertrudis: la unión con el Verbo Encarnado. Esta unión se perfecciona en el intercambio de corazones: O mira commutatio[12]. Hay como una substitución de afecciones del alma del Señor a las de la santa y el ritmo mismo del corazón de Jesús late a través del de Gertrudis. A este ritmo pertenecen las pasiones, affectiones, y para incluirlas a todas en una sola, por este intercambio, el amor de Gertrudis lleva en sí el impulso infinito del amor sin medida del Señor.
[1] Dom Pierre Doyère, osb, monje de San Pablo de Wisques, fue el impulsor de la revisión y fijación del texto latino de las obras completas de santa Gertrudis y su principal traductor al francés. Murió el 18 de marzo de 1966, durante la preparación de la edición crítica de los libros I a III del Legatus Divinae Pietatis; dos discípulos suyos continuaron la tarea y la obra fue publicada en 1968 por Sources chrétiennes (Gertrude D’Helfta, Œuvres Spirituelles II, L’Héraut [Livres I-II] SCh N° 139 y Œuvres Spirituelles III, L’Héraut [Livre III] SCh N° 143 – Paris, Les Éditions du Cerf, 1968). La fijación del texto de los libros IV y V del Legatus es obra de Jean-Marie Clément, monje benedictino de Steenbrugge, y la traducción al francés, de las monjas de Wisques.
[2] Continuamos con la publicación de 8 estudios particulares de Dom Pierre Doyère sobre puntos específicos de la doctrina del Heraldo del Amor Divino, consignados como Apéndices al tomo III de la edición. Cfr. Gertrude D’Helfta, Œuvres Spirituelles III, L’Héraut (Livre III,) Sources chrétiennes N° 143 – Paris, Les Éditions du Cerf, 1968, pp. 349-368. Tradujo la Hna. Ana Laura Forastieri, ocso, del Monasterio de la Madre de Cristo, Hinojo, Argentina.
[3] De affectu dubitare non portero, si hoc in effectu verum cognosco (Hugo de San Víctor, PL 176,959). [N. de T.: no podría dudar de los afectos, si los conozco por sus efectos].
[4] Virgilio conocía ya este acuerdo: Hinc metuunt, cupiunt gaudentque dolentque (Eneida VI,733). [N. de T.: Por esto (los seres humanos) temen y desean, gozan y sufren].
[5] N. de T.: esperanza y temor, gozo y dolor, dolor, amor y pudor.
[6] N. de T.: temor, dolor, gozo, amor, esperanza, odio y pudor.
[7] La misma lista es retomada por Geoffroy de Saint Victor. Cfr. RM AL III (1947/ 225-244).
[8] Cfr. Rufino traduciendo a Orígenes (passim v. gr. Hom I,17; PL 12,159).
[9] Una buena exposición sumaria sobre esta doctrina se da en la Introducción a los “Sermones y opúsculos espirituales inéditos” de Ricardo de San Víctor (Descleé de Brower 1951), Tomo I, p. LVII.
[10] La cita marginal en h. l. invoca la autoridad de san Gregorio (en realidad de Beda) en un texto que habla del “rebaño espiritual” confiado al alma. Este es aquí ligeramente modificado como “rebaño espiritual de pasiones”, affectiones, para acentuar el sentido.
[11] N. de T.: Aceptada por Dios Padre la purificación de sus siete afecciones, éstas, por su unión con las santísimas afecciones de Jesucristo, la ennoblecieron de modo admirable.
[12] N. de T.: ¡Oh admirable intercambio!