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 «Hoy nuestro Señor Jesucristo ha subido al cielo; que nuestro corazón suba al cielo con él. Escuchemos lo que nos dice el Apóstol: “Si fueron, entonces, resucitados con Cristo, busquen las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Piensen en las cosas de arriba, no en las de la tierra”.

 
Así como Cristo ha subido al cielo sin por eso alejarse de nosotros, de la misma manera nosotros estamos ya allá arriba con él, incluso no realizándose todavía en nuestra carne lo que nos ha sido prometido. Él ha sido elevado por encima de los cielos; y sin embargo sufre sobre la tierra todas las penalidades que nosotros sentimos... ¿Por qué no nos esforzamos en esta tierra, de suerte que, por la fe, la esperanza y la caridad que nos unen a él, descansemos ya desde ahora con él en el cielo? Él, que está allí, está también con nosotros; y nosotros, que estamos aquí, estamos con él. Él puede hacer esto por su divinidad, su poder, su amor; y nosotros, si no lo podemos como él por la divinidad, lo podemos en él por el amor. Él no abandonó el cielo cuando vino a nosotros, ni nos dejó cuando subió al cielo. Él mismo habla de su presencia allá arriba durante su estancia entre nosotros: “Nadie sube al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre que está en el cielo”. No dijo: “el Hijo del hombre que estará en el cielo”, sino: “El Hijo del hombre que está en el cielo”. Que él permanecerá con nosotros, incluso cuando está en el cielo, es algo que prometió antes de su Ascensión diciendo: “Estaré siempre con ustedes hasta la consumación del mundo”...» (san Agustín).