Inicio » Content » LA BELLEZA EN LOS ESCRITOS DE SANTA GERTRUDIS (V)

Abrazo de Cristo[1], grabado publicado en el libro “Vida de Santa Gertrudis Virgen”, autor anónimo, Apostolado de la Prensa, Madrid, 1913.

 

Bernard Sawicki, OSB[2]

2. Intercambio / Acción

El espacio, en los escritos de Santa Gertrudis[3], lleno de plantas, pájaros y agua, tiene un carácter acogedor, íntimo y abierto. Permite vivir la distancia reverente y adoradora que, vivida hasta el fondo, se transforma en cercanía amorosa. Pero todo esto queda más bien estático, suspendido como un preludio al hecho de la belleza operante. El encuentro en el espacio del que hemos hablado significa una acción, un intercambio entre dos personas que se encuentran en dicho espacio. Esta acción está preparada por el respeto adorador que ese espacio favorece.

El primer intercambio tiene lugar a nivel del pensamiento y se refiere solo a nuestra relación con el universo. Como señala F Cheng: “El universo piensa en nosotros tanto cuanto nosotros pensamos de él. Podemos ser la mirada y las palabras del universo viviente, o, al menos, sus interlocutores”[4]. “En el amor, como en toda la belleza, toda mirada verdadera es una mirada traspasada”[5].

Pero los pensamientos y las miradas traspasadas no bastan. Ellos conducen más allá de sí mismos: la relación activa constituye una llamada que espera una respuesta: “La belleza del mundo es una llamada, en el sentido más concreto del mundo; y el hombre, este ser de lenguaje, responde con toda su alma”[6].

Esta llamada es multilateral y resuena en varias dimensiones existenciales. La belleza siembre busca y abre varias interacciones e intercambios nuevos: “Está la gracia que se lee a través de la belleza y está la bondad que brilla bajo la gracia”[7].

La belleza revela su pleno esplendor recorriendo los estratos más profundos de los encuentros entre los hombres: “No hay belleza más real que la sabiduría que se ve en cada uno. Se ama sin mirar el rostro, que puede ser incluso desagradable (al menos para el sentido común). Se supera toda su apariencia exterior y se busca la belleza interior (que irradia)”[8].

Aquí, de la belleza que obra, nace el amor: “El principio del amor está contenido en el principio de belleza (…) El amor sigue naturalmente a la belleza, la cual se manifiesta más allá de lo que se sigue del amor: comunión, celebración, transfiguración”[9].

Por lo tanto, la interacción, el intercambio de acción, son los pasos necesarios de la belleza: “La belleza es siempre algo que capta, un acontecimiento, por no decir una epifanía, y más concretamente un ‘aparecer ahí’. La belleza implica un entrecruzarse, una interacción, un encuentro entre los elementos, una transfiguración”[10].

Todo se desarrolla siempre en el ámbito del respeto recíproco e íntimo, donde se implican igualmente la carne y el espíritu, entrando en una interacción que permite la influencia de una sobre el otro. “La intimidad garantiza que lo sublime sea verdadero y reduce el peso de la superioridad[11]. “Lo más espiritual en el arte se siente visceralmente; el amor más carnal se idealiza”[12].

Como señala Dissanayake, todo arte nace de la relación íntima entre dos personas. Como modelo sirve aquí obviamente la relación madre-hijo, cuyos gestos y ritos encuentran su elaboración y su desarrollo en la creación artística y en varias obras de arte: “La mutualidad entre madre e hijo contiene la capacidad de pertenecer, de encontrar y dar significado, de adquirir nuevas competencias para manejar y dar significado y de elaborar estos significantes”[13].

En la experiencia de la belleza la acción habita el espacio “entre” la acción y la belleza. Su cometido principal es de unir, garantizando varias uniones a diversos niveles en la relación entre el esposo y la esposa. Así se puede decir que el amor constituye, edifica y salva. En los escritos de santa Gertrudis otros grados de la belleza se deben precisamente a la síntesis. He aquí algunos ejemplos.

 

3. La primera síntesis: entre varios “entre”

Muy frecuentemente no basta una imagen, aunque sea muy expresiva y sugestiva. Varias imágenes se invitan y acogen unas a otras, aumentando discreta, pero decisivamente el espacio “entre”. Lo mismo ocurre con la naturaleza: los pájaros juegan entre las plantas, los jardines son irrigados por varias configuraciones de agua. Jesús dice a Gertrudis:

Si tú, en reconocimiento, hicieras volver hacia mí, como el agua de un río que se precipita en el mar, las gracias de las que te he colmado; si te esforzaras por crecer en la virtud como un árbol vigoroso se adorna de rico follaje; si liberada de todos los lazos terrestres, remontaras vuelo como la paloma, hacia las regiones celestiales, para morar conmigo, lejos de las pasiones y el tumulto del mundo, me prepararías en tu corazón una encantadora morada”[14].

Esta multiplicidad de imágenes intensifica la impresión que trae la belleza, dándole mucha claridad y fuerza. Esta es la verdadera acción de la belleza, que encanta y arroba:

Tú, Dios mío, obrabas en mi alma atrayéndola poderosamente toda hacia ti. Un día entre la resurrección y la Ascensión, de mañana, antes de Prima, entré en el jardín del monasterio y me senté junto al laguito. La belleza de aquél lugar me encantaba, sobre todo por la limpieza de las aguas y la presencia de los árboles en su verdor: pero todavía más me complacía del revolotear de los pajaritos, en especial de las palomas, que iban y venían libremente en torno a mí. En aquella profunda soledad se gustaba una paz y un reposo deliciosos. Comencé a preguntarme qué otra cosa habría podido completar el encanto de aquel lugar y concluí que faltaba solo la presencia de un amigo afectuoso, amable, capaz de alegrar mi soledad[15].

Entonces, no es de maravillarse que las palabras que describen a Jesús evoquen varias imágenes, entrecruzándolas y haciéndolas dialogar y brillar una gracias a la otra. Las bellas palabras no solo expresan el amor, sino que son también su acción preliminar, donde el corazón del amante, con mucha gracia y fuerza, atraviesa el espacio que lo separa del amado creando muchos vínculos, también con el mundo y el universo:

¡Oh eterno solsticio, morada segura, lugar de delicias, paraíso de alegrías eternas, fuente de goces inexpresables, Tú atraes con las flores variopintas de una amena primavera; Tú deleitas con suavísimos sonidos, o mejor con un dulce concierto de armonía totalmente espiritual; Tú restauras con el soplo perfumado de aromas vitales; Tú embriagas con una extasiante dulzura de místicos sabores; Tú transformas con las caricias maravillosas de tus santos abrazos! ¡Oh cien veces feliz, cien veces bienaventurado, o mejor, mil veces santo, aquel que bajo la guía de la gracia, merece acercarse a aquel lugar bendito con corazón puro, manos inocentes y labios inmaculados! ¿Cómo podré decir lo que allí ve, lo que escucha, lo que respira, lo que gusta, lo que huele?[16].

En las visiones de santa Gertrudis las varias imágenes se combinan con mucha facilidad, resonando con los componentes arriba mencionados, pero también recorriendo y conquistando nuevos espacios. Es interesante constatar que en estas visiones complejas se elaboran y desarrollan los elementos ya presentados. La naturaleza vibra y danza con varias figuras y colores y el espacio descrito por la santa se extiende:

Sus ojos eran deleitados con el esplendor de las estrellas que se salían de aquel globo en sus rápidas revoluciones, y esta vista lo recompensaba de las consideraciones con las cuales, en la tierra, había buscado en Dios todo su bien; sus oídos se alegraban con la armonía que salía de los movimientos del globo y este gozo era una digna remuneración por haber orientado constantemente hacia Dios su sublime inteligencia. Luego, por haber despreciado las alegrías del mundo y buscado a Dios solo, aspiraba un aire balsámico, rico de suaves fragancias; su boca gustaba una miel exquisita, por haber ofrecido al Señor un agradable descanso en su corazón. Sabemos en efecto, por la palabra de la Sabiduría, que Dios encuentra su delicia en el corazón del hombre[17].

La intensidad de la belleza, experimentada y vivida en el espacio entre el Esposo y la esposa, transforma este espacio poco a poco en un contacto directo, tierno e íntimo. Finalmente la belleza expresa sobre todo cercanía, con la cual brilla y encanta, porque esta cercanía no es otra cosa que una forma de amor:

Mientras Gertrudis reposaba dulcemente sobre el costado derecho del Hijo de Dios, vuelta hacia su amantísimo corazón, ella vio en el Corazón divino, fuente de todo bien, extenderse ante ella como un jardín celestial, donde florecía la graciosa sonrisa de todas las bellezas espirituales. El aliento que escapaba de los labios de la santa Humanidad de Jesús hacía germinar una hierba reverdeciente, mientras los pensamientos de su santísimo Corazón, bajo la forma de rosas, lilas, violetas y otras magníficas flores, difundían sus delicados perfumes.

Las virtudes del Señor parecían una viña fecunda, la viña de Engadí, cuyos frutos son exquisitamente dulces. Entonces los árboles de las virtudes divinas y las viñas de las amables palabras, extendían en torno al alma de Gertrudis sus ramas, para colmarla de delicias. Jesús nutría a esta alma escogida con los frutos de aquellos árboles y saciaba su sed con el vino de la vid. Tres arroyos de limpísima agua parecían brotar del centro del Corazón divino, pero a lo largo de su curso maravilloso, sus aguas se mezclaban. El Señor le dijo: “A la hora de tu muerte beberás de esta agua y tu alma conseguirá una perfección acabada que no te será más posible vivir en la prisión del cuerpo. Mientras tanto, contempla estos arroyos con delicia, para acrecentar tus méritos eternos”.

Habiendo Gertrudis pedido al Padre que la mirara a través de la inocentísima Humanidad de Jesús, que fue pura, inmaculada, adornada de virtudes por la unión con la excelentísima Divinidad, mereció sentir los efectos de dicha oración. Ella dijo entonces: “Dame, oh Padre amantísimo, la dulce bendición de tu ternura”. Y el Señor, extendiendo su mano omnipotente, trazó sobre ella el signo de la Cruz. Esta bendición, llena de gracia, parecía formar por encima de su lecho una tienda dorada, donde había tamboriles suspendidos, liras, cítaras y otros instrumentos musicales, todos de oro finísimo. Estos simbolizaban los frutos inestimables de la Pasión santísima de Jesús y procuraban a esta elegida, gozos nuevos, variados, inefables[18].

En este contexto la cruz y los gestos litúrgicos reciben un nuevo, más pleno y más profundo significado, sobre todo llegando a ser la expresión del amor y de la ternura de Dios. Esta, en los escritos de santa Gertrudis, forma una nueva dimensión de la belleza, donde la acción se une a las imágenes, creando las diversas figuras y gestos y comportamientos de los enamorados.

Continuará

 


[1] El grabado ilustra los siguientes textos del Legatus Divinae Pietatis: “Una noche, Gertrudis tenía junto a su lecho la imagen de Cristo crucificado, y esta imagen, que parecía caerse, se inclinaba hacia ella; ella la levantó y le habló con ternura: ‘Oh dulcísimo Jesús, ¿por qué te inclinas?’ Él le respondió: ‘Es que el amor de mi divino Corazón me atrae hacia ti’. Entonces, ella, tomando la imagen y poniéndola sobre su corazón, la estrechó con dulces abrazos y besándola con ternura le dijo: ‘Bolsita de mirra es mi Amado para mí’ Al instante el Señor sin dejarla terminar respondió: ‘Que reposa entre mis pechos’. Con esto le dio a entender que toda persona debe envolver diligentemente en su santísima Pasión todas las contrariedades y sufrimientos tanto del corazón como del cuerpo” (L III,52.1).

“Un viernes, Gertrudis pasó toda la noche sin dormir encendida en meditaciones y deseos (…) Tomando la imagen del crucifijo, la acariciaba de las más variadas formas con dulces besos y estrechos abrazos. Pasado largo tiempo sin dormir por la ternura de su corazón, dejó la Cruz y exclamó: ‘Adiós, Amado mío, que pases buena noche; déjame dormir para recuperar las fuerzas que he perdido casi por completo en esta meditación contigo’. Dicho esto, se separó de la cruz con el deseo de dormir. Mientras así reposaba, el Señor extendió su derecha desde la cruz hacia su cuello como para abrazarla y aplicando sus labios sonrosados al oído le dijo en un tierno susurro: ‘Escúchame, amada mía, voy a cantarte melodías amorosas, pero no en formas mundanas’. Y entona con voz sonora siguiendo la melodía del himno Rex Christus factor omnium (oh Cristo Rey, autor de todas las cosas) la siguiente estrofa: ‘Mi continuo amor es tu asiduo penar; tu suavísimo amor es mi gratísimo manjar’ (…) Recreada dulcemente durante el sueño despertó, y sintiendo recuperadas sus fuerzas daba devotas gracias al Señor.” (L III 45).

[2] Bernard Sawicki, osb, es monje de la Abadía benedictina de Tyniec (Cracovia) en Polonia, se graduó en teoría de la música y piano. Es doctor en teología. Fue abad de Tyniec entre los años 2005 y 2013. Desde 2014 es Coordinador del Instituto Monástico de la Facultad de Teología del Pontificio Ateneo San Anselmo en Roma.

[3] Continuamos con la publicación de la traducción de las actas Congreso: “LA “DIVINA PIETAS” E LA “SUPPLETIO” DI CRISTO IN S. GERTRUDE DI HELFTA: UNA SOTERIOLOGIA DELLA MISERICORDIA. Atti del Convegno organizzato da Istituto Monastico della Facoltà di Teologia Pontificio Ateneo Sant’Anselmo, Roma, 15-17 novembre 2016. A cura di Juan Javier Flores Arcas, O.S.B. - Bernard Sawicki, O.S.B., ROMA 2017”, Studia Anselmiana 171, Pontificio Ateneo S. Anselmo, Roma 2017. Cfr. el programa del Congreso en esta misma página: http://surco.org/content/convenio-divina-pietas-suppletio-cristo-santa-gertrudis-helfta-una-soteriologia-misericordia. Traducido con permiso de Studia Anselmiana y del autor, por la Hna. Ana Laura Forastieri, ocso.

[4] F. Cheng, Cinq meditations sur la beauté, Albin Michel, Paris 2008, 48.

[5] Ibid., 88.

[6] Ibid., 80.

[7] Ibid., 58 – según Bergson.

[8] Ibid., 59 – siguiendo a Plotino.

[9] Ibid., 72.

[10] Ibid., 77.

[11] W. Desmond, Art, Origins, Otherness, 123.

[12] E. Dissanayake, Art and Intimacy, 5.

[13] Ibid., 8.

[14] Legatus, II,3.

[15] Ibid.

[16] Legatus, II,8.

[17] Legatus, IV,50.

[18] Legatus, V,30. El pasaje se refiera a la figura de san Agustín, muy amado por santa Gertrudis.