«¿No podía el Señor resucitar sin las cicatrices? Sin duda, pero sabía que en el corazón de sus discípulos quedaban heridas, que habrían de ser curadas por las cicatrices conservadas en su cuerpo. Y ¿qué respondió el Señor al discípulo que, reconociéndole por su Dios, exclamó: “Señor mío y Dios mío?”. Le dijo: “¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto”.
¿A quiénes llamó dichosos, hermanos, sino a nosotros? Y no solamente a nosotros, sino a todos los que vengan después de nosotros. Porque no mucho tiempo después, habiéndose alejado de sus ojos mortales para fortalecer la fe en sus corazones, cuantos en adelante creyeron en él, creyeron sin verle, y su fe tuvo gran mérito: para conquistar esa fe, movilizaron únicamente su piadoso corazón, y no el corazón y la mano comprobadora» (san Agustín).