Santa Gertrudis con el Niño, plata esmaltada, anónimo mexicano, siglo XVIII, colección particular.
Ana Laura Forastieri, ocso
4. Deseo y esperanza
Sí, oh Dios de amor[1], sólo tú eres mi único y verdadero amor. Eres mi queridísimo Salvador, toda mi esperanza y mi alegría, mi bien supremo y soberano. Ante ti, Dios mío, mi queridísimo amor, estaré desde la mañana y te veré como la misma suavidad y dulzura. Eres la sed de mi corazón. Eres la saciedad perfecta de mi espíritu. Cuanto más te pruebo, más hambre tengo. Cuanto más te bebo, más sed tengo (Ejercicio V).
Gertrudis nos revela algo de su experiencia de Dios que es el objeto de su deseo. Toda su esperanza es poder alcanzarlo en forma estable para obtener la saciedad perfecta de su espíritu. Pero constata que cuanto más lo experimenta, más aumenta su deseo: “Cuanto más te pruebo, más hambre tengo. Cuanto más te bebo, tengo más sed”. Al mismo tiempo la experiencia aumenta su esperanza, puesto que la confirma en la confianza de poder obtener el cumplimiento pleno de su deseo.
Por medio de un lenguaje fenomenológico, Gertrudis nos comunica una noción de la esperanza como disposición de confianza en la obtención de un bien futuro y deseado. En cuanto disposición estable del ánimo, la esperanza es un hábito; y siendo un hábito que tiende a lo bueno, es virtud. Junto con la templanza, la esperanza es una virtud reguladora de la potencia del deseo. Mientras que, de un lado, la templanza modera el apetito concupiscible para que elija los bienes deseables según la recta ratio, del otro lado la esperanza mueve el apetito irascible a vencer los obstáculos en la consecución de los bienes deseables; es decir, la esperanza mira al bien deseado en cuanto arduo. Por ello esta virtud no conviene a todos los bienes deseables, sino que tiende a los bienes más altos, que son los más difíciles de conseguir; se lanza en pos de la consecución del bien arduo, al mismo tiempo que proporciona un reposo anticipado al deseo, porque da la certeza de obtener su cumplimiento.
Así, podemos afirmar que el objeto formal de la esperanza es el bien futuro, arduo y posible de obtener. La esperanza se distingue del gozo porque el bien esperado es futuro y no presente. Se distingue del deseo porque tiende al bien deseado en cuanto arduo. Y difiere de la desesperación en cuanto que la esperanza considera el bien arduo como posible de alcanzar[2].
¿De dónde viene a la esperanza esta certeza? En el orden teologal, le viene de la fe, que es “la garantía de los bienes que se esperan y la plena certeza de las realidades que no se ven” (Hb 11,1). Pero en el orden fenomenológico la certeza de la esperanza proviene de la experiencia puntual y pasajera de bien deseado, así como de la actualización de dicha experiencia por la memoria.
La experiencia es causa de la esperanza porque hace posible al ser humano el bien esperado, o porque hace que éste juzgue posible de obtenerlo. Pues por la experiencia adquiere el hombre la facultad de hacer algo con facilidad y por la experiencia se forma la idea de que es posible algo, que antes de su experiencia consideraba imposible[3].
La memoria hace presente el bien esperado bajo cierto modo. Si bien se refiere a bienes que están ausentes absolutamente hablando, no obstante la memoria los hace presentes por el conocimiento, en cuanto la cosa conocida está por su semejanza en el que conoce, y así la memoria evocativa del bien esperado cumple en cierto modo la esperanza, haciendo presente el bien anhelado en el interior del sujeto[4].
5. La liturgia, ámbito de la experiencia espiritual
Oh Dios, mi Dios, por ti madrugo. Mi alma está sedienta de ti y mi carne tiene ansias de ti. En esta tierra reseca, agostada, sin agua, me presento ante ti en el Santuario, para contemplar tu fuerza y tu gloria […] Eres mi queridísimo Salvador, toda mi esperanza y mi alegría (Ejercicio V).
Gertrudis testimonia que Dios, bien supremo y soberano, no se encuentra fuera de su experiencia y de su alcance: ella lo encuentra y lo experimenta cuando dice: “Me presento ante ti en el Santuario para contemplar tu fuerza y tu gloria”. Y más adelante, según el texto que citamos al comienzo de esta ponencia: “Ante ti, Dios mío, mi queridísimo Amor, estaré desde la mañana y te veré como la misma suavidad y dulzura” (Ejercicio V).
El lugar de la experiencia es el Santuario, donde Dios se revela y se hace perceptible a sus sentidos. Esta referencia al santuario indica el marco litúrgico de la experiencia espiritual de Gertrudis. La liturgia es el ámbito de la experiencia espiritual, porque es allí donde por medio de gestos, símbolos y palabras sagradas se realiza y actualiza el contenido de la fe, se realiza la acción salvífica de Dios, de un modo verdadero, objetivo y eficaz, aunque no histórico, sino sacramental.
En la cosmovisión medieval, a la concepción cronológica de la historia y de los acontecimientos se superponía otra realidad del orden del misterio, marcada por las intervenciones salvíficas de Dios. Dichas acciones salvíficas tienen su paradigma en el relato bíblico y se continúan realizando hoy en la liturgia, que es la actualización ritual de los misterios de la salvación. La liturgia parte de la experiencia del pasado salvífico para orientarnos hacia su plena consumación futura. Celebra lo que ya posee y se proyecta hacia lo que espera[5].
Se trata, pues, de tres dimensiones de la existencia, que conjugan pasado, presente y futuro: la dimensión físico histórica, evocable por la memoria y centrada en el pasado; la dimensión escatológica, que apunta a la plena realización del objeto de la esperanza en un futuro en que las realidades definitivas serán eternamente presentes; y la dimensión sacramental, que es una realidad intermedia, por la cual se evocan los hechos pasados y futuros para hacerlos presentes y eficaces hoy. La dimensión sacramental está basada en el concepto de memorial. El memorial es la representación ritual del hecho que se conmemora, ya sea un hecho del pasado o del futuro, siendo en este último caso, memoria de la promesa. El memorial hace presente realmente el hecho que conmemora, en una dimensión no histórica sino sacramental, es decir: simbólica pero eficaz, que hace operantes aquí y ahora los efectos del hecho conmemorado.
Así, la liturgia cristiana es el lugar esencial de la confesión, la celebración y la experiencia de la fe, lugar de la anticipación del futuro salvífico, al mismo tiempo que lugar de la esperanza del pleno cumplimiento de todas estas realidades que ahora se viven en la fe.
La liturgia cristiana es mistagogía y pedagogía de la fe. La experiencia de las realidades de la fe se produce en una tensión bipolar: sí, pero todavía no; ya, pero no totalmente. Pregustamos los bienes eternos como primicia y garantía de cumplimiento futuro. El lugar de esta participación y comunión es siempre la liturgia y la vida de la comunidad creyente que prolonga lo celebrado. Por eso la celebración litúrgica y la alabanza divina son un modo de la experiencia del misterio. La realidad sacramental es un modo específico de la realidad del misterio en el tiempo, y permite un modo específico de conocimiento y unión con la realidad divina, que es iluminador para la mente y sacia el espíritu, aunque no en la plena visión, sino en el claroscuro de la fe. Esta realidad se describe como anticipo, comienzo. Precisamente por ser comienzo toda celebración nos orienta ya irresistiblemente hacia la consumación, despertando la más auténtica esperanza cristiana. La escatología, tal y como se la vive en la experiencia litúrgica, es presencia de lo divino en lo humano, de lo invisible en lo visible, de lo eterno en lo temporal, es decir, una escatología anticipada, y por lo tanto, en tensión hacia el futuro hasta alcanzar la medida de su plenitud.
6. Conclusión
Comenzamos nuestra reflexión con un análisis fenomenológico de la experiencia universal del deseo, que nos llevó a la conclusión de que el ser humano resulta un enigma insoluble si se soslaya su dimensión trascendente. La potencia del deseo humano sólo encuentra sentido en referencia a un bien infinito, que es el único objeto conveniente al ser de naturaleza espiritual.
Entendiendo la esperanza como la disposición de ánimo de quien confía obtener los bienes que anhela, analizamos el bien esperado y el deseo que impulsa hacia su consecución, como los motivos de la esperanza. El bien absoluto, futuro, arduo y posible, es el objeto de la esperanza y su plena posesión postula una existencia ilimitada del ser humano más allá de la muerte.
En esta vida, con todo, es posible hacer experiencias parciales y transitorias de la unión con Dios, sumo bien. Estas experiencias despiertan más la sed y el deseo, pero no causan hastío porque el bien conveniente al ser humano es de orden espiritual.
Analizando las experiencias de unión con Dios que tiene santa Gertrudis, por las que obtiene un cierto cumplimiento parcial, anticipatorio y no definitivo de su esperanza, llegamos a esbozar los presupuestos subjetivos y objetivos de su experiencia espiritual: deseo, experiencia y memoria, son los presupuestos subjetivos. El bien deseado y el ámbito mistagógico de la liturgia eclesial, son los presupuestos objetivos. Unos y otros se implican y refieren mutuamente, como el anverso y el reverso de una misma realidad.
Esto permite comprender la esperanza como experiencia y como realidad. La esperanza es una experiencia, en cuanto vivida por el sujeto; la experiencia se refiere al presente del sujeto, que carece del bien al que tiende por la esperanza, pero confiando obtenerlo. Al mismo tiempo la esperanza es realidad, en cuanto que ella realiza anticipadamente el bien futuro al que tiende. Es una realidad anticipatoria: el bien esperado ya está presente por la esperanza, dado que la esperanza es una confianza cierta. Y así, la esperanza realiza una nueva modalidad del ser: el ser in fieri, la realidad que ya es, aunque todavía deviene.
Concluyamos estas líneas uniéndonos al deseo fontal que Gertrudis expresa a Jesús:
Señor Dios, mi verdadero Rey, que persevere contigo vigilante hasta el último día de mi vida; para que, lo que ahora creo en la esperanza, lo contemple entonces, gozosa, con mis ojos, en realidad: te veré tal como eres, te veré cara a cara. Allí, querido Jesús, me saciarás de ti; allí, en el gozo de tu dulce rostro, esté mi reposo perpetuo. Amén, Amén. Amén (Ejercicio I).
7. Bibliografía consultada
- Freud, Sigmund, Más allá del principio del placer, en Obras Completas, vol. XVIII, 1920, pp. 1-62. Buenos Aires, Amorrortu, 1976.
- Lacan, J., Seminario III, clase del 21 de marzo de 1956.
- Olivera, Bernardo, Afectividad y Deseo, Lumen, Buenos Aires- México, 2007.
- San Bernardo, Libro sobre el Amor a Dios, en Obras completas, BAC, Madrid, 1983, Tomo I.
- Santa Gertrudis de Helfta, Los Ejercicios, Monte Carmelo, Burgos, 2003.
- Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica II-II q. 32, 40, BAC, Madrid, 1989, Tomo II.
- Startore, Doménico - Triacca, Arcille (Eds.), Nuevo diccionario de Liturgia, Paulinas, Madrid 1987.
Para descargar en PDF:
Ana Laura Forastieri, OCSO: Esperanza y deseo en Santa Gertrudis de Helfta
https://drive.google.com/file/
[1] Ponencia dada en las XI Jornadas Nacionales de Filosofía Medieval organizadas por el Centro de Estudios Eugenio Pucciarelli de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, bajo el tema: “Motivos de Esperanza en el Pensamiento Medieval”, Buenos Aires, 19 al 22 de abril de 2016. La autora es monja en el Monasterio Trapense de la Madre de Cristo, Hinojo, Argentina y colabora en la difusión de la postulación de santa Gertrudis al doctorado de la Iglesia, en América Latina.
[2] Cfr. Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica II-II q. 40 a. 1, BAC, Madrid, 1989, Tomo II, pp. 327-328.
[3] Cfr. Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica II-II q. 40 a. 5, BAC, Tomo II, p. 331.
[4] Cfr. Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica II-II q. 32 a. 3, BAC, Tomo II, p. 281.
[5] Cfr. Escatología en: Startore, Doménico - Triacca, Arcille (Eds.), Nuevo diccionario de Liturgia, Paulinas, Madrid 1987, pp. 659-675.