Inicio » Content » “DE EXTERIORIBUS AD INTERIORA”. ASPECTOS DE LA CONVERSIÓN DE SANTA GERTRUDIS

 

 

Ana Laura Forastieri, ocso

La primera gracia mística que recibe santa Gertrudis, resuelve radicalmente la crisis interior que ella vivía en su corazón, desde el adviento de 1280. Esta gracia señala tanto su ingreso en la vida mística[1], como su conversión. En su vida se dan al mismo tiempo el proceso de crecimiento espiritual -común a todo cristiano-, y el proceso místico, de forma que no son siempre netamente separables.

Pero ¿de qué tenía que convertirse Gertrudis? Los textos que se refieren a su conversión la enfocan de diversas maneras, aunque pueden ser agrupados bajo tres aspectos:

- de sus vanidades y frivolidades, al conocmiento de sí misma y a la vida interior;

- de su tibieza e inclinación a la voluntad propia, a la ferviente observancia de la vida monástica;

- de tener un corazón solitario, a tenerlo habitado por la Presencia de Jesús.

Comenzaremos nuestro estudio a partir de la crisis precedente a la primera visión, indagando brevemente la relación de esta crisis con su entrada en la vida mística y con su conversión. Luego analizaremos la conversión de Santa Gertrudis, bajo cada uno de los tres aspectos recién señalados. Concluiremos con un momento de síntesis y de reflexión sobre el mensaje que los textos estudiados nos dirigen a nosotros, hoy.

 

1. La crisis del Adviento de 1280

Gertrudis nos relata la crisis del adviento de 1280, la visión del 27 de enero de 1281 y el contenido de su conversión, en L. II.1 y L. II.2.1[2]. Vuelve a referirse a ello en L II. 23. El capítulo 23 del Libro II del Legatus, constituye como una segunda síntesis de las gracias recibidas a lo largo de su vida, así que nos referiremos frecuentemente a éste, llamándolo “segunda recensión”. A su vez, la redactrix da su versión de la conversión de Gertrudis en L I.1.1 y 2. Con ello queda determinado el plexo de textos fundamentales sobre los que versará nuestro análisis[3], a los que adjuntaremos otros textos paralelos o ilustrativos, según el caso[4].

Analizaremos la incidencia de la crisis del Adviento de 1280 en el proceso de crecimiento espiritual y en el proceso místico de Santa Gertrudis, siguiendo el discernimiento que ella misma hace, de su propio camino espiritual.

Debe tenerse en cuenta que Gertrudis discierne en forma retrospectiva, ya que escribe ocho años después de su conversión, cuando su vida mística es conocida, y ella ejerce un servicio de consejo espiritual y de intercesión, hacia personas de dentro y de fuera de su comunidad.

De esta manera describía Gertrudis en L II.1., su situación espiritual al momento de la primera gracia:

“… Comenzando, suave y dulcemente, a apaciguar la turbación aquélla que el mes anterior habías suscitado en mi corazón; con cuya perturbación, según creo, te esforzabas por destruir, la torre de mis vanidades y frivolidades, en las cuáles crecía mi soberbia...” (L II 1.1).

Este texto requiere ser complementado con el de la segunda recensión:

“Tú, Padre de misericordia, concebiste sobre mí pensamientos de paz y no de aflicción (…); comenzando esto en aquél Adviento antes de que en la Epifanía acabara mis veinticinco años, con aquélla turbación con la cual, hasta tal punto se conmovió mi corazón, que comenzaron a desagradarme todas mis lascivias juveniles. De alguna manera así preparado por Ti mi corazón, después de cumplidos mis veintiséis años, en la feria segunda, antes de la fiesta de la Purificación, en el crepúsculo de aquél día, después de Completas, la noche de la perturbación ya dicha, Tú, luz verdadera, brillando en las tinieblas, terminaste para mí también el día de mis vanidades juveniles, oscurecido por las tinieblas de la ignorancia espiritual” (L II 23.5).

Gertrudis discierne a posteriori, su situación pasada, y la discierne por los frutos. Nos dice que, en el Adviento en que finalizaba sus 25 años, es decir, en diciembre de 1280 –ella cumplirá 26 años el 6 de enero de 1281-, su corazón era conmovido por una trubación, que se agudizó la noche misma de la primera gracia, llegando a ser tan intensa, que la llama pertrubación. En los dos textos usa estas mismas palabras.

Se trata de un período de deslación espiritual.Gertrudis reconoce que esta desolación provenía de la gracia de Dios:

“Con cuya perturbación, según creo, te esforzabas por destruir, la torre de mis vanidades y frivolidades en las cuáles crecía mi soberbia”; “la cuál turbación, hasta tal punto conmovía mi corazón, que comencé a perder el gusto de todas mis lascivias juveniles. De alguna manera así preparado por Ti mi corazón…” (L II 1.1).

Dios comienza a guiarla remotamente hacia la conversión, y al principio lo hace de un modo violento y doloroso, contrariando las tendencias arraigadas en su corazón, que hacían obstáculo al obrar de la gracia: vanidad, curiosidad, soberbia, lascivia. Gertrudis las llama “torre”, dando a entender, en la simbología de su cultura medieval, la idea de una fortaleza que hace resistencia eficaz al adversario. La imagen connota, para un medieval, una escena bélica, es decir el combate espiritual.

Al comienzo de su conversión, la acción de la gracia le causa turbación, porque su corazón todavía es disímil, contrario al Espíritu de Dios. Gertrudis camina lejos de Dios, en la región de la desemejanza. Esto no significa que no viviera como una monja normal, pero se desconocía a sí misma y a la vida interior, y por lo tanto, era negligente para cuidar los ejercicios de la vida monástica, para reconocer y secundar la moción de la gracia y para evitar todo lo que pudiera hacer obstáculo a la acción de Dios en ella.

Por eso, desde su conversión, agradece al Señor:

“... Por aquélla inusitada gracia por la cuál introdujiste mi alma al conocimiento y consideración de lo interior de mi corazón; del cuál, antes, poco cuidado tenía, si puede así decirse, tanto como del interior de mis pies. Pero desde aquél momento, con mayor solicitud siento en mi corazón lo que ofendía a tu muy exquisita pureza, y todo lo demás tan desordenado y desarreglado, que en nada absolutamente ofrecía morada a tu deseo de habitar en mí” (L II.2.1).

Pero al recibir la primera gracia mística, Gertrudis reconoce un cambio en el modo de obrar de Dios en su corazón. Dice: “Comenzando, suave y dulcemente, a apaciguar la turbación aquélla…”. Ahora, la acción del Espíritu comienza a apaciguarla. Expresa lo mismo en L. II 23.5, a través de un texto interpretativo: “La noche de la perturbación ya dicha, Tú, luz verdadera, brillando en las tinieblas, terminaste para mí también el día de mis vanidades juveniles…”. Terminaste, indica un cambio en la situación interior, que ella atribuye a la acción de Dios.

La razón del cambio es que, con la primera gracia mística, su corazón de ha vuelto símil, se ha asimilado, al menos inicialmente, al Espíritu. Ahí radica el núcleo de la gracia inaugural: como consecuencia de la intuición de Cristo como el verdadero objeto de su deseo, como Aquel que sacia plenamente su corazón, la paz pone fin a la crisis; y esto reorienta espontáneamente las fuerzas espirituales de Gertrudis: es su conversión.

“En efecto, desde entonces, serenada con un nuevo espíritu de alegría, comencé a avanzar en la suavidad de tus ungüentos, de modo que también yo considerara suave tu yugo y leve tu peso; el cuál, poco antes, juzgaba como insoportable” (L II.1. 2 in fine).

Estamos solo al comienzo de su camino espiritual. Luego, a la luz de su itinerario posterior, ella descubrirá en aquélla primera gracia, los contenidos de iluminación y unión, y, en base a ellos, leerá su conversión.

A partir de la visión inicial, Gertrudis siempre se referirá a la moción de la gracia como un movimiento dulce, suave, que atrae, que seduce, que pacifica y da alegría, aún en el dolor.

 

1.1. La crisis y la entrada en la vida mística

Volvamos sobre un texto que hemos considerado precedentemente: “La cual turbación, hasta tal punto conmovía mi corazón, que comencé a perder el gusto de todas mis lascivias juveniles”.

Esta frase da la clave para la interpretación de la crisis del adviento de 1280 en relación a su proceso místico.

Con relación al proceso espiritual, la crisis es la causa de la conversión. Nos detendremos en este aspecto en los desarrollos que siguen.

Con relación al proceso místico, la crisis constituye una primera purificación o transformación pasiva de los sentidos. En esta crisis empieza a perder el sabor por las cosas que atraían sus sentidos externos: los estudios, la elocuencia, las relaciones humanas. Pasa de lo exterior a lo interior, de los estudios liberales a la teología, de los sentidos externos a los sentidos espirituales.

Como se verá después, a lo largo de todo el Legatus, Gertrudis tiene una actitud positiva hacia la actividad de los sentidos y de la imaginación en la vida espiritual. En su doctrina no encontramos un desdén por la actividad sensible, ni un énfasis en el despojo activo de las imágenes. Para ella esto se da con toda naturalidad en el proceso espiritual.

En el Legatus aparecen indicios de que al principio de su proceso místico ella recibía abundantes experiencias sensibles (visiones, locuciones), y luego, con el tiempo, van prevaleciendo las luces intelectivas y las inspiraciones interiores más puramente espirituales. Al final de su vida vivirá una segunda purificación pasiva; el Señor le retira casi toda visita sensible y le comunica la gracia directamente a su espíritu; ella lo experimenta, a nivel sensible, como pesadumbre y sequedad de espíritu, pero no se inquieta, ni pierde la alegría (cf. L I, 17).

Pasemos ahora a considerar la crisis en relación a su proceso espiritual, es decir como causa de la conversión.

 

2. La crisis y la conversión

¿De qué tenía que convertrirse Gertrudis? ¿Qué era lo que hacía obstáculo en su corazón al deseo de Jesús de habitar en ella? Su conversión tiene varios aspectos. Debemos recurrir, para esto, a dos textos suyos y dos de su biógrafa.

 

2.1. Vanidades y frivolidades

“Tú, Dios, Verdad más clara que toda luz, a la vez que más íntima que todos los secretos, habías decretado moderar la densidad de mis tinieblas, comenzando, suave y dulcemente, a apaciguar la turbación aquélla que el mes anterior habías suscitado en mi corazón; con cuya perturbación, según creo, te esforzabas por destruir, la torre de mis vanidades y frivolidades, en las cuáles crecía mi soberbia, por mucho que ¡ay! sin fundamento, llevaba el nombre y el hábito de la Religión; o bien, para que así encontraras el camino por el que me mostrarías tu salvación”(L II.1.1).

En este texto Gertrudis reconoce que lo que hacía obstáculo en ella al deseo de Jesús de habitarla, era su vanidad y frivolidad, su andar por fuera, sin atención a su propio corazón. El texto señala un encadenamiento de vicios: la vanidad y la frivolidad que la llevaban a la soberbia.

La imagen de la torre evoca el episodio de Babel, consecuencia del primer pecado, por el cuál los hombres quisieron llegar al cielo, confiando en sus propias fuerzas. Babel hace alusión a la fragilidad y confusión de la elocuencia humana.

Gertrudis reconoce poseer el don de la elocuencia: “… A veces ¡ay de mí! me explayo en palabras inútiles y desparramo el talento de la elocuencia que tu munificencia ha confiado a mi indignidad…” (L II 20.5).

Y su biógrafa lo ratifica:

 “Tenía una palabra dulce y penetrante, su elocuencia tan hábil y su discurso tan persuasivo, eficaz y seductor, que la mayor parte de los que oían sus palabras daban testimonio evidente al espíritu de Dios que hablaba en ella, por un admirable enternecimiento del corazón y cambio de la voluntad, pues esta palabra viva y eficaz, y más penetrante que espada de doble filo, llegando hasta la división del alma y del espíritu, que habitaba en ella, relizaba todas estas cosas. A unos inspiraba por sus palabras el arrepentimiento del corazón, que debía salvarlos, a otros iluminaba con respecto al conocimiento de Dios, o con respecto a sus propias debilidades, a algunos les otorgaba el alivio de alegre consuelo e inflamaba los corazones de otros con el fuego ardiente del amor divino” (L I.1.3).

De las constancias del Legatus surge que Gertrudis fue tentada de vanagloria, y una de las causas parece haber sido su elocuencia. La compiladora del Libro III relata una escena en la que el Tentador le dirige estas palabras: “¡Qué bien supo tu Creazdor, tu Salvador y tu Amador dotarte de soltura en el hablar! Esa capacidad te permite hablar de lo que quieras a quien desees…” (L III.32.4.).

Y ella dice en otra ocasión: “Sentí un movimiento fuerte de vanagloria, con lo cuál se daba a entender con qué astucia el antiguo enemigo nos ataca, teniendo envidia de tus dones” (L II.11.2.)[5].

Todos estos textos expresan un rasgo del temperamento de Gertrudis: su encanto, su sociabilidad natural, su capacidad persuasiva, que fácilmente la ponían en el centro de atención. Esta capacidad para las relaciones humanas, le permitía vivir en la superficialidad, en la exterioridad y en el desconocimiento de sí misma.


En la segunda recensión vuelve a expresarse de la misma manera: se refiere a sus “lascivias juveniles” y agradece a Dios porque: “En la noche de la perturbación ya dicha, Tú, luz verdadera, brillando en las tinieblas terminaste para mí también el día de mis vanidades juveniles, oscurecido por las tinieblas de la ignorancia espiritual” (L. II. 23, 5).

Tanto en este texto como en L.II.1.1, se pone en juego la oposición simbólica de la luz y las tinieblas. Notemos que Gertrudis llama día al período de sus vanidades juveniles (es decir, su vida hasta los 26 años); este día que fue vencido por otra luz más potente, la cuál reveló que, en realidad, aquél día estaba oscurecido por las tinieblas de la ignorancia espiritual. Alineemos las equivalencias simbólicas:

Tú (Dios)

yo (Gertrudis)

Noche

día

Luz

tinieblas

Brillo

oscuridad

Verdad de Dios

vanidades juveniles

¿…….…?

ignorancia espiritual

 

El término correlativo que falta, debería poder inducirse por la eficacia de la equivalencia simbólica desplegada. ¿Cuál es el término opuesto a la ignorancia epiritual, que surge de la Verdad? Es el Conocimiento de sí. La iluminación de la Verdad de Dios, la llevó al conocmiento de sí misma. Corroboremos este resultado con otras constancias textuales:

En el capítulo siguiente agradece al Señor:

“... Por aquélla inusitada gracia por la cuál introdujiste mi alma al conocimiento y consideración de lo interior de mi corazón; del cuál, antes, poco cuidado tenía, si puede así decirse, tanto como del interior de mis pies. Pero desde aquél momento, con mayor solicitud siento en mi corazón lo que ofendía a tu muy exquisita pureza, y todo lo demás tan desordenado y desarreglado, que en nada absolutamente ofrecía mansión a tu deseo de inhabitar en mí” (L II.2.1).

En síntesis, del conjunto de los textos analizados en este apartado, se deduce un primer aspecto de la conversión de Gertrudis: debía pasar de la vida exterior a la vida interior. Se derramaba por fuera en la vanidad y frivolidad de la elocuencia humana, que la llevaban a la vanagloria y a la soberbia.

 

2.2. De gramática a teóloga

Pero ¿en qué gastaba su elocuencia? Un texto de su biógrafa completa esta línea de su conversión.

“(...) Era, según la edad y el cuerpo, joven; según la comprensión, anciana, amable, hábil y elocuente, y así, en todo tan dócil, que todos los que la escuchaban quedaban admirados. En efecto, en la escuela ponía tanta velocidad de comprensión y sobresalía en ingenio intelectual, que superaba por lejos a todas sus coetáneas y demás compañeras, en toda sabiduría y doctrina. De corazón puro, tanto en los años de su infancia como de su adolescencia, ávida de las delectaciones de las artes liberales, pasó por encima de las muchas puerilidades que, a esa edad, suelen desviar, custodiada por el Padre de las misericoridas, al cuál, por lo tanto, sea infinita alabanza y acción de gracias.

Como complaciera a aquél que la separó del seno de su madre y -apenas destetada- la condujo al descanso del Orden monástico, llamarla por su gracia de las cosas exteriores a las interiores, y de los ejercicios corporales a los estudios espirituales, una evidente revelación lo llevó a cumplimiento, como a continuación quedará patente. Desde entonces reconoció haber estado lejos de Dios, en la región de la desemejanza, cuando se apegaba demasiado a los estudios liberales, descuidando, hasta aquel momento, adaptar la agudeza de su mente a la inteligencia de la luz espiritual, y adihiriéndose ávidamente a las delectaciones de la sabiduría humana, se privaba del gusto suavísimo de la verdadera sabiduría. En aquel momento, comenzó por sí misma, de repente, a despreciar todo lo exterior, y con razón, ya que entonces el Señor la introdujo en el lugar de la exultación y la alegría, el monte Sión, esto es, de la consideración de las cosas Suyas; donde la despojó del hombre viejo y de sus obras, y la vistió del hombre nuevo, creado según Dios en justicia y verdadera santidad. Por lo cual, desde aquí, de gramática hecha teóloga, rumiaba sin fastidio todos los libros de divinas páginas que en cualquier circunstancia pudiera tener o adquirir...” (Libro I 1.1 y 2).

De inteligencia aguda y perspicaz, Gertrudis superaba con mucho a sus compañeras y coetáneas. Esta capacidad la hacía ávida de las artes liberales: el trivium y el quatrivium, que, según la educación clásica medieval, Gertrudis recibió en la escuela pupilar de Helfta[6].

Pero cuando el Señor se le reveló en la gracia inicial, de repente, descubrió que estaba lejos de Él, en la región de la desemejanza. Dos actitudes -un apego y un descuido o negligencia- la mantenían alejada de Dios. La redactrix las señala en una doble bina:

- apegada en exceso a los estudios liberales (las ciencias clásicas o profanas)

- descuidaba adecuar la agudeza de su mente a la luz espiritual;

- por la ávida adhesión a las delectaciones de la sabiduría humana

- se privaba del gusto de la verdadera sabiduría.

Pero, una vez que lo hubo comprendido, pasó:

- de lo exterior a lo interior,

- de los ejercicios corporales (copista e iluminadora) a los estudios espirituales (meditación y oración),

- de gramática (dedicada a las artes liberales) a teóloga (dedicada a la Palabra de Dios),

- del hombre viejo al hombre nuevo.

Comenzó a despreciar todo lo exterior, y con razón, porque el Señor la introdujo (interioridad) en el lugar de la exultación y la alegría: la consideración de las cosas suyas.

Ahora estaríamos en condiciones de desmontar la torre de las vanidades y frivolidades, en las cuáles, dice Gertrudis, crecía su soberbia: al parecer, su soberbia y vanagloria provendrían de su elocuencia, que se atraía la admiración y el afecto de cuantos la oían. Esta elocuencia se nutría de un apego excesivo y ávido de las artes liberales, que deleitaba su inteligencia rápida y aguda. Todo este engranaje mantenía a Gertrudis en el desconocimiento de sí misma y de la vida interior, volcada hacia lo exterior: hacia el estudio de las artes liberales y la vida social que le procuraba su elocuencia dentro del claustro. No hay que pasar por alto el aspecto afectivo de esta situación: así, Gertrudis se procuraba por fuera, el afecto que su corazón necesitaba y del que carecía.

Pero cuando conoció por gracia, que Jesús podía saciar todo su deseo, pasó de la pura exterioridad a la vida interior, y de gramática, se volvió teóloga:

“Tan entendida y leída era en la Sagrada Escritura, que aventajaba a las demás en la riqueza de sentencias sacadas de ella, de manera que a una hora respondía a muchos que le pedían consejo en diversos asuntos, de modo tan atinado, que los dejaba llenos de admiración” (L.I.11,11).

“Trabajaba también asiduamente en recoger y escribir lo que juzgaba ser provechoso a los demás, y esto lo hacía puramente para la alabanza de Dios, de tal modo que no quería la gratitud de nadie, sino que solo deseaba la salvación de las almas. Por eso, comunicaba prontamente lo que había escrito, a los que pensaba que les haría mayor bien” (L .I.4.2.).

“… Para hacer sencillos y claros a las inteligencias más débiles ciertos pasajes oscuros, compuso y escribió varios libros, llenos de toda suavidad, con sentencias de los Santos, como hace la paloma con los granos de trigo que encuentra, para aprovechamiento de todos los que quisieran leerlos. También compuso oraciones más dulces que un panal de miel y otros muchos y edificantes ejercicios piadosos, con un estilo tan perfecto que jamás maestro alguno se atrevió a corregir, sino al contrario, se recreó por su profundidad y su ternura; obra hábilmente sazonada con citas suaves de la Escritura que a nadie, sea teólogo o simplemente alma piadosa, puede hastiar. Hay que ver en todo esto, sin contradicción alguna, un don de su gracia sobrenatural” (Libro I, I.2).

Así, desde el punto de vista de la hermana redactrix, la conversión de Gertrudis parece haber consistido en pasar de lo interior a lo exterior, de gramática a teóloga.

Pero volvamos a considerar el texto puesto al comienzo de este título (L.I.1.1 y 2): llama la atención que la redactrix, contemporánea y confidente de Gertrudis, dé su propia versión de la conversión en un relato independiente, que no alude ni remotamente a la visión del 27 de enero, ni a la crisis precedente, ni al aspecto afectivo del cambio interior.

Se trata de un relato simbólico, acabado en sí mismo, con una significación propia, que no requiere referencia a otro texto para ser comprendido. La redactrix presenta la conversión de Gertrudis desde un enfoque intelectual, y más bien deduce el hecho por sus efectos. Notemos que los efectos están enunciados con hechos, mientras que la causa se declara con eufemismos y símbolos, sin expresar concretamente, en qué consistió la revelación. Por otro lado, se dice expresamente que fue por una revelación divina, y el relato contiene la característica textual con que en el Legatus se señala irrupción de la gracia infusa: los adverbios ipsi tunc repente, seguidos de la descripción concisa y contundente de una acción eficaz.

¿Cómo comprender esta doble versión de la gracia inicial? ¿Es que Gertrudis tenía dos relatos? Me inclino por otra solución, que surge de otras constancias textuales del Legatus: Al principio Gertrudis mantuvo en secreto la gracia inicial y su vida mística. Después de unos años, el Señor se la reveló S. Matilde y otras personas, a instancias de la cuáles Gertrudis debió abrir su corazón (cfr. L. II 23.15 y L. I.3.1.). Así, su vida mística tomó estado público y tanto sus hermanas como personas de fuera, comenzaron a acudir ella por consejo espiritual. Durante esos años de silencio, nadie en la comunidad supo de la visión del 27 de enero de 1281. Lo que las hermanas sí captaron, fue el cambio operado en Gertrudis:

“… Desde ese mismo momento, comenzó de repente a despreciar todo lo exterior (...) Por lo cual, desde aquí, de gramática se volvió teóloga, y rumiaba sin fastidio todos los libros de divinas páginas que en cualquier circunstancia pudiera tener o adquirir” (L. 1,1.2.).

Lo que captaron sus hermanas de comunidad fue su cambio de vida. Y al ver una conversión tan eficaz, no dudaron en atribuirla a una gracia especial. Esta impresión comunitaria es la que se expresa en la versión de la redactrix. De esta manera, su versión avala y ratifica el carácter místico de la primera visión de Gertrudis, porque la juzga por sus efectos, por los frutos que la comunidad percibió en los años siguientes a la primera gracia mística.

 

2.3. La voluntad propia

En la segunda recensión de su vida mística, Gertrudis nos descubre otra faceta de su conversión:

“Te doy gracias… por tu inmensa misericordia, con la cuál disimulaste todos los años de mi primera y segunda infancia, adolescencia y juventud, hasta casi el final de mis veinticinco años, que pasara con tan ciega demencia, que llevaba a cabo, en pensamientos, palabras y actos, sin remordimiento de conciencia, lo que entonces a mí me parecía, todo lo que me gustaba, dondequiera que estuviera permitido, sin precaverme de ello, si no fuera por mi innata detestación del mal y delectación en el bien, o por la corrección exterior del prójimo; como si hubiese vivido como pagana entre paganos y nunca hubiese comprendido que tú, Dios, tanto remuneras el bien como castigas el mal; cuando, sin embargo, desde la infancia, a saber, desde los cinco años, me elegiste para habitar contigo, entre tus devotísimos amigos, en el lecho santo de la religión” (L II. 23.1).

Aquí Gertrudis parece señalar, como obstáculo de su corazón a la acción del Señor, la inclinación a la voluntad propia y al disfrute de todo lo que le agradaba: “llevé a cabo, en pensamientos, palabras y actos, sin remordimiento de conciencia, lo que a mí entonces me parecía, todo lo que me gustaba, dondequiera que estuviera permitido”; sin regirse en su conducta por un criterio superior a sí misma: “como si nunca hubiera comprendido que tú, Dios, remuneras el bien tanto como castigas el mal”.

Es también un vivir en la pura exterioridad, sin caer en la cuenta del peso de sus actos para la vida interior: “sin remordimiento de conciencia… sin precaverme de ello”.

Se muestra en estos textos otro rasgo de carácter de Gertrudis: es naturalmente espontánea, impulsiva, apasionada; se inclina espontáneamente al gozo de vivir, al intenso disfrute de la vida; tiene una actitud abierta y confiada ante la vida. No hay en ella indicios de un temperamento reticente, desconfiado, tímido, introvertido, melancólico o dubitativo...

En la etapa previa a su conversión, reconoce haber experimentado dos límites a su “desvarío” -o sea, a su inclinación a la voluntad propia- y los atribuye a la gracia previniente de Dios:

- uno de dentro de sí: la razón natural: “mi innata detestación el mal y delectación en el bien;

- y otro de fuera de sí: la corrección fraterna: la corrección exterior del prójimo.

Aquí Gertrudis describe la acción de la gracia a través de dos causas segundas, de orden natural: la propia razón y la ayuda del prójimo.

Tanto en una como en otra causa, se muestra la influencia del medio cultural en la formación de hábitos morales y espirituales: el ambiente de Helfta, ciertamente favorecía la formación de hábitos buenos, como lo indica la mención de Gertrudis a la corrección fraterna.

Por otro lado, ese ambiente no deformaba la recta ratio inscripta en el corazón con la ley natural; a tal punto que Gertrudis es capaz de distinguir dentro de sí, un sentido innato de lo bueno y lo malo, que es la sindéresis o hábito de los primeros principios del obrar moral[7].

Así, según este texto, en el tiempo de la ignorancia de sí misma, Gertrudis se dejaba llevar por su propia voluntad y su inclinación espontánea a las cosas que le gustaban. En el momento de su conversión, reconocerá sobre su propia voluntad, Otra Voluntad, a la cuál seguir, y comprenderá su vida toda, como ofrenda y alabanza debida al Dios uno y trino.

Este deber de alabanza, que abarca todos los aspectos de su existencia -no solo el Oficio Divino-, se manifiesta muy concretamente en la observancia regular. En el texto que sigue, Gertrudis interpreta su vida anterior a la conversión, en clave de negligencia, por haber interrumpido la alabanza que debía a Dios en todo tiempo. Esta alabanza -se entiende-, la hubiera debido tributar por el celo en la vida monástica.

“… Sin embargo, tan culpable y tan negligente fue mi vida, si así puedo decir de algún modo, que fue remisa en ofrecerte la alabanza que mereces, que te debe sin interrupción toda mi substancia, en cada momento, con toda creatura” (L II. 23. 2).

De esta comprensión de que su vida es ofrenda consagrada a la alabanza, con toda la creación, nacerá en Gertrudis un celo por la vida monástica, cuidada hasta en sus mínimos detalles tanto para sí misma, como en la corrección de sus hermanas. Los siguientes textos de la redactrix, expresan este nuevo ardor:

“Observaba las reglas de su Orden con tanto gozo de su alma -como la regularidad en el coro, en los ayunos, en los ejercicios comunes-, que nunca los omitía sin gran dolor” (L. I.11.6).

“Su asiduidad en la oración y en las vigilias aparece claramente en que jamás faltaba a la hora habitual de la oración, salvo que la enfermedad la retuviera en el lecho, o que, para gloria de Dios, se ocupase en cosas referentes a la salvación del prójimo” (L. I.11.6).

“Ella era, pues, una fortísima columna de la vida religiosa, defendiendo con integridad la justicia y la verdad, de modo que, juntamente, puede decirse de ella lo que el libro de la Sabiduría dice del Sumo Sacerdote Simón, que por su vida sostuvo la casa –esto es la vida religiosa- y a lo largo de sus días ha fortificado el Santuario de la devoción espiritual, es decir, que por sus amonestaciones y ejemplo se decidan otras muchas a adquirir mayor devoción” (L I.1.3.).

“En otra ocasión… el Señor le dijo…: ‘Todos aquéllos que contribuyen con alguna palabra o alguna obra a promover el estado religioso son como columnas firmes que… sostienen conmigo la casa’… Conmovida por estas palabras… se dispuso a trabajar con todas sus fuerzas para promover el estado religioso, observando exactamente la estricta disciplina por el bien del ejemplo” (L I.7.3.).

Estos textos muestran al mismo tiempo el testimonio de Gertrudis por su buen ejemplo, como su intención de corregir o enseñar a sus hermanas, promoviendo el celo por la observancia regular.

El texto que viene a continuación, vincula los tres aspectos arriba señalados, es decir: el sentido de observancia regular como expresión de la vida ofrecida como culto a Dios, a Gertrudis como modelo de observancia, y su celo por la corrección del prójimo. Se trata de un diálogo simpático que la redactrix hace protagonizar a Santa Matilde con el Señor. Este le dice, refiriéndose a Gertrudis:

“Toda su vida es para mí una alabanza y glorificación. Matilde dijo: Señor, si tal es su vida ¿cómo es posible que juzgue tan severamente las faltas y los defectos de los demás? Con gran bondad respondió el Señor: Desde el momento en que ella no permite en su corazón ninguna mancha, tampoco puede tolerar igualmente los defectos de los otros” (L.I.11.9).

Resumiendo este apartado, concluimos que un segundo aspecto que necesitaba conversión en Gertrudis era su inclinación a la voluntad propia y a las cosas de su agrado; esto la llevaba a vivir con tibieza y descuido la observancia regular. Bajo esta mirada, su conversión consistió en haber captado el sentido de su vida como ofrenda y sacrificio de alabanza, aceptando conformar su vida a la voluntad de Cristo sobre la propia, y adhiriendo a una observancia regular ferviente, como culto debido a Dios. Gertrudis no deja de ser apasionada, sino que orienta su pasión hacia la vida monástica.

La reciente catequesis de Benedicto XVI sobre santa Gertrudis sintetiza su conversión en las dos líneas señaladas:

“Su biógrafa indica dos direcciones de la que podríamos definir su particular ‘conversión’: en los estudios, con el paso radical de los estudios humanistas profanos a los teológicos, y en la observancia monástica, con el paso de una vida que ella define negligente, a la vida de oración intensa, mística, con un excepcional celo misionero” [8].

 

2.4. Soledad y corazón inhabitado

Queda un último análisis de la conversión de santa Gertrudis, que no podemos pasar por alto: el aspecto afectivo de su conversión. Desde mi punto de vista, este aspecto constituye el núcleo que lo explica todo.

Ya en el relato de su primera visión, se expresaba el matiz afectivo de su crisis espiritual: llegada a su madurez como mujer (en el medioevo, los 25 años representaban la mitad de la expectativa normal de vida), Gertrudis experimenta la necesidad de pertenencia, la necesidad de encontrar un Amor que centre y dé peso definitivo a su corazón. Ciertamente, las artes liberales no llenaban ese vacío, y quizás sea ésa la punta por la que comenzó la turbación interior y la crisis que la llevó a desdeñar las letras profanas...

En la noche de la perturbación, del 27 de enero de 1281, la visión imaginativa de Gertrudis expresa, simbólicamente, el núcleo de su conflicto afectivo: “vi ante mí un joven amable y delicado, como de unos dieciséis años, tal cual mi juventud de aquél entonces deseara que complaciera a mis ojos exteriores” (L II.1.2.). Jesús se le presenta como Aquél que satisface plenamente su deseo. Por la “imagen” que se le aparece podemos deducir el deseo que la movía: no es un deseo de ciencia, ni ambición de honores, ni ansiedad por ser el centro de atención. Es un deseo relacional y afectivo.

El joven, Cristo, la enfrenta con el núcleo de su crisis, utilizando a este propósito un responsorio del II domingo de Adviento: “¿Por qué te consumes de tristeza? ¿No tienes un consejero, que se renueva tu dolor?” (L.II.1.2). Es probable que ella misma, en el adviento precedente, se hubiera sentido identificada en su crisis interior, al cantar este responsorio; de modo que la imagen sonora del responsorio[9], depositada en su memoria afectiva, es activada en este momento por la gracia mística y emerge, concurriendo a formar la escena específica de la visión[10].

El núcleo del conflicto es afectivo: a Gertrudis le falta un consejero, un compañero, un Amor total, hacia el cuál volcar plenamente su corazón femenino y apasionado[11]. Lo que aquí se expresa más profundamente, es su corazón de mujer: la necesidad de amar y ser amada, la necesidad de pertenencia, que dé sentido integral a lo que vive con pasión: su amor a las letras; porque incluso esta actividad que ella ama, carece de sentido fuera de un amor pleno y total.

Este joven, tomando la iniciativa, le promete salvarla. Ella, captando un obstáculo insalvable para acceder a El por sus propios medios, siente crecer en sí la agitación del deseo hasta casi desfallecer. Entonces El mismo la toma, la levanta y la pone junto a sí, con lo cuál se resuelve el deseo profundo de Gertrudis; y ella, serenada con una nueva alegría, comienza a correr tras el olor de sus ungüentos. Lo que expresa la visión es la reorientación profunda del dinamismo del deseo en Gertrudis. Así, una clave de su conversión, más allá del aspecto moral entendido como deber, es la “ordinatio caritatis” en su nivel básico y fundamental de reordenación del deseo[12].

Unos meses más tarde, entre la Pascua y la Ascensión, en una situación interior de paz, reposo y deleite, se renueva el núcleo de este conflicto afectivo, y Gertrudis recibe una gracia que lo resuelve en forma definitiva: el Señor viene a poner su morada en su corazón. Es lo que Gertrudis nos narrará en el L. II.3.:

“Así me conducías y así provocabas mi ánimo; cierto día, después de la Resurrección y la Ascención, cuando antes de Prima entré en el predio y sentándome cerca de la piscina dirigí mi atención hacia el encanto de aquéllos lugares que me agradaban, a causa de la limpidez de las aguas que fluyen, del verdor de los árboles que lo rodean, del revolotear de las aves, y en especial por la libertad de las palomas; pero principalmente por el sereno reposo de las horas pasadas en solitario; comencé a dar vueltas en mi ánimo qué más se podía desear para que la delectación de aquéllos momentos, a mi parecer, fuera perfecta: ésto deseaba, a saber: que acudiera algún amigo familiar, afectuoso, capaz y sociable, que aliviara mi soledad. Y he aquí que Tú, inestimable autor de delicias, Dios mío, quien, según espero, dirigías, previniendo, el inicio de la meditacón, de este modo también atrajiste hacia Tí el fin, inspirándome que, si hiciera refluir hacia Ti el torrente de tu gracia y te devolviera la gratitud que te debo, al modo de las aguas, y para ésto creciera en mi empeño por la virtud, como los árboles, y floreciera en el vigor de las buenas obras; y desdeñando todo lo terreno, deseara volar libremente hacia las cosas celestiales, como las palomas, y alejada con los sentidos corporales del tumulto exterior, toda mi mente estuviera libre para Tí, mi corazón te ofrecería una morada que te fuera del todo amena y agradable” (L II 3.1).

Gertrudis ha entrado en el huerto, lugar que le agrada y en el que suele disfrutar de momentos solitarios. Allí se deleita considerando la amenidad del lugar, a causa de:

- la pureza de las aguas,

- el verdor de los árboles,

- el revolotear de las aves,

- la libertad de las palomas; pero, sobre todo,

- por el sereno sosiego de un retiro solitario.

Y comienza a discurrir en su corazón qué le faltaría a aquélla situación para que el deleite fuera completo. Evidentemente, algo faltaba, porque de otra manera, su reflexión no habría tomado esa dirección. Y se responde: “Hoc requisivi ut scilicet adesset familiaris, amans, habilis et sociabilis amicus qui solitudinem meam solaretur”. Le faltaba un amigo con quien compartir su gozo, un amigo íntimo que consolara su soledad.

Sabemos que Gertrudis tenía un círculo de amigas íntimas entre las monjas de Helfta, que compartían entre sí sus experiencias espirituales; entre ellas, Matilde de Hackeborn, su maestra, y la compiladora del Legatus, que manifiesta y da pruebas de haber conocido estrechamente a Gertrudis.Tal vez este grupo comenzó a formarse con posterioridad al período de iniciación mística de Gertrudis, que estamos considerando... Lo cierto es que Gertrudis no expresa aquí su añoranza por una maestra espiritual, una amiga o un círculo de hermanas confidentes. Expresa la carencia de un amigo (amicus) íntimo (familiaris), afectuoso (amans), inteligente (habilis) y sociable (sociabilis); un amigo en quien ella proyecta sus propias cualidades de carácter.

Entonces, en su consideratio, establece una analogía entre la amenidad del lugar exterior que está disfrutando, y su propio corazón:

- Si volviese a Ti el torrente de tus gracias, con la debida gratitud, como las aguas;

- Si me aplicara a crecer en la virtud y a florecer en buenas obras como los árboles;

- Si despreciando todo lo terreno, volara libremente hacia las cosas del cielo, como las palomas;

- Y si alejada del tumulto exterior por los sentidos corporales, mi mente vacara totalmente contigo,

- He aquí que mi corazón te ofrecería una morada plenamente alegre y agradable.

De hecho, el capítulo se titula “Sobre el encanto de la morada interior del Señor”: la amenidad del lugar exterior se traslada al lugar interior: al corazón de Gertrudis, que será morada agradable para el Señor, si ella se aplica a crecer en la virtud.

Es decir: esta vez, por su propio discurso racional y afectivo, Gertrudis identifica el núcleo de su deseo: un amor esponsal al cuál pertenecer plenamente; y luego, encuentra ella misma, aquello que satisface plenamente ese deseo: la morada del Señor en su corazón. Pero esto, solo puede recibirse como don gratuito e inconmensurable… Gertrudis, entonces, dedicará su esfuerzo espiritual y su deseo, a preparar en su corazón una morada alegre, para que el Señor quiera venir a habitarla.

Este deseo, que ahora emerge en una situación de sosiego y de gozo, es el núcleo de la crisis que la agitaba hace unos meses. Por la gracia inicial, intuitivamente, Gertrudis pasó de tener un corazón solitario, a tenerlo capaz de ser habitado por el Señor. Pasó de una autocomprensión solitaria, aislada, de sí misma, a una autocomprensión relacional y esponsal. Lo que buscaba exteriormente, lo encuentra en su interior.

Lo intuido fugazmente la noche salubérrima, se hace don estable a partir de este día, entre la Pascua y la Ascensión: El Señor viene a poner su morada en Gertrudis y ya no la abandonará más. Es el don de la inhabitación permanente, gracia mística que Gertrudis conservará hasta el fin de su vida.

En síntesis: la conversión de Gertrudis tiene un registro afectivo, en el que no se juega lo moral estrictamente en cuanto deber: su corazón de mujer necesita encontrar un gran amor que centre y reoriente sus fuerzas, dando sentido pleno a todo lo que vive con pasión. En la noche de la perturbación, intuye a Cristo como aquél que sacia plenamente su deseo, y esto reorienta sus fuerzas interiores hacia El. Meses más tarde su deseo encuentra una resolución definitiva, a través del don de la inhabitación permanente del Señor en su corazón. Así, Gertrudis pasa de tener un corazón solitario, a tenerlo habitado por Jesús; y pasa de lo exterior a lo interior, en cuanto que su vida se centra en esta Presencia que la habita. Esta nueva gracia da estabilidad a la reorientación de su deseo.

Ya nunca más Gertrudis estará sola. Todos los diálogos con Jesús que llenan las páginas del Legatus, reflejan, en el fondo, esta relación permanente con el Señor. Todo lo refiere a Él, todo lo vive y reflexiona en diálogo de oración con Él. Las “revelaciones” traducen a nivel textual esta autocomprensión relacional, por la cual ella desdobla la realidad, refiriendo a Jesús todo lo que ha comprendido a través de su fe iluminada por el amor.

Un rasgo peculiar del proceso espiritual de santa Gertrudis es su gran capacidad de integración de todos los niveles de su rica personalidad. Y la clave de esta integración es la pertenencia esponsal a Cristo: no solo de su integración afectiva; es también la clave integradora de su inteligencia, de su inclinación a la erudición, de su capacidad de expresión oral y literaria, de su afabilidad y sociabilidad natural, de su sensibilidad hacia lo bello, fino y cultivado, y, en fin, de su capacidad de relación con una amplia gama de personas: hermanas de comunidad, directores espirituales, prelados, bienhechores y administradores laicos del convento, trabajadores y laicos en general. Todos estos variados aspectos son atraídos e integrados por la fuerza centrífuga de su relación con Cristo.

 

3. Síntesis y apertura

Recojamos sintéticamente el camino recorrido. Los distintos textos analizados enfocan a conversión de Santa Gertrudis en tres aspectos. Ella pasa:

- de las cosas exteriores a las interiores;

- de vivir a su antojo, a una observancia regular ardiente;

- de estar centrada en sí misma, a centrar su vida en Jesús presente en su corazón.

Su conversión se presenta, así, en tres registros: transformación de la mente, de la voluntad y del corazón. En clave cisterciense: intellectus, voluntas, affectus. Se trata de una conversión integral, que implica todas sus facultades, todo su ser.

Su conversión capitaliza todos los aspectos de su humanidad, los reordena, los amplía y enriquece, poniéndolos al servicio de la gracia. Nada de su rica personalidad se pierde, todo se transforma y encuentra su lugar, al servicio de su vocación divina:

- su aguda inteligencia, su elocuencia persuasiva, su atractivo personal y capacidad de relación;

- su temperamento ardiente y apasionado, su inclinación al intenso disfrute de la vida;

- su necesidad de un amor total, esponsal y personal, que de sentido pleno a su existencia.

La conversión está puesta bajo el signo de la alegría, del júbilo, de la plenitud y la abundancia de la nueva vida encontrada. En santa Gertrudis, todo resuma este carácter de integración profunda, de flexibilidad, de correspondencia a la gracia, de libertad interior y alegría. Todo lo luminoso de su vida se presenta como don, pero don pronta y gozosamente correspondido.

Por otro lado, su conversión no es un hecho privado. Esta gracia reordena su vida en relación con Dios, consigo misma y con su comunidad. Una vez que Gertrudis encontró su centro de gravedad en Cristo, se sintió interiormente “serenada con una nueva alegría”, y esto se reflejó enseguida en la vida comunitaria: encontró un nuevo ardor por la vida monástica y puso todas sus capacidades humanas al servicio de la misión que el Señor le confiaba.

A su vez, su conversión abarca todos los aspectos de la vida monástica. Es puesta como modelo, como compendio de vida monástica. La vida monástica viene presentada aquí en clave benedictina…:

- Cultivo de la lectio divina y de la teología como culto a Dios y fuente de vida interior[13].

- Concepción de la vida toda como sacrificio de alabanza, que lleva a asumir cada gesto en su concreción real, ut in omnibus glorificetur Deus[14].

- Habitare secum, bajo la mirada del Señor [15]que está presente al corazón[16].

… ¡Pero entramada con armónicos cistercienses!:

- Primacía del conocimiento de sí por sobre el cultivo intelectual. Es decir, primacía de la humilitas como clave del verdadero conocimiento de Dios[17].

- Conversión de la voluntas propria y de la singularitas a favor de la vida común[18]. Paso de la cupiditas a la caritas, que hace suave el yugo del Señor[19].

- Conversión del affectus-desiderium y centralidad de la relación esponsal con Cristo[20].

Gertrudis se nos presenta así, como testigo de la obra de la gracia, tanto para sus contemporáneas, como para nosotros. Su vida misma es mensaje. Ella es testigo en los dos sentidos del término:

- como alguien que ha experimentado y padecido la acción de la gracia;

- como alguien que prueba, que demuestra con su vida, lo que la gracia puede obrar en quien se abre a ella.

Los textos testimoniales -y más aún los mistagógicos- son portadores de una promesa; nos muestran una experiencia, de la que el testigo sale garante. Ahí radica la eficacia de la teología narrativa: con su misma vida, Gertrudis nos presenta el ideal monástico como posible, y esto nos atrae. Su ejemplo despierta en nosotros resonancias vocacionales profundas. Hace que deseemos la plenitud de vida que ella muestra, y que sentimos como inscrita en nuestro llamado. Esta misma plenitud se nos promete si seguimos su ejemplo.

Santa Gertrudis compendia en sí misma todo un programa de atracción vocacional. Resume en sí misma todo un método de renovación interior de la vida consagrada y monástica. Gertrudis nos invita a vivir con radicalidad nuestra vocación, a hacer por nosotros mismos la experiencia… hasta poder llegar a decir como ella: “Desde entonces, serenada con una nueva alegría, comencé a correr tras tus ungüentos, y tuve por suave tu peso y por leve tu yugo, aquél que poco antes me parecía insoportable…”.

 


[1] Analizo la primera visión de santa Gertrudis, en cuanto gracia inaugural a su vida mística, en otro artículo titulado: “Me estableció junto a Sí: La visión inicial de Santa Gertrudis. Un ejercicio de lectura”. En este trabajo me centro únicamente en los aspectos de su conversión.

[2]L” designa: Legatus Divinae Pietatis. A continuación, en número romano, se indica el Libro, y en número arábigo, capítulo y parágrafo, en ese orden. Así, por ejemplo: L II 1. significa: Legatus, Libro II, capítulo I; y L. I 1.1. y 2, significa: Legatus Libro I, capítulo 1, parágrafos 1 y 2.

[3] Presento estos textos fundamentales en forma de tabla a dos columnas: en latín y en castellano. El texto latino está tomado de la versión crítica publicada en: Gertrude D´Helfta: Oevres Spirituelles Tomo II Le Héraut (Livres I et II), en Sources Chretiénnes N° 139, Paris, Éditions Du Cerf, 1968. Agradezco a la hna. María Eugenia Suárez, osb, de la Abadía Ntra. Sra. de la Esperanza, Rafaela, Argentina, que me ayudó generosamente en mi traducción del latín.

[4] Presento estos textos colaterales según la traducción publicada en: Santa Gertrudis de Helfta, Mensaje de la misericordia divina (el Heraldo del Amor divino). Edición preparada por Manuel Garrido Bolaños, B.A.C., Madrid, 1999.

[5] Ya después de su conversión, a lo largo de su vida, Gertrudis fue tentada de vanagloria principalmente a causa de sus gracias místicas, su familiaridad con Dios, y los privilegios que el Señor le otorgara a favor de otros, entre ellos el don de consejo y el sermo sapientiae. Dice por ejemplo en L. II.18.1: “En cierto día festivo, viendo que se acercaban a comulgar muchas personas que se habían encomendado a mis oraciones y yo, apartada de tan divino convite por enfermedad corporal…recordé muchos de los favores que me habías otorgado y comencé a temer el viento de la vanagloria que podría secar las corrientes de la gracia divina, y deseaba ser instruida para ser preservada en adelante…”. Según su biógrafa, para preservarla de la vanagloria, el Señor permitió que conservara ciertos defectos hasta el final de su vida: “Las que parecen faltas de esta elegida mía se pueden llamar en realidad grandes aprovechamientos de su alma, porque con la fragilidad humana, apenas podría guardarse del viento de la vanagloria, la abundancia de la gracia que obro en ella, si no se escondiese bajo al apariencia de defectos” (L.1.3.).

[6] Cf. Benedicto XVI: Catequesis del 10 de octubre de 2010: L’Osservatore Romano 41 (2010):11-12.

[7] Santo Tomás de Aquino define la sindéresis como “la ley de nuestro entendimiento en cuanto hábito que contiene los preceptos de la ley natural, que son los primeros principios de las obras humanas” (S. Th. I. II 94 a.1. adv. 2); o más sucintamente, el hábito de los primeros principios del obrar moral. El primer precepto evidente de la Ley natural, inscripta en la propia razón humana, es: “hacer el bien y evitar el mal” (cf. S. Th. I. II 94 a. 2. sol.). Tal cual lo reconoce Gertrudis en su corazón.

[8] Benedicto XVI: Catequesis del 6/1/10, Osservatore Romano N° 41, p. 11.

9 En este contexto, la palabra “imagen” se aplica a la percepción de cualquiera de los sentidos, o sea que puede hablarse de una imagen olfativa, gustativa, auditiva, táctil o visual. La memoria de un responsorio es una imagen sonora o acústica o auditiva. Del mismo modo, lo que se dice de la “visión” se aplica también a la percepción de otros sentidos: en nuestro caso a la “audición”, pero también, a la percepción de olores, sabores o sensaciones táctiles.

10 El Magisterio de la Iglesia ha clarificado la “estructura antropológica de las visiones imaginativas”, señalando que las imágenes con fuerte carga afectiva depositadas en la memoria del vidente juegan un papel en la visión, sin que con ello quede menoscabado el carácter sobrenatural de la gracia mística. Más bien, en las visiones imaginativas, la gracia mística se vale de imágenes depositadas en la memoria del vidente, activándolas y haciéndolas concurrir en la formación de la visión: “(…) En la visión interior (…) el vidente (…) ve con sus concretas posibilidades, con las modalidades de representación y de conocimiento que le son accesibles. En la visión interior se trata, de manera más amplia que en la exterior, de un proceso de traducción, de modo que el sujeto es esencialmente copartícipe en la formación como imagen de lo que aparece. La imagen puede llegar solamente según sus medidas y sus posibilidades. Tales visiones nunca son simples ‘fotografías’ del más allá, sino que llevan en sí también las posibilidades y los límites del sujeto receptor”, Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe: “El Mensaje de Fátima. Colección de Documentos: IV Parte: Comentario Teológico. Por el Prefecto de la Congregación: Cardenal J. Ratzinger”, 26/VI/2000. En Ecclesia N° 3.004 del 8/VII/2000, pp. 28-38, desarrolló ampliamente este tema en: «“Me estableció junto a Sí”. La visión inicial de santa Gertrudis. Un ejercicio de lectura» (cf. nota 1).

[11] García Colombás (cf. La Tradición Benedictina. Ensayo Histórico. Tomo V: Los siglos XII y XIII. Ediciones Zamora, 1995, p. 248, desarrolla este aspecto de la conversión de Gertrudis, pero enfatiza demasiado el “rasgo de sensualidad de su carácter”. Me parece que en la vida espiritual de santa Gertrudis, la relación esponsal con Cristo es mucho más que una mera transferencia simbólica de su necesidad de relación heterosexual. Si bien este nivel psicológico existe, ha sido plenamente asumido y transformado por la gracia, en una vida sobrenatural intensa y modélica.

[12] La “ordinario caritatis” es el contenido de la gracia mística de transvulneración del corazón, que se narra en L II.5. Gertrudis la recibe en la madurez de su vida espiritual, a siete años de la gracia inicial. Pero, en germen, la ordenación afectiva, se encuentra ya en la primera visión; de lo cual se deduce que la ordinatio caritatis puede ser una clave de lectura de todo su proceso espiritual.

[13] Cf. RB 48,1; 4, 55; 8,3 y conc.

[14] RB 57,9.

[15] Cf. san Gregorio, Dial. L II, XXXV.

[16] Cf. RB 19,1; 7, 14 y conc.

[17] Cf. por ejemplo: san Bernardo: Super cantica, 36; carta 106.

[18] Cf. por ejemplo: san Bernardo: Sermones Varios 11; Sermones en el día santo de la Pascua del Señor, 2 y 3.

[19] Cf. san Elredo, Speculum Caritatis 78 y 86-88.

[20] Cf. por ejemplo: san Bernardo, Super cantica, sermón 69.