Santa Gertrudis, talla de madera lustrada, siglo XX, Parroquia de Santa Gertrudis, Cincinnati, Ohaio, USA.
P. Michael Casey, ocso[1]
VI. La originalidad de Gertrudis
Me parece que el calibre de Gertrudis puede apreciarse mejor viéndola como una mujer de su tiempo, sin compararla con sus predecesores del siglo XII y especialmente sin compararla con un gigante espiritual y literario tal como Bernardo de Claraval. Gertrudis es una figura menos importante que Bernardo por varias razones, pero sin embargo, sigue siendo un poderoso testigo de la fuerza de la tradición monástica occidental, como también, una gran mujer por derecho propio.
Aquí debemos retomar afirmaciones que ya hemos hecho. Lo que hace de Gertrudis una figura tan grandiosa es la medida en el cual ella se ha dejado formar por la Liturgia y ha internalizado su teología. Si bien su estilo es muy personal y puede parecer “emocional” y “florido”, si vamos más allá de las convenciones del género y de las específicas exageraciones del siglo XIII, encontraremos una muy sólida espiritualidad, tal que podría acreditar a su propagador en cualquier época. Este es un logro que marca un alto grado de madurez espiritual de parte de Gertrudis, como también la infusión de gracias especiales de comprensión y conocimiento.
Hay una cualidad de experiencia de vida en los escritos de Gertrudis. Si uno penetra el lirismo del género, se encuentra una buena medida de fortaleza. Frecuentemente escribe sobre la paciencia, como si esta (virtud) tuviera una tendencia a eludirla[2]. Ella está plenamente consciente de su propio vacío[3] y aridez[4] y de la infrecuencia de la consolación[5]. Reconoce que su camino de vida antes de su “conversión” actuó como un obstáculo entre ella y el Señor[6], y es también consciente de la presencia de la tentación[7], negligencia[8] y pecado[9]. No espera superar estas cosas por sí misma sino que escribe: “Que yo alcance la victoria en ti”[10]. En cuanto a su culpa, ella mira a Cristo para enmendarse; Él es su suppletio: “Que este día sea para mí remisión de todos mis pecados y enmienda de todas mis negligencias, y recuperación de toda mi vida desperdiciada”[11]. Aquí las expresiones de la conciencia de pecado van más allá de las convenciones convenientes: son reales. A pesar de haber pasado toda su vida en un convento, Gertrudis comprendió claramente la medida de su propio pecado.
“¡Oh, quien me concediera llegar a ser un persona según tu propio corazón!”[12], exclama. El reconocimiento de su propia imperfección le hace desear vívidamente el progreso: “Condúceme a deleitarme en ti, obra sobre mí para que pueda encontrar mi gozo en ti”[13]. Así, ella habla de crecimiento en términos de “progresar en ti”, proficere in te[14], y también de “progresar de virtud en virtud”, o “de fuerza en fuerza”[15]. En este camino ella encontrará “tanto las flores como los frutos” de la madurez espiritual[16]. A este respecto cita el final del prólogo de la Regla de san Benito: “Correr por el camino de los mandamientos”[17] con el corazón ensanchado[18].
Hay muchos pasajes en los escritos de Gertrudis en los cuales domina la alegría. Iubilus es uno de sus términos característicos[19]. Combina muchas palabras en frases de intraducible alegría: in festiva hilaritate iucundissimi amoris sui: “en la festiva alegría del más gozoso amor”[20]. “O cuán grande y cuan especial es el gozo cuando la suave y eterna voz de alabanza y acción de gracias se eleva al Señor Uno y Trino, a la una y trina Deidad” (O quanta et qualis est iubilatio, ubi uni et trino Domino, ab una et trina deitate consonat summa et aeterna vox laudis et gratiarum actio)[21]. Hay una poderosa nota de alegría que resuena a lo largo del corpus gertrudiano.
Continuará
[1] El autor es monje trapense de la Abadía de Tarrawarra, Australia, muy conocido por sus publicaciones y disertaciones sobre la espiritualidad monástica traducida para el mundo de hoy, tanto para el público monástico de regla benedictina, como también para un público más amplio que busca nutrirse de las fuentes tradicionales y encarnarlas en la espiritualidad cristiana contemporánea. Este artículo fue publicado en Tjurunga 35 (1988): 3-23. Traducido con permiso del autor por la Hna. Ana Laura Forastieri, ocso.
[2] Cf. scutum patientiae (escudo de paciencia) X 1,197 p. 74; 1,225-6 p. 76; patientia fortis (paciencia fuerte) 2, 109 p. 90; in tribulatione patientia (paciencia en la tribulación): 3, 246 p 110; 3,333 p. 118; dulcem patientiam (dulce paciencia): 4,141 p. 134.
[3] (Cor meum)… Heu, omni bono vacuum…: (Mi corazón)… ¡ay!, vacío de todo bien: X 2,34 p. 82.
[4] X 3, 339 p. 118.
[5] X 4, 275 ss. p. 144.
[6] X 1, 45 p. 60.
[7] X 3, 185 p. 106.
[8] X 3, 183 p. 106; 4, 171 p. 136; 4, 125 p. 132.
[9] X 1, 218 p. 76.
[10] X 1, 190-93 p. 74; cf. 3, 185 p. 106; en otro lugar ella escribe: “ecce, peccata mea divsserunt inter te et me” (he aquí que mis pecados se interpusieron entre tú y yo [X 4, 275 p. 144]).
[11] X 3,58-9 p. 96.
[12] X 2, 35-6 p 82
[13] X 3, 66-67 p. 96.
[14] X 2, 58 p. 86.
[15] X 1, 69 p. 62; 3, 152-3 p. 104; cfr. Ps. 83,8. Es difícil estimar en qué medida el vir componente de virtus fue conscientemente reconocido por Gertrudis.
[16] 3, 66-67 p. 96.
[17] X 1. 58 p. 62.
[18] X 4, 283-4 p. 144.
[19] Entre muchos ejemplos: X 6, 219 p. 216; 6, 281 p. 220; 6, 308 p. 222.
[20] X 6, 424 p. 230.
[21] X 6, 274-6 p. 220.