Santa Gertrudis la Grande, santa Ema de Lesum y santa Isabel de Hungría, Walter Klocke (1887-1965),vitral de la Iglesia preboste de San Juan, Bremen, Alemania.
Ana Laura Forastieri, OCSO[1]
Resumen: Santa Gertrudis se ubica en el punto de inflexión en que la unidad tradicional entre teología y vida espiritual comienza a debilitarse. Contemporánea al desarrollo de la escolástica, pertenece sin embargo al mundo monástico, donde la integración entre la vida y la teología, se cultiva y se defiende. Su vida se nos presenta como la de aquélla en quien se cumple la finalidad teológica que subyace a toda vida cristiana: la comprensión vital del misterio por la experiencia de íntima comunión con lo divino. Su doctrina ilumina el núcleo de la fe a partir de las fuentes de la liturgia, la revelación y la tradición patrística, asimiladas a través de su experiencia espiritual. Esta se expresa en la originalidad y precisión teológica de sus visiones y oraciones, vertidas en un lenguaje afectivo y simbólico, en el equilibrio de su doctrina espiritual y en su hondo sentido de Iglesia. Su experiencia constituye una mística dogmática, eclesial y esponsal, cuya universalidad y actualidad la hacen apta y atractiva al público creyente y no creyente de hoy.
La Facultad de Teología de la Universidad Católica Argentina[2] ha adherido a la postulación al Doctorado de la Iglesia de santa Gertrudis de Helfta[3]: una propuesta nacida en el ámbito monástico en 2011, y que en nuestro continente cuenta con el aval de las tres conferencias que agrupan a todas las comunidades de Regla Benedictina de América del Sur[4], Central y Caribe[5].
¿Tiene santa Gertrudis la talla teológica y espiritual de una Doctora de la Iglesia? Abordo aquí esta cuestión a la luz de las condiciones señaladas por el Magisterio para el reconocimiento del carisma de Doctor/a, analizadas según la perspectiva del teólogo Hans Urs von Balthasar.
1. Presentación biográfica
Santa Gertrudis[6] nació el 6 de enero de 1256, en la región de Sajonia, Germania. Se desconocen sus orígenes familiares. A los cinco años fue recibida en el Monasterio de Helfta para su educación, adquiriendo una sólida cultura. Destacó entre sus compañeras por su inteligencia, elocuencia e inclinación a los estudios. Los primeros años de su vida religiosa se caracterizaron por la tibieza y la rutina. Tenía otra pasión: las artes liberales. Hacia fines de 1280 sufrió una crisis profunda, que se resolvió -a través de una visión- en una conversión radical. A partir de allí, dejó los estudios liberales para dedicarse a una vida interior intensa, comenzando a tener frecuentes visiones, especialmente en las celebraciones litúrgicas. Empezaron a acudir a ella personas de todas las clases para pedir su consejo y su intercesión y se fue convirtiendo en maestra de vida espiritual.
En 1289 recibió la orden del Señor de poner por escrito sus visiones. Venciendo resistencias interiores, redactó el Memorial de la Abundancia de la Divina Misericordia, que constituye el Libro II del Legatus Divinae Pietatis. Este último es la obra de recopilación de su experiencia espiritual compuesta en cinco libros, cuatro de los cuáles fueron redactados bajo su dirección, siendo autógrafo solo el libro II. Escribió además los Ejercicios Espirituales y otras obras en alemán que se han perdido. Durante sus últimos años, sufrió frecuentes enfermedades que la mantuvieron postrada. Murió a la edad de 45/47 años, entre los años 1301 y 1303.
2. Una existencia teológica
Hans Urs von Balthasar constata con pesar[7] que, hasta la gran escolástica, los grandes santos fueron también grandes dogmáticos, hasta el punto de que se convirtieron en columnas de la Iglesia, precisamente porque hicieron de su vida una manifestación directa de su doctrina, es decir, supieron unir vitalmente teología y santidad. Posteriormente a la gran escolástica, comenzó una separación paulatina entre teología y santidad, entre la inteligencia y la vivencia de la fe, la cual discurrió por dos vertientes: por un lado, la influencia de la filosofía profana en la teología terminó alejando de ésta a los santos; surgió así una vía lateral a la dogmática, la espiritualidad, que en la Devotio Moderna llegó a adquirir un estatuto propio: es allí donde ahora encontramos a los santos. Por otro lado, la mística, que era la floración cumbre de la vida espiritual, distanciada desde entonces de su base teológica y de la objetividad del misterio, comenzó a centrarse cada vez más en los estados subjetivos de conciencia, en detrimento de su misión de ilustrar y enriquecer la comprensión de la revelación. Con ello -dirá von Balthasar- la época siguiente no conocerá más al teólogo total, es decir al teólogo santo. Me atrevo a sacar la otra consecuencia implícita en su pensamiento: hasta la gran escolástica la mayoría de los grandes teólogos fueron también místicos; la época posterior raramente conocerá otra vez al teólogo místico o al místico dogmático.
Santa Gertrudis se ubica precisamente en ese punto histórico de inflexión en que la unidad tradicional entre teología y vida espiritual comienza a debilitarse. Contemporánea al desarrollo de la gran escolástica, pertenece sin embargo al mundo monástico, donde la integración entre la vida y la reflexión teológica, se cultiva y se defiende. No cabe duda de que santa Gertrudis sea una santa, ni de que sea una gran mística, a la que la tradición designó como Magna. Lo que aquí nos planteamos es si puede ser también llamada teóloga, en este sentido pleno que von Balthasar atribuye al término, es decir:
“[…] Como el título de un maestro y doctor dentro de la Iglesia, cuyo ministerio y cuya misión consisten en exponer la revelación en su plenitud y totalidad, es decir, en considerar la dogmática como el punto central de su labor”[8].
No podemos afirmar que el centro de la vida y ministerio de santa Gertrudis fuera la exposición de la teología dogmática, ni que sus escritos tuvieran esta inmediata finalidad. Su vida es la de una monja del siglo XIII que vivió bajo la regla de San Benito según los usos cistercienses, y para la cual no contamos con más fuentes que sus propios escritos. Estos trasuntan una altísima teología, pero que no tienen por finalidad exponerla al modo de un tratado tradicional, sino más bien, unir el corazón a Dios. Ahora bien, lo notable en su caso, es que sus contemporáneos no la consideraron como una mística sino como una teóloga (L. I,1.2.). Su biógrafa interpreta su conversión como el paso de la ciencia profana a la teología:
“Desde entonces reconoció haber estado lejos de Dios, en la región de la desemejanza, cuando se apegaba demasiado a los estudios liberales, descuidando adaptar la agudeza de su mente a la inteligencia de la luz espiritual [...]. En aquel momento, comenzó por sí misma, de repente, a despreciar todo lo exterior y [...] de gramática se volvió teóloga, rumiando sin fastidio todos los libros inspirados que en cualquier circunstancia pudiera tener o adquirir [...]” (L. I,1.2.).
Al atribuir la capacidad teológica de Gertrudis a su conversión, su biógrafa está afirmando que poseía un conocimiento experimental del misterio como fruto de la transformación de su vida. Su vida se presenta como una existencia teológica, en el sentido de que ella vive teologalmente y despliega su ciencia a través de su propia experiencia; con la peculiaridad de que, en su caso, ella misma y su experiencia forman parte del mensaje que debe transmitir. Pero debemos discernir si en esta existencia teológica se dan las condiciones de fondo que la Iglesia establece para reconocer el carisma doctoral: la santidad notoria y la doctrina eminente; ésta última, calificada por los rasgos de originalidad, universalidad y actualidad.
3. Santidad Notoria: una particular misión teológica
Para determinar la Santidad Notoria, es oportuna la distinción que formula Von Balthasar entre santidad ordinaria y santidad representativa[9]. En este último caso, el santo/a se sabe investido/a de una misión particular y diferenciada, que debe cumplir para bien de toda la Iglesia, en obediencia a un mandato del Espíritu Santo. Balthasar subraya la particular conciencia que tiene la persona llamada, de tener que cumplir una misión particular y ejemplar, junto con la necesidad absoluta de obedecer a un imperativo divino. Para ello, el Espíritu la inviste de carismas particulares, evidentes para sus contemporáneos. Estas misiones son reveladas en forma descendente a la persona llamada; no surgen del seno de la Iglesia, sino que son dadas directamente por Dios.
Así, el Legatus divinae pietatis atestigua en forma explícita y recurrente que santa Gertrudis tenía una misión particular recibida directamente de Dios, para su tiempo y para los siglos futuros: comunicar los arcanos de la piedad divina (L. I,2.1). Ella demuestra tener una conciencia muy aguda de esta misión particular, por ejemplo, cuando entiende que la Palabra de Isaías 49,6: “He aquí que yo te he establecido como luz de las naciones, para que seas mi salvación hasta los confines de la tierra”, le está dirigida personalmente (L. I,2. Prólogo). Se sabe predestinada (L. I,2; Pr.; II,20.7), escogida especialmente por Dios (L. I,2.1). Su libro, el Legatus Divinae Pietatis, será el mensajero de la Piedad Divina, para memoria perpetua de los elegidos (L. I,2. Pr.). A partir de esta conciencia, desarrolla una notable actividad de intercesión, consejo y discernimiento espiritual con todo tipo de personas, la cual ha quedado reflejada en su obra.
En el orden de los carismas, se indica expresamente que poseía los de Sermo Sapientiae (L. I,1.3.; I,2.2.) y Discretio Spiritum (L. I,1.2.). Aparece investida de Privilegios de unión con Dios -por ejemplo, que recibía el influjo constante de la divinidad (L. I,5.1 y 2; I,14.1.; I,16.1) y tenía una unión permanente de voluntad con el Señor (L. I,16.2)-; y privilegios con relación al prójimo: gozaba de certeza de juicio sobre la admisión a la comunión sacramental (L. II,20.1), la gravedad de las faltas y pecados (L. II,20.2) y el consejo que diera para edificación de otros (L. II,20.1.5).
La inspiración divina la compele con violencia a relatar las gracias recibidas. El Señor le promete que su obra será fuente de luz, consuelo y enseñanza hasta el fin de los siglos (L. V,35) y que después de su muerte, su recuerdo florecerá en el corazón de muchos y atraerá a muchas almas a deleitarse en Dios (L. IV,34,1).
Continuará
[1] La autora es monja del Monasterio Trapense de la Madre de Cristo, Hinojo, Argentina y está encargada de la difusión de la postulación de Santa Gertrudis al doctorado de la Iglesia en América Latina.
[2] Ponencia dada en las Vº Jornadas Diálogos: Literatura, Estética y Teología: “La libertad del Espíritu”, organizadas por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Católica Argentina, Buenos Aires, 17 al 19 de septiembre de 2013.
[3] Cfr. http://surco.org/content/carta-postulatoria-facultad-teologia-universidad-catolica-argentina
[4] Cfr. en este sitio web: http://surco.org/content/carta-postulatoria-conferencia-comunidades-monasticas-cono-sur y http://www.surco.org/content/carta-postulatoria-conferencia-intercambio-monastico-brasil
[5] Cfr. http://www.surco.org/content/carta-postulatoria-asociacion-benedictina-cisterciense-caribe-andes
[6] Las obras de santa Gertrudis se citan según la edición crítica latina, a saber: Gertrude D’Helfta, Oeuvres Spirituelles, Tomo I, Les Exercices, Sources Chrétiennes N° 127, Paris, Éds. Du Cerf 1967; Tomo II: Le Héraut Livres I et II, Sources Chrétiennes N° 139, Paris, Éds. Du Cerf, 1968; Tomo III: Le Héraut Livre III, Sources Chrétiennes 143, Paris, Éds. Du Cerf, 1968; Tomo IV: Le Héraut Livre IV, Sources Chrétiennes 255, Paris, Éds. Du Cerf, 1978; Tomo V: Le Héraut Livre V, Sources Chrétiennes 331, Paris, Éds. Du Cerf, 1986. Versiones en español: Gertrudis de Helfta, Mensaje de la misericordia divina (El Heraldo del Amor Divino), Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1999; Los Ejercicios, Burgos, Monte Carmelo, 2003; El Mensajero de la Ternura Divina. Experiencia de una mística del siglo XIII. Tomo I (Libros 1-3) y Tomo II (Libros 4-5), Burgos, Monte Carmelo, 2013. En este trabajo cito según mi propia traducción del texto crítico latino, utilizando la siguiente nomenclatura: Legatus Divinae Pietatis: L. seguida de número romano para indicar el Libro, y de número arábigo para indicar sucesivamente capítulo y parágrafo (por ejemplo: L. II, 1.2.: Legatus libro II capítulo 1 parágrafo 1). Exertitia Spiritualia: Ex. seguido del número del ejercicio (por ejemplo Ex. III: Ejercicio III).
[7] Cfr. H. U. von BALTHASAR, Teología y Santidad. En: Ensayos Teológicos I Verbum Caro, Guadarrama, Madrid, 1964, 235-368
[8] Ibíd., 235
[9] Cfr. H. U. von BALTHASAR, Teresa de Lisieux, Historia de una misión, Barcelona, Herder, 1989, 15-23