Inicio » Content » DOMINGO 20º DURANTE EL AÑO. Ciclo "B"
Nota imagen: 

 

La Última Cena

Hacia 1370

Misal romano

Nápoles, Italia

 

«Confiemos también nosotros plenamente en Dios. No le pongamos dificultades, aunque lo que diga parezca ser contrario a nuestros razonamientos y a lo que vemos. Que más bien su palabra sea maestra de nuestra razón y de nuestra misma visión. Tengamos esta actitud frente a los misterios sagrados: no veamos en ellos solamente lo que se ofrece a nuestros sentidos, sino que tengamos sobre todo en cuenta las palabras del Señor. Su palabra no puede engañarnos, mientras que nuestros sentidos fácilmente nos engañan; ella jamás comete un fallo, pero nuestros sentidos fallan a menudo. Cuando el Verbo dice: “Esto es mi cuerpo”, fiémonos de Él, creamos y contemplémosle con los ojos del espíritu. Porque Cristo no nos ha dado nada puramente sensible: aun en las mismas realidades sensibles, todo es espiritual…

¡Cuántas personas dicen hoy: “Quisiera ver el rostro de Cristo, sus rasgos, sus vestidos, sus calzados!”. Pues bien, precisamente lo estás viendo a él, lo tocas, lo comes. Deseabas ver sus vestidos; y él mismo se te entrega no solamente para que lo veas, sino también para que lo toques, lo comas, lo recibas en tu corazón. Que nadie se acerque con indiferencia o con apatía; sino que todos vengan a Él animados de un ardiente amor»[1].

 

 


[1] San Juan Crisóstomo, Homilía 82 sobre san Mateo, 4-5; PG 58, 738. 743 (trad. en Lecturas cristianas para nuestro tiempo, Madrid, Editorial Apostolado de la Prensa, 1974, E 15). San Juan Crisóstomo (nació hacia 344-354), afamado rétor y fino exegeta, primero asceta y monje; luego, diácono y presbítero en Antioquía; después obispo de Constantinopla (año 398). Aquí su seriedad de reformador y también su falta de tacto le llevaron a serios conflictos con obispos y con la corte imperial. Depuesto y desterrado, sus tribulaciones y muerte (14.09.407) en el exilio fueron una dolorosa prueba martirial para él y para el sector de la comunidad eclesial que se le mantuvo fiel. Su afamada elocuencia le valió el título de “Crisóstomo”, es decir: “Boca de Oro”, que le fue dado en el siglo VI.