Inicio » Content » LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES DE SANTA GERTRUDIS. PRINCIPIOS LITÚRGICO-SACRAMENTALES PARA VIVIR EN PLENITUD LA UNIÓN CON LA SANTÍSIMA TRINIDAD (III)

Santa Gertrudis la Grande, talla de madera policromada, anónimo.

Francisco Asti[1]

2. Hacer memoria del Bautismo

El primer paso para vivir intensamente los ejercicios espirituales[2] es el de hacer memoria del propio bautismo. El tiempo litúrgico favorable para este fin es la Pascua y Pentecostés, cuando la Iglesia vive la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo, y se abre al envío del Espíritu Santo[3]. El motivo de este ejercicio es recuperar la inocencia bautismal. Gertrudis intenta, mediante la gracia sacramental, retornar al origen de su propia unión con Dios, para recuperar todo lo que en su vida ha despilfarrado[4]. Recuperar consiste en una verdadera y propia instauración de los valores eternos, aquellos que emergen de la comunión perfecta con Jesucristo. El Bautismo es experiencia de incorporación a la vida de Cristo, así como lo es la Eucaristía, para poder gozar los dones concedidos por toda la Trinidad.

Hacer memoria no es solo una experiencia litúrgica, sino que es para Gertrudis un ejercicio espiritual esencial, para poder progresar en la vida de la santidad y poder experimentar la unión con Jesucristo[5]. La monja pasa del evento litúrgico a la renovación de la vida interior del creyente. El zikkaron (memorial) se vuelve, por acción del Espíritu Santo, experiencia cotidiana de la presencia salvífica de Dios, que conduce al creyente a la meta final de su peregrinación histórica. Hacer memoria del propio bautismo significa volver con la mente y con el corazón a la experiencia original y originaria del propio encuentro con la Santísima Trinidad; comporta un reasumir toda la propia existencia confrontándola con el amor redentor de Jesucristo. El zikkaron no es solo memoria actualizante, sino que es experiencia de ofrenda a Dios por el beneficio que ha concedido. El recuerdo está ligado al sacrificio vespertino de Cristo, que ha suplido todo lo que a la humanidad le ha faltado en la relación con el Padre.

El “hacer memoria” de Gertrudis no es tarea de principiantes, sino que es un paso decisivo y laborioso de quien quiere redescubrir en su vida la gracia transformante de Dios. El creyente se pone en camino, teniendo plena conciencia de querer reavivar el don recibido, en vistas de la vida eterna. Comprende que el recorrido a realizar es en salida, porque concierne a la revisión de su relación con Dios en su propia cotidianidad. En este sentido Gertrudis ayuda al lector a contemplar la presencia de Dios en la propia existencia y lo incita a elevarse desde su estado actual, para experimentar la unión con Él. De este modo, hace emerger del sacramento la dinámica del encuentro entre Dios y el hombre, entre la condescendencia de Dios y la elevación de la creatura. Dios continúa visitando a su pueblo en el hoy de su historia. La Santísima Trinidad se inclina sobre su creatura, para que retorne a Él renovada por el sacrificio de Jesús y por la acción del Espíritu Santo. La memoria de la que escribe Gertrudis es experiencia de un Dios que continúa salvado en la historia de cada hombre y mujer; continúa visitando a su creatura, ayudándola a reavivar la fe recibida[6]. En efecto la recitación del símbolo de la fe caracteriza los inicios del camino a realizar. La monja subraya la acción creadora y redentora de Dios.

El símbolo es experiencia de la Iglesia que profesa con la boca y con el corazón la acción redentora de la sangre de Cristo y se dispone a ser renovada por la acción del Espíritu Santo, que, con el bautismo, abre a la esperanza de la vida eterna. Hacer memoria del bautismo comporta una renuncia a las obras de Satanás para hacer brillar la fe en Jesucristo. La dinámica sacramental puede ser descrita como purificación/asimilación, en cuanto que el creyente, teniendo conciencia del mal realizado, se aleja de él para volverse hacia la Santísima Trinidad: De la avversio a Deo (aversión a Dios) hasta experimentar la unio mystica (unión mística). La segunda conversión se caracteriza por una visión más madura de la propia relación con Dios. Una comprensión nueva de la propia fe surge del hacer memoria, por la cual tal don es recto, ferviente, coronado de buenas obras y capaz de unir a Dios y de nutrir la esperanza en la vida eterna. El recuerdo del bautismo ayuda al creyente a tener una fe fuerte y una esperanza cierta del propio futuro en Dios.

La virtud de la fe juega un rol fundamental en la memoria de las obras de Dios en la propia vida. Desde el bautismo, el creyente experimenta que su fe tiene continua necesidad de crecer, para poder presentarse ante Dios con su vestido sin mancha. En la siguiente oración Gertrudis propone a su lector volverse a la Santísima Trinidad para purificar su propia fe: “Trinidad Santa, Padre, Hijo y Espíritu Santo, que tu divina omnipotencia me gobierne y confirme, tu divina sabiduría me instruya e ilumine, tu divina bondad me ayude y perfeccione mi fe, a fin de que, con pureza e integridad, pueda a la hora de mi muerte presentarla ante tu rostro, habiéndome enriquecido con los frutos de todas las virtudes”[7].

La fórmula de la oración es trinitaria: El Padre rige y confirma con su omnipotencia la fe; el Hijo ilumina e instruye con su sabiduría, mientras que el Espíritu Santo lleva a la perfección y sostiene, teniendo como meta la vida eterna. Como en el segundo libro de las Revelaciones, Gertrudis describe las atribuciones de la Personas divinas de las cuales depende el desarrollo de la fe. El fiel es instruido e iluminado por la sabiduría del Hijo. Gertrudis utiliza dos expresiones que evocan no solo la racionalidad del creyente en aprender las afirmaciones de la fe, sino también su disposición a acoger las iluminaciones propias del Espíritu Santo. Se podría afirmar que la monja une la meditación y la contemplación como operaciones propias de la sabiduría divina, mientras toca al Espíritu Santo la perfección de la vida de fe y el sostén en las dificultades. No se trata de realidades opuestas: la oración metódica y la mística, sino más bien el don que une a ambas modalidades de la oración es el de la sabiduría, que incita la mente a buscar y la dispone a recibir la gracia divina. La operación propia del Espíritu consiste en disponer al creyente a acoger toda la divinidad. Tiene como misión hacer advertir la familiaridad con Dios, tanto en el tiempo, como en la eternidad.

La regeneración de la vida espiritual acontece por la acción salvífica de Jesucristo. El centro del primer ejercicio espiritual está representado por la incorporación a Cristo. Todos los signos bautismales, como la vestidura blanca, el crio y el signo de la cruz, remiten a la Presencia del Hijo de Dios. Particularmente, la participación en el santo Banquete comporta una unión íntima con toda la santísima Trinidad, gracias al sacrificio vespertino de Cristo. Los temas caros a Gertrudis están presentes en la invocación a Jesús como dulcísimo huésped del alma: suppletio, incoproratio, recuperatio/reparatio[8]. La misión del Hijo de Dios al encarnarse ha sido la de devolver la creatura a su Creador. Con su acción redentora ha permitido que todo el hombre fuera liberado del pecado. La incorporación a Jesús mediante la Eucaristía produce una verdadera cristificación del creyente, por la cual produce libertad de espíritu y pureza de costumbres. El proceso de deificación no es otro que un hacerse semejante al Verbo encarnado, por lo cual la unión con El hará fuerte la fe, vigorosa la esperanza y perfecta la caridad. La renovación de la vida del creyente hará percibir claramente que la unión con Cristo es experiencia de familiaridad, por la cual todo creyente es hijo e hija de Dios. En Cristo, el vínculo con Dios es el de un padre con sus propios hijos[9]. En la familiaridad con Dios, Gertrudis eleva su Amén. La expresión final del primer ejercicio tiene sabor doxológico. Amén es el Padre, cuya fidelidad no disminuye nunca. Amén es el Hijo, que se ha donado a todo hombre y mujer. Es Amén el Espíritu Santo, que conducirá a la verdad completa (Jn 16,13).

Continuará

 


[1] Francisco Asti es sacerdote, Profesor ordinario de Teología y Decano de la Pontificia Facultad de Teología de la Italia Septentrional Santo Tomás, Consultor teólogo de la Congregación para las Causas de los Santos y Párroco del Santísimo Redentor, en Nápoles.

[2] Continuamos publicando aquí la traducción íntegra de las actas del Congreso: “SANTA GERTRUDE LA GRANDE, “DE GRAMMATICA FACTA THEOLOGA”. Atti del Convegno organizzato da Istituto Monastico della Facoltà di Teologia Pontificio Ateneo Sant’Anselmo, Roma, 13-15 aprile 2018. A cura di Bernard Sawicki, O.S.B., Ruberval Monteiro, O.S.B., ROMA 2019”, Studia Anselmiana 178, Pontificio Ateneo S. Anselmo, Roma 2019. Agradecemos el permiso de Studia Anselmiana. Tradujo la hna. Ana Laura Forastieri, OCSO. Cfr. el programa del Congreso en: http://surco.org/content/congreso-santa-gertrudis-grande-grammatica-facta-theologa

[3] Ibidem, Gertrude D’Helfta, Les exercices, I, 1-5. LE, 1.

[4] Ibidem, I, 194-195. LE, 12.

[5] I. Biffi, La liturgia cristiana. Memoria, presenza e attesa del Signore, Jaca Book, Milano 2000.

[6] L. Bouyer, Eucaristia, Elledici, Leumann (Torino) 1969, 90.

[7] Gertrude D’Helfta, Les exercices, I, 28-34. Maristella dell’Annunciazione – A. Montanari (curr.), Gertrude di Helfta, 4. LE, 3.

[8] Ibidem, I, 191-213. LE, 12-14

[9] Ibidem, I, 219-251. LE, 14-16.