«Después que el hombre, creado en el principio por Dios y puesto en el Paraíso, hubo transgredido el mandamiento, fue sometido a la ruina y a la muerte. Luego, a pesar de ser guiado por la variada providencia de Dios de generación en generación, siguió progresando en el mal y, por las diversas pasiones de la carne, fue llevado a desesperar de la vida. Por esto el Hijo unigénito de Dios, el Lógos (la Palabra) de Dios Padre, anterior al tiempo, la fuente de vida y de la inmortalidad, se nos manifestó a los que yacíamos en tinieblas y en la sombra de la muerte (Is 9,2; Mt 4,16) y, encarnándose del Espíritu Santo y de la Santa Virgen, nos mostró la conducta de la vida divina, dándonos los santos mandamientos, prometiendo el Reino de los Cielos a aquellos que viviesen de acuerdo con estos, y el castigo eterno a los transgresores. Y, sufriendo la Pasión salvífica y resucitando de entre los muertos nos concedió la esperanza de la resurrección y de la vida eterna, liberándonos, por medio de la obediencia, de la condena del pecado original, anulando con la muerte, el poder de la muerte (Hb 2,14), para que, así como todos mueren en Adán, de esa manera todos sean vivificados en él (1 Co 15,24). Y subiendo a los cielos, sentándose a la derecha del Padre, envió al Espíritu Santo como prenda de Vida, para iluminación y santificación de nuestras almas y para el auxilio de los que, a causa de su propia salvación, luchan por observar sus mandamientos»[1].
[1] San Máximo el Confesor, Diálogo ascético, 1 (trad. de P. Árgarate). Máximo, llamado “el Confesor”, «por su heroico testimonio en defensa de la humanidad de Cristo, se sitúa en lo más alto de la secular especulación patrística sobre los grandes temas cristológicos. El arco de su vida abarca desde el año 580 al 662, y está marcado por etapas significativas, desde su nacimiento en Palestina, como atestigua una biografía siria descubierta recientemente. Destaquemos sus relaciones con la corte imperial de Constantinopla, su exilio en África y, sobre todo, su intensa actividad en favor de la ortodoxia contra la herejía monotelista, que amenazaba con alterar y disolver la realidad humana de Cristo. Así como su detención por parte del emperador Constante II, su procesamiento, la mutilación de la lengua y la mano derecha y finalmente la muerte» (noticia tomada del sitio de la Ed. Ciudad Nueva en Internet: www.ciudadnueva.com).