Inicio » Content » DIFUSIÓN DE LA OBRA DE SANTA GERTRUDIS (6)

Manuel Serna, escudo pectoral de monja jerónima con tema de la Asunción de María con la Trinidad, los sagrados Corazones y rodeada por santos: Miguel, Francisco, Rosa de Viterbo, Joaquín, Ana, Bárbara, Francisco Javier, Jerónimo, José, Agustín, Luis Gonzaga, Ignacio, Gertrudis, Antonio y el ángel de la guarda, convento de San Jerónimo de ¿Puebla?, óleo/cobre/carey, 18 cms., colección: The Hispanic Society of America, Nueva York, catalogación: Juan Carlos Cancino.

 

por García M. COLOMBÁS, OSB[1]

4. Expansión por Europa y América

La gran corriente del movimiento gertrudiano se inició en España a fines del siglo XVI[2]. Los monjes de la Congregación de San Benito de Valladolid tuvieron noticia de las obras de Gertrudis a través de las de Luis de Blois, abad de Liessies (†1568), que las utiliza y encomia[3]. Juan de Castañiza (†1599), uno de los varones más esclarecidos de la Congregación vallisoletana, con sólida fama de orador, teólogo y religioso espiritual, discreto y maduro, se interesó vivamente por encontrar un ejemplar de la edición de las obras de Gertrudis hecha por Lanspergio; lo halló finalmente en la celda de un cisterciense. Por los mismos años Diego de Yepes, monje jerónimo, confesor del rey y obispo de Tarazona (†1614), se entusiasmó con las obras de Gertrudis. Castañiza y Yepes concibieron la idea de editarlas. Hallan una fortísima oposición en la universidad de Alcalá y en el Consejo Real. Mas no cejan en su propósito. Castañiza escribe unos escollos en defensa y elogio de la monja de Helfta, escolios en que, como se ha dicho repetidamente, brilla la ciencia mística del autor[4]. Por fin, en 1599, poco antes de la muerte de Castañiza, aparece en Madrid el volumen con el que había soñado[5]. Los doctos del ámbito hispánico estaban servidos. Ahora se trata de poner la obra gertrudiana al alcance de los no latinos. Se encarga de ello otro monje de la Congregación de San Benito de Valladolid, Leandro de Granada y Manrique; en 1603, en Valladolid, vio la luz pública su traducción española de los escritos de Gertrudis. Su éxito fue tan rotundo que tuvo que reeditarse varias veces en vida de Leandro de Granada y después de su muerte[6]. El trabajo del primer traductor español de santa Gertrudis tuvo un papel importantísimo, decisivo, en la gran tradición gertrudiana que se desarrolló en España y en sus dominios ultramarinos a lo largo del siglo XVII.

Entretanto, el movimiento se había propagado a Francia. Los modernos editores y traductores de los Ejercicios en la colección Sources chrétiennes (SC) han acentuado patrióticamente “el lugar privilegiado” que Francia ocupó en él, y no dejan de citar al editor Léonard que, en 1662, dirigiéndose a los padres de la Congregación de San Mauro, declaraba solemnemente que “la Galia se honra hoy con un nuevo nacimiento, pues Gertrudis nace nuevamente entre las lises de Francia”[7]. Gertrudis atravesó los Pirineos en el equipaje de la reforma de santa Teresa[8]. Fueron los carmelitas descalzos los primeros en divulgar de verdad sus obras en el siglo XVII: su provincial tradujo al francés las Insinuaciones basándose en las ediciones españolas[9]. Otra reforma que blasonó de una gran devoción a santa Gertrudis fue la de las benedictinas, en la que destacan los nombres de grandes abadesas como la de Montmartre, María de Beauvilliers, y la de Val-de-Grace, Margarita de Arbouze, que tomó el nombre de madre Gertrudis. También las benedictinas de Lorena se sumaron al entusiasmo gertrudiano que, como una mancha de aceite, se iba extendiendo por todos los países católicos, desde las regiones germánicas a Italia, desde Portugal al Perú. Catalina de Bar propagó la devoción a las santas Matilde y Gertrudis en la Congregación de benedictinas del Santísimo Sacramento, mientras los monjes de la Congregación de Saint-Vanne la introducían en la de San Mauro. Esta congregación, famosa por las obras de erudición de algunos de sus monjes, hizo publicar en latín las Revelaciones y los Ejercicios en 1662 y 1665, pero, habiéndose entibiado en ella la devoción gertrudiana, se dedicó a reanimarla nada menos que el espiritual más célebre entre sus monjes, dom Claudio Martin, conforme al deseo de su madre, que se había hecho ursulina con el nombre de María de la Encarnación; gracias a dom Claudio Martin, las autoridades de la congregación ordenan una nueva traducción, de la que se encarga dom José Mége y que se edita en 1671 y 1672[10].

El siglo XVII fue el siglo de mayor fervor gertrudiano. Como Gertrudis no tenía apellido, sus admiradores y devotos -y la Iglesia universal- empezaron a llamarla “la Magna”. Que era una santa, y una gran santa, no cabía duda alguna. Pese a la oposición de los espíritus críticos y controversistas, Roma se vio obligada a conceder permiso para venerarla como tal. Ya en 1606 las benedictinas de Lecce (Italia) pudieron empezar a celebrar su fiesta. En 1609, las monjas de la Concepción, Méjico, obtienen el mismo privilegio, al propio tiempo que Gertrudis es declarada patrona de las Indias occidentales. En 1654, su fiesta empezó a celebrarse, con autorización de Roma, en la Congregación benedictina casinense; en 1663, en la olivetana; en 1670, en la portuguesa; en 1673, en la de San Benito de Valladolid; en 1674, en toda la Orden de San Benito. Finalmente, en 1678, el nombre de santa Gertrudis fue inscrito en el Martirologio romano[11].

En 1663, había aparecido la biografía de santa Gertrudis debida al jesuita Alonso de Andrade. Con ella comienza para el que venimos llamando movimiento gertrudiano una etapa más hagiográfica y devocional, paralela al desarrollo del culto de la santa[12]. Otras muchas vidas de la mística de Helfta fueron publicándose a continuación. Ni que decir tiene que no eran biografías críticas. En todas -o casi todas- se cometió el error de confundir a nuestra Gertrudis con Gertrudis de Hackeborn y consiguientemente se hizo de ella una abadesa[13]. En 1670, se sumó a la literatura concerniente a nuestro tema una obra importante, titulada Preces gertrudianae; en realidad, es un florilegio compuesto por un jesuita anónimo de Colonia; obtuvo mucho éxito y fue reeditado varias veces, y puede decirse que muchas almas conocieron y amaron a Gertrudis gracias a estas “piadosas efusiones impregnadas del pensamiento y lirismo propios” de santa, pero que no reproducen fielmente textos gertrudianos más que en algunos pasajes[14]. El autor de este opúsculo tuvo muchos imitadores, que fueron apartándose cada vez más de los escritos gertrudianos auténticos[15]. Entre los libros y folletos sobre Gertrudis que se publicaron con el fin de propagar su devoción y su doctrina, destaca la Philosophia coelestis del monje admontense Simón Hübmann, que tradujo del latín al castellano y anotó copiosamente el benedictino de San Millán de la Cogolla José Fernández, “uno de los sujetos más doctos Congregación” vallisoletana[16].

En el siglo XVIII se consolidó definitivamente el culto de santa Gertrudis: en 1738, Roma concedió la celebración anual de su fiesta a su país natal, Sajonia, y en 1739, finalmente, a la Iglesia universal. En todas partes surgieron nuevas capillas que le estaban dedicadas. La iconografía gertrudiana se enriqueció enormemente. Las imágenes de la santa medieval se multiplicaron en la época barroca; por lo general, especialmente en las iglesias de benedictinos y benedictinas, visten cogulla negra; y en las cistercienses, blanca[17]; y, como corría una frase famosa: “me encontraréis en el corazón de Gertrudis” -“in corde Gertrudis invenietis me”-, se introdujo la costumbre de representarla con un corazón sobre el pecho y dentro de él el Niño Jesús con la referida frase. Proliferaron los triduos, septenarios, novenas, cuarentenas y otros ejercicios devotos en honor de la santa, tanto en Europa como en América[18]. Se erigieron cofradías de santa Gertrudis[19]. Siguieron reimprimiéndose sus obras. Juan Bautista Lardito († 1723), hombre austero y docto, catedrático de teología en Salamanca, comentarista de San Anselmo, general de la Congregación de San Benito de Valladolid, “cuando ya estaba para pasar a la eternidad”, escribió la Vida de la seráfica e iluminada virgen santa Gertrudis, que tuvo gran éxito entre el público devoto[20],

A principios del siglo XIX, la tradición gertrudiana se mantenía sobre todo por medio de reimpresiones, a veces mejoradas, de textos publicados anteriormente. En 1804, por ejemplo, Plácido Vicente, monje de Silos († 1816), editó en Madrid “la Vida de la prodigiosa virgen santa Gertrudis la Magna, por el padre Andrade, enmendado de muchos errores”[21]. Tras la plaga de la Revolución francesa y sus secuelas, vinieron los nuevos monjes y con ellos un renacimiento del fervor gertrudiano. Dom Próspero Guéranger, el genial restaurador de Solesmes, en busca de las más auténticas esencias de la tradición benedictina, descubrió a la santa de Helfta y quedó prendado de su espiritualidad; lo que no es de extrañar teniendo en cuenta su propensión al misticismo y a dar crédito a las “revelaciones”. No sólo tradujo los Ejercicios[22], sino que los incluyó en su Enchiridium benedictinum[23]. No fue poco honor para la santa, pues el Enchiridium benedictinum sólo contiene la Regla de san Benito, el libro segundo de los Diálogos gregorianos, los Ejercicios gertrudianos y el Espejo de monjes, de Luis de Blois. Para Guéranger, Gertrudis enseña una doctrina segura de la vía unitiva, esa fruición que realiza la dilección plena, y sus Ejercicios constituyen un ejemplo insigne de la libertad característica de la escuela “benedictina” que, según él, empieza con Gregorio Magno y termina con Luis de Blois[24]. Otro servicio importante prestaron los monjes de Solesmes a la causa de Gertrudis al preparar y publicar la que puede considerarse la primera edición crítica de sus obras[25], a la que dieron cierta solemnidad pontificia: uno de ellos, el cardenal Pitra, entregó a Pío IX un ejemplar del primer volumen, y el papa envió a dom Luis Paquelin, artífice de la edición, una carta laudatoria y de agradecimiento, publicada en el segundo volumen. No cabe duda que dom Guéranger y los solesmenses imprimieron un nuevo impulso al movimiento gertrudiano, pero no fueron los únicos. Gertrudis es patrimonio de la Iglesia universal. Así, por ejemplo, sin salir de Francia y a partir de 1850, Gertrudis adquiere una nueva celebridad. Unos encuentran en sus obras una piedad extremadamente simple, por no hablar de una sensibilidad superficial; otros, un sabor romántico que les encanta. Gertrudis, auténtica o falseada, sigue teniendo infinidad de seguidores. Los propagandistas y propugnadores de la devoción al Corazón de Jesús descubrieron en las místicas de Helfta a precursoras de la misma y en sus escritos un sólido alimento para fortalecer un entusiasmo siempre en auge. No se dieron cuenta que en los siglos XVII y XVIII ya se veneraba a santa Gertrudis como marcada por la devoción al Corazón de Jesús. Para probarlo bastaría recurrir a los innumerables grabados de aquella época en que el Sagrado Corazón hiere con su dardo divino el de nuestra mística, o en los que ambos corazones se unen, o en que Gertrudis se eleva hasta el Corazón de Cristo, o en que Jesús descansa en el corazón de su esposa[26].

Ya en el siglo xx, la tradición gertrudiana no cesa. Se publican las obras de la santa en latín y en diversas lenguas modernas[27]. Se escriben biografías de corte más crítico que las antiguas. Se realizan trabajos de investigación[28]. Hay que saludar de un modo especial la edición de las obras gertrudianas en latín y en francés, en la prestigiosa colección Sources chrétiennes, debida sobre todo a un grupo de monjes y monjas pertenecientes a la Congregación de Solesmes; sus frutos ya se hacen notar[29].

Estas notas, muy incompletas desde todos los puntos de vista[30], bastan para probar que Gertrudis resucitó en 1536 y aun sigue viva en el seno de la Iglesia, especialmente en el Ordo monasticus. Ello manifiesta la universalidad y la actualidad de su mensaje. En realidad, se han cumplido unas palabras de Cristo que nos transmitió una confidente de la santa: “después de tu muerte, tu recuerdo reflorecerá en el corazón de muchos y atraerá a muchas almas a deleitarse en Dios”[31].

 


[1] La Tradición Benedictina, Ensayo histórico, Tomo quinto: Los siglos XIII y XIV, capítulo IV: Santa Gertrudis la Magna, pp. 232-240

[2] José Adriano Moreira de Freitas Carvalho publicó una obra muy documentada en la que describe la difusión de los escritos de Gertrudis en la Península ibérica y el desarrollo de su culto hasta fines del siglo XVII: Gertrudes de Helfta e Espanha. Contribueao para o estudo da historia de espiritualidade peninsular nos séculos XVI e XVII (Porto 1981). Pese a todas mis averiguaciones, no me ha sido posible consultar este estudio de más de 500 páginas, cuya existencia conozco por una nota bibliográfica, muy favorable, de G. Michiels, en Revue d’Histoire Ecclésiastique 85 (1990) 507-508.

[3] Luis de Blois -Blosio, como se le llamaba en España- es uno de los escritores monásticos más destacados del siglo XVI. Gran admirador de Gertrudis, la nombra e imita en sus propios escritos, recomienda su lectura y la defiende contra sus detractores; la cita abundantemente sobre todo en su Monile spirituale.

[4] M. Álamo, Castañiza (Jean): Dictionnaire de Spiritualité (DS) 2, 278.

[5] Con todas las bendiciones de la censura, bajo el título: Insinuationum divinae pietatis libri V, in quibus vira et acta sanctae Gertrudis... continentur. Accessere nunc denuo Exercitia ab eadem virgine compossita... Un error, sin duda tipográfico, del mencionado artículo de M. Álamo (cf. nota anterior), atribuye la edición al año 1577.

[6] El autor de Varones insignes, 135, señala las siguientes: Madrid, 1605; Madrid, 1614; Sevilla, 1616; Madrid, 1689; Madrid, 1717. En esta última edición no se incluyen los “muchos y doctísimos escolios” con que Leandro de Granada ilustró la obra gertrudiana; “solos ellos formarían un tomo”. Siempre según el mismo autor de Varones insignes, Leandro de Granada publicó en Valladolid, 1613, un volumen in-16 titulado Horas y ejercicios espirituales de santa Gertrudis (ibid.); en la página 136, anota que Francisco Fernández de Pedraza, en su Historia de Granada, le atribuye una Vida de Cristo y la de Santa Gertrudis. Mateo Álamo, en el artículo Valladolid, del Espasa (tomo 66, 952), señala otras ediciones

[7] SC 127, 22.

[8] Ibid., 25. Gertrudis no era una desconocida en Francia. Los cartujos habían publicado una obra en que la monja de Helfta se codeaba con Suso y Lanspergio (Paris 1578), y había aparecido una traducción francesa de sus Ejercicios (Paris 1580).

[9] Paris, 1619.

[10] Para todo esto y otros pormenores, véase la tantas veces citada introducción a los Ejercicios: SC 127, 25-29. Dom José Mège ya había dado a luz una edición latina de Gertrudis en 1664.

[11] El papa Benedicto XIV -Opera omnia, t. 1 (Venecia 1788)- da las principales fechas de la expansión del culto litúrgico de santa Gertrudis

[12] P. Doyére, Gertrude d’Helfta: DS 6, 338.

[13] El error, reconocido hoy unánimemente, proviene de la falsa interpretación de una frase del Heraldo. Fue difundido por una obra muy leída de Arnoldo Wion, Lignum vitae, publicada en Venecia, 1595.

[14] P. Doyére, Gertrude d’Helfta: DS 6, 333

[15] Véase A. Castel, Les belles prières de sainte Mechtilde et sainte Gertrude (Paris-Maredsous 1925).

[16] Se publicó en Salamanca, 1690, en dos volúmenes in-4. Varones insignes, 238.

[17] La importantísima iconografía de santa Gertrudis todavía no ha sido estudiada como se merece. Puede citarse como ejemplo entre mil el retablo de la iglesia de San Martín Pinario, obra del escultor gallego José Antonio Ferreiro; costó 24.000 reales y, pese a sus grandes dimensiones, puede abrirse totalmente gracias al juego de dos descomunales goznes. Cf. A. Linage Conde, El monacato en España, 680.

[18] G. Guarda G., La implantación del monacato en Hispanoamérica, siglos XV-XIX (Universidad Católica de Chile, 1973), 24, ha contado más de cuarenta títulos, desde 1733, en Méjico, Puebla, Guatemala y Lima, como el de Francisco Valdés, Día diez y seis consagrado a Santa Gertrudis (Méjico 1801). Tuvo la santa una capilla con culto asiduo y solemne en la iglesia de las cistercienses de Lima. Cf. A. Linage Conde, El monacato en España, 630, nota 33.

[19] Así, por ejemplo, una cofradía o “Congregación de Santa Gertrudis la Magna”, fundada en 1744, radicaba en la parroquia madrileña de San Miguel de los Octoes. A. Linage Conde (El monacato en España, 249, nota 308) cita unas Constituciones de la misma, aprobadas por el arzobispo de Toledo, don Luis Antonio, conde de Teva, reimpresas y añadidas en Madrid, 1762

[20] Fue impresa en Madrid, en dos tomos in-4, en los años 1717 y 1718; el mismo impresor volvió a imprimirla en 1720. Varones insignes, 147-149 .

[21] Ibid., 358-359.

[22] Paris-Poitiers, 1863. Reeditado varias veces.

[23] Angers, 1862.

[24] Les Exercices de sainte Gertrude (Paris-Poitiers 1863), 20; Enchiridium benedictinum (Angers 1862), 20.

[25] Las obras de santa Gertrudis ocupan el primer volumen de las Revelationes Gertrudianae ac Mechtildianae, con el siguiente título: Sanctae Gertrudis Magnae, virginis Ordinis Sancti Benedicti, Legatus divinae pietatis. Accedunt eiusdem Exercitia spiritualia. Opus ad codicum fidem nunc primum integre edittum Solesmensium O.S.B. monachorumm cura et opera (Poitiers-Paris 1877). El segundo volumen contiene los escritos de las dos Matildes de Helfta: Sanctae Mechtildis virginis Ordinis Sancti Benedicti Liber specialis gratiae. Accedit sororis Mechtildis eiusdem Ordinis Lux divinitatis. Opus ad codicum fidem nunc primum integre editum Solesmensium O.S.B. monachorum cura et opera (Poitiers-Paris 1877).

[26] J. Hourlier y A. Schmitt en la introducción a los Ejercicios: SC 127, 31. A modo de curiosidad, quiero reproducir aquí una anécdota que debo a la erudición desconcertante del doctor A. Linage Conde, En torno a la restauración benedictina del siglo XIX, separata de la Revista española de teología 43 (1983) 26-27: En 1874, Frowin Conrad instaló en Maryville un grupo de religiosas suizas procedentes de Maria-Rickenbach. Rezaban el oficio en alemán: una versión adaptada de los Ejercicios de santa Gertrudis. Frowin Conrad propuso al abad de Engelberg sustituirlo por el breviario latino, pues, “así tendrán un oficio eclesiástico y hablarán a Dios en el lenguaje de la Iglesia”. El oficio de santa Gertrudis es una devoción privada; la santa no pretendió sustituir por él el oficio divino. El abad de Engelberg no autorizó el cambio. Las religiosas de Maryville no eran monjas, sino terciarias benedictinas, y el cambio de oficio, ignorando la lengua latina, podía ser un trastorno para su vida espiritual.

[27] Por ejemplo: H. Nebreda, Ejercicios espirituales de santa Gertrudis (Friburgo 1907); T. Ortega, Revelaciones de santa Gertrudis la Magna (Silos 1932; otras reediciones: Barcelona, 1943 y Buenos Aires, 1947); “un padre benedictino”, El Heraldo del amor divino y Revelaciones de santa Gertrudis (Barcelona 1945); J. Weisshodt, Gesanter der góttlichen Liebe (Friburgo 1954). Existen también traducciones modernas en otras lenguas

[28] Para las biografías y los estudios modernos, cf. nota 1.

[29] SC 127 (Exercitia) y 139, 143, 255 y 331 (Legatus). Los Ejercicios fueron editados y traducidos al francés, con una excelente introducción y notas, por J. Hourlier y A. Schmitt, monjes de Solesmes; el Heraldo, por P. Doyére -que murió durante la impresión de la obra-, J.-M. Clément, “las monjas de Wisques” y el jesuita B. de Vregille.

[30] Sobre todo, geográficamente. La tradición gertrudiana alemana presenta cierta autonomía. Italia, en cambio, se muestra ávida de recibir de Alemania, España y Francia todo lo que le parece interesante para traducir, abreviar, explotar. Sus publicaciones, poco originales, hallan amplia difusión en todos los países. J. Hourlier y A. Schmitt, en la introducción a los Ejercicios: SC 127, 30-31.

[31] Legatus 4, 34, 1.