Inicio » Content » DOMINGO DE LA OCTAVA DE PASCUA

La duda de Tomás. 1678. Himnario. Constantinopla.

 

"El Hijo del hombre descendió del cielo, cuando el Hijo de Dios asumió la carne de la virgen de la que nació. Y, por otra parte, se dice que el Hijo de Dios fue crucificado y sepultado, aun cuando sufrió no en la divinidad por la que es Unigénito, coeterno y consubstancial con el Padre, sino en la debilidad de la naturaleza humana. De donde todos confesamos también en el símbolo que el Hijo Unigénito de Dios fue crucificado y sepultado, según aquella palabra del Apóstol: Si hubiesen sabido, jamás habrían crucificado al Señor de la gloria. Y cuando el mismo Señor y Salvador nuestro instruía la fe de sus discípulos interrogándolos: ¿Quién, preguntaba, dicen los hombres que soy yo, el hijo del hombre? Y cuando le repetían las diversas opiniones de los otros: Ustedes, les dice, ¿quién dicen que soy?, yo que soy el hijo del hombre, al que ven en forma de siervo y en la verdad de la carne, ¿quién dicen que soy? Entonces el bienaventurado Pedro divinamente inspirado y para ser provechoso por su confesión a todas las naciones, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo. Y no sin razón fue proclamado bienaventurado por el Señor, y de la piedra principal extrajo la solidez de su fuerza y de su nombre, aquél que por revelación confesó que el mismo Hijo de Dios era el Cristo. Porque no aprovecha para la salvación recibir uno de los dos sin el otro, y hay igual peligro en creer que el Señor Jesucristo es tan sólo Dios sin ser hombre, o solamente hombre sin ser Dios.

Después de la resurrección del Señor, que fue la de un cuerpo verdadero, porque no otro resucitó sino el que fue crucificado y sepultado, ¿qué otra cosa fue el hecho de los cuarenta días de espera, sino purificar de toda obscuridad la integridad de nuestra fe? Dialogando con sus discípulos, conviviendo y comiendo con ellos, dejándose tocar y palpar por la curiosidad diligente de aquellos a los que la duda apretaba, entró por esta razón, estando las puertas cerradas, en medio de sus discípulos y por su soplo les dio el Espíritu Santo. Dándoles la luz de la inteligencia les abrió los secretos de las santas Escrituras. Y de nuevo él mismo les mostró la herida del costado, las marcas de los clavos y todos los signos de la recientísima pasión, diciéndoles: Vean mis manos y mis pies porque soy yo; toquen y vean, pues un espíritu no tiene carne y huesos como ven que yo tengo, para que se conocieran las propiedades de la naturaleza divina y humana permaneciendo indivisas en él, y así nosotros comprendiéramos que el Verbo no es lo mismo que la carne, confesando que el único Hijo de Dios es el Verbo en la carne" (san León el Grande).