Inicio » Content » GERTRUDIS, “FIGURA ESTELAR” DEL “HERALDO DEL AMOR DIVINO”

Santa Gertrudis - Altar de las Vírgenes de la Iglesia de San Pedro de los Jesuitas - Lima.

 

Olivier QUENARDEL, ocso[1]

Más de un lector de santa Gertrudis de Helfta puede sentirse sorprendido, o incluso molesto por el título de este artículo[2]. ¿Por qué usar la expresión figura estelar[3], cuando la autora del Heraldo del Amor Divino es una santa? El uso de tal expresión sería ciertamente inapropiado, si no se fuera consciente de la distancia que existe entre el mundo del teatro y el de la santidad. En realidad, no es más que para hacer aparecer mejor el tipo de santidad puesta de relieve en el Heraldo, que recurrimos aquí, no sin audacia -es verdad-, a la noción de figura estelar[4], que, por otra parte, no es completamente extraña al género literario de la obra. Gertrudis y sus hermanas usan con agrado de escenarios, para invitar al lector a entrar en el juego de la divina pietas[5]. Este tiene que sacar provecho al máximo, dejándose a su turno elegir como actor, con la parte de compromiso que esta opción requiere[6].

 

1. La opción de la “figura estelar”

Contrariamente a los hábitos de la época, o las Vitae, que presentaban a sus héroes o heroínas como si en ellos Adán no hubiera pecado, el Memorial de la Divina Ternura no disimula en público las faltas de la figura estelar que pone en escena. Esto cuadra bien con la atmósfera general de sana autenticidad que se desenvuelve en el Heraldo. Todo tipo de engaño es evacuado. Gertrudis no es santa a su entrada en escena, ella llega a serlo al consentir a la compañía que le ofrece, en la tarde del 27 de enero de 1281, fecha de su conversión, “un adolescente lleno de encanto y de distinción, de alrededor de dieciséis años, y cuyo aspecto exterior no dejaba nada que desear a lo que pudiera complacer a mi joven mirada” (L 2, 1, 2, 3-6)[7]. Este es Cristo, reconocido, aquella tarde, en “las joyas brillantes de las cicatrices” (L 2, 1, 2, 27-28) que lleva en sus manos, quien, progresivamente, va a iniciar a Gertrudis en el juego de la divina pietas.

Algo sorprendente entonces, y que debe llamar nuestra atención: la figura estelar del Heraldo ¡tiene derecho a tener defectos!... ¡Y a ser hallada en falta! O, por decirlo de otro modo, las “faltas” tienen un rol a jugar en la pietas; mejor aún, ellas son un valor reconocido para permitir al hombre ponerse en situación de pietas (L 1,3,7; L 3,82,1; L 4,2,2; L 5,1,26; L 5,4,20). A este respecto, la obra de Gertrudis cumple con una de las mayores preocupaciones de la hagiografía contemporánea, que, al decir de Dominique Bertrand, “no tanto sublimidad, sino presencia de la gracia en la espesura del hombre. Ocultar las sombras es olvidar la fuerza de la gracia”[8]. El director de la obra (el Espíritu Santo)[9] al elegir a Gertrudis, da a su destinatario (el lector) una figura estelar que puede “fortalecer por su ejemplo la confianza de toda alma que vive en la tierra”. Gertrudis misma se explica en su Memorial:

¿De qué méritos de mi parte me viene un tal don, oh mi Dios, de qué resoluciones de tu Voluntad? Es menester que el amor, olvidado de su honor pero pronto a honrar, sí, el amor impetuoso, que precede a todo juicio y escapa a todo razonamiento, te tenga, oh mi Dios infinitamente dulce, como embriagado, hasta perder los sentidos, para que procures la unión de términos tan diferentes. Pero sería más conveniente decir que la suave bondad -innata y esencial a tu naturaleza- bajo la moción íntima de la dulce caridad, por la cuál no solo amas, sino que eres el Amor mismo, del cuál has usado la más tangible eficacia para la salvación del género humano-, te haya inclinado hacia la última de las creaturas humanas, la más carente de todo aquello que le que es necesario y debido, despreciable por su misma vida y conducta, y hacerla participar de la grandeza de tu Majestad, -¿qué digo?- de tu Divinidad, a fin, sin duda, de fortificar por este ejemplo la confianza (confidentiam) de toda alma que vive aquí abajo. Mi esperanza y mi deseo son que así suceda para todo cristiano, por consideración a Dios, y que nadie se abaje tanto como yo en deshonrar tus dones y en escandalizar a los prójimos” (L. 2.8.3.).

Al elegir a Gertrudis, el director de la escena, quiere, entonces, “persuadir” al lector de “confianza”. Ahora bien, resulta de todo el Heraldo que es esta confianza la que lleva las de ganar sobre la pietas de Dios. Más que capacidad de acoger, la confidentia ejerce sobre la pietas un poder de “convicción” que la obliga a manifestarse[10].

Valdría la pena estudiar el Heraldo bajo el ángulo de lo que Leonardo Boff llama “la integración de lo negativo”[11]. Se vería cómo lo “maravilloso”, en el caso de Gertrudis, no es la santidad adquirida al comienzo, sino la santidad conquistada por una toma en cuenta realista de su lado de sombra. Gertrudis no nace “luz para iluminar a las naciones” (P 3,4; L3, 63, 3, 12). A ello está destinada. No vamos a concluir que el Heraldo se complace en mantener al lector en la parte defectuosa, sombría y pecaminosa de la persona humana. Diremos más bien que la alegría serena que emana de él es de la misma vena que la del Evangelio, al mostrar a Jesús sentado a la mesa de los pecadores y declarando: “No son los sanos los que tienen necesidad del médico sino los enfermos. Yo no he vendido a llamar a los justos sino a los pecadores” (Lc 5, 31-32). La figura estelar elegida por el Espíritu Santo para “hacer equipo”[12] con Cristo, es de la orilla de los enfermos y de los pecadores, porque es a ellos que están destinadas las oleadas desbordantes de la divina ternura. Hace falta que viéndola jugar[13] con Cristo, los enfermos y los pecadores sean “persuadidos de confianza”.

Se podrá oponer al planteamiento de un tal criterio de elección, el argumento según el cuál, los santos son llevados a sobrevalorar sus pecados y sus faltas. En su introducción al Heraldo, Pierre Doyère ha refutado este argumento con mucha destreza:

“Cuando (los místicos) confiesan su miseria en términos que expresan una humillación extrema, hagiógrafos y moralistas no dejan de poner en guardia contra la exageración imputable a la calidad misma de su virtud de humildad. Allí hay un malentendido. El santo se ubica en la perspectiva de un ideal de perfección propuesto a su esfuerzo, para medir a continuación, si él se ha acercado, o aún, si lo ha aceptado. La miseria que él gime y que le es revelada en la luz en que él percibe -aunque sea confusamente- la trascendencia divina, no es la de su virtud, ni aún la de su intención. Más profunda y más absolutamente, ésta es la miseria de su ser, no como conocimiento abstracto y metafísico, sino como reacción vital ante la Presencia del Ser divino. Tal vez un moralista se defiende mal, al trazar aquí una curva de la perfección, partiendo de la ascesis, para tender a la contemplación, “de la humildad al éxtasis”: en un místico, la verdadera humildad no está a la raíz del éxtasis, sino que es su fruto. Esta relación ha sido bien percibida, gracias a una luz especial, por la autora del Libro I, que comprende que es la grandeza misma de los dones divinos la que hizo la humildad de Gertrudis. Cuanto más grande es la acción de Dios en ella, más se abaja hasta lo más profundo de la humildad, por el reconocimiento de su propia debilidad (I, 4)”[14].

Tomar en cuenta el lado de sombra de Gertrudis es también tomar en cuenta la manera como el Señor la reprende y la corrige. Sin detenernos largamente, vale la pena extraer del Heraldo una constante que dice mucho sobre la industria de la pietas Dei a su respecto: la corrección de la protagonista se hace casi siempre por un aumento de dulzura, y Gertrudis reconoce que “este proceder era más eficaz para convertirme, que lo que jamás lo hubiera sido la pena severa que me era debida” (L.2, 2, 2, 17-19). Por otro lado, ella confiesa:

Cuántas veces, cediendo al instinto de la malicia, este don que yo quería en primer lugar hacerte, en la primera ocasión, mis palabras o mis actos, te lo han negado, en un movimiento de ligereza o de sensibilidad; era como si yo hubiera parecido retirar un bocado de tus labios para dárselo a tu enemigo. Pero entonces Tú parecías mirarme con la más serena bondad, como no pudiendo en nada suponer mi fraude y como queriendo tener, al contrario, mi gesto por una caricia. Y esta actitud tan frecuente, desde entonces, condujo mi alma a tales dulzuras de tierna emoción que yo dudo que Tú jamás hubieras podido, por el terror de las amenazas, inclinarme hacia semejante deseo de enmienda y de vigilancia” (L 2, 13, 1, 30-40).

La experiencia de su vileza y de su nada a la luz de la pietas Dei conduce a Gertrudis a tematizar lo que habitualmente se considera como una de sus más grandes originalidades: la suppletio: “Es uno de los frutos de su formación espiritual en la escuela de la liturgia”, escribe Cipriano Vagaggini, que ve en esta suppletio la unión del “esfuerzo ascético” con la “conciencia de la gracia”.

“Esta práctica consistía en pensar en los méritos de Cristo, en los sufrimientos, en los deseos y en las plegarias de su santa humanidad, para unirse a ellos y ofrecerlos al Padre a fin de que ellos suplan su indignidad, sus negligencias, sus defectos, sus pecados. Ella recurría de la misma manera a los méritos de la Virgen y de los santos. Esta práctica le permitía, a pesar de una exacta conciencia de su indignidad y del poco valor de sus esfuerzos ascéticos, acercarse a Dios con toda tranquilidad de alma, para encontrarlo en la acción litúrgica. En todo esto no hay huella alguna de jansenismo, ni de pelagianismo, ni de voluntarismo. Pero, sin caer tampoco en el laxismo o en el quietismo, ella tenía una conciencia muy viva de la soberanía de la gracia y de la suplencia aportada por Cristo a los pobres esfuerzos de los hombres que están unidos a El con sincera buena voluntad y un corazón puro”[15].

Consciente de su bajeza y confiando en la infinita prodigalidad de la pietas Dei, Gertrudis llega a ser esta mujer de corazón libre que retrata el Libro I. La lista de sus virtudes exigiría también que nos detengamos largamente, porque ella surge de los lugares comunes de la hagiografía de la Edad Media. La “confianza” (confidentia) ocupa el puesto de primera estrella en el cielo de su santidad. Otra estrella de esta protagonista poco común: la “libertad de corazón” (libertas cordis), sobre la cuál el Señor se pronuncia de manera sorprendente:

“La libertad del alma era en ella como una virtud de tal brillo, que nada de lo que podría contradecir en algo su conciencia, le era, ni aún por unos instantes, soportable. En este punto el Señor mismo se hizo garante, respondiendo a un hombre piadoso que le preguntó en su oración que era lo que le agradaba más de la santa; El le dijo: “la libertad de corazón (libertas cordis). En su sorpresa y como desestimando esta virtud, esta persona dijo: “Yo pensaba, Señor, que tu gracia había hecho llegar su alma a un muy alto conocimiento espiritual y a un amor de un fervor eminente”. El Señor respondió: “Así es, como tú piensas, pero el camino es esta gracia de libertad, bien excelente que la conduce sin rodeos a la cumbre de la perfección, porque así, en todo momento ella está disponible a la acción de todos mis dones, no permitiendo jamás a su corazón de apegarse a cosa alguna que me hiciera obstáculo” (L 1, 11,7).

 

2. La parte de la Figura estelar

Gertrudis no es solamente conciente de su lado de sombra; también es conciente de su lado de luz y de su misión “para iluminar a las naciones”[16]. En la frontera de estas dos caras, ella se posiciona con una precisión que la guarda a la vez del desaliento y de la presunción. Se tiene prueba de esto, en su manera de recurrir al registro de la pequeñez para situarse ante Dios y ante los hombres. Entendámonos bien: no se trata aquí de un sentimiento de su “bajeza” ligado a la experiencia de sus faltas y de sus pecados, sino de aquel de su “pequeñez” que, por inseparable que sea de lo precedente, se distingue sin embargo, radicalmente, por el hecho de que no está de por sí ligada al pecado. Es este sentimiento el que emerge en unas exclamaciones como aquélla:

“¡Oh dignidad de esta ínfima partícula de polvo (minutissimi illius pulveris) que el Ser eminente, joya del tesoro celestial, ha retirado del fango para unirla a Sí! ¡Oh excelencia de esta menuda florcita que hace surgir del pantano el rayo mismo del sol, como para asociarla a su propia luz!” (L. 2, 9, 2, 1-5).

El Heraldo y los Ejercicios están tejidos de diminutivos que sería un error considerar como un simple artificio literario. Es la experiencia misma que Gertrudis hace de la pietas Dei, la que se expresa aquí. Ínfima gotita de la bondad de Dios (minima guttula bonitatis tuae) la santa quiere desaparecer ante “el océano lleno de toda dulzura” que ella tiene la misión de anunciar[17].

La consecuencia lógica de este justo sentimiento se verifica a la manera de cooperación[18] dramatúrgica. Exenta tanto de pelagianismo como de laxismo, Gertrudis comprende que ella debe medir su “parte” en proporción de su “pequeñez”. Este será el “poco” del Evangelio[19], donde el infinitamente Grande, reconoce su imagen y semejanza en la pequeñez. El todo pequeño coopera en pequeña medida, pero a la mirada del infinitamente Grande, este “poquito” es la más justa medida para la cooperación con el Inmenso. Sin este “poquito” intencional y significativo, el infinitamente Grande está como paralizado y la divina pietas no puede manifestarse. Demos algunos ejemplos.

1. En materia de pobreza Gertrudis es confirmada por el Señor en su interpretación de Mateo 25,40:

“Al adecuarse al sueño o al alimento, o a cualquier otra necesidad, ella se regocijaba de dar todo esto al Señor, con quien ella se identificaba, y El con ella, según la palabra misma del Señor: ‘lo que habéis hecho a uno de mis pequeños, es a mí a quien lo habéis hecho’. Estimando que su miseria hacía de ella la más pequeña y la más vil de las creaturas, era a un pequeño del Señor (minimo Dei) que ella concedía lo que debía concederse a sí misma. Que Dios haya aprobado esta exégesis, El mismo se lo reveló de la manera siguiente: Un día, después de una fatiga, ella se esforzaba por aliviar su migraña chupando alguna droga aromática, en el pensamiento de la gloria de Dios, y he aquí que el dulce Señor, con dulzura y ternura, se inclina hacia ella, fingiendo tomar como alivio el perfume de esta misma droga; después, luego de algunos instantes, se endereza, teniendo un dulce aliento; y, pareciendo tomar una cierta dignidad, muestra a todos los santos una expresión alegre, diciendo: “Aquí tenemos un nuevo presente de mi esposa”. Y, por lo tanto, la alegría de esta esposa era infinitamente más grande cuando era a su prójimo que ella podría procurar cualquier beneficio análogo, semejante a un avaro, que en vez de un denario recibe cien marcos” (L. 1, 11, 10, 14-32).

2. En materia de “participación plena, consciente y activa en las celebraciones litúrgicas”, se debería releer L 3, 25.1.2. Gertrudis, desolada al ver el obstáculo que opone su flaqueza a su deseo de “poner toda su atención en pronunciar todas las notas y las palabras del Oficio”, comprende que el Corazón de Cristo, “instrumento infinitamente dulce e la Trinidad eternamente adorable” se pone a su lado “como un servidor fiel (…) atento al más pequeño capricho de su amo”. Y el Señor añade:

“Mi Corazón Divino, conociendo la fragilidad y la inestabilidad humana, anhela, con la expectación de un deseo infinito, que tu, si no de palabra, al menos por un signo (si non verbis, saltem aliquo nutu), le confíes el cuidado de suplir por ti y de perfeccionar todo lo que, por ti misma no puedes cumplir (comittas sibi supplendum pro te ac perficiendum quidquid per te minus perficer potes) (L 3, 25, 1.2.).

3. En materia de penitencia, un buen ejemplo de “cooperación dramatúrgica” se nos da en L 4, 7, 1.2.3: Gertrudis, temiendo descuidar, un día u otro, la larga penitencia que el Señor le impone, entiende que le dice:

“¿Por qué querrías tú descuidar lo que te es tan fácil de cumplir? Sí, mi benevolencia se contentará con un solo paso hecho en esta intención, o con una brizna recogida de la tierra, o con una sola palabra que digas, o incluso con un gesto de amistad, o aún con un Requiem aeternam por los difuntos, o con cualquier otra oración recitada tanto por los pecadores como por los justos” (L 4, 7, 2, 4-11).

Un poco más adelante, presa del escepticismo sobre la aptitud del hombre para hacer el bien, ella declara, citando Gn 8,21: “¡Los sentidos del hombre están tan inclinados al mal, que él multiplica los pecados a toda hora!”. Y el Señor le responde:

“¿Por qué entontes esto te parece tan difícil? Yo, Dios, tendría tanta alegría, que si el hombre se determinara a poner aunque sea un poco de sí (aliquantulum), Yo, el Dios Todopoderoso, estaría encantado de ayudarle (cooperare), y de esta manera, mi divina Sabiduría haría indudablemente la mayor parte” (L 4, 7, 3, 8-14).

Aliquantulum et cooperare: las dos palabras son lanzadas para decir con exactitud la “parte” de la figura estelar, como la de cualquiera que quiera prestarse a la “cooperación” dramatúrgica de la divina pietas.

4. En materia de preparación a la comunión, ella desea, un día, obtener para otras un favor idéntico al que ella había recibido. El Señor le dice: “Yo se lo doy, pero dejo a su voluntad la libertad de prepararse” Y como Gertrudis se pregunta sobre qué es necesario hacer para obtener este favor, el Señor le responde:

“Si, a partir de ahora, en todo instante, dirigiendo hacia mí un corazón puro y una voluntad recta, ellas apelan a mi gracia, aunque sea por una palabra o el más pequeño suspiro (minimo verbo vel gemitu), inmediatamente, ellas aparecerán a mis ojos vestidas de este mismo ornato que tus oraciones han pedido para ellas” (L. 3, 34, 2, 4-10).

5. En materia de la acción de gracias citemos las primeras líneas de L. 2, 11, notables por su precisión teológica[20]:

“¡De cuántas maneras, en todo ese tiempo, me has hecho gustar de tu presencia saludable! ¡De qué inmensa bendición de dulzura has prevenido sin cesar mi pequeñez (parvitatem meam), especialmente durante los tres primeros años, y más especialmente aún, cuando me era dado recibir tu Sagrado Cuerpo y Sangre! Como yo jamás podría decirlo una vez por mil, encomiendo este cuidado a esta eterna, inmensa e inmutable gratitud, por la cuál, oh resplandeciente y toda calma Trinidad, recibes de Ti y en Ti misma, plenamente, aquello que te es debido; y participando yo, ínfimo granito de polvo, gracias a Aquel que se sienta junto a Ti teniendo mi naturaleza, te ofrezco todas las acciones de gracias que Tú haces posibles por El, en el Espíritu Santo, por todos tus beneficios” (L. 2,11,1,1-12).

Se podrían multiplicar los ejemplos. La atmósfera del Heraldo está toda tejida de esta gracia de la pietas, que no busca otra compañía que la de una vida vivida en la “pequeñez”, ni otra hazaña que la de una respuesta a la medida de esta “pequeñez”. Admirable comercio de la gracia, donde el “menor” es el mejor ubicado para “cooperar” con el Inmenso y así hacer la experiencia de la divina ternura.

 

Conclusión

Los lectores de estas páginas habrán notado por sí mismos que la experiencia espiritual de santa Gertrudis y la transmisión que de ella se hace en el Heraldo del Amor Divino hacen pensar casi espontáneamente en el mensaje de santa Teresa del Niño Jesús. Sor Marie-Geneviève Guillou ha iniciado una reflexión interesante para escrutar la relación que existe entre estas dos grandes figuras estelares de la mística cristiana[21]. Haría falta proseguirla, para hacer justicia del todo a santa Gertrudis la Grande, cuya obra, sin duda, ha inspirado a Teresita. En los Últimas Conversaciones, ella lo refiere explícitamente:

“Hace un tiempo yo tenía mucha pena en tomar remedios caros; pero al presente esto no me hace nada de nada, al contrario. Es después de que leí en la vida de santa Gertrudis, que ella se regocijaba por sí misma misma, diciéndose que todo sería en provecho de aquéllos que nos hacen el bien. Ella se apoyaba en la Palabra de Nuestro Señor: “Lo que hiciereis al más pequeño de los míos, es a mí mismo a quien lo hacéis”[22].

Por lo demás, santa Teresa eligió como epígrafe a su poesía “Acuérdate Jesús”, las palabras de Jesús a Gertrudis en L 4, 52, 3[23]. Por otra parte, hay certeza de que ha leído el Libro de la Gracia Especial, donde la gran monja de Helfta relata las experiencias místicas de una de sus hermanas, Santa Matilde, a quien ella debía una parte importante de su formación. Las Actas del proceso apostólico de Teresa del Niño Jesús, informan que Madre Inés de Jesús ha testimoniado el estímulo que ella recibió de la lectura de Santa Matilde, para avanzar en la vía de la confianza[24]. Estos indicios y otros que habría que poner en evidencia, comparando atentamente las obras de nuestras dos santas, son la prueba de que la dialéctica: “pequeñez extrema y grandeza infinita”, en la cuál se complacía Teresa[25], tenía una adepta, seis siglos antes, en santa Gertrudis de Helfta. La pequeña Teresa es ahora reconocida como “Doctora de la Iglesia”. Gertrudis la Grande, es tanto más grande por haber alimentado, a través de su Heraldo, la eclosión del “Caminito” donde se dilaten las figuras estelares del Amor Divino.

 

Olvier QUENARDEL, ocso

Abbaye N. D. de Cîteaux

F-21700 Saint-Nicolas-les-Cîteaux

abbe@citeaux-abbaye.com

 



[1] Dom Olivier QUENARDEL es Abad de la Abadía de Notre Dame de Citêaux, Miembro oficial en representación de la OCSO en la Comisión para el Doctorado de Santa Gertrudis y autor de la obra “La comumunion eucharistique dans ‘Le Héraut de L’Amour Divin’ de Sainte Gertrude d’Helfta” (Brepols / Abbaye de Bellefontaine, 1997), en la que se inspira este trabajo, que forma parte de la bibliografía de base de las Jornadas de estudio sobre Santa Gertrudis dictadas por el autor en la Abadía de Citeaux en febrero de 2014, cuyo programa publicamos el 2 de febrero de 2014 en esta misma página (ver: http://surco.org/content/jornadas-estudio-sobre-santa-gertrudis-abadia-c...).

[2] Publicado en Collectanea Cisterciensia 66 (2004) 110-119, en base a una Conferencia dada a la sesión de Himmerod en septiembre de 2003 (cfr. Coll. Cist. 65, 2003 p. 236). Agradecemos a Collectanea Cisterciensia la autorización para publicarlo; tradujo del francés la hna. Ana Laura Forastieri, ocso, del Monasterio de la Madre de Cristo, Hinojo, Argentina.

[3] N. de T.: En el texto original: Vedette.

[4] La expresión “figura estelar” (vedette) está tomada del vocabulario sociológico de Erving GOFFMAN, quien se interesa en el aspecto teatral de los acontecimientos de la vida y de las relaciones humanas. Escribe por ejemplo: “Cuando se examina una rutina cuya presentación requiere un equipo de varios actores, se constata frecuentemente que un miembro del equipo es puesto como figura estelar, en primer rango, en el centro de la atención. Se puede ver un caso límite, en la vida de corte tradicional, donde, una sala llena de cortesanos está compuesta a la manera de un cuadro vivo, de tal suerte que el ojo, partiendo de un punto cualquiera de la sala, es llevado hasta el centro de atención constituido por el rey. La reina de la representación puede también estar ataviada de manera más visible y estar sentada mas alto que todas las demás personas”. En esta constante Goffman vincula “la importancia de la noción de corte” en la vida social, con lo que él llama los “roles estrictamente ceremoniales” y “la consumación del prestigio”. Cfr. La mise en scène de la vie quotidienne, Tº 1, La presentación de soi, Paris, Minuit, 1973, pp. 99-102.

[5] El título latino integral y original del Heraldo del Amor Divino es Legatus, memoriales abundantiae divinae pietatis. Esta es, entonces, una “revelación” del amor divino en tanto que divina pietas. Cfr. Olivier QUENARDEL, La communion…: La notion de ‘pietas’, p. 19-28. La colección Sources Chrétiennes traduce más frecuentemente pietas por “ternura” o por “bondad”. Cfr. ídem, pp. 36-40.

[6] Cfr. Hugues MINGUET, Sainte Gertrude d’Helfta: Le Livre II du Héraut, Théologie d’un écrti spirituel, Memoria presentada en la Facultad de Teología de Lyon, junio 1987, p. 119: “Al leer el Heraldo, el lector no debe ser espectador; debe entrar en la experiencia de Gertrudis. Ella crea un lazo de solidaridad entre ella y su lector, y quiere imbricar a quien la lee en la relación de gracia que la une al Señor. Este procedimiento es muy sorprendente, y constituye una de las originalidades del Heraldo. Sin duda todo acto de escribir quiere ser comunicación, pero ¿se había ido tan lejos haciendo de la escritura un proyecto de comunión y de solidaridad de gracias?”.

[7] Citaremos el Heraldo del Amor Divino refiriéndonos a la edición de Sources Chrétiennes (=SC), donde los cinco Libros están repartidos así: SC 139 (Libros 1 y 2); SC 143 (Libro 3); SC 255 (Libro 4) y SC 331 (Libro 5). La primera cifra de la cita indicará siempre el Libro del Heraldo; la segunda, el capítulo; la tercera, el parágrafo; la cuarta, la línea. Así, para esta primera cita: L. 2, 1, 2, 3-6, se debe entender: Libro 2, capítulo 1, parágrafo 2, líneas 3 a 6. Para citar el Prólogo General del Heraldo, la letra P reemplazará la letra L; la primera cifra indicará el parágrafo, la segunda la línea.

[8] Dominique BERTRAND, Conferencia inédita dada en Citêaux, el 17 de noviembre de 1988, en ocasión del proyecto de publicación de las obras de san Bernardo en “Sources Chrétiennes”.

[9] Olivier QUENARDEL, op. cit., pp. 70-72.

[10] Ibidem, pp. 24-28.

[11] Leonardo BOFF, François d’Assise, Paris, Cerf 1986, pp. 173-200.

[12] La expresión pertenece al vocabulario sociológico de E. GOFFMAN. Ver nota 1.

[13] El aspecto lúdico del Heraldo sería, también, un aspecto a estudiar. Cfr. L. 1, 10, 2, 7-8 y L. 4, 2, 3, 22-23.

[14] SC 139, pp. 39-40.

[15] Cipriano Vagaggini, Initiation thèologique á la liturgie, T 2, “Biblica”, Bruges-Paris 1963, p. 220. Cfr. el mismo texto en “El sentido teológico de la liturgia. Ensayo de liturgia teológica General”, 2ª edición, BAC, Madrid 1965, p. 714.

[16] En dos pasajes en el Heraldo se designa a Gertrudis como “luz para iluminar a las naciones”: P 3 y L. 3, 64, 3, 10-14. Señalemos también que Gertrudis ha nacido el día de la Epifanía, 6 de enero de 1256.

[17] A título de ejemplo de este sentimiento de pequeñez se remite a L. 1, 11, 10 y L. 2, 18. Los Ejercicios Espirituales de Santa Gertrudis abundan también en expresiones del mismo género. Por ejemplo SC 127, 4, p. 148, líneas 331-345.

[18] Gertrudis utiliza con agrado el término cooperatio para dar cuenta de su relación activa con el Señor. Cfr. SC 127, p. 106, n. 6 y p. 152, n. 4.

[19] Mc 9, 41; Lc 19, 17; Jn 6, 9.

[20] En el mismo sentido, ver en SC 127: Exercices 6, 179-197; 274-285; 372-379.

[21] Sr. Marie-Geneviève GUILLOU, “Pour répondre à un amour infini: la découverte de deux moniales. Gertrude d’Helfta et Thérèse de Lisieux”, Collectanea Cisterciensia 56 (1994), pp. 171-191 et 261-279.

[22] Sainte Thérèse de L’ E. J. et de la Sainte Face, Derniers Entretiens, Annexes, Desclée et Cerf 1971, p. 36.

[23] Sainte Thérèse de L’ E. J. et de la Sainte Face, Poésies, Desclée et Cerf 1979, p. 135.

[24] Sr. Marie-Geneviève GUILLOU, art. cit., p. 185, nota 87.

[25] F.-M. LETHEL, Connaitre l’amour du Christ qui surpasse toute connaissance, Venasque, Éd. du Carmel, 1989, p. 492-513.