Monasterio de Santa Gertrudis, Cottonwood, Idaho, USA.
¿Qué soy yo, Dios mío, amor de mi corazón?
¡Ay, ay, qué desemejante soy de ti!
He aquí que yo soy como una ínfima gotita de tu bondad
y Tú el mar repleto de toda dulzura.
Oh amor, amor,
Abre, abre sobre mí, tan pequeña, las entrañas de tu piedad.
Destila sobre mi todas las cataratas de tu benignísima paternidad.
Precipita sobre mi todas los torrentes del gran abismo de tu infinita misericordia.
Que me absorba la profundidad de tu caridad.
Que sea sumergida en el abismo del mar de tu muy benigna compasión.
Que muera en el diluvio de tu amor vivo,
como muere la gota del mar en la profundidad de su plenitud.
Que muera, que muera
en el torrente de tu inmensa misericordia,
como muere la centella de fuego en la corriente impetuosa del río.
Que el rocío de tu amor me envuelva.
Que la copa de tu amor me quite la vida.
Que se cumpla el oculto designio de tu sapientísimo amor.
Y realice en mí la gloriosa muerte del amor que da vida.
Allí, allí, pierda mi vida en ti,
donde Tú vives eternamente,
Oh amor mío, Dios de mi vida. Amén.
(…)
A ti, Dios de mi vida, vivificador de mi alma,
A ti, mi dulcísimo amante, mi padre, mi esposo y provisor mío,
te presento el tesoro todo de mi amor,
en el incendio de tu Espíritu de fuego
en el horno ardiente de tu amor viviente.
Por ti, por ti, oh el más querido de todos los seres queridos,
entro en esta hora por caminos duros,
sabiendo que tu misericordia es la mejor que todas las vidas.
¡Oh, amado mío!
Por tu divina fuerza, a mí que presumo de tu piedad,
cíñeme para el combate con la armadura de tu Espíritu,
para que pongas a mi espalda todas las insidias de mis enemigos[1].
Y todo lo que en mí no vive totalmente sólo para ti,
derríbalo tú mismo bajo mis pies con tu inextinguible caridad,
para que, con el dulce auxilio de tu amor viviente,
atraída y reformada por la suavidad de tu amor vital,
te ame.
Te amaré, oh dulce fuerza mía,
llevando alegremente bajo tu guía,
el yugo de tu amor y tu carga ligera[2];
para que todo el trabajo del servicio
que por ti, amado mío, emprendo,
parezca como unos pocos días
ante la magnitud de tu amor.
Que la dulce moderación de tu espíritu
abrevie y alivie para mí,
todo el peso y el calor del día[3],
Y Tú mismo, dígnate asociar
toda obra y ejercicio de mi vida
con la cooperación vital de tu amor viviente;
para que mi alma te glorifique eternamente,
para que toda mi vida te sirva infatigablemente
y mi espíritu exulte en ti[4],
Dios, Salvador mío.
Y que todos mis pensamientos y mi obrar
sean alabanza y acción de gracias a ti. Amén.
(…)
Y ahora, oh amor, mi rey y mi Dios
Ahora, oh Jesús, querido mío,
recíbeme en la muy benigna solicitud de tu divino corazón.
Allí, allí, úneme a tu amor
para que viva totalmente para ti.
¡Oh! Ahora, envíame al gran océano de tu abismal misericordia.
Allí, allí, confíame a las entrañas superabundantes de tu piedad.
¡Ah!, ahora sumérgeme en las llamas devoradoras de tu amor viviente.
Allí, allí, llévame a ti hasta que el incendio incinere mi alma y mi espíritu.
Y en la hora de mi tránsito, confíame a la providencia de tu paterna caridad.
Allí, allí, dulce salvador mío, consuélame con la dulce visión de tu presencia.
Allí, recréame con el sabor del caro precio con el que me redimiste.
Allí, llámame a ti mismo con la viva voz de tu bella dilección.
Allí, recíbeme en el abrazo indulgentísimo de tu mansedumbre.
Allí, en el dulce soplo de tu espíritu, efluvio de suavidad, atráeme a ti mismo,
atráeme hacia ti e introdúceme.
Allí, en el beso de la perfecta unión, sumérgeme en tu perpetua fruición.
Y concédeme entonces que te vea para que te posea
y te goce eternamente muy feliz,
porque mi alma te desea oh Jesús,
queridísimo sobre todos los que son queridos. Amén.
Santa Gertrudis, Ejercicio IV
[1] Sal 17,40.
[2] Mt 11,30.
[3] Mt 20,12.
[4] Lc 1,46-47.