Santa Gertrudis recibiendo los estigmas, vitral, Iglesia del Sagrado Corazón, Bombay, Mumbai, India.
P. Michael Casey, ocso[1]
Frecuentemente y con facilidad se afirma que Gertrudis de Helfta manifestó una profunda dependencia de los escritos de san Bernardo. La prueba de ello es fácilmente accesible y parece bastante sólida. Gertrudis vivió un siglo después de la muerte y canonización de san Bernardo, en un tiempo en que la doctrina mística y monástica de este, estaba muy altamente considerada. Si bien al monasterio de Helfta solo le faltó ser oficialmente agregado a la Orden Cisterciense, la vida regular allí fue modelada después por los usos cistercienses y, no obstante estar bajo la influencia de los clérigos mendicantes, el ambiente general fue substancialmente cisterciense, en sus convicciones y valores. Hay alusiones y citas bernardianas explícitas en los escritos de Gertrudis. Ella describe una visión que tuvo del santo, el cual fue uno de sus más preferidos[2], y le da el título de “Padre”[3]. A muchos lectores les parece que ella escribió sobre las mismas materias que san Bernardo, empleando un estilo similar y un vocabulario común. La conclusión a las que ellos arriban es que ella estuvo firmemente influenciada por los escritos del abad de Claraval, si bien nunca alcanzó su la altura de su brillo.
En este artículo quisiera expresar algunas reservas sobre esta suposición convencional. Me parece que no hace justicia a ninguno de los autores. Es Gertrudis, como siempre, la que sufre más por esta comparación superficial. Leyendo y releyendo el corpus gertrudiano, me he convencido de que ella tiene un genio propio que no es generalmente apreciado. Es mucho más que una autora de segunda línea, derivativa. Es verdad que ella es parte de una tradición; pero dentro de la herencia común que la envolvía, ha logrado un sólido nivel de originalidad, el cual es ciertamente digno de atención e investigación. La aparición de textos críticos con buenas introducciones y una buena cantidad de material en notas al pie de página es un paso adelante para llegar a establecer a Gertrudis como una autora espiritual sustancial, por derecho propio[4]. Es muy de lamentar que no hay una traducción al inglés que realmente dé acceso a su pensamiento[5]. La piedad del siglo diecinueve es una decidida desventaja para leer su pensamiento y para cualquier intento de hacer contacto con la autora misma.
En este artículo discutiré la relación entre Gertrudis y Bernardo de Claraval. Para hacerlo adecuadamente es necesaria una doble desmitologización. También muchas veces, cuando se comparan estas dos grandes figuras monásticas, se trata meramente de yuxtaponer dos estereotipos. Antes de poder arribar a alguna conclusión sobre la cuestión de la dependencia, uno tiene que hacer un serio esfuerzo para venir a dar con el específico carácter de ambos autores y sus escritos. Puesto que tal esfuerzo está más allá del alcance de un simple ensayo como este, me contentaré con señalar ciertas reservas que tengo con respecto a la fácil tesis de la dependencia, dejando para el futuro la tarea de construir sobre esas bases.
Quisiera abrir cinco áreas en las cuales los escritos de Gertrudis pueden ser vistos como diferentes del corpus bernardiano, o, al menos, no necesariamente dependientes de este. Luego, me gustaría comenzar muy tentativamente, a señalar algunos aspectos de la originalidad de Gertrudis.
1. Más bien occidental que bernardiana
Dom Cuthbert Butler hizo un estupendo servicio los estudios de la historia de la espiritualidad con su monumental trabajo Western Mysticism[6] (Misticismo Occidental). Si bien su libro les pareció irrelevante a aquellos que se gloriaban del triunfo de la Escolástica rampante, su valor permanece. Lo que Butler hizo fue poner muy directamente ante nosotros el tipo de acercamiento a la vida espiritual que se puede encontrar en los escritos de Agustín de Hipona, Gregorio el Grande y Bernardo de Claraval. Esas son las principales figuras de la tradición espiritual occidental pero no están solos. Están complementados y apoyados por una serie de escritores y maestros menos conocidos y corren paralelos a aquellos que aportaron a la evolución de los textos litúrgicos occidentales. Hay muchas constantes en esta tradición: ideas, terminologías, citas de la Escritura, imágenes y recursos literarios. No siempre es fácil establecer el origen genealógico de un pensamiento o expresión, o demostrar una dependencia, ya que mucho de lo que prima facie liga a los autores, puede ser nada más que un uso coincidente de los lugares comunes en libre circulación dentro de la tradición.
Con el sucederse de los siglos se vuelve cada vez más difícil estar seguro de una dependencia. Esto es especialmente así cuando se vuelve evidente que no todos los escritos que circulaban bajo el nombre de un escritor famoso eran auténticos. En el caso de Gertrudis podemos decir sin hesitación que su obra literaria es bastante típicamente occidental, pero no podemos decir con toda seguridad que es bernardiana. Ciertamente ella había leído algunos escritos de Bernardo y otros que fueron erróneamente atribuidos a él, pero también aprovechó el acceso a las fuentes de las cuales Bernardo mismo había extraído: la Biblia Vulgata, los textos de la liturgia y el creciente cuerpo de textos espirituales y doctrinales en latín. Como Bernardo, ella estuvo expuesta a las series de lecturas señaladas para el oficio de Vigilias; como él ella vivió al amparo de la Regla benedictina; ambos leyeron a Agustín, Gregorio y a los demás maestros de occidente. No es sorprendente que haya mucho en común en su vocabulario y su visión.
Cuando se trata de fuentes, ninguna es más importante para santa Gertrudis que los textos de la liturgia. La abrumadora presencia de la liturgia en sus escritos es un testimonio importante del grado de armonía que era considerado como normal entre el culto público y la devoción privada. “La visión litúrgica del mundo realmente constituye en ella la forma primaria y unificadora de su modo de vivir en profundidad la vida espiritual”[7]. Es claro que Gertrudis había estudiado profundamente los textos de la liturgia, aun aquellos destinados al uso exclusivo de sacerdotes y prelados. Ninguna otra fuente tiene la misma importancia para ella. Pero hay que señalar otro punto. Si bien Bernardo frecuentemente cita la Escritura en las diversas formas que se encuentran en la liturgia, y frecuentemente hace uso de textos que ha encontrado allí, no hay prueba de que él haya hecho un esfuerzo tan grande para estudiar los textos en privado, como Gertrudis claramente lo hizo. Este es, me parece, un nuevo desarrollo, y un desarrollo especialmente notable, dada la relativa escasez de libros en los tiempos anteriores a la imprenta.
Fue de la liturgia que ella sacó los principales énfasis de su enseñanza espiritual y su fuerte base doctrinal. Decir que la Trinidad, la creación, la encarnación y la glorificación final aparecen mucho en su pensamiento, parece ser decir poca cosa. Hay todavía algo más, que lo que aparece inmediatamente: el hecho de que la visión de Gertrudis sobre la vida espiritual fue tan profundamente teológica significa que hubo un equilibrio en su visión de las cosas, de acuerdo a los principios fundamentales de la fe cristiana a los que se les concedía el primer rango. Muchas herejías y estupideces religiosas se deben simplemente al hecho de que sus proponentes han tomado un elemento de la síntesis cristiana y lo han erigido en un sistema independiente. Esto no sucede con Gertrudis. Su obra mística nunca se permitió salir de la teología ortodoxa; siempre se mantuvo dentro de los parámetros de la doctrina cristiana ordinaria, así como ésta es continuamente celebrada y re-expresada en la liturgia.
La liturgia no tiene solo una función catequética; también lleva hacia la mistagogía. La Palabra no solo se proclama, también se explica. En las lecturas del oficio de Vigilias, Gertrudis estuvo expuesta a una ronda regular de lecturas de los Padres que nos solo abrieron a su entendimiento puntos particulares, sino que también la introdujeron a un nuevo rango de maestros. Grandes doctores como Jerónimo, Ambrosio, Agustín, Gregorio, León y otros, le fueron presentados como auténticos exponentes de la verdad. Para cualquiera que quisiera profundizar más, los medios estaban a mano. Estudiando los sermones y tratados de esos Padres, muchos de los textos utilizados en la liturgia comenzaban a mostrarse en una nueva luz. Se descubrían nuevos sentidos en pasajes familiares, se abrían puertas a una mayor profundidad. Puntos particulares “escondidos” en las Escrituras eran expuestos en mayor detalle por los Padres, pero de tal modo que no se perdía el contacto con la fuente primaria. Había una unidad entre el estudio, la lectio divina y la liturgia, lo cual permitió que todos los ejercicios interactuaran, para su mutua ventaja y enriquecimiento.
Continuará
[1] El autor es monje trapense de la Abadía de Tarrawarra, Australia, muy conocido por sus publicaciones y disertaciones sobre la espiritualidad monástica traducida para el mundo de hoy, tanto para el público monástico de regla benedictina, como también para un público más amplio que busca nutrirse de las fuentes tradicionales y encarnarlas en la espiritualidad cristiana contemporánea. Este artículo fue publicado en Tjurunga 35 (1988): 3-23. Traducido con permiso del autor, por la Hna. Ana Laura Forastieri, ocso.
[2] H 4,10,3; p. 124. Mi sistema de referencias es simple. “H” y “X” se refieren respectivamente a “El Heraldo del Amor Divino” y “Los Ejercicios”; los números se refieren a: el libro, capítulo y sección en El Heraldo; y al número y línea, en Los Ejercicios. Los números de páginas se refeieren al texto crítico y traducción publicados en la serie de Sources chrétiennes (= SCh). Para bien o para mal, he traducido todos los textos yo mismo. Me he concentrado más en Los Ejercicios y en el Libro II del Heraldo, que parecen ser los segmentos más auténticos del corpus gertrudiano. Sigo el punto de vista de que los Libros III, IV y V fueron escritos por alguna otra persona, probablemente durante el último tiempo de la vida de Gertrudis, si bien partes de este bloque pueden haber sido dictadas por la santa misma. El Libro I fue escrito probablemente después de su muerte.
[3] H 4,49,3; p. 398.
[4] Jacques Hourlier and Albert Schmitt, Les Exercises (SCh 127), Cerf, Paris, 1967; Introducción, pp. 7-55. Pierre Doyère, Le Héraut, Livres I et II (SCh 139), Cerf, Paris, 1968; Introducción pp. 9-98; Id. Le Héraut, Livre III (SCh 143), Cerf, Paris, 1968; Jean-Marie Clement, las monjas de Wisques y Bernard de Vregille, Le Héraut, Libre IV (SCh 255), Cerf, Paris, 1978. David Tomlins, “Saint Gertrude, Whortly daughter of Saint Benedict”, Tjurunga 23 (1982), pp 21-38. Pierre Doyère, “Gertrude d’Helfta (Sainte)” in DSp 6 (1965) cols. 331-339. Lillian Thomas Shank: “The God of my life: St. Gertrude, a monastic woman”, in: J. Nichols et al. (ed.), Peace Weavers: Medieval Religious Women, Cistercian Publications (CS 72), Kalamazoo, 1987, pp. 239-273. Nirvard Kinsella, “St. Gertrude, the Great”, Hallel 15.2 (1987), pp. 187-191.
[5] Actualmente existe una traducción parcial de la obra gertrudiana al inglés a partir del texto latino publicado en Sources Chrétiennes: Spiritual Exercises. Translation, introduction, notes and indexes by Gertrud Jaron Lewis and Jack Lewis, Kalamazoo, Cistercian Publications, 1989; The Herald of God’s Loving-Kindness, Books One & Two. Translated & annotated by Alexandra Barratt, Kalamazoo, Cistercian Publications, 1991; The Herald of God’s Loving-Kindness, Book 3. Translated with an introduction and notes by Alexandra Barratt, Kalamazoo, Cistercian Publicaations, 1999.
[6] Cuthbert Butler, Wester Mysiticism, 3ª edición con prólogo de David Knowles), Constable, London, 1967. Benedetto Calati hace una reapreciación de su valor en “Western Mysticism”, The Downside Review, 332 (julio de 1980) pp. 201-213.
[7] Cipriano Vagaggini, Theological Dimensions of the Liturgy: A General Treatise on the Theology of the Liturgy, Liturgical Press, Collegeville, 1976, p. 741. Toda la sección de las pp. 740-803 está dedicada a santa Gertrudis.