Santa Gertrudis, tapiz de la Abadía benedictina de Tettenweis, Alemania.
Francisco Asti[1]
6. Intuiciones Trinitarias (cont.)
Las expresiones lingüísticas tienen la finalidad de indicar[2] la comunión/comunicación de las tres Personas divinas. Podríamos afirmar que existe una perijóresis de sustantivos y adjetivos que procura afirmar la unidad de la Trinidad: “Por este don y por otros, cuyo efecto tú solo conoces, se te ofrezca aquella suavidad que, en la supercelestial intimidad de la divinidad, destila de Persona a Persona una fruición que supera todo sentido”[3]. La reciprocidad en la unidad se manifiesta con palabras simbólicas como “bodega”, para indicar la sala del vino, una referencia al Cantar de los Cantares, allí donde el Rey introduce a la esposa para entrar en su intimidad y hacerla partícipe de la gracia divina, representada por el vino. Precisamente en este lugar de delicias el alma experimenta, superando todos los sentidos exteriores e interiores, la reciprocidad de las Personas divinas. Gertrudis expresa esta realidad teológica con la expresión “persona personae instilat”[4]. Así, Jesús promete a la monja mantener su pacto de amor con ella, confirmándole todos los dones recibidos, y concluye en forma trinitaria la alianza estipulada: “Mira, te prometo guardar íntegramente los dones que te he concedido, hasta tal punto que, si por algún tiempo te privara de su efecto, por designios de mi providencia, me obligo a devolvértelos después triplicados, en nombre de la omnipotencia, la sabiduría y la benignidad de la santa Trinidad, en cuyo seno yo, verdadero Dios, vivo y reino por eternos siglos de los siglos”[5]. En la Trinidad, las Personas se distinguen por la omnipotencia, la sabiduría y la bondad. “En la perijóresis, lo que propiamente las distingue, constituye lo que externamente las une. El ‘circuito divino’ de la vida eterna se hace perfecto con la comunión y la unidad de las tres diversas personas, en el amor eterno”[6]. Gertrudis sigue la tradición teológica de los Padres de la Iglesia, expresando con símbolos y metáforas lo que Santo Tomás define conceptualmente, acerca de la perijóresis/circuminsesión: “En el Padre y en el Hijo se deben considerar tres cosas, a saber: la esencia, la relación y el origen: según cada una de ellas, el Hijo está en el Padre y viceversa. El Padre está en el Hijo según la esencia, porque el Padre es su esencia, y, sin alterarse, comunica esta esencia suya al Hijo; estando, por tanto, la esencia del Padre en el Hijo, se sigue que también que el Padre está en el Hijo”[7]. En el juego de palabras de Gertrudis podemos observar, como afirmaba Hilario de Poitiers, “Uno en el Otro y entre ambos una única cosa; no entre ambos uno, sino el Uno en el Otro, porque no hay otra cosa entre ambos”[8]. Una circularidad de amor que no cambia ni niega la presencia del Otro, sino que lo pone de manifiesto en su especificidad y originalidad, por lo cual se puede hablar de perijóresis de las Personas divinas. En efecto, san Agustín subraya que no hay confusión ni mezcla de las Personas, porque cada una está en sí y todas se encuentran de forma intercambiable en las demás”[9]. La “in-sistencia” es propia de la Trinidad divina, por la cual las Personas se conocen y se aman recíprocamente: el Uno en el Otro y ambos en el Otro.
¿Qué es lo que especifica a las personas divinas en su unidad esencial? Gertrudis indica al Padre como creador, al Hijo como redentor y al Espíritu Santo como santificador: “Desde el comienzo de la creación del cielo y de la tierra, en toda la obra de la redención, he usado más la sabiduría del amor, que el poder de la majestad”[10]. Las tres Personas divinas obran al unísono, pero al Padre, origen y fuente de la divinidad corresponde la omnipotencia manifestada en la creación de todas las cosas; al Hijo corresponde la redención realizada con la asunción de la naturaleza humana y con su sacrificio vespertino en la cruz; y al Espíritu Santo corresponde la santificación de todas las realidades creadas, que, por medio del Hijo, volverá a la comunión con el Padre al final de los tiempos. Para Gertrudis todo lo esto ha acontecido y acontece con la sabiduría de la bondad, es decir con la acción conjunta de las tres Personas, que en las operaciones ad extra muestran la unión y la comunión trinitaria.
En la creación del hombre, Gertrudis vuelve sobre la omnipotencia del Padre, observando que la condescendencia divina es propia del Dios cristiano, que se ha abajado para darle la vida, y así la ha ennoblecido/santificado, donándole su imagen y semejanza, aunque éste sigue siendo creatura ante su Creador: “¡Oh felicidad de aquella dichosa y bendita alma a la que el Señor de la majestad le concedió tanta dignidad, que, siendo todopoderoso al crearla y adornarla con su imagen y semejanza, dista sin embargo, tanto de él como el creador de la criatura!”[11]. La paternidad de Dios se muestra en la creación y aún más en la redención. Dios ha creado todo y no ha querido dejar la creación sometida al pecado del hombre, sino por el contrario, le ha dado la posibilidad de volver a sus brazos, por el sacrificio supletorio de Jesucristo. Aunque la distancia (entre el Creador y la creatura) permanece, es llenada por las misiones del Hijo y del Espíritu Santo. Gertrudis ofrece al Padre la pasión de Jesús porque es agradable, por la obediencia demostrada por el Hijo al seguir su Voluntad en todo; lo que es evidente, no solo en la pasión, sino en toda la vida de Jesús, desde su nacimiento hasta la cruz. Todavía una vez más, el sacrificio de Cristo suple las negligencias y pecados de Gertrudis[12].
La amistad con la santísima Trinidad se manifiesta en la configuración al sacrificio de Jesucristo. Gertrudis experimenta la benignidad y la humanidad del Salvador: Jesucristo[13]. Percibe que tal experiencia no le es dada por las obras de justicia, es decir por sus propios méritos, sino por una acción de la gracia, que Dios que ha querido difundir en su alma. Este proceso de regeneración la ha hecho capaz de tan profunda unidad por la cual ha participado de la humanidad salvífica de Jesucristo. Su experiencia de la Santísima Trinidad pasa por su unión al Señor Jesús, por la cual entra en lo íntimo de la divinidad, en la medida que esto es posible para una creatura todavía ligada al tiempo y al espacio. Gertrudis observa continuamente que es la humanidad santísima del Verbo encarnado lo le permite a ella -lo que se refiera a todos los míticos y místicas- poder participar de la unión trinitaria. La carne de Cristo asumida y redimida es la puerta que los creyentes abren para acceder a la comunión con Dios Trinidad.
En la descripción del Espíritu Santo, Gertrudis vuelve sobre la acción de la gracia que obra al realizarse el proceso de unificación de alma en Dios. El Espíritu de Dios ofrece los dones que acercan eficazmente a la divinidad, si bien ella sigue reconociéndose siempre pecadora. Promueve el alma, es decir, no solo la mueve a ser imagen semejante del Hijo de Dios, sino que la ayuda a recibir todos los dones que la pueden favorecer en este sentido tan particular[14]. El Espíritu imprime en su corazón las llagas de Jesucristo. Este don espiritual la hace entrar en unión con el Padre, porque gusta la misericordia divina. De hecho, a través de Jesús, que ha sufrido la pasión, en virtud del Espíritu Santo, el creyente puede revestirse de su compasión, nobleza y reverencia[15]. La obra de configuración que cumple el Espíritu hace al alma noble, afable y compasiva, o sea capaz de abrirse a Dios y a los demás, con los mismos sentimientos que fueron los de Jesucristo. La unificación interior que obra el Espíritu comienza con una regeneración/purificación del alma. Es el Espíritu quien suscita en su corazón el deseo de enmendar los propios pecados y de compensar las propias deficiencias[16]. Ofrece a luz de la gracia, necesaria para comprender los propios límites y los propios pecados, sin abatir al creyente bajo el peso de su creaturidad. Este proceso de purificación es importante, para que pueda percibir totalmente la presencia trinitaria en ella. De este modo el alma se vuelve cada vez más semejante a la imagen del Verbo encarnado. Pasa de la región de la desemejanza a la de la semejanza[17]. La línea elegida es la de la espiritualidad benedictina, por la cual la contemplación es obra del Espíritu, que hace pasar al alma de la meditación a la visión del amor de Dios. El proceso místico es precisamente, por tanto, la acción del Espíritu que inspira el alma a la unión con la Santísima Trinidad. Gertrudis es consciente de los dones excepcionales recibidos, pero sigue el camino de la compasión, como experiencia trinitaria y comunitaria. La pasión que el Espíritu ha trazado en su alma le permite estar cercana a Dios y a los hombres. Le permite entrar en las dificultades de los hombres, para llevarlos nuevamente al corazón de Cristo. La reparación se vuelve así, un modo espiritual de vivir la familiaridad divina y humana.
Continuará
[1] Francisco Asti es sacerdote, Profesor ordinario de Teología y Decano de la Pontificia Facultad de Teología de la Italia Septentrional Santo Tomás, Consultor teólogo de la Congregación para las Causas de los Santos y Párroco del Santísimo Redentor, en Nápoles.
[2] Continuamos publicando aquí la traducción íntegra de las actas del Congreso: “SANTA GERTRUDE LA GRANDE, “DE GRAMMATICA FACTA THEOLOGA”. Atti del Convegno organizzato da Istituto Monastico della Facoltà di Teologia Pontificio Ateneo Sant’Anselmo, Roma, 13-15 aprile 2018. A cura di Bernard Sawicki, O.S.B., Ruberval Monteiro, O.S.B., ROMA 2019”, Studia Anselmiana 178, Pontificio Ateneo S. Anselmo, Roma 2019. Agradecemos el permiso de Estudia Anselmiana. Tradujo la hna. Ana Laura Forastieri, OCSO. Cfr. el programa del Congreso en: http://surco.org/content/congreso-santa-gertrudis-grande-grammatica-facta-theologa
[3] Santa Gertrude, Le rivelazioni, L. II, XXI, 139. Gertrude d’Helfta, Le Héraut, L. II, XXI, 4, 30-33.
[4] Gertrude d’Helfta, Le Héraut, Livre II, XXI, 32.
[5] Santa Gertrude, Le rivelazioni, L. II, XX, 135. Gertrude d’Helfta, Le Héraut, L. II, XX, 14, 18-21.
[6] J. Moltmann, Trinità e Regno di Dio, Queriniana, Brescia 1983, 188.
[7] Santo Tomás de Aquino, Summa Theologica, q. 42, a. 5.
[8] San Hilario de Poiters, De Trinitate, III, 4, Sources Chrétiennes 443, Cerf, Paris 1999.
[9] San Agustín, De Trinitate, VI, 10, 12, en Id., Opera omnia, Nuova Biblioteca Agostiniana – Città Nuova Editrice, Roma 1973: “Así cada una de ellas está en cada una de las otras, todas están en cada una, cada una en todas, todas en todas y todas son una sola cosa” (IX,5,8). “Pero cuando el espíritu se conoce y se ama, en aquellas tres realidades -el espíritu, el conocimiento, el amor- permanece una trinidad; y no hay ni mezcla, ni confusión, si bien cada una está en sí, y todas se encuentran intercambiablemente en las demás, cada una de las otras dos y las otras dos en cada una”.
[10] Santa Gertrudis, Le rivelazioni, L. II, XVII, 126. Gertrude d’Helfta, Le Héraut, L. II, XVII, 1, 16-20.
[11] L. II, IX, 109. Gertrude d’Helfta, Le Héraut, L. II, IX, 2, 5-10.
[12] L. II, XXIII, 141. Gertrude d’Helfta, Le Héraut, L. II, XXIII, 3, 1-7.
[13] L. II, VIII, 106. Gertrude d’Helfta, Le Héraut, L. II, VIII, 2, 5-10.
[14] L. II, IV, 96. Gertrude d’Helfta, Le Héraut, L. II, IV, 2, 9-10.
[15] L. II, V, 100. Gertrude d’Helfta, Le Héraut, L. II, V, 4,4.
[16] L. II, XVIII, 127. Gertrude d’Helfta, Le Héraut, L. II, XVIII, 4, 1-15.
[17] E. Gilson, La teologia mistica di San Bernardo, Jaca-Book, Milano 1987, 65-91.