José de Páez, escudo pectoral de monja concepcionista con el tema de la Coronación de la Virgen, los Corazones, san José, san Joaquín, san Juan Bautista, santa Gertrudis Magna, san Francisco, san Luis Gonzaga, san Agustín, san Miguel, san Ignacio, santa Bárbara, san Antonio de Padua, san Juan Evangelista, santa Ana y santa no identificada, óleo sobre lámina de cobre, armazón de carey, sin medidas, hacia 1760, colección particular, catalogación: Juan Carlos Cancino.
por Pierre DOYÈRE, OSB †[1]
2. En buena doctrina de los sentidos espirituales[2], su actividad supone, aquí abajo, una disciplina de los sentidos corporales. Santa Gertrudis no ignora esta ley. Sin duda, no la formula sistemáticamente, pero los pasajes relativos a la ascesis de los sentidos corporales se sitúan siempre en un contexto donde se pone el acento sobre la vida espiritual. Se muestra particularmente atenta a no aislar la ascesis de la vida espiritual de amor: este es el tono de L II 13 y L III 14. Incluso la ascesis puede ser mirada como un modo de unión, cuando se la justifica como participación en la misma ascesis de Cristo (L IV 16). Y la ascesis de Cristo tiene por resultado el amor redentor; es también un acto de la obra vivificante de la salvación, más especialmente en cuanto que esta mortificación compensa y repara las faltas del género humano (L IV 17).
3. La unión del alma con el Señor sugiere una suerte de reciprocidad, una acción divina con respecto al alma, un amor. Para dar cuenta de esta reciprocidad, en el marco de la doctrina de los sentidos espirituales, uno es animado a experimentar la actividad divina en los mismos términos que la del alma, a prestar a Dios los sentidos espirituales. Estos sentidos divinos son familiares a Santa Gertrudis.
Son innumerables los ejemplos de la reciprocidad de sentimientos del Señor explicados por la actividad de los sentidos divinos. Nos remitimos a L III 50 o a L III 54 y también a L I 3, donde la autora describe la actividad mística de santa Gertrudis, por el deleite que experimenta el Señor, por medio del gusto, el tacto, el olfato, la vista y el oído.
4. En la mayor parte de los ejemplos dados a propósito de los tres componentes precedentes, no se puede menos que señalar la constante referencia al Verbo encarnado. La mística de santa Gertrudis, es, en efecto, nupcial; la unión con Cristo, esposo del alma, es el polo esencial de toda su vida interior, la calve de su espiritualidad. La tierra santa, el paraíso de delicias, donde se ejerce la actividad de los sentidos espirituales, es la humanidad de Jesús, es su divino Corazón.
Se encuentra el mismo acento en el Libro V, en el largo capitulo necrológico consagrado a la abadesa Gertrudis de Hackeborn. La santa la ve, al término de su agonía, accediendo a la beatitud eterna, por la entrada en el santuario augusto del corazón abierto de Jesús, y ella exclama: “Allá, lo que (esta alma) siente, lo que ve, lo que oye, lo que posee de alegría bienaventurada por el don infinito de la divina ternura, ella merece el privilegio único de ser introducida por semejante vía (el corazón abierto de Jesús) ¿Qué mortal podría hacerse una idea?”.
El tema del corazón de Jesús paraíso de delicias, donde se ejerce la actividad de los sentidos espirituales, se encuentra también al final del cuarto Ejercicio para la renovación de la Profesión. La jornada acaba con el canto del Nunc Dimittis y la santa lo entiende como oración para ser acogida en el corazón divino de Jesús: In benignissimam curam tui divini Cordis sucipe me.
“Allá, oh dulce Salvador, consuélame por la vista de tu presencia meliflua. Allá, reconfórtame, por el gusto de este don precioso que me has hecho, de la salvación. Allá, hazme escuchar la voz viviente de tu espléndido amor, llamándome a ti. Allá, recíbeme en el beso de tu perdón, infinitamente misericordioso. Allá, por el soplo de dulzura que es tu Espíritu, efluvio de suavidad, atráeme a ti, penetra en mí e imprégname”.
Vista, gusto, oído, tacto, olfato. Este final se perfecciona por un sexto “allá…” donde se retoma el sentido del tacto y el tema del abrazo, no como el beso de perdón, sino como el abrazo de amor.
En el poema que en L II 16 la santa compone en alabanza de la eucaristía, en relación estrecha, por lo demás, con la unión mística, el Señor es objeto de los cinco sentidos: vista, gusto, olfato, oído y tacto.
Vale la pena señalar un texto litúrgico (actual) que testimonia una referencia al Verbo encarnado en la doctrina de los sentidos espirituales vivida en Helfta. En el oficio monástico del Sagrado Corazón, el autor del segundo nocturno, recordando el rol de santa Matilde y de santa Gertrudis en la historia de la devoción, agrupa las expresiones de su culto en cinco imágenes, bajo las cuales engrandece el corazón divino, como un cofre, una fuente, una cítara, un incensario y un altar. Indudablemente se evocan aquí los cinco: vista, gusto, oído, olfato y tacto.
La resurrección del Verbo encarnado está al menos implícita en los textos que acaban de citarse. Referencias más precisas al estado de los cuerpos resucitados, pueden encontrarse en L IV 48, a propósito de la Asunción: María entra al cielo, poblado de elegidos, como en un patio de flores, que ella admira por su belleza radiante, la dulzura embriagante, la música gozosa y pura; a propósito de Juan, el discípulo amado, al encontrar al Señor resucitado: la belleza, el perfume, la voz de Jesús glorioso, conmueven los sentidos de Juan más allá de todo lo creado. Así, en L IV 27 la santa festeja a Cristo resucitado y toma ocasión del invitatorio pascual, para aprender del Señor a ensalzarlo dignamente en las cinco vocales del Alleluia: la última A toma el lugar de O: cada una corresponde a un sentido, y es en su humanidad que el Señor tiene la alegría de gustar, ver, oír, respirar, tocar a la Trinidad.
Es difícil no ver en este último texto -y más confusamente en los dos precedentes- la idea de una suerte de actividad espiritual de los sentidos corporales mismos, recibiendo, en el estado glorioso, como una sensibilidad para los invisibilia. La atención es así atraída hacia una armonía perfecta entre los sentidos corporales y los sentidos espirituales; el alma toda entera colmada por el único objeto divino, en una doble posesión: duplici fruitur delectamento.
Tal vez esta mirada permite precisar el significado del testimonio de santa Gertrudis sobre la naturaleza de los sentidos espirituales. Su vida espiritual y mística es esencialmente cristológica; vive la relación con lo divino en una perspectiva de encarnación. Según esto, uno de los frutos de la encarnación es restaurar la unidad del compuesto humano alma y cuerpo. Aquí abajo, pueden estar en contradicción, y desde entonces, es necesaria una disciplina del cuerpo y de los sentidos, para el impulso del alma hacia una muy noble actividad, cuya riqueza sugieren los “sentidos espirituales”. La contradicción de los dos órdenes no es una ley de naturaleza, muy al contrario: su armonía es perfecta en el estado glorioso, al cual nos ordena la encarnación, y de esta armonía, la experiencia propiamente mística da el presentimiento, por la unión al Verbo encarnado y resucitado.
Y parece que, bajo el signo de esta armonía entre las dos actividades, hay que buscar una explicación de los sentidos espirituales que será diferente de la distinción origenista atinente a la estructura del alma, y que, sin embargo, será menos negativa que el simple recurso al empleo metafórico o a un fenómeno de transferencia inconsciente. Algunos teólogos lo han presentido. Por ejemplo D. A. Stolz habla de una “restauración del conocimiento sensible, materializado por el pecado”[3]; el P. Daniélou reconoce una tal explicación “muy aceptable en sí”, si bien él no encuentra el fundamento patrístico[4].
En todo caso, el testimonio de santa Gertrudis va en este sentido y sugiere una suerte de ósmosis armoniosa entre la actividad de los sentidos corporales y el conocimiento de lo invisible en la unidad definitiva del compuesto humano, éste que permite fundar sobre la diversidad de los sentidos corporales mismos, una diversidad en la “percepción de los divino”, tal como la concibe propiamente la doctrina de los sentidos espirituales.
[1] Dom Pierre Doyère, osb, monje de San Pablo de Wisques, fue el impulsor de la revisión y fijación del texto latino de las obras completas de santa Gertrudis y su principal traductor al francés. Murió el 18 de marzo de 1966, durante la preparación de la edición crítica de los libros I a III del Legatus Divinae Pietatis; dos discípulos suyos continuaron la tarea y la obra fue publicada en 1968 por Sources chrétiennes (Gertrude D’Helfta, Œuvres Spirituelles II, L’Héraut [Livres I-II] SCh N° 139 y Œuvres Spirituelles III, L’Héraut [Livre III] SCh N° 143 – Paris, Les Éditions du Cerf, 1968). La fijación del texto de los libros IV y V del Legatus es obra de Jean-Marie Clément, monje benedictino de Steenbrugge, y la traducción al francés, de las monjas de Wisques.
[2] Continuamos con la publicación de 8 estudios particulares de Dom Pierre Doyère sobre puntos específicos de la doctrina del Heraldo del Amor Divino, consignados como Apéndices al tomo III de la edición. Cfr. Gertrude D’Helfta, Œuvres Spirituelles III, L’Héraut (Livre III,) Sources Chrétiennes N° 143 – Paris, Les Éditions du Cerf, 1968, pp. 349-368. Tradujo la Hna. Ana Laura Forastieri, ocso, del Monasterio de la Madre de Cristo, Hinojo, Argentina.
[3] D. Anselmo Stolz,“Théologie de la mystique” (Chèvetogne 1939).
[4] Jean Daniélou, “Platonisme et Théologie mystique” (Paris 1944), p. 265: Aquí se trata sobre todo de san Gregorio de Nisa, pero aun admitiendo para éste las conclusiones de P. Daniélou, él no piensa que estas valgan para los otros autores. La posición de Filoxeno de Mabboug merecería ser estudiada más de cerca.