Impresión de los estigmas[1]. Grabado publicado en el libro “Vida de Santa Gertrudis Virgen”, autor anónimo, Apostolado de la Prensa, Madrid, 1913.
Giuseppe Como[2]
7. La Pietas de Gertrudis
La pietas es también una disposición interior propia de Gertrudis misma[3], quien la recibe sobre todo contemplando la pietas de Jesús, en especial en su pasión: allí se tiene como una transferencia de la pietas del Señor a su discípulo[4].
El capítulo 20 del Libro II del Legatus es un elenco de los privilegios especiales conferidos por Dios a Gertrudis en orden a su ministerio de consejo y de consolación de los hermanos. Es también un breve compendio de las gracias que derivan de la pietas divina, en especial para ayudar a los que son humildes y sobre todo se reconocen pecadores humillados. Por ejemplo, Gertrudis recibe del Señor la certeza de que cualquiera que desee acercarse a la eucaristía pero se sienta impedido por una consciencia temerosa, si se dirige a ella buscando humildemente aliento, sería juzgado digno del Sacramento por parte de la incontinens pietas divina (incontenible ternura divina) en virtud de aquél único acto de humildad[5]. Además, Gertrudis recibe una promesa similar a la hecha a Pedro sobre el “atar y desatar” confirmado en los cielos, por la cual, cada vez que ella, confiando en la divina pietas, prometiera a alguno el perdón de cualquier culpa, Dios respetaría esa palabra como si la hubiera pronunciado Él mismo.
Es interesante ver que en esta circunstancia se afirma que así Dios proveerá a la salvación de Gertrudis como si esta salvación fuera concedida a la monja según la medida de su exquisita caridad, vivida por ella en una perspectiva de purísima fe en la misericordia de Dios[6]: es, por lo tanto, como si la pietas divina generara en quien la contempla y la acoge, una caridad que es la vía para la salvación y que introduce un admirable intercambio virtuoso. De hecho, de esta caridad se beneficia recíprocamente la misma Gertrudis, a quien se le promete que cualquiera que rece por ella con fidelidad devota o realice buenas obras o haga oraciones por la enmienda de las culpas de su juventud, recibirá de la liberalísima pietas de Dios, la recompensa de no dejar este mundo sin haber recibido el don de una conducta de vida tan conforme a los deseos de Dios, que le obtendrá una estrecha intimidad con Él. Esto será también en beneficio de la misma Gertrudis, que es culpable de muchas faltas y negligencias y será salvada solo por participación en los méritos de muchos[7].
El análisis de Quenardel sobre la pietas activa en los creyentes, lo lleva a computar que, de las veces en que aparece el término pietas, solo 24 no se relacionan directamente con Dios: de éstas, 12 están referidas a la Virgen María, 6 a Gertrudis misma, 2 a la abadesa Gertrudis de Hackeborn, una a una monja difunta, una a las hijas de la abadesa difunta que la lloran con afecto filial; una vez aparece en relación con los “ejercicios de piedad”, y una, finalmente, en relación con las “emociones de la ternura” de las que hay que guardarse.
Estos veinticuatro usos de la pietas aplicados a otras personas distintas de Dios permiten algunas observaciones: a) La pietas no deja de ser divina por el hecho de que sea aplicada a sujetos distintos de Dios; más bien, se tiene la impresión de que se trata de tal modo de algo que en Dios y en Jesucristo es lo más divino de lo divino, que solamente tienen parte en ella aquellos que no ponen ningún obstáculo para confiarse a ella; en especial cuatro mujeres: la Virgen María, santa Gertrudis misma, la abadesa Gertrudis y una monja difunta; es decir, cuatro mujeres que ya han superado la muerte. b) No obstante, las seis recurrencias de la pietas aplicadas a Gertrudis, la pietas misma no figura en el número -considerable por cierto-, de sus virtudes, como las presenta el gran fresco de los capítulos 5-12 del Libro I; c) ni tampoco en el Libro IV, que es por excelencia el libro de las fiestas litúrgicas, se rinde homenaje a la pietas de los santos, a excepción de la Virgen María.
8. La pietas en el proceso espiritual de Gertrudis
La experiencia espiritual de Gertrudis conoce lo que podríamos llamar -del mismo modo que la lectura de la aventura de Charles de Foucauld escrita por J.-F. Six- el “acontecimiento central”, es decir el evento del 27 de enero de 1281: el descubrimiento de un sentido nuevo de su existencia, en especial de su profesión monástica; la intervención de Dios que “salva” de la tristeza (moeror) y de su vanidad, y de la frivolidad[8] fruto de la soberbia, y le da una nueva alegría espiritual y vuelve suave y liviano el yugo de su seguimiento, específicamente de la profesión monástica[9]. Es una experiencia que orienta la fe de Gertrudis hacia un decisivo cristocentrismo[10].
El capítulo II del Legatus describe con más precisión los efectos de esta transformación: una vuelta decisiva hacia la interioridad, hacia el conocimiento del propio “corazón” (del cual hasta ese momento Gertrudis se había preocupado tanto como de sus propios pies)[11], dándose cuenta del desorden que la habitaba y de su fragmentación (inordinata et incomposita), que hacía obstáculo al deseo de Dios de poner en ella su morada. Las visitas de Dios le dan, por tanto, una muy viva consciencia de Dios mismo, por quien se siente atraída. Entonces (en el capítulo III), Gertrudis hace la experiencia de la inhabitación de Dios en ella; esto realiza la unidad en su vida, vence las disipaciones, articula de un modo más armónico la alternancia de acción y contemplación en su experiencia monástica: cumplirá cada obra lo mejor posible para la gloria de Dios y sobre todo el Señor la encontrará constantemente con la atención dirigida hacia Él. Las gracias sucesivas (la impresión de las llagas, la herida de amor, esta última siete años después de la conversión, es decir en el 1288, en tiempo de Adviento), van en la dirección de una creciente conformación de Gertrudis a Cristo crucificado, del cual conoce “al mismo tiempo su dolor y su amor”; la experiencia hecha en la fiesta de la Purificación (capítulo VII del Libro II) retoma el tema de la imagen y semejanza, re-expresado por Gertrudis por la metáfora del alma como una cera derretida por el fuego, que viene aplicada al pecho de Cristo para recibir en ella como un sello, es decir el carácter de la “fúlgida y siempre tranquila Trinidad”: el corazón de Cristo y su humanidad son el acceso a la vida íntima trinitaria.
Parece poder decirse que el progreso espiritual de Gertrudis (tal como se puede reconstruir leyendo el Libro II del Legatus y especialmente la síntesis contenida en el capítulo 23), comenzando por el “acontecimiento central” del 27 de enero de 1281, pone de relieve, en un primer tiempo sobre todo, la revelación del amor de Cristo que quiere habitar en ella para hacerla semejante a Sí, imprimiéndole también las llagas del a cruz y sellándola con la herida de amor, estrechándola progresivamente en una unión más singular, más íntima e inseparable (son los adjetivos utilizados en los capítulos 7-9: excellentior, familiarior, inseparabilis), para que lo que Cristo es por naturaleza, Gertrudis lo llegue a ser por la gracia[12]. Cumplida esta obra, a continuación pasa a primer plano el tema del pecado y la indignidad de Gertrudis, nunca ausente naturalmente, pero desde un cierto punto en adelante (cf. capítulos 11-13 pero también el sumario de los capítulos 20 y 23, y en particular los párrafos 8 y 17-23 del cap. 23) no solo especialmente subrayado, sino también más claramente identificado: además de la negligencia general o de los genéricos defectus, Gertrudis ahora confiesa la vanagloria, los movimientos de ira, la distracción procurada por las pasiones, la ingratitud, la falta de confianza, el endurecimiento del corazón frente a la voluntad de Dios, que ella además finge no conocer para no tener que practicarla[13].
En paralelo, resalta sobre todo la noción de pietas en relación directa con el pecado, y por lo tanto una acentuación del significado de “misericordia”, de “compasión”. En la conclusión del Libro II al capítulo 24, Gertrudis da gracias a Dios porque su incontinentísima pietas no ha tenido temor ni se ha mantenido lejos de su indignidad. Quizás se puede pensar en la experiencia de la misericordia que hace Gertrudis, en relación con su historia personal: la acogida en el monasterio a los cinco años, probablemente huérfana, la posibilidad de estudiar, la comunidad monástica que la educa, la progresiva construcción de su personalidad humana y sobre todo cristiana en un ambiente de fe sólida y ferviente, hasta la intervención de Dios que la llama a la radicalidad de la experiencia de la comunión con Él. En el Libro I del Heraldo, Mechtilde di Hackeborn pregunta a Jesús si Gertrudis tenía culpa por el hecho de que se apresuraba siempre a obrar según la inspiración del momento, siendo indiferente para su consciencia tener que orar, escribir, leer, instruir al prójimo, corregir o consolar. El Señor le responde: “Yo he unido mi Corazón tan digna e inseparablemente a su alma, que, hecha un solo espíritu conmigo (unus spiritus) en todas a las cosas y por encima de todas las cosas, concuerda con mi voluntad como los miembros de un cuerpo concuerdan con el pulso del corazón”[14].
Descargar PDF:
Giuseppe Como - La “divina pietas” en Gertrudis de Helfta. Un estudio sobre textos.
https://drive.google.com/file/
[1] El grabado se refiere al siguiente texto del Legatus Divinae Pietatis: “Una vez encontré en un libro una breve oración con estas palabras: ‘Oh muy misericordioso Señor, graba con tu preciosa sangre, tus llagas en mi corazón, para que pueda leer en ellas tu dolor y tu amor. Permanezca su recuerdo en lo secreto de mi corazón para excitar en mí el dolor de tu compasión y para que enciendan en mí el ardor de tu amor. Concédeme además que toda criatura me resulte despreciable y que solo tú seas la dulzura de mi corazón’. Más tarde (…) estando inmersa en el recuerdo de estas cosas (…), sentí como si divinamente se me concediera a mí, indignísima, lo que había pedido en la oración citada: Advertí en espíritu, como grabados en un lugar real de mi corazón, los estigmas dignos de devoción y adoración de tus santísimas llagas (…). Con ellas curaste mi alma y me ofreciste la copa de tu dulce amor” (Legatus II 4, 1 y 3).
[2] Giuseppe Como es presbiterio de la diócesis de Milán desde 1990. Ha obtenido el doctorado en teología en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, enseña Teología espiritual en el Seminario Arzobispal de Milán y en la Facultad Teológica de la Italia Septentrional. Es rector para la formación al Diaconado permanente de la diócesis de Milán.
[3] Continuamos publicando la traducción de las actas Congreso: “LA “DIVINA PIETAS” E LA “SUPPLETIO” DI CRISTO IN S. GERTRUDE DI HELFTA: UNA SOTERIOLOGIA DELLA MISERICORDIA. Atti del Convegno organizzato da Istituto Monastico della Facoltà di Teologia Pontificio Ateneo Sant’Anselmo, Roma, 15-17 novembre 2016. A cura di Juan Javier Flores Arcas, O.S.B. - Bernard Sawicki, O.S.B., ROMA 2017”, Studia Anselmiana 171, Pontificio Ateneo S. Anselmo, Roma 2017. Cfr. el programa del Congreso en esta misma página: http://surco.org/content/convenio-divina-pietas-suppletio-cristo-santa-gertrudis-helfta-una-soteriologia-misericordia. Traducido con permiso de Studia Anselmiana y del autor, por la Hna. Ana Laura Forastieri, ocso.
[4] Cf. Exercitia VII,163-164, donde la contemplación de Jesús en la Pasión hace surgir la pietas en Gertrudis misma: spinis coronatum, pietate debriatum (coronado de espinas, embriagado de ternura): «embriagado de sufrimiento para suscitar la piedad» (Gertrude di Helfta, Esercizi spirituali, 125).
[5] Cf. Legatus II,20,1.
[6] Cf. Legatus II,20,3.
[7] Cf. Legatus II,20,6. Cf. también la “pietas” (piae compassionis affectus, tierno afecto de compasión) que Gertrudis misma siente por los que se sienten tocados por sus consejos espirituales (Legatus I,6,22-25), y también el affectus pietatis (sentimiento de ternura) de Gertrudis no solo hacia los seres humanos sino también hacia toda creatura animal que sufriera hambre, sed o frío (Legatus I,8,9-13).
[8] P. Doyère traduce: «vaniteuse mondanite», mundanidad vanidosa (Gertrude d’Helfta, Oeuvres spirituelles, t. II, Le Héraut, 229).
[9] Cf. Legatus II,1,1-2.
[10] Cf. A. Montanari, “Introduzione”, en Gertrude di Helfta, Esercizi spirituali, LVII.
[11] Cf. también Legatus II,23,5: Dios la ha hecho partícipe de Su consciencia y de Su amor y le ha enseñado a recogerse en lo más íntimo de su ser, hasta aquel momento desconocido para ella.
[12] Cf. Exercitia III,24-25.
[13] En el capítulo 20 Gertrudis habla de su audacia al hacer la comparación entre la pietas de Dios y su impietas (20,14); así también en Exercitia IV,185-187: tu paterna pietas en oposición a omnes impietates meae, todas mis impiedades).
[14] Cf. Legatus I,16,2,1-10.