VIDA Y MILAGROS DEL VENERABLE ABAD BENITO (*)
(480-547)
1. GREGORIO: Toda aquella región ardía ya a lo largo y a lo ancho en el amor del Señor Dios Jesucristo, y muchos abandonaron la vida del mundo, sometiendo la altivez de su corazón al yugo suave del Redentor (cf. Mt 11,30). Pero como es costumbre de los malos envidiar en los demás el bien de la virtud que ellos no se animan a desear, el presbítero de la iglesia vecina, llamado Florencio, y que era el abuelo de nuestro subdiácono Florencio, incitado por la malicia del antiguo enemigo, empezó a sentir celos del hombre santo, a difamar sus costumbres y a apartar de su trato a cuantos le era posible.
2. Mas al ver que ya no podía impedir sus progresos y que la fama de su vida seguía creciendo, y que además por el prestigio de su reputación muchos se sentían atraídos de continuo hacia una vida mejor, abrasado cada vez más por la llama de la envidia, empeoraba cada día, porque pretendía tener la fama de virtud de Benito, sin querer llevar su vida laudable.
Obcecado por las tinieblas de la envidia, llegó al punto de enviar al servidor del Señor omnipotente un pan envenenado como si fuera pan bendito. El hombre de Dios lo aceptó con acción de gracias, aunque no se le ocultó el mal escondido en el pan.
3. A la hora de la comida solía llegar un cuervo de la selva vecina, para recibir el pan de su mano. Cuando el cuervo llegó como de costumbre, el hombre de Dios le echó el pan que el presbítero le había enviado, y le ordenó: “En el nombre del Señor Jesucristo, toma este pan y arrójalo a un lugar donde nadie pueda encontrarlo”. Entonces el cuervo, abriendo el pico y extendiendo las alas, empezó a revolotear y a graznar alrededor del pan, como si dijera a las claras que sí quería obedecer, pero no podía cumplir lo mandado. Mas el hombre de Dios le ordenaba una y otra vez: “Llévalo, llévalo tranquilo, y arrójalo donde nadie pueda encontrarlo”. Tras larga vacilación, al fin el cuervo lo agarró con el pico, lo levantó y desapareció. Transcurrido un intervalo de tres horas, y después de haber arrojado el pan, volvió y recibió de manos del hombre de Dios la ración acostumbrada (cf. 1 R 17,4 ss.).
4. El venerable Padre, al ver que el ánimo del sacerdote se enardecía contra su vida, se apenó más por él que por sí mismo. Por su parte el mencionado Florencio, ya que no pudo matar el cuerpo del maestro, se encendió en deseos de perder las almas de sus discípulos. Así, en el huerto del monasterio en el que estaba Benito, introdujo ante sus ojos siete muchachas desnudas, que trabándose las manos unas con otras, danzaron durante mucho tiempo delante de ellos, con la intención de inflamar sus almas en la perversidad de la lascivia.
5. El hombre santo, al verlo desde su celda, temió por la caída de sus discípulos más débiles, y comprendiendo que él era la única causa de esa persecución, cedió ante la envidia. Estableció prepósitos y grupos de hermanos en todos los monasterios que había construido, luego él cambió de residencia llevando consigo unos pocos monjes.
6. Mas en cuanto el hombre de Dios se apartó humildemente del odio de Florencio, Dios omnipotente hirió a éste de un modo terrible. En efecto, cuando el mencionado presbítero, al haberse enterado de la partida de Benito se regocijaba desde la terraza, ésta se derrumbó mientras que el resto de la casa permanecía intacto. Y así el enemigo de Benito murió aplastado.
7. Mauro, el discípulo del hombre de Dios, estimó que debía anunciárselo al instante al venerable Padre Benito que apenas se había alejado diez millas de aquel lugar, y le dijo: “Vuelve, porque el presbítero que te perseguía ha muerto”. Al oír esto, el hombre de Dios Benito prorrumpió en fuertes sollozos, tanto porque había muerto su adversario, como porque el discípulo se alegraba por la muerte del enemigo. Por este motivo impuso al discípulo una penitencia, puesto que, al comunicarle tal noticia, se había atrevido a alegrarse por la muerte del enemigo.
8. PEDRO: Lo que cuentas es admirable y totalmente asombroso. Pues el agua que manó de la piedra, recuerda a Moisés (cf. Nm 20,7 ss.), el hierro que volvió desde lo profundo del agua, a Eliseo (cf. 2 R 6,5 ss.), el caminar sobre las aguas, a Pedro (cf. Mt 14, 28s), la obediencia del cuervo, a Elías (cf. 1 R 17,4 ss.), y el llanto por la muerte del enemigo, a David (cf. 2 S 1,11-12). Por lo que veo, este hombre estuvo lleno del espíritu de todos los justos10.
9. GREGORIO: Pedro, el hombre del Señor Benito tuvo el espíritu del Único que por la gracia de la redención cumplida llenó los corazones de todos los elegidos. Es Él de quien Juan dice: Era la luz verdadera que al venir a este mundo ilumina a todo hombre (Jn 1,9), y también: De su plenitud todos nosotros hemos recibido (Jn 1,16). Porque los santos obtuvieron de Dios el poder de obrar milagros, pero no el de transmitirlo a los demás. En cambio, el que prometió dar a sus enemigos la señal de Jonás pudo conceder a sus fieles estas señales milagrosas (cf. Mt 12,39; 16,4). En efecto, se dignó morir delante de los soberbios, pero resucitó delante de los humildes, de modo que los unos vieron en Él un ser despreciable, y los otros al objeto de su amor y veneración (cf. Jn 19,37; Za 12,10). En virtud de este misterio se sigue que mientras los soberbios ven el aspecto ignominioso de la muerte, los humildes reciben la gloria de un poder sobre ella (cf. Lc 1,50 ss.).
Comentario del P. Adalbert de Vogüé, osb (**)
El episodio que vamos a comentar es, por un lado, el broche de oro de esta serie de prodigios bíblicos: el cuervo obediente recuerda a Elías, mientras que la caridad de Benito con respecto a su enemigo evoca a David(1). Pero, por otra parte, Gregorio retoma aquí el hilo de los relatos de tentación. De nuevo Benito se encontrará en una situación dramática, donde tendrá que probar su virtud.
Este cuarto ciclo de pruebas se asemeja extrañamente al precedente(2). El acontecimiento que constituye la prueba es el mismo: una tentativa de envenenamiento. Aunque la reacción virtuosa de Benito no está presentada de la misma manera, como ya veremos, la tentación es idéntica en lo esencial: la de un hombre enfrentado con el odio de sus adversarios que quieren quitarle la vida. La turbación, la cólera, la venganza, el hecho de devolver odio, todo eso que es tan natural que se agite en un caso semejante, sale de la misma zona del alma. Hoy quizás hablaríamos de agresividad. Los antiguos lo llamaban el irascible.
Vemos entonces al “irascible” de Benito probado por segunda vez. En este punto, conviene echar una mirada retrospectiva y abarcar el conjunto de las cuatro tentaciones. La primera, como recordaremos era de vanagloria; la segunda de lujuria; la tercera, que se repite aquí, de violencia defensiva. Esta tríada adquiere todo su sentido si recordamos que los antiguos dividían al alma humana en tres regiones principales: en la cima, la parte racional; debajo, los dos apetitos sensibles, el “concupiscible” -que es el centro de los deseos como el de comer o el de procrear- y el “irascible”, del que acabamos de hablar. La primera tentación que sufre Benito, la vanagloria, ataca a la parte racional, mientras que la lujuria depende del “concupiscible” y la violencia del “irascible”.
Por lo tanto Gregorio, en esta serie de tentaciones atravesadas Por Benito, pasa revista a los tres grandes sectores del psiquismo y a los tres capítulos principales de la vida ascética. El santo es probado metódicamente en todos los puntos claves de su ser moral. Sufre, como Cristo, una triple tentación. Y como Cristo también, si podemos decir así, lleva a cabo una justicia total.
El total dominio de las pulsiones más profundas del alma humana: he aquí entonces, aparentemente lo que esta sucesión de pruebas pretende manifestar. Pero ¿por qué insistir tanto en la última tentación, la del irascible? Al repetirla. Gregorio no solamente quiere subrayar su importancia, sino que también tiene necesidad de esta repetición para poner en evidencia sus dos facetas distintas.
Efectivamente, como ya lo hemos dicho. Benito no reacciona exactamente igual en los dos casos. Cuando descubre que sus monjes lo quieren matar, inmediatamente sale a la luz su calma inalterable: “rostro apacible, espíritu tranquilo”. En cuanto a los asesinos, se comporta con ellos con una asombrosa mansedumbre, pero los deja sin Preocuparse aparentemente por su suerte. En este asunto. los únicos rasgos que le interesan a Gregorio son la ausencia de turbación, la perfecta Posesión de sí, la voluntad de “habitar consigo”. Estos rasgos son puramente ascéticos y se refieren solamente al sujeto que los presenta; el prójimo sólo interviene para hacerlos aparecer, por medio de su impotente malicia.
Por el contrario, cuando Benito se da cuenta del atentado del sacerdote, su reacción íntima en el momento del descubrimiento no está anotada. El episodio del cuervo, relatado por Gregorio con una sonrisa, da a entender que esta reacción fue absolutamente apacible. Pero esto no es lo que le importa al biógrafo. Lo que quiere mostrar esta vez es la caridad de Benito. Ya no le interesa la no-violencia, la ausencia de turbación ni el impecable control de las emociones, sino la bondad que se Preocupa por el otro, la piedad por el asesino, víctima de su crimen: “dolióse más del sacerdote que de sí mismo”. Es una segunda victoria sobre el irascible, complementaria de la anterior y que va más lejos. Cuando se es el blanco del odio, es hermoso no odiar, pero mucho más hermoso todavía es amar.
En dos oportunidades. en la continuación del relato, se manifiesta esta orientación positiva hacia el otro. Al principio, de una manera discreta, en las motivaciones de la partida. Benito, igual que luego del primer atentado, se retira ante la persecución; pero en lugar de hacerlo solamente para poner su paz a buen recaudo, esta vez es movido por la preocupación de las almas que le han sido confiadas: decide desarmar al mal sacerdote desapareciendo, porque teme, por sus discípulos, las maniobras corruptoras de este último.
Pero esta señal de humilde caridad es poca cosa al lado del dolor que estalla cuando Benito se entera de la muerte de Florencio y de la alegría de Mauro. Reaparece aquí el amor al enemigo con toda su fuerza. Esta respuesta del bien al mal, del amor al odio, subrayada por la comparación con David, es la cumbre de la ascensión moral que Gregorio hace llevar a cabo a su héroe. Luego de esta purificación suprema, ya no queda más que cerrar la era de las pruebas y abandonar Subiaco.
Por lo tanto. Gregorio ha desdoblado la tentación del irascible para analizarla a fondo. Nos encontramos aquí con un procedimiento de exposición que ya habíamos visto antes. Benito, como recordaremos, vivió dos períodos solitarios: el primero de absoluta renuncia ascética y el segundo iluminado de claridades contemplativas. El abadiato frustrado actuaba de separación entre los dos. Ahora, como vemos, Gregorio trata el tema de una manera análoga, presentando sucesivamente los aspectos ascético(3) y caritativo de la lucha contra el irascible. Y, como vimos más arriba, los separa con un entreacto que consiste en la serie de los cuatro milagros.
Para concluir esta retrospectiva, observemos que las dos tentaciones del irascible se articulan una con la otra, exactamente como los ciclos de la prueba anterior. Los cuatro milagros intermediarios hacen sin duda que esta conexión sea menos aparente; pero no por eso es menos real. La victoria sobre la turbación y la cólera se resuelve, como recordaremos. en un afluir de vocaciones y en la fundación de doce monasterios. Ahora es precisamente este éxito lo que le hace sombra al sacerdote Florencio y provoca nuevas amenazas contra Benito. Al llevar como de costumbre, a una irradiación sobre los hombres, este primer triunfo sobre el irascible ha engendrado la ocasión del segundo.
Tentación, victoria, irradiación: el ciclo habitual se repite aquí Por cuarta vez. Pero con una variante, o más bien con una aparente laguna. No se habla, al final de nuestro relato, de una nueva irradiación. Benito se aleja humildemente, en puntas de pie, sin sacar ninguna ventaja visible de su victoria moral. Solamente en la continuación del texto veremos los resultados positivos de este repliegue que tiene la apariencia de una derrota. La purificación del Monte Casino, la abolición de los cultos idolátricos, la conversión de la gente de los alrededores en medio de un desencadenamiento de violencias demoníacas, serán los frutos a distancia, de una especie totalmente nueva, del último triunfo de Benito sobre sus pasiones.
* * *
Después de haber desentrañado el sentido general del episodio, podemos detenernos en algunos detalles. En primer lugar, la conducta escandalosa del sacerdote. Después de la de los monjes que querían matar a su abad, no hay en ella nada que pueda sorprendernos. Los primeros envenenaron el vino de Benito, y este miserable envenena su pan. El santo varón parece tener el don de exasperar las pasiones hasta el crimen.
Aquí la pasión se llama envidia. Tanto a los ojos de Gregorio, como de muchos de los Padres, ésta es el mal propiamente diabólico que suscitó la tentación de la serpiente en el Paraíso y fue la causa de la caída de nuestros primeros padres(4). Cualquiera que se deje llevar por ella, se convierte en sujeto del diablo(5). Florencio se asemeja en particular al desgraciado Saúl, celoso de David(6), mientras que Benito, por su magnánima caridad, aparecerá semejante a este último.
La envidia del sacerdote tiene como objeto el valor y la influencia espirituales de Benito, maestro de la vida perfecta. Por eso, cuando fracasa en su tentativa de asesinato, se ensaña bastante naturalmente con la virtud de los discípulos del santo, tratando de destruir esa vida casta de la cual está celoso. Algunos, con bastante verosimilitud, han visto en la danza de las siete muchachas desnudas ciertos ritos mágicos de fecundidad practicados en la Antigüedad pagana y por numerosas poblaciones rurales a través de las épocas. La enormidad del escándalo quedaría así atenuada: aparte de la mala intención del sacerdote, las muchachas no habrían hecho más que conformarse a las costumbres recibidas.
El cuervo inteligente, servicial, obediente, es el único animal de esta especie que aparece en la Vida de Benito: pero se encuentran varios que se le parecen en los otros Libros de los Diálogos. Dos siglos antes, Jerónimo y Sulpicio Severo ya habían popularizado ese tipo de milagro, que se remonta hasta la Vida de Antonio, es decir, a los mismos orígenes de la literatura monástica. Franciscanos por anticipado, estas maravillas de animales que obedecen a los santos tienen un significado profundo. Simbolizan el retorno al Paraíso, la armonía restablecida entre las creaturas y el hombre, habiendo recuperado este último la posesión de sí mismo y la gracia de Dios.
El cuervo aquí hace pensar un poco en Noé, pero sobre todo en Elías(7), tal como el narrador se preocupará por hacer notar. Porque al mismo tiempo que somete a Benito a una última prueba, Gregorio prosigue, como ya hemos dicho, con su galería de cuadros de los dos Testamentos. La otra escena maravillosa que completará a ésta, es el duelo de Benito por su perseguidor, reflejo de David llorando a Saúl.
Esta grandeza de alma de Benito está subrayada por un detalle que merece ser puesto de relieve para terminar: así como Florencio “se alegró” de su partida, Mauro, a su vez, “se alegra” por la desaparición de su enemigo. Entre estas dos alegrías antagonistas, por y contra él, el varón de Dios aparece como un justo que domina el tumulto del que es objeto. Las pasiones humanas desencadenadas a propósito de él no lo alcanzan, e incluso no soporta que uno de los suyos se deje llevar por ellas. David había castigado al joven amalecita que le anunciaba la muerte de Saúl como una buena noticia. Asimismo Benito impone una penitencia al discípulo que se atrevió, al enviarle semejante mensaje, a alegrarse de la muerte de un enemigo.
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Esta magnanimidad que recuerda a David, es el último de los cinco milagros imitados de la Biblia que Gregorio -o más bien el diácono Pedro- recapitula con admiración al final del texto. Pero ¿se trata realmente de un milagro? Mas bien es una maravilla moral, de orden puramente espiritual. La repentina muerte de Florencio aparece como un castigo del cielo, una manifestación fulminante de la justicia divina. Este milagro, si puede llamárselo así, es el único que se produce. En cuanto a la reacción de Benito, no es más que un rasgo de sublime virtud, en el que ciertamente se manifiesta el Espíritu de Dios pero sin trastornar el mundo físico.
Por lo tanto, la última de estas cinco escenas tomadas de modelos bíblicos, que pone punto final a toda la gesta de Subiaco, es un prodigio moral y no un milagro propiamente dicho. Gregorio aplica así a la Vida de Benito, un procedimiento de composición que ya ha usado dos veces en el Libro anterior: completar una serie de milagros físicos con una simple maravilla de orden espiritual(8). Semejante procedimiento dice mucho acerca del objetivo de este compendio de milagros que son los Diálogos. Como lo hace notar insistentemente Gregorio en muchas oportunidades(9), los actos de paciencia y de humildad heroicos, llevan ventaja sobre todos los milagros incluso el de la resurrección de un muerto. El milagro no es más que un signo de la virtud. La verdadera grandeza está adentro. Lo que ay que buscar no son los “signos” sino la “vida”.
En otra parte, Gregorio exalta de este modo la paciencia y la humildad sobre todo poder milagroso. Aquí lo hace también con la humildad(10), pero sobre todo con la caridad, en su forma sublime de amor a los enemigos. Ninguna nota de esta partitura era tan apta como ésta para llevar el calderón al terminar esta primera parte de la vida de Benito. La caridad de Benito, expresamente ilustrada con el ejemplo de David, hace pensar también en Esteban y Cristo moribundos. El eco de su oración por los perseguidores, le da toda su grandeza a este triunfo de la reina de las virtudes.
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Por otro atajo, y en la forma más explícita, la meditación final de Gregorio culmina. también en Cristo. Debemos subrayar muy fuertemente este hecho, tanto más cuanto que este hermoso pedazo sobre el Redentor se cita muy raramente. Así como la frase anterior Benito “lleno del espíritu de todos los justos” se hizo célebre, nos olvidamos de la gran conclusión cristológica cuya introducción es la única misión de la primera. Todos los milagros de los dos Testamentos y los de Benito que los reproducen, están aquí relacionados con Cristo muerto y resucitado, humilde y glorioso, su única fuente(11).
Esta página ferviente, por donde pasa toda la fe y el amor de Gregorio por Cristo. corona una composición muy estudiada y que merece ser considerada con cuidado. Los cinco personajes bíblicos que antes hemos enumerado, están ubicados en un orden notable. En el centro, el Apóstol Pedro, única figura del Nuevo Testamento. Antes y después de él, los santos del Antiguo Testamento que se corresponden de a dos: Eliseo forma pareja con Elías, Moisés con David. En el texto, los dos profetas son los vecinos inmediatos de Pedro y también son los más cercanos a él en la historia. Más allá, el mediador de la antigua Ley y el rey salmista, más alejados de Pedro en el texto, están a mayor distancia de él también en el tiempo. Si marcamos con flechas las secuencias cronológicas, obtenemos el siguiente esquema(12):
Moisés → Eliseo → Pedro ← Elías ← David
Para el que conoce Roma, este ordenamiento recuerda inmediatamente ciertos mosaicos absidales, particularmente el de la basílica de los santos Cosme y Damián, en el Forum, que data del pontificado de Félix IV (525-529), es decir, de los mismos años en que Benito terminaba su estadía en Subiaco. Allí Cristo está en el centro rodeado por los Apóstoles Pedro y Pablo y de los mártires Cosme y Damián(13):
Damián ← Pablo ← Cristo → Pedro → Cosme
Aparte del sentido de nuestras flechas, la disposición es la misma. Si Cristo, en los Diálogos, está ubicado en otro lugar -después de los cinco varones de Dios de acuerdo al orden del texto(14), y por encima de ellos en majestad, de acuerdo al pensamiento expresado- es porque esta posición exterior y sublime corresponde al hecho de que el mosaico coloca a Cristo muy por encima de los otros personajes, sobre un pedestal de nubes, con una corona que desciende del cielo sobre su cabeza, que le alcanza la mano del Padre.
¿Pensaría Gregorio en un modelo de este estilo cuando componía su cuadro? En todo caso, la analogía es tanto más notable cuanto que esa recapitulación de los cinco milagros corresponde exactamente al orden de los relatos. Por lo tanto, el autor de los Diálogos debió pensar en disponerlos según esta figura, antes de redactar su obra. Si pensamos que intervienen otros principios de clasificación en su ordenamiento(15), nos quedamos sorprendidos frente a la habilidad que despliega Gregorio en ese trabajo de composición.
Pero este grupo de los cinco taumaturgos bíblicos, tan bien ordenado, no es más que un motivo ornamental de la gloria de Benito y de Cristo. Completemos entonces nuestro esquema, haciéndolos figurar:
Cristo
↓
Moisés → Eliseo → Pedro ← Elías ← David
↓
Benito
Recordamos que nuestras flechas marcan simplemente las relaciones temporales. En cuanto a las relaciones de influencia, Cristo ejerce la suya sobre cada uno de los cinco personajes y Benito, a su vez, recibe de El directamente la gracia multiforme que lo hace el sucesor de todos. Incomparable grandeza del santo de Subiaco, síntesis de las más altas figuras de la Escritura, y único agente de las maravillas sembradas por Dios en el curso de los siglos de la historia de la salvación. Pero esta grandeza depende íntegramente de su inmediata unión con Cristo, cuyo Espíritu posee.
La primera parte de la Vida de Benito se termina entonces con una especie de apoteosis, que no es tanto la del mismo santo como la del Señor de la gloria de quien lo ha recibido todo. Cristo viene magníficamente, al término de la juventud de Benito, como para realizar una especie de coronamiento anticipado de su propia obra. Como el gloria que sigue a cada salmo, como la doxología que concluye cada colecta, un himno a la “Luz que ilumina a todo hombre” finaliza la gesta de Subiaco.
Efectivamente, aquí hemos llegado realmente a un final. Todo nos lo advierte. En el transcurso de este último episodio, Gregorio ha multiplicado los ecos de los primeros capítulos. El mal sacerdote que envenena a Benito nos hace pensar en el buen sacerdote que un día de Pascua lo convidó; el buen cuervo nos recuerda al mirlo diabólico; la danza de las siete muchachas evoca la tentación de lujuria en la gruta; el segundo envenenamiento renueva el primero. De modo que, más allá del grupo de los cuatro milagros(16), reaparecen para concluir muchos hilos de los primeros relatos. Como para completar esta inclusión, la humildad de Benito frente a su perseguidor nos retrotrae a aquella que lo había impulsado a desierto para huir e sus admiradores.
Pero una vez más, no se trata tanto de Benito como de Cristo. Para concluir nosotros mismos con una mirada sobre este último, observemos cómo Gregorio ha preparado su venida en esta conclusión, por medio de los excursus de los capítulos anteriores. El primer excursus, como recordaremos, comparaba a Benito con los levitas. El segundo lo aproximaba a los Apóstoles Pedro y Pablo. El tercero, que es el que encontramos aquí, lo asocia a diversos santos de la Escritura sólo para ponerlo frente a Cristo en persona. De este modo, de los misterios de la Antigua Alianza, hemos pasado a los Apóstoles de la Nueva y finalmente al Verbo Hecho carne, Señor de la historia. Gregorio, en su calidad e Obispo, sabe cómo se organiza una liturgia de la palabra. A semejanza de estas celebraciones, su Vida de Benito está íntegramente construida de manera de glorificar a Cristo.
Notas:
(*) Traducción castellana publicada por Ediciones ECUAM, Florida (Pcia. de Buenos Aires), 2009.
(**) Tomado de: Cuadernos Monásticos 57 (1981) 149-158. Original en francés, publicado en: Ecoute, ns. 261 y 262.
(1) Cf. 1 R 17,4-6; 2 S 1,11-12.
(2) Quizás para hacer justamente menos sensible esta repetición, Gregorio ubica una serie de milagros entre los dos ciclos.
(3) Este conduce a la contemplación de la segunda soledad, que alternativamente preparan la primera soledad y la primera victoria sobre el irascible. Aquí existe una interferencia del esquema acción-contemplación y del esquema antropológico (racional, concupiscible, irascible).
(4) Cf. Sb 2,24-25. Más arriba (Dial. II, 1,5) ya aparece la envidia del diablo en su primera manifestación, cuando envidia (inuidens) la caridad de Román y la refección de Benito.
(5) Past. 3,10; Mor. 5,84-86.
(6) Mor. 5,84.
(7) Y no en Eliseo, como hemos escrito por error en la nota de Dial. II,8,3 (Sources Chrétinnes [=SCh] 260, p. 162).
(8) Noticias sobre Libertino y Constancio (Dial. I,2 y 5).
(9) Dial. I,2,8; 5,3; 12,46. Cf. t. I (SCh 251), pp. 86-87.
(10) Dial. II,8,6 (“humildemente”) y 9 (“humildes” bis).
(11) Cf. Com. a los Reyes, IV,61: de la plenitud de Cristo fluyen las virtudes particulares de Moisés, Abraham, José, Job, Finés. Allí también Gregorio alinea cinco figuras, pero todas del Antiguo Testamento.
(12) Esta composición centrada en un solo personaje del Nuevo Testamento, con dos personajes del Antiguo Testamento a cada lado, nos hace pensar en el hecho siguiente: para designar a Florencio, Gregorio emplea dos veces presbyter (1 y 3), luego una vez sacerdos (4), y luego nuevamente dos veces presbyter (6-7).
(13) Además, en el extremo izquierdo está el papa Félix y en el extremo derecho el mártir Teodoro.
(14) Lo cual lo ubica como vecino de David, cuya “virtud” totalmente espiritual, evangélica por anticipado, es de algún modo la más cristiana.
(15) Monasterios periféricos (II,4-5) y monasterio central (II,6-7); alternancia de los compañeros: Mauro (4), plácido (5), Mauro (6), Plácido y Mauro (7).
(16) Este grupo forma el panel central de un tríptico cuyas dos hojas se corresponden, a semejanza de la composición centrada que acabamos de analizar. Por otra parte, los tres primeros Libros de los Diálogos forman un tríptico análogo.