Inicio » Content » GREGORIO MAGNO: "LIBRO SEGUNDO DE LOS DIÁLOGOS" (Capítulo IV-VII)

 VIDA Y MILAGROS DEL VENERABLE ABAD BENITO (*)

(480-547)
 
IV.1. En uno de los monasterios que Benito había construido en los alrededores, había un monje que durante la oración no podía quedarse en su lugar, sino que en cuanto los hermanos se inclinaban para entregarse a la oración, él salía afuera, y con la mente distraída se entretenía en cosas terrenas e intrascendentes. Habiendo sido advertido reiteradas veces por su abad, fue llevado al hombre de Dios quien a su vez lo reprendió duramente por su necedad. De regreso al monasterio, apenas si se acordó durante dos días de la amonestación del hombre de Dios; al tercero volvió a su antigua costumbre, y otra vez empezó a dar vueltas durante el tiempo de la oración.

2. El asunto fue comunicado al servidor de Dios, por el Padre que él había constituido para esta casa. Benito dijo: “Yo iré y lo corregiré personalmente”. El hombre de Dios llegó al monasterio, y a la hora fijada, concluida la salmodia, los hermanos se aplicaron a la oración. Entonces observó que un negrito arrastraba hacia fuera por el borde del vestido, a aquel monje que no podía permanecer en la oración. Benito, al ver esto les dijo secretamente al Padre del monasterio, de nombre Pompeyano, y al servidor de Dios Mauro: “¿No ven quién es el que arrastra hacia afuera a este monje?”. A lo que ellos respondieron: “No”. Les dijo: “Recemos, para que también ustedes vean a quién sigue este monje”. Después de haber orado durante dos días, el monje Mauro lo vio, pero Pompeyano, el Padre del monasterio, no pudo verlo.

3. Al día siguiente, terminada la oración, el hombre de Dios salió del oratorio, sorprendió al monje que estaba afuera, y para curar la ceguera de su corazón lo golpeó con una vara. A partir de aquel día, el monje ya no sufrió de ningún modo el engaño del negrito, sino que permaneció sin moverse durante la oración. Así, el antiguo enemigo ya no se atrevió a influir en su imaginación, como si él mismo hubiera recibido el azote.


V.1. De los monasterios que había construido en aquel paraje, tres se hallaban emplazados en lo alto de las rocas, y resultaba muy penoso a los hermanos bajar siempre al lago para sacar agua, sobre todo por el grave riesgo que corrían al bajar por la pendiente abrupta de la montaña. Entonces se reunieron los hermanos de los tres monasterios y acudieron al servidor de Dios Benito, diciendo: “Nos es muy penoso descender cada día al lago para sacar el agua. Por eso es preciso trasladar los monasterios a otro lugar”.

2. Benito los consoló bondadosamente y los despidió. Aquella misma noche, acompañado por el pequeño Plácido, a quien mencioné antes, subió a la cumbre de la montaña y rezó allí durante mucho tiempo. Concluida la oración, puso como señal en aquel lugar tres piedras, y sin decir nada a nadie, regresó al monasterio.

3. Al día siguiente los hermanos volvieron a él para recordarle la falta del agua. Benito les dijo: “Vayan y caven un poco sobre la roca en la que encuentren tres piedras superpuestas. Porque Dios omnipotente es capaz de hacer manar agua aún en la cima de esta montaña, para ahorrarles el cansancio de un camino tan penoso”. Ellos fueron y encontraron la roca que Benito les había indicado, ya exudando. Y al cavar un hoyo, al instante el agua brotó tan copiosamente, que aún en la actualidad corre en abundancia, deslizándose desde la cumbre hasta el pie de la montaña.


VI.1. En otra ocasión, un Godo pobre de espíritu se presentó para hacerse monje. El hombre del Señor, Benito, lo recibió con muchísimo gusto. Un día mandó que le dieran una herramienta parecida a una hoz, llamada falcastro, para que cortara las zarzas en un lugar destinado a un huerto. El lugar que el Godo debía limpiar, estaba situado directamente a la orilla del lago. Como el Godo cortara con todas sus fuerzas aquel matorral de zarzas, el hierro se desprendió del mango y cayó al lago, en aguas tan profundas que no había esperanza de recobrarlo.

2. Así, perdido el hierro, el Godo corrió tembloroso al monje Mauro, le contó el daño que había causado e hizo penitencia por su falta. De inmediato, el monje Mauro se encargó de informar al servidor de Dios Benito. Al oírlo, el hombre del Señor se encaminó al lugar, tomó el mango de manos del Godo y lo sumergió en el lago. Al punto, el hierro volvió de la profundidad del agua y se ajustó al mango. Benito devolvió en seguida la herramienta al Godo y le dijo: “¡Hela aquí! ¡Trabaja y no te entristezcas!” (cf. 2 R 6, 5ss).


VII.1. Un día, mientras el venerable Benito estaba en su celda, el mencionado niño Plácido, monje del hombre santo, salió a sacar agua del lago y al sumergir descuidadamente en el agua el recipiente que llevaba consigo, se cayó tras él. La corriente lo arrastró en seguida y lo llevó agua adentro, casi a un tiro de flecha de la orilla. El hombre de Dios, desde su celda, se dio cuenta al instante de lo ocurrido. De inmediato llamó a Mauro, diciéndole: “¡Corre, hermano Mauro! Porque el niño que fue a sacar agua, se cayó al lago y la corriente lo arrastra lejos”.

2. Pero ¡cosa admirable e insólita desde los tiempos del apóstol Pedro (cf. Mt 14,28s)! Después de pedir y recibir la bendición, Mauro se dirigió a toda prisa para cumplir la orden de su Padre. Y creyendo que caminaba por tierra firme, corrió sobre el agua hasta el lugar adonde la corriente había arrebatado al niño. Y agarrándolo por los cabellos, volvió también corriendo rápidamente. Apenas llegó a la orilla, vuelto en sí, miró hacia atrás y se dio cuenta de que había corrido sobre el agua y, admirado, se estremeció al ver como un hecho lo que nunca se hubiera atrevido a hacer.

 
3. Cuando estuvo ante el Padre, le contó lo sucedido. Pero el hombre venerable Benito atribuyó esto no a sus propios méritos, sino a la obediencia del discípulo. Mauro, al contrario, sostenía que ello se debía sólo al mandato del Padre y que él no tenía parte en aquel prodigio porque lo había hecho inconscientemente. Pero en esta amistosa discusión de mutua humildad intervino como árbitro el niño que había sido salvado, diciendo: “Cuando me sacaban del agua, veía sobre mi cabeza la melota del abad y observaba que era él quien me sacaba de las aguas”.

4. PEDRO: Realmente es impresionante lo que cuentas, y servirá de edificación para muchos. Por mi parte, cuanto más bebo de los milagros de este hombre tan bueno, más sed tengo.
 
 
Comentario del P. Adalbert de Vogüé, osb (**)
 
Benito realiza cuatro milagros: libera a un monje que estaba en manos del demonio, consigue que brote agua de una roca, hace subir del fondo del lago el hierro de una herramienta, hace caminar sobre las aguas a un discípulo obediente.
 
Los cuatro milagros que hemos resumido, señalan una especie de entreacto en la sucesión de las pruebas de Benito. Superior general de una pequeña congregación floreciente, el joven abad comienza a ejercer -como luego lo hará más ampliamente en Montecasino- sus dones de visionario y taumaturgo en beneficio de sus monjes. Este tranquilo despliegue de poderes maravillosos se realiza sin aparentes luchas. Lo que ahora muestra Gregorio ya no es al hombre que camina hacia la santidad sino al santo cabal, que puede igualarse a los grandes hombres de Dios de los dos Testamentos: como se dice al final del texto, el agua que brota de la roca es el milagro de Moisés, el hierro que emerge del fondo del lago es el de Eliseo, el caminar sobre las aguas, es el de san Pedro(1).
 
 
Notas:
 
(*) Traducción castellana publicada por Ediciones ECUAM, Florida (Pcia. de Buenos Aires), 2009.
(**) Tomado de: Cuadernos Monásticos 57 (1981) 149-150. Original en francés, publicado en: Ecoute, ns. 261 y 262. Tradujo: Madre Isabel Guiroy, osb. Monasterio Nuestra Señora del Paraná, Entre Ríos, Argentina.
(1) Cf. Nm 20, 7-11; 2 R 6, 5-7; Mt 14, 28-29.