VIDA Y MILAGROS DEL VENERABLE ABAD BENITO (*)
(480-547)
XV.3. El obispo de la Iglesia de Canosa solía visitar al servidor del Señor, y el hombre de Dios sentía hacia él un afecto especial debido a su vida virtuosa. Durante una conversación acerca de la entrada del rey Totila en Roma y de la devastación de la ciudad, el obispo dijo: “Este rey va a destruir la ciudad de manera tal, que en adelante no podrá ya ser habitada”. A lo que el hombre de Dios respondió: “Roma no será exterminada por los bárbaros, sino que se consumirá en sí misma devastada por tempestades, huracanes, ciclones y terremotos”. Los misterios de esta profecía son ya para nosotros más patentes que la luz, pues en esta ciudad vemos las murallas demolidas, las casas derribadas, y las iglesias destruidas por los tornados, y tenemos ante la vista cómo sus edificios, desgastados por una larga vejez, se están convirtiendo en montones de escombros.
4. Su discípulo Honorato, por cuya relación me enteré de estos sucesos, asegura que él nunca los escuchó de la boca de Benito, pero atestigua que los hermanos los han contado.
XVI.1. También por ese mismo tiempo, un clérigo de la Iglesia de Aquino se veía atormentado por el demonio. El venerable Constancio, obispo de su Iglesia, lo había enviado a muchos santuarios de mártires con el fin de obtener su curación. Pero los santos mártires de Dios no quisieron concederle el don de la salud, para poner de manifiesto en qué medida Benito se hallaba favorecido por la gracia. Entonces, fue conducido a la presencia de Benito, el servidor de Dios omnipotente, quien elevó sus plegarias al Señor Jesucristo y al instante expulsó al antiguo enemigo del hombre poseso. Y después de curarlo, le ordenó: “Vete, y en adelante no comas carne, y nunca te atrevas a recibir ningún orden sagrado. El día en que pretendas profanar algún orden sagrado, inmediatamente pasarás a ser de nuevo propiedad del diablo”.
2. Después de haber recobrado la salud, el clérigo se fue, y como un castigo reciente suele atemorizar al espíritu, observó por un tiempo lo que el hombre de Dios le había mandado. Pero cuando transcurridos muchos años, habían muerto todos los que le habían precedido, viendo que otros menores que él lo aventajaban en las sagradas órdenes, desatendió las palabras del hombre de Dios, haciéndose como olvidadizo en razón del largo tiempo transcurrido, y accedió a un orden sagrado. De inmediato el diablo que lo había dejado tomó posesión de él, y no cesó de atormentarlo hasta quitarle la vida.
3. PEDRO: Según puedo ver, este hombre penetró incluso los secretos de la Divinidad, ya que llegó a saber que este clérigo había sido entregado al diablo para que no se atreviera a recibir ningún orden sagrado.
GREGORIO: ¿Cómo no iba a conocer los secretos de la Divinidad quien de ella observaba los preceptos, cuando está escrito: El que se une al Señor, se hace un solo espíritu con Él (1 Co 6,17)?
4. PEDRO: Si el que se une al Señor forma con Él un solo espíritu, ¿por qué razón el mismo egregio predicador dice en otra oportunidad: ¿Quién penetró en el pensamiento del Señor, o quién fue su consejero? (Rm 11,34)? Parece ser realmente una inconsecuencia que quien ha sido hecho un mismo espíritu con otro, ignore su pensamiento.
5. GREGORIO: Los santos, en cuanto son una misma cosa con el Señor, no ignoran el pensamiento del Señor. Porque el mismo Apóstol dice también: ¿Quién puede conocer lo más íntimo del hombre, sino el espíritu del mismo hombre? De la misma manera, nadie conoce los secretos de Dios, sino el Espíritu de Dios (1 Co 2,11). Y para demostrar que conocía las cosas referentes a Dios, agregó: Nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que viene de Dios (1 Co 2,12). Dice también: Lo que nadie vio ni oyó y ni siquiera pudo pensar, aquello que Dios preparó para los que lo aman, nos lo reveló por medio del Espíritu (1 Co 2, 9-10).
6. PEDRO: Entonces, si las cosas que son de Dios le fueron reveladas al mismo Apóstol por el Espíritu de Dios, ¿por qué, antes del texto que cité hace unos momentos (cf. Rm 11,34), él dijo: ¡Qué profunda y llena de riqueza es la sabiduría y la ciencia de Dios! ¡Qué insondables son sus designios y qué incomprensibles sus caminos! (Rm 11,33)? Al decir esto, se me ofrece ahora una nueva dificultad. Porque el profeta David, hablando con el Señor, le dice: Yo proclamo con mis labios todos los juicios de tu boca (Sal 119 [118],13). Y puesto que el conocer es menos que el pronunciar, ¿por qué afirma Pablo que los juicios de Dios son incomprensibles, cuando David atestigua que no sólo conoce todo esto, sino que también lo ha pronunciado con sus labios?
7. GREGORIO: A ambas dificultades te respondí ya brevemente, al decir que los santos, en cuanto están unidos al Señor, no ignoran el pensamiento del Señor. Porque todos los que siguen devotamente al Señor, por cierto están junto a Dios por su devoción, mas como todavía se hallan abrumados por el peso de la carne corruptible, aún no están junto a Dios. Por eso, conocen los juicios ocultos de Dios en cuanto le están unidos, pero los ignoran en cuanto están separados de Él. Así, porque no penetran todavía perfectamente sus secretos, atestiguan que sus juicios son incomprensibles. Mas cuando le están unidos en el espíritu y en esa unión reciben, por las palabras de la Sagrada Escritura o por revelaciones secretas, algún conocimiento, entonces lo comprenden y lo anuncian. En consecuencia, ignoran lo que Dios calla y saben lo que Dios les comunica.
8. Por eso el profeta David, después de haber dicho: Yo proclamo con mis labios todos los juicios, en seguida agregó: de tu boca (Sal 119 [118],13), como si dijera abiertamente: “Pude conocer y pronunciar aquellos juicios, puesto que sé que Tú los pronunciaste. Porque lo que Tú mismo no dices, sin duda lo estás escondiendo a nuestro conocimiento”. Están de acuerdo, entonces, las sentencias del Profeta y del Apóstol. Porque los juicios de Dios son incomprensibles, y sin embargo, lo que haya sido proferido por su boca, es anunciado por labios humanos. Así, lo revelado por Dios puede ser conocido por los hombres, pero lo que Él ha ocultado, no puede serlo.
9. PEDRO: Con la objeción de mi insignificante pregunta ha quedado aclarada la verdad de tu razonamiento. Te ruego, pues, que continúes hablando de los milagros de este hombre, si aún hay otros.
XVII.1. GREGORIO: Cierto hombre noble, llamado Teoprobo, que había sido convertido por las exhortaciones del Padre Benito, gozaba por su vida virtuosa de plena confianza y familiaridad con él. Un día que entró en la celda de Benito, lo encontró llorando amargamente. Esperó un largo rato y al ver que sus lágrimas no cesaban y que el hombre de Dios no lloraba como habitualmente lo hacía al rezar, sino con aflicción, le preguntó cuál era el motivo de dolor tan grande. El hombre de Dios le contestó en seguida: “Todo este monasterio que he construido y todo lo que he preparado para los hermanos, va a ser entregado a los bárbaros por disposición de Dios omnipotente. Apenas si he podido conseguir que se me conservaran las vidas de los monjes de este lugar”.
2. Esta profecía que entonces oyó Teoprobo, nosotros la vemos cumplida, por cuanto sabemos que su monasterio ha sido destruido hace poco por los Longobardos.
En efecto, no hace mucho tiempo, durante la noche, mientras los hermanos descansaban, los Longobardos entraron allí y saquearon todo, pero no pudieron apresar ni a un solo hombre. Así Dios omnipotente cumplió lo que había prometido a su fiel servidor Benito: aunque entregara los bienes materiales a los bárbaros, salvaría las vidas de los monjes. En esto veo que Benito tuvo la misma suerte que Pablo, cuya nave perdió todos sus bienes, pero él recibió como consuelo la vida de cuantos lo acompañaban (cf. Hch 27,22 ss.).
XVIII.1. En otra ocasión, nuestro Exhilarato, a quien conoces desde su conversión, había sido enviado por su señor al hombre de Dios, con el fin de llevar al monasterio dos recipientes de madera llenos de vino, que vulgarmente llamamos barriles. Él entregó sólo uno, después de haber escondido el otro mientras iba de camino. Pero el hombre de Dios, a quien no podía ocultarse lo que se hacía en su ausencia, lo recibió dando las gracias, y al retirarse el joven, le advirtió diciendo: “Cuidado, hijo, con el barril que escondiste: no bebas de él, sino inclínalo con precaución y verás lo que contiene”.
Muy avergonzado, el muchacho se alejó del hombre de Dios. Y de regreso, quiso cerciorarse acerca de lo que había oído. Cuando inclinó el barrilito, salió de inmediato una serpiente. Entonces el joven Exhilarato, a vista de lo que encontró en el vino, se horrorizó por el mal que había cometido.
XIX.1. No lejos del monasterio había una aldea, en la que una buena cantidad de habitantes se había convertido del culto de los ídolos a la verdadera fe, gracias a la predicación de Benito.
Vivían allí también unas mujeres religiosas, y el servidor de Dios Benito procuraba enviarles con frecuencia a alguno de los hermanos para exhortarlas en provecho de sus almas. Un día, como de costumbre, mandó a uno de los monjes. Pero el que había sido enviado, después de su exhortación, aceptó a instancias de las religiosas unos pañuelos y los escondió bajo el hábito.
2. En cuanto hubo regresado, el hombre de Dios empezó a increparlo con la más viva amargura, diciéndole: “¿Cómo ha entrado la iniquidad en tu corazón?”. Él se quedó asombrado, porque olvidado de lo que había hecho, ignoraba por qué se lo reprendía. Benito le dijo: “¿Acaso no estaba yo allí presente, cuando recibiste de las siervas de Dios los pañuelos y los escondiste en tu seno?” (cf. 2 R 5,26). Él, echándose en seguida a sus pies, se arrepintió de haber actuado tan neciamente, y arrojó lejos de sí los pañuelos que tenía escondidos.
Comentario del P. Adalbert de Vogüé, osb (**)
Con estos cinco relatos se cierra el primer grupo de milagros de profecías, que había comenzado con las cuatro narraciones precedentes. En conjunto, estos nueve prodigios forman un todo bien dispuesto, con cuatro pares de hechos que se corresponden de una parte y de la otra con un relato único, ubicado en el centro de la composición: el de la profecía de Roma. Después de dos capítulos de conocimiento a distancia (12-13), se encuentran dos relatos concernientes a Totila (14 y 15,1-2). Y aunque éste aparezca en el episodio siguiente (15,3), el de la predicción sobre Roma permanece, en cierto modo, aislado. La continuación presenta dos predicciones (167-17) y de nuevo dos episodios de conocimiento a distancia (18-19), que se parecen mucho a aquellos del comienzo.
(continuará)
Notas:
(*) Traducción castellana publicada por Ediciones ECUAM, Florida (Pcia. de Buenos Aires), 2009.
(**) Trad. de: Grégoire le Grand. Vie de saint Benoît (Dialogues, Livre Second), Abbaye de Bellefontaine, Bégrolles-en-Mauges, 1982, p. 116 (Vie monastique, 14).