Inicio » Content » DOMINGO DE LA OCTAVA DE PASCUA. Ciclo "B"
Nota imagen: 

La incredulidad del apóstol Tomás

Hacia 1230

Homiliario

Alemania

 

«... Aquel discípulo que dudaba, tras haber tocado y reconocido las cicatrices, exclamó: ¡Señor mío y Dios mío! Las cicatrices manifestaban a aquel que había sanado todas las heridas en los otros. ¿No podía, acaso, resucitar el Señor sin las cicatrices? (Sí), pero conocía las heridas existentes en el corazón de sus discípulos, y para sanar éstas había mantenido aquéllas en su cuerpo. ¿Y qué dijo el Señor a quien le había confesado y dicho Señor mío y Dios mío? Porque me has visto, has creído; dichosos quienes no ven y creen. ¿A quién se refería, hermanos, sino a nosotros? No porque íbamos a ser los únicos, sino porque íbamos a venir detrás. Tras un pequeño espacio de tiempo, después que se alejó de los ojos mortales para afianzar la fe en los corazones, cuantos creyeron, creyeron sin ver, y su fe tuvo gran mérito. Para adquirir esa fe tan sólo pusieron en movimiento un corazón piadoso, no la mano dispuesta a tocar.

Todo esto lo hizo el Señor para invitar a la fe. Ésta hierve ahora en la Iglesia, extendida por todo el orbe. También ahora obra curaciones y mayores, pensando en las cuales no desdeñó hacer aquellas menores. Pues como es mejor el alma que el cuerpo, así es mejor también la salud del alma que la del cuerpo. Ahora no abre sus ojos la carne ciega mediante un milagro del Señor, pero sí los abre el corazón por su palabra. No resucita ahora un cadáver mortal; resucita, en cambio, el alma que yacía muerta en un cadáver vivo. No se abren ahora los oídos sordos del cuerpo, pero ¡cuántos son los que tienen cerrados los oídos del corazón, que, sin embargo, se abren al penetrar la palabra de Dios, de forma que creen quienes no creían y viven bien quienes vivían mal y obedecen quienes no obedecían! (...)»[1].

 



[1] San Agustín de Hipona, Sermón 88,2-3; trad. en: Obras completas de san Agustín, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1988, t. X, pp. 536-537 (BAC 441). Agustín nació en Tagaste, África del norte, el año 354. Luego de un largo y, por momentos, penoso itinerario de búsqueda de la verdad, en la Vigilia Pascual del año 387 recibió el bautismo. En todo este proceso su madre, Mónica, tuvo una influencia determinante. El obispo y el pueblo de Hipona lo eligieron para el ministerio sacerdotal en el 391. En 395, el obispo Valerio lo eligió para su coadjutor, y a su muerte Agustín ocupó la sede episcopal. Murió el 28 de agosto de 430. El Sermón 88 fue pronunciado en torno al año 400.