Inicio » Content » LA COMUNION EUCARISTICA EN EL HERALDO DEL AMOR DIVINO. CONCLUSIÓN (I)

Santa Gertrudis, talla de madera, Museo de Arte Sacro, San Pablo, Brasil.

Por Olivier Quenardel, ocso[1]

Este estudio ha querido volvernos atentos a la voz del Heraldo a propósito de la comunión sacramental. Importa ahora recoger como en una gavilla los armónicos precedentes, que guardaremos como signo de la fuerza del despertar teologal y del re-despertar espiritual recibido al contacto con Santa Gertrudis[2]. Aprovecharemos también para intentar una apreciación de la instrumentación dramatúrgica que nos hemos dado para obtener la emisión de estos acordes[3].

 

Armónicos eclesiales

1) En primer lugar, lo que debería llamar nuestra atención y suscitar nuevas investigaciones, viene de la conciencia eclesial de la santa. Ya perceptible en la solidaridad de gracia que ella se esfuerza en trabar con su lector[4] y en el espíritu misionero de su trabajo de escritura[5], este sentido eclesial llega a su punto más alto en la comunión eucarística, de la cual ella llega a ser apóstol: si bien no sorprende constar en ella, a nivel de los efectos de la comunión, una eclesialidad que se despliega en base a su unión personal con Cristo, recibida y gustada en el vivificum sacramentum -lo que está en consonancia con la enseñanza tradicional de la Iglesia-, por el contrario, sí sorprende la parte que ella concede a la eclesialidad en el acceso a la comunión sacramental. Esta parte, parecería, no tiene su equivalente en las visiones teológicas y pastorales de su época. San Buenventura y santo Tomás de Aquino dan la impresión de preferir el criterio del examen de sí mismo, que se inspira en la interpretación agustiniana de las figuras evangélicas de Zaqueo y del centurión, orquestadas a la luz de 1 Co 11,27-29. Sin dudar que ellos no hacen justicia tampoco a la discretio y a sus dos corolarios, la obediencia y el puro deseo de glorificar a Dios, queda que, por no haberlos establecido, como lo hace santa Gertrudis, salen difícilmente de una oscilación entre timor y amor, donde el hombre se encuentra más en lucha contra sí mismo, que asido en el cuerpo eclesial, para juzgar de su dignidad para acercarse o no al sacramento de la Eucaristía. Es cierto, y nosotros lo hemos dicho, que el medio ferviente y las conciencias delicadas a las cuales se dirige Gertrudis, podían recibir sin deformar ni tratar a la ligera, los puntos de reparo teológicos y espirituales que habría sido inconveniente entregar sin discernimiento al conjunto de la cristiandad. He aquí, entonces, que somos puestos frente al hecho inconmensurable de las oportunidades pastorales: ¿se puede sembrar la confidentia en un terreno demasiado poco trabajado por la reverentia? ¿No es echar las perlas a los cerdos, el anunciar el amor-pietas a unos oídos que el timor Dei apenas llega a mover? Inversamente, la oscilación escolástica entre timor y amor ¿se prestaría a la manifestación del misterio eclesial tan a propósito como la oscilación del Heraldo entre discretio y devotio? Se podría también preguntar sobre el modo en el cual nuestra liturgia eucarística actual y los comentarios que se han hecho, atestiguan y explotan el carácter eclesial del acceso a la comunión sacramental. La renovación litúrgica ¿ha contribuido a hacer volver a las personas de la deriva individualista siempre amenazante, sin que las conciencias vinieran a disolverse en una interpretación defectuosa del Misterio de la Iglesia?

2) En relación con el atestiguación del Misterio de la Iglesia en la escena eucarística conviene recoger la expresión in persona Ecclesiae (L 4,16,6) que denota, en un lenguaje de escuela, la conciencia eclesial de la santa. ¿De dónde toma esta expresión la redactora del Heraldo, y por qué la aplica a Gertrudis? No podemos dar una respuesta directa a estas cuestiones, pero tenemos la impresión de que el recurso a una tal expresión debe, de ahora en más, llamar nuestra atención, en el hecho de que ésta se inscribe en una sintaxis que no es la de las escuelas sino la de la primera liturgia en su portada apocalíptica y escatológica. A la hora en que las Iglesias repiensan sus teologías del ministerio en general y sentar bases para una teología de los ministerios propiamente femeninos, no es posible ignorar la clave que representa para la reflexión teológica, la presencia, en un escrito femenino del siglo XIII, de la expresión in persona Ecclesiae. Se debería examinar si esta expresión se encuentra en otros escritos femeninos de la misma época y particularmente en los de las más grandes figuras del movimiento de fervor eucarístico. De nuestra parte, hemos presentido en muchos pasajes, en el curso de este estudio, lo bien fundado de esta expresión, cuando se la pone en relación la del sentire cum Ecclesia, del que hace gala santa Gertrudis. Por otra parte, ella no se piensa y no se ve, más que en Iglesia. Es sin duda este “sentir” justamente informado por la lex orandi, que la conduce a expresar su deseo de la comunión frecuente. Lejos de satisfacerse con la sola visión de la hostia, ella reclama la manducación, a causa del valor salutífero y escatológico del vivificum sacramentum y por el bien del cuerpo entero de la Iglesia.

3) La viva conciencia eclesial de Gertrudis, y los beneficios que ella saca de la participación en la delicias de la mesa real (L 2,2,2,21), ¿no nos llevan a reencontrar los motivos de estímulo a la celebración eucarística y a la comunión sacramental que, si bien no son los principales en el decreto de Pio X[6], sin embargo, no pueden ser perdidos de vista, sin que de ello se siga una desintegración del Cuerpo Místico, que resultará mucho menos vivificado por lo que le ofrece gratuitamente la mesa de los santos misterios? A este respecto pensamos que, si los grandes días de Gertrudis son efectivamente aquellos en que ella puede comulgar sacramentaliter, es que, movida por la pietas Dei, ella sabe y experimenta que el rey no visita a la reina sin que “todos los habitantes del cielo, de la tierra y del purgatorio reciban un incremento de bienes sublimes” (L 3,18,24,19-24). Más aún, ella sabe y comprende que una renuncia “indiscreta” a la comunión sacramental priva al Esposo de la alegría de unirse a aquella que le pertenece (L 3,5; L 3,10; L 5,28,2), y al hijo del rey, de las delicias que recibe de jugar con los hijos de los hombres (L 3,77). No es sino la Trinidad misma la que recibe un deleite maravillosos con las comuniones de Gertrudis (L 3,18,6,9-11; L 3,37,1,35-37; L 4,39,3). Dicho de otro modo, hay en el mensaje del Heraldo sobre la comunión sacramentaliter (o corporaliter), un aspecto misionero que no puede ser pasado en silencio. Lo mismo que no se accede al vivificum sacramentum en solitario, sino cubierto de los ornamentos de la Ecclesia, no se reciben los frutos para sí solo, sino para todo el plérmona eclesial, Cabeza y Cuerpo. Se ha visto, en este sentido, cómo la imagen del oro que brilla a través del cristal es hábilmente utilizada por la redactora del Heraldo para situar a Gertrudis en posición mariana y en la cima de su misión. Otras imágenes vienen a corroborar esta visión misionera de la comunión sacramental, en particular las que comparan el corazón eucarístico de la santa, tanto a un vaso que el Hijo de Dios puede llenar y vaciar en cualquier momento y para provecho de quien le agrade (L 3,30,2,10ss), como a un canal unido a su propio corazón, por donde Él puede derramar sobre la tierra los ríos incontenibles de la divina pietas ( 3,66,1).

4) El corazón eucarístico de santa Gertrudis ¿no es dado como ejemplo por el Heraldo para recordar, no solamente a los monjes y monjas sino a todo cristiano, que todo bautizado tiene la “forma” de la Iglesia? El valor de su testimonio no se estima entonces según los criterios de la sabiduría humana sino en la medida de su apertura al misterio pascual. Aunque se hablaran las lenguas de los hombres y de los ángeles y se tuviera una fe capaz de transportar las montañas, y se diera en limosna todos los bienes, si faltara la caridad, no se obtendría provecho alguno. También se debe considerar el propio corazón como el primer campo para evangelizar y sembrar frecuentemente la Palabra de Dios, y nutrirse del Pan de la Vida. Dios podrá entonces hacer de él su “morada”, como se dice del corazón de Gertrudis en ocasión de su fiesta y hacer gustar a su huésped “la alegría de (su) presencia y de (su) acción en él[7]”. Este corazón eucaristizado, este corazón eclesial, será, infaltablemente, un corazón apostólico. Desafiando toda clausura –de piedra, de lengua, de raza, de religión de generación- derramará sobre el mundo, al modo de la santa del Herlado, las grandes aguas del amor-pietas, en las cuales él mismo ha sido bautizado.

Continuará



[1] Este artículo forma parte de la bibliografía de base de las Jornadas de estudio sobre santa Gertrudis, dictadas por Dom Olivier Quenardel, Abad de Citeaux, en Francia, en febrero de 2014 (ver: http://surco.org/content/jornadas-estudio-sobre-santa-gertrudis-abadia-cister-francia). Fue traducido de: Olivier Quenardel, “La comumunion eucharistique dans ‘Le Héraut de L’Amour Divin’ de sainte Gertrude d’Helfta”, Abbaye de Bellefontaine, Brepols, 1997, Conclusión, pp. 149-154. Tradujo la hna. Ana Laura Forastieri, ocso, Monasterio de la Madre de Cristo, Hinojo, Argentina.

[2] N. de T.: Este argumento es el que se desarrolla en esta entrega.

[3] N. de T.: Este argumento se expondrá en la próxima entrega.

[4] Cfr. Olivier Quenardel, “La comumunion eucharistique dans ‘Le Héraut de L’Amour Divin’ de sainte Gertrude d’Helfta”, Abbaye de Bellefontaine, Brepols, 1997, 2° parte, capítulo I, p. 53.

[5] Cfr. ib. idem, capítulo II, p. 66.

[6] San Pio X, Sacra Tridentina Synodus, Denz-Sch. 3375/1981: “… El deseo de Jesucristo y de la Iglesia, de que todos los cristianos se acerquen cotidianamente al sagrado banquete, tiene sobre todo por motivo (in eo potissimo est) que los cristianos, unidos a Dios por el sacramento, extraigan la fuerza para reprimir la codicia, purificarse de faltas leves que se producen cotidianamente, y preservarse de pecados graves a los cuales la fragilidad humana está expuesta; y no, principalmente, el de perseguir el honor y la veneración que debemos al Señor, ni de ser para los que comulgan como el salario o la recompensa de sus virtudes”.

[7] Cfr. Oración de la fiesta de santa Gertrudis, 16 de noviembre: “Señor, tú que has querido preparar una morada en el corazón de Santa Gertrudis, por su oración, disipa la oscuridad de nuestros corazones, para hacernos gustar la alegría de tu presencia y de tu acción en nosotros”.