Vida de Santa Gertrudis, vitral (hacia 1950-60), iglesia de Santa Gertrudis, Wilson, (Windsor) Connecticut, USA.
Maureen McCabe, ocso[1]
Mi Palabra no vuelve a mí vacía
Leyendo o rezando los Ejercicios[2], me sentí constantemente atraída por la fluidez del lenguaje bíblico de Gertrudis. Ella ha aprendido a pensar bíblicamente y su vocabulario bíblico es tan vivo que frecuentemente sorprende al lector descubriendo o jugando con pasajes oscuros o inesperados. Ella se identifica por ejemplo con el administrador astuto en su esfuerzo por ganar la compasión de Dios. Dado que no puede cavar y se avergüenza también de mendigar, ella astutamente persuade de ‘compasión’ para acordar en este pacto con Él: “Tú y yo tendremos una sola bolsa en común”[3]. La referencia a un pasaje de los Proverbios raramente citado (Pr 1,14), concierne, de hecho, al astuto negocio.
Aún dentro de esta amplia gama de referencias, Gertrudis ostenta una definida selectividad. Conscientemente prefiere ciertos temas y pasajes a otros y se identifica personal y profundamente con determinadas imágenes y modelos. El ejemplo más notable de selección aparece en la asociación de Gertrudis con la creaturidad, fragilidad, pequeñez. De la ley a los profetas, de los escritos sapienciales al mismo Nuevo Testamento, ella encuentra su reposo en las imágenes que expresan esta realidad. Como María, ella es una pobre sierva, como Abraham, polvo y ceniza (Lc 1,38; Gn 18,27). Está sedienta de vida como la mujer samaritana (Jn 4,15). Ella es el hambriento mendigando a la puerta de la Sabiduría (Pr 8,34 y 9,5). Al considerar las parábolas de Nuestro Señor, ella se identifica con el mendigo ciego en el camino a Jericó, la mujer de Canaán, cuyo lugar estaba “entre los perros”, el administrador deshonesto, el hombre que enterró su talento (Lc 10,30; Mt 15,27; Lc 16,1-8; Mt 25,25). Ama describir su pobreza con el lenguaje de las imágenes bíblicas de la naturaleza: la rama seca que no ha aprovechado el tiempo de la poda, la más pequeña semilla de la verdadera siembra de Dios (Jn 15,2. 6; Mt 13,32; Lc 13,6).
Gertrudis se da cuenta, sin embargo, de que estas no dan un cuadro completo de su identidad. Dios la ha levantado del barro (Sal 113,7, una imagen favorita) y su Palabra le ha dado un nombre nuevo. Ella expresa esta novedad con la mayor frecuencia por medio del símbolo de las bodas. Aquí, claro está, la influencia cultural es fuerte ya que en el siglo XIII el vocabulario nupcial (Brautmystic) predominaba en los escritos místicos[4]. Sin embargo, ella combina con este la frecuencia de las Escrituras extrayendo no solo del Cantar de los Cantares sino también de Isaías, Oseas y los Evangelios. Así como el Señor se apresura a desposarla consigo, así también ella se apresura a salir a su encuentro ataviada con el traje nupcial y con la lámpara encendida.
Gertrudis también ama reflexionar sobre el gran tema paulino de la adopción. Ella es la “hija adoptiva” de Dios, un título que ella relaciona con su rol de estudiante en la escuela de la divina sabiduría: “Ven, oh Amor, sumerge mi espíritu tan profundamente en tu caridad, que por ti yo pueda llegar a ser una hija dotada de entendimiento y tú mismo puedas ser en verdad mi Padre y mi pedagogo”[5]. Ella creía que esta adopción la unía a la entera familia de Dios, con la cual experimentaba una profunda comunión, La suya es una identidad descubierta dentro de la comunidad, no fuera de ella, como ella indica varias veces con su deseo de “ser contada entre el pueblo de Israel”.
El relato del encuentro de Jacob con Dios en Peniel atrajo particularmente a Gertrudis. Como el patriarca, ella lucha para alcanzar una bendición de Dios, a quien ella puede nombrar como Jesús; pero a diferencia de aquél, ¡ella se niega a retirarse aún después que la bendición le sea concedida!
“Te retengo con mi amor, amantísimo Jesús y no te dejaré partir, porque tu bendición es aún insuficiente para mí, si no puedo retenerte y poseerte como mi parte mejor, toda mi esperanza y toda mi expectación”[6].
Gertrudis exhibe una similar virilidad de espíritu en su descripción de sí misma como un guerrero. Ruega al Señor que Él la ciña con la espada del Espíritu (Ef 6,17) y adiestre sus dedos para la guerra (cf. Sal 18,34). Con tal protección, ella no temerá aunque un ejército se levante contra ella (cf. Sal 27,3).
Las referencias a los salmos, como estas brotan frecuente y espontáneamente en los Ejercicios, revelando cuán profundamente la salmodia ha llegado a ser parte de Gertrudis. De nuevo es el pobre y el humilde -aquellos que buscan a Dios en todo y especialmente a Él mismo- aquel a quien Gertrudis encuentra y con quien ella ora y se identifica, en estos cantos de la Iglesia, cantos antiguos y sin embargo nuevos, humanos y también divinos, capaces de expresar toda la variedad de lo que en nosotros hay de más vil y más necesitado, y más purificado y más sublime.
Trabajar en todo el autodescubrimiento espiritual de Gertrudis es un proceso que está en el verdadero corazón de la vida monástica, un proceso de internalización como Jean Leclercq ha señalado. Sí, como recomienda Leclercq, somos receptivos a la Palabra viviente y operante de Dios, esta abre nuestras vidas a un mundo de imágenes y modelos que son capaces de recrearse, de reactivarse[7]. Así como la imaginación humana de Jesús estaba llena de imágenes de las Escrituras, imágenes que él revivió en sí mismo -el Éxodo, el nuevo David, el nuevo José- así Gertrudis, siguiendo a nuestro Señor y a toda la tradición monástica, dio libre entrada a esas imágenes dejándolas crecer como una semilla viva en su corazón. Las vivió, se transformó en ellas, si bien siempre a la luz de su pleno cumplimiento en Jesús.
El verdadero poder de las Escrituras hace tan profunda internalización sea posible. La Palabra que es luz y fuerza creativa, no solo me revela a mí mismo, sino que ‘me da a mí mismo’[8]. En otras palabras, me transforma, capacitándome para ser la persona que estoy llamada a ser. Vuelvo otra vez a Guillermo de Saint Thierry, que ofrece una penetrante descripción de este proceso:
“Una vez que el alma comprende, el Espíritu le revela los misterios. La palabra de Dios le habla de sí mismo y su palabra corre velozmente hacia su cumplimiento, puesto que en aquel a quien son dichas, las cosas oídas con entendimiento se realizan efectivamente”[9].
Como hemos visto, Gertrudis hace una internalización personal y selectiva, llamada como estaba y como todos nosotros lo estamos, a desplegar el misterio de Cristo de un modo único, de un modo verdaderamente irrepetible[10]. Aquí, una intuición de Adrian Van Kaam puede ser útil:
“¿Cómo mi llamado personal puede serme conocido? Para muchos de nosotros, solo poco a poco se revela el más profundo sentido de la vida, en el hecho de vivir, sin otra repentina orientación. A medida que vivo en la presencia orante lo que sucede en mí y en torno a mí, lentamente puede emerger una cierta línea. Veo una cierta dirección, una consistencia escondida se revela a sí misma”[11].
Si bien Van Kaam está hablando de experiencias de vida en general, siento que es igualmente verdadero decir que “una oculta consistencia se manifiesta en la lectura personal de la Palabra de Dios. El Espíritu, que nos conduce a nuestra singularidad única, habla de modos variados a personas diversas, Teresa de Lisieux por ejemplo, confió a los más íntimos a su vida, que el texto de Is 53 fue la base de toda su piedad, porque esos textos la condujeron dentro del misterio del nombre que ella llevaba: ‘Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz’[12]. De manera semejante, el patrón que se revela en los Ejercicios -una consistente reunión de confiada fragilidad con ardiente fuerza, de la humildad de una pobre mujer con el amor atrevido de una novia- viene quizás a descubrirnos más íntimamente el misterio del ‘nombre espiritual’ de Gertrudis.
Siglos después de su muerte, Dietrich Bonhoeffer, un teólogo en circunstancias muy distintas de las de ella, escribe palabras que sintetizan una maravillosa lección que podemos aprender de Gertrudis en sus Ejercicios:
“Si deseamos orar con confianza y alegría, entonces las palabras de la Sagrada Escritura deberán ser la sólida base de nuestra oración. Porque ahí conocemos que Jesucristo, la Palabra de Dios, nos enseña a orar. Las palabras que vienen de Dios llegan a ser entonces los grados sobre los cuales encontramos nuestro camino hacia Dios”[13].
Fue sobre estos escalones de las Escrituras que Gertrudis comenzó a descubrir su ser único en Dios. Ella puede proveer una luz a cada persona en el camino de la búsqueda de su identidad más profunda y perdurable, que trasciende, sin excluirlos, los elementos culturales de la identidad, puestos en distinciones tales como: varón/mujer, judío/griego, esclavo/hombre libre (cf. Ga 3,28). La última liberación es para experimentar lo que ella tanto anheló experimentar: ‘conocerme a mí misma en ti, así como soy conocida’. Esto es ser llamada por su nombre y en el llamado de Dios reconocer al Señor y a sí misma.
[1] La autora es actualmente la abadesa de Mount Saint Mary’s Abbey, Wrentham, Massachusett, U.S.A.
[2] Concluimos con esta publicación este artículo originariamente publicado en: John A. Nichols & Lillian Thomas Shank, ed.: Hidden Springs: Cistercian Monastic Women. Meideval Religious Women, Volume Three, Book two. USA, Cistercian Publications Inc, 1995, pp. 497-507. Tradujo la hna. Ana Laura Forastieri, ocso.
[3] Exercices, p. 165.
[4] Francois Vandenbroucke, The Spirituality of the Middle Ages, A History of Christian Spirituality 1 (New York: Desclee, 1968), p. 337.
[5] Exercices, p. 96.
[6] Exercices, p. 103.
[7] Jean Leclercq, lección dada a las monjas cistercienses de Mount Saint Mary’s Abbey, Wrentham, MA, en noviembre de 1980; Thomas Merton, en Opening the Bible (Collegeville, Minnesota: Liturgical Press, 1970), también ofrece una descripción de este proceso.
[8] Von Balthasar, Prayer, p. 21.
[9] Exposition of the Song of Songs, p. 130.
[10] Cfr. S. Juan Pablo II, Redemptor Hominis (The Redeemer of man, Vatican Translation, Boston Massachusetts: Saint Paul Editions, 1979), p. 26.
[11] Adrian Van Kaam, In Search of Spiritual Identity (Denville, New Jersey: Dimension Books, 1975), p. 139.
[12] Thèrése of Lisieux, Her Last Conversations, traducido por John Clark, ocd (Whashington, DC: ICS Publications, 1977), p. 13.
[13] Dietrich Bonhoeffer, Psalms: The Prayer Book of the Bible, traducido por James H. Burtness (Minneapolis, Minnesota: Augsburg Publishing House, 1970), p. 11.