El árbol de la caridad[1], fanal del altar de santa Gertrudis de la Iglesia del Real Monasterio de San Clemente de Sevilla, España.
Fotografía: Francisco Rafael de Pascual, OCSO. Copyright: Cistercium.
Mariella Carpinello[2]
1. EN LA CIMA DE UNA TRADICIÓN (cont.)
La relación entre las monjas y el estudio[3] encuentra su peculiar definición en la Regula Sanctarum Virginum (Regla de las santas vírgenes) de Cesáreo de Arlés:
Todas aprenderán a leer. En todo tiempo del año se dedicarán a la lectura por dos horas, desde el comienzo de la mañana hasta la segunda hora. Durante el resto del día realizarán el trabajo (…) No se admitirán niñas pequeñas en el monasterio más que excepcionalmente, pero mejor si es posible no admitirlas en absoluto. En caso de admitir alguna se la recibirá a partir de los seis o siete años, para que pueda aprender a leer[4].
El estudio, por lo tanto, para las vírgenes de Arlés, se asimila al trabajo y a la oración por medio de la meditación incesante[5]: cuando la lectura ha terminado, cada una sigue repitiendo interiormente las “palabras santas”[6]. La integración recíproca de las diversas actividades genera el proceso formativo necesario para asimilar las Escrituras. Por lo tanto el monasterio femenino puede cumplir la tarea de mantener alto el destino de todo el Pueblo de Dios. Cuando Radegunda, esposa del rey Lotario, renuncia a la corona para entrar en religión, pide consejo a Cesárea la Joven, abadesa de Arlés, quien le dedica un directorio[7]: la reina se confía al magisterio de una monja que le dispensa (ese directorio) a partir de una indudable competencia escriturística.
Estamos en la definición de un parámetro que obrará hasta el infinito en el seno del monacato femenino occidental. En Arlés y Poitiers, donde Radegunda funda su monasterio, se desarrollan los presupuestos por los cuales las claustrales no solo son bien entendidas en las cosas de Dios, sino que imparten su propio magisterio a los pueblos (de la región). Desde el área arelatense el parámetro se comunica a las más vastas áreas de influencia de la observancia benedictina. Típico del fenómeno milenario por el cual el monacato femenino vive en el dinamismo de la cultura que se desposa con la observancia es el caso del monasterio de Frideswid en Oxford, primera piedra de la futura universidad. En el siglo VIII, cuando Lioba abandona las composiciones en latín que ha aprendido a escribir en su monasterio inglés para encontrarse con Bonifacio en el centro de Europa y evangelizar las poblaciones guerreras, se llega a los comienzos del monacato alemán, en cuya evolución histórica el caso de Roswita representa una tentación no superada: el éxito literario la afianza más en su identidad de religiosa[8].
Es Hildegarda quien supera posible toda desviación. Sobre la base del magisterio de san Benito -centro de la rueda de su comentario de la Regla- la monja reclusa se mueve en todas direcciones interpretando teológicamente su propio tiempo y el universo entero, y la exactitud doctrinal que deriva de ello es reconocida por la jerarquía eclesiástica, que le confiará la tarea de predicar públicamente la reforma de la Iglesia. La Regla ha conducido a la monja al todo. Ninguna otra vida atestigua tanto como la de Hildegarda, la posibilidad de extraer sabiduría útil a la humanidad entera, solo a partir del hecho de ser benedictina. Estamos ya en los umbrales del florecimiento de Helfta.
De Helfta es por otro lado interesante recordar el trasfondo histórico a nivel local, capaz de transmitir a la célebre abadía las connotaciones de la tradición benedictina más acreditada. Philibert Schmitz, tratando de la difusión de la Regla en la Sajonia, escribe que en el siglo VIII en esta región las fundaciones femeninas son cuatro veces más numerosas que las masculinas[9].
En esta época de guerras continuas, la población femenina era más numerosa. Las familias fundadoras que detentaban la propiedad de los monasterios, los consideraban lugares donde ubicar a sus hijas no casadas para procurarles una situación decorosa, seguras frente al peligro de una sociedad aún en formación. Afortunadamente estas mujeres no debiendo transcurrir, como los hombres, su juventud en las rudas artes de las armas o en la guerra, podían formarse en las letras y constituían ciertamente la porción más letrada de la población. Los monasterios fueron por lo tanto en ese tiempo muy numerosos, muy poblados y cultos.
Schmitz nota cómo en Alemania, en el medioevo, los monasterios femeninos resultaron centros de atracción y escuelas de niñas de familias distinguidas, que recibían una educación acorde a su rango. Algunas, terminados los estudios, entraban en clausura y otras volvían a casa, llevando el conocimiento del que habían hecho provisión: “Las benedictinas surgieron como las primeras mujeres cultas de Alemania, contribuyendo a formar el alma alemana en el medioevo”[10]. Tema que evocan los libros de Gertrud von Le Fort, en particular La donna eterna (La mujer eterna).
Tal, en resumen, la dialéctica milenaria que revive en el episodio de la conversión de Gertrudis. Positivamente activa entre las primeras benedictinas sajonas, que tanto impacto tuvieron sobre la vida de los pueblos de la región, como así también en la obra teológica de Hildegarda, la cuestión secular de la justa brecha entre cultura y dedicación exclusiva a Dios, se pone de un modo tan neto en el caso de Gertrudis, como quizás nunca antes había tenido lugar, en el tiempo en que el estilo monástico se rediseña vigorosamente en sí mismo. Rastrear las vías de la mística es el intento implícito a tal proceso.
Sobre cuán vanos sean los placeres intelectuales tomados como fin en sí mismos, Gertrudis insiste, no solo en el relato del llamado recibido a sus veintiséis años, sino que vuelve otras veces: después de veinte años vividos casi como pagana en el monasterio, el ingreso a la vida mística es verdadera y propiamente una cuestión de salvación.
Continuará
[1] El altar de santa Gertrudis la Magna de la Iglesia del Real Monasterio de San Clemente de Sevilla constituye probablemente uno de los grupos escultóricos más originales y llamativos de la iconografía gertrudiana. De estilo rococó, se trata de una obra artística única en el mundo por su avanzada realización y originalidad. Consta de una imagen principal de Santa Gertrudis en el centro del altar y debajo de ella, en el retablo, varios fanales o cajones desmontables de 83 x 73 x 45 cm, profusamente decorados, que representan en miniatura distintos episodios de la vida de Gertrudis. Los fanales están realizados en madera, pan de oro, barro, pintura al óleo, tela, papel y pegamento, conforme a la técnica de dorado estofado y policromado. El altar se desmonta para la novena de Santa Gertrudis y se va rearmando día por día, para estímulo de la devoción. El primer fanal, que aquí reproducimos, representa a Gertrudis recibiendo de Jesucristo el árbol de la caridad, según el siguiente texto del Legatus divinae pietatis: “Al día siguiente, durante la misa, en el momento de la elevación de la hostia, vio al Señor Jesús Rey, que tenía en sus manos un árbol (…) cuajado de magníficos frutos; cada una de sus hojas emitía, a manera de estrellas, rayos de maravilloso resplandor. El Señor sacudió este árbol en medio de la corte celestial y todos gozaron extraordinariamente de sus frutos. Pero poco después el Señor depositó este árbol en el corazón de Gertrudis, como en medio de un jardín. Tan pronto como lo tuvo plantado en su corazón, empezó a orar por una persona que la había disgustado muy pocos momentos antes, ofreciéndose a sufrir de nuevo el dolor profundo que poco antes había sentido, para que le fuese otorgada más copiosamente la gracia de Dios. Este árbol simbolizaba pues la caridad, la cual no sólo abunda en frutos de buenas obras, sino también en flores de buenos deseos y aun en relucientes hojas de santos pensamientos. Por eso, los ciudadanos del cielo experimentan una gran alegría cuando un hombre se esfuerza en aliviar las necesidades del prójimo” (Legatus III,15,1).
[2] Mariella Carpinello es docente en el Instituto de Teología de la Vida Consagrada de la Pontificia Universidad Lateranense, Claretianum. Entre sus publicaciones se cuentan: Benedetto da Norcia (Rusconi, 1991), Libera Donne di Dio (Mondadori, 1997), Monasticismo de mujeres (Mondadori, 2002), Bernardo di Aosta (San Paolo, 2010), Monasticismo y profecía femeninos. La acción ecuménica de M.M. Pia Gullini (Cantagalli, 2015), Percorsi sequela (São Paulo, 2015). Editó el Epistolario de Maria Gabriella Sagheddu (São Paulo, 2006). Pertenece al consejo editorial de las revistas L'Ulivo, Vita Nostra-Associazione Nuova Cîteaux y Studia Monastica.
[3] Continuamos con la publicación de la traducción de las actas Congreso: “LA “DIVINA PIETAS” E LA “SUPPLETIO” DI CRISTO IN S. GERTRUDIS DI HELFTA: UNA SOTERIOLOGIA DELLA MISERICORDIA. Atti del Convegno organizzato da Istituto Monastico della Facoltà di Teologia Pontificio Ateneo Sant’Anselmo, Roma, 15-17 novembre 2016. A cura di Juan Javier Flores Arcas, O.S.B. - Bernard Sawicki, O.S.B., ROMA 2017”, Studia Anselmiana 171, Pontificio Ateneo S. Anselmo, Roma 2017. Cfr. el programa del Congreso en esta misma página: http://surco.org/content/convenio-divina-pietas-suppletio-cristo-santa-gertrudis-helfta-una-soteriologia-misericordia. Traducido con permiso de Studia Anselmiana y de la autora, por la Hna. Ana Laura Forastieri, ocso.
[4] RSV, 7.
[5] El tema de la meditación es exhaustivamente tratado por Cesáreo de Arlés en su Sermón 76.
[6] RSV, 18.
[7] CÉSAIRE D'ARLÉS, Oeuvres monastiques, a cura di A. de Vogüé - J.Courreau, t. I, Paris 1988, 476-495.
[8] F. BERTINI, “Introduzione”, en ROSWITHA DI GANDERSHEIM, Dialoghi drammatici, Garzanti, Milano 2000.
[9] P. SCHMITZ, Histoire de l’ordre de Saint-Benoit., vol. VII, t. I, 35 (traducción de la autora).
[10] Ibid., 36 (traducción de la autora).