Santa Gertrudis, estatua de yeso de colección, 81 cms., hecha en Brasil.
Francisco Asti[1]
7. Contemplar a Dios con alegría
Cuando el creyente ha centrado su vida en el amor de Dios[2], la alabanza y la acción de gracias surgen espontáneamente. El sexto ejercicio consiste en hacer memoria de la propia oración. Gertrudis pide a sus lectores que se dediquen a la oración para examinar su calidad[3]. Para realizar este discernimiento se necesita un tiempo conveniente en que ofrecer al Señor la propia alabanza en reparación por todas las oraciones vividas de manera distraída y poco abierta a la acción del Espíritu Santo. De acuerdo con la tradición monástica, la tarea principal del consagrado es la de ocuparse en el Oficio Divino. La oración no es una actividad diversa del trabajo cotidiano, sino que es el alma que vigoriza y favorece todas las acciones humanas.
En la huella de la espiritualidad benedictina, Gertrudis identifica como vacare laudi divinae (dedicarse a la alabanza divina), el punto neurálgico de la vida monástica. La oración a gustar, es anticipación de la alabanza que se elevará eternamente ante la Santísima Trinidad. La oración no solo sostiene la cotidianidad, sino que muestra el futuro escatológico del creyente. En la introducción, Gertrudis no se detiene solamente en el ejercicio de discernimiento, sino que indica al lector que la oración de hoy le hace abrir el corazón y la mente a la comunión eterna, que vivirá junto a los santos. En la peregrinación terrena la oración es expresión de aquella unión con Dios que hace arder el corazón de eternidad. La oración cristiana tiene, por lo tanto, una dimensión propiamente escatológica, que el mundo monástico ha reconocido siempre y mostrado a toda la Iglesia. La finalidad de la oración es la de hacer experiencia del amor de Dios, que nos conduce a la comunión eterna con Él. La oración tiene una dimensión horizontal, que consiste en compartir las necesidades del mundo, y una vertical, por la cual el creyente capta en el presente la acción de Dios, para reorientar el mundo hacia su origen.
Gertrudis tiene la misión de guiar al creyente en una revisión de su propia oración, para suplir todas las oraciones vividas sin las debidas disposiciones. La necesidad de reparación es inseparable de una conciencia recta sobre la propia vida en relación con Dios. Se necesita discernimiento para elevar una oración a Dios sin perderse en ocasiones de distracción o de fantasía. Cuando el creyente llega a un cierto grado en la alabanza y la acción de gracias, capta que su propia oración tiene algo de divino. Se podría decir que Gertrudis señala la contemplación como el ápice de la oración cristiana. El recorrido es ascendente: de la oración vocal a la contemplativa, vivida en el silencio y en el completo recogimiento de todos los sentidos en Dios. Los suspiros devotos prepararan al alma a encontrarse con el Señor de la historia; la mueven a saciarse de la presencia divina y a llenarse de la gloria futura. Esta experiencia presenta una cierta semejanza con la que viven los santos en la eternidad. La semejanza entre la contemplación todavía histórica y la visión beatífica permite mostrar analógicamente la relación que hay entre el diálogo del creyente con Dios en el hoy, y el que se instaurará en la eternidad. Entonces la oración contemplativa no es solo preludio de la vida eterna, sino que es experiencia concreta de la relación con el Dios cristiano.
Para Gertrudis la oración cristiana implica una participación integral del creyente en la relación con Dios. La esfera emotiva y la física están fuertemente unidas a la psíquica y la espiritual[4]. Se está ante Dios con espíritu de humildad, queriendo que toda la propia persona sea plasmada por la gracia de Dios. De este modo, el Espíritu Santo prepara todas las dimensiones del hombre al encuentro con la Trinidad. Cuando el alma llega al más alto grado de oración, percibe el amor de dilección. Experimenta una disolución total de sí misma al gozar de las alegrías divinas y de las delicias de la gloria futura[5]. Contempla la belleza de la Trinidad, experimentando la alabanza sin fin. Gertrudis afirma esta experiencia con total convicción, desde las primeras palabras del ejercicio, exclamando: “¡Oh!, atrae y eleva mi espíritu hacia ti en las alturas, pues mi corazón y mi carne desfallecen en Dios, mi salvación ¡Oh!, preséntame al Rey mi Señor, pues mi alma se derrite en el amor y la espera de mi Esposo”[6]. El amor atrae y eleva hasta alcanzar las cimas de la unión con Dios. El éxtasis es experiencia de elevación del espíritu humano hasta tocar la divinidad, por lo cual la carne y el corazón desfallecen, porque todo resulta transformado por la fuerza del Espíritu Santo, que hace al alma semejante a su Creador. Gertrudis expresa su experiencia personal con el verbo liqueo (licuarse), típico de la unión mística de tipo esponsal. La espera del Esposo hace arder a la esposa, que lo desea hasta ansiar morir. Se anhela el encuentro y se puede desfallecer de amor.
En el sexto ejercicio se pueden encontrar descripciones de la relación de amor con Dios con una terminología típica de la mística esponsal. La descripción del encuentro muestra el lado subjetivo, humano, por el cual se pueden observar los distintos movimientos emotivos y psicológicos de quien experimenta la unión mística. La dinámica psicológica es bien evidente en Gertrudis, que no solo se comprende a sí misma en Dios, sino que también llega a mostrar la belleza de la esencia divina, que se manifiesta en esta relación. La mediación entre Dios y la humanidad se realiza por la presencia de Jesucristo, Esposo celestial[7].
La esponsalidad se expresa en la unión con Jesús, por la cual el alma se derrite. La contemplación de Dios tiene lugar por intuición del creyente, que capta en un instante su relación con Dios. El ojo es capturado por la presencia del Esposo, que hace sentir a la esposa su amor ardiente, capaz de derretirla. Jesús atrae al alma, que se siente estrechada entre sus brazos. Gertrudis describe esta experiencia de amor como intuición. Ya no es un desear al Esposo, sino un dejarse guiar por su presencia, intuyéndola. Hay una tensión cognitiva y emotiva que Gertrudis describe como dulzura y dilección. El amor hace al amado tender hacia el amante. Esta modalidad implica a todas las facultades del alma. La intuición requiere toda la fuerza del amor para representar el objeto deseado. La imagen representada del Amado no es una producción posterior de la fantasía humana, sino más bien un incremento de la semejanza con Dios, que la hace más clara y constatable.
En la alabanza al Altísimo, Gertrudis describe la divinidad en su unidad y trinidad de Personas, con acentos fuertemente poéticos[8]. La alabanza es a Dios Uno y Trino. Toda la creación está implicada en la contemplación de la esencia divina. Son las Personas divinas las que sostienen con su gracia la misma oración humana. Más aún, sin su ayuda no podría haber ninguna forma de oración, porque el hombre está imposibilitado de elevar oraciones, por su naturaleza frágil. La oración cristiana no es un esfuerzo psicológico del hombre; no es una concentración en sí mismo, sino una apertura a Dios, que trabaja en lo secreto del corazón humano. De este modo, Gertrudis subraya el valor imprescindible de la gracia divina, que sostiene, eleva y vigoriza la súplica humana. La monja pone de manifiesto que, especialmente la oración de contemplación, es fruto de un don libre de Dios, y no una acción puramente humana. En la descripción que hace de su experiencia mística es siempre evidente que su vivencia proviene de una libre decisión de la Santísima Trinidad para hacerla participar de su familiaridad. Se describe a la Trinidad como recíproca e íntima familiaridad, dulce sociedad, inconmovible eternidad, pureza incontaminada, fuente de la santidad, gloriosa y perfecta felicidad[9]. Estas expresiones evocan los atributos de la esencia divina. Lo que se puede predicar de cada una de las Personas divinas se refiere a la eternidad, la pureza, la santidad, la felicidad. Incluso la relación intratrinitaria forma una societas perfecta, donde el circula el amor entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. La distinción se refiere al aspecto tripersonal de Dios. Las propiedades realizan la diferencia personal y su perfecta unidad. Así, del Padre se predica la omnipotencia, del Hijo la sabiduría y del Espíritu Santo la bondad[10].
La conclusión del ejercicio es, en realidad una apertura al último paso en el camino interior trazado por Gertrudis. La llamada es a la muerte, como ventana abierta hacia la esencia trinitaria[11]. La monja eleva un himno final al amor viviente que consuma y perfecciona. El Espíritu Santo conduce al alma por las vías de la interioridad, perfeccionándola gracias a los sacramentos y a la vida eclesial. El mismo Espíritu hace gustar la experiencia de contemplación, en la cual Dios se hace cercano al alma. En la peregrinación de la vida, el Espíritu es maestro y guía seguro, que forma en el alma la imagen del Verbo de Dios. Es el amor ardiente, que purifica las facultades del alma y las llena del amor divino. Toda la obra del Espíritu tiene como finalidad unir el alma eternamente a Dios. La comunión de los santos es el objeto final del alma que desea abandonar la pesadez de la carne, para ser solo de Dios. En la oración final no hay ningún elemento negativo en relación con la realidad material, sino la experiencia de quien mira hacia la meta final, captando los lazos del pecado, que bloquean el anhelo del corazón creyente por la patria celestial.
Continuará
[1] Francisco Asti es sacerdote, Profesor ordinario de Teología y Decano de la Pontificia Facultad de Teología de la Italia Septentrional Santo Tomás, Consultor teólogo de la Congregación para las Causas de los Santos y Párroco del Santísimo Redentor, en Nápoles.
[2] Continuamos publicando aquí la traducción íntegra de las actas del Congreso: “SANTA GERTRUDE LA GRANDE, “DE GRAMMATICA FACTA THEOLOGA”. Atti del Convegno organizzato da Istituto Monastico della Facoltà di Teologia Pontificio Ateneo Sant’Anselmo, Roma, 13-15 aprile 2018. A cura di Bernard Sawicki, O.S.B., Ruberval Monteiro, O.S.B., ROMA 2019”, Studia Anselmiana 178, Pontificio Ateneo S. Anselmo, Roma 2019. Agradecemos el permiso de Studia Anselmiana. Tradujo la hna. Ana Laura Forastieri, OCSO. Cfr. el programa del Congreso en: http://surco.org/content/congreso-santa-gertrudis-grande-grammatica-facta-theologa
[3] Gertrude D’Helfta, Les exercices, VI, 1-12. LE, 115.
[4] Gertrude D’Helfta, Les exercices, VI, 98-101. LE, 121.
[5] Gertrude D’Helfta, Les exercices, VI, 295-300. LE, 134
[6] Gertrude D’Helfta, Les exercices, VI, 26-32: “Eia trahe et attolle spiritum meum sursum ad te, quia in salutare dei iam deficit caro mea et cor meum. Eia praesenta me domino meo regi, quia iam liquefacta est anima mea prae amore et exspectatione sponsi mei”. Maristella dell’Annunciazione – A. Montanari (curr.), Gertrude di Helfta, Esercizi spirituali, 83. LE, 116-117.
[7] Gertrude D’Helfta, Les exercices, VI, 172-178. LE, 126-127.
[8] Gertrude D’Helfta, Les exercices, VI, 274-285. LE, 133.
[9] Gertrude D’Helfta, Les exercices, VI, 428-432. LE, 142-143.
[10] Gertrude D’Helfta, Les exercices, VI, 523-530. LE, 149.
[11] Gertrude D’Helfta, Les exercices, VI, 782-801. LE, 165-166.