«… Pedro y Andrés abandonaron sus redes para seguir al Redentor a la primera llamada de su voz... Tal vez alguno se diga por lo bajo: "Para obedecer a la llamada del Señor, ¿qué pudieron abandonar estos dos pescadores que no tenían casi nada?". Pero en esta materia tenemos que considerar las disposiciones del corazón más que la fortuna. Deja mucho el que no retiene nada para sí; deja mucho el que lo abandona todo, por muy poco que sea. Nosotros conservamos con pasión lo que poseemos. y tratamos de conseguir lo que no tenemos. Sí, Pedro y Andrés dejaron mucho, puesto que tanto el uno como el otro abandonaron hasta el deseo de poseer. Abandonaron mucho porque al renunciar a sus bienes renunciaron también a sus ansias. Siguiendo al Señor renunciaron a todo lo que hubieran podido desear de no haberlo seguido.
Que nadie, entonces, se diga al ver que algunos renuncian a grandes bienes: "Quisiera imitar a los que se desprenden así del mundo, pero no tengo nada a qué renunciar". Hermanos, cuando renuncian a los deseos terrestres abandonan mucho. Nuestros bienes exteriores, aunque sean pequeños, bastan a los ojos del Señor. Él se fija en el corazón no en la fortuna. Él no pesa el valor comercial del sacrificio, sino la intención del que lo ofrece…»[1].
[1] San Gregorio Magno, Homilía 5 sobre el Evangelio (PL 76,1093-1094; trad. en: Lecturas cristianas para nuestro tiempo, Madrid, Ed. Apostolado de la Prensa, 1973, i 46). Nació Gregorio hacia 540, en el seno de una familia romana de posición acomodada. Hacia el 572, fue nombrado prefecto de la ciudad de Roma. Pero poco tiempo después, entre 574-575, se convirtió a la vida monástica. Cuatro años más tarde, en 579, el papa Pelagio II le confirió el diaconado y le solicitó estar disponible para el servicio de la Iglesia. Entonces fue enviado como legado papal a Constantinopla, donde residió hasta 585. Al regresar a Roma se desempeñó como secretario y consejero de Pelagio, y a la muerte de éste lo sucedió en la sede romana (año 590). A pesar de no tener buena salud gobernó a la Iglesia, en un momento muy difícil de la historia, hasta su muerte, acaecida el 12 de marzo de 604. Con sus obras marcó el rumbo de la espiritualidad medieval.