Inicio » Content » GREGORIO MAGNO: "LIBRO SEGUNDO DE LOS DIÁLOGOS" (Capítulos XVI-XVII)
 
VIDA Y MILAGROS DEL VENERABLE ABAD BENITO (*)
(480-547)
 
 
XVI.1. También por ese mismo tiempo, un clérigo de la Iglesia de Aquino se veía atormentado por el demonio. El venerable Constancio, obispo de su Iglesia, lo había enviado a muchos santuarios de mártires con el fin de obtener su curación. Pero los santos mártires de Dios no quisieron concederle el don de la salud, para poner de manifiesto en qué medida Benito se hallaba favorecido por la gracia. Entonces, fue conducido a la presencia de Benito, el servidor de Dios omnipotente, quien elevó sus plegarias al Señor Jesucristo y al instante expulsó al antiguo enemigo del hombre poseso. Y después de curarlo, le ordenó: “Vete, y en adelante no comas carne, y nunca te atrevas a recibir ningún orden sagrado. El día en que pretendas profanar algún orden sagrado, inmediatamente pasarás a ser de nuevo propiedad del diablo”.

2. Después de haber recobrado la salud, el clérigo se fue, y como un castigo reciente suele atemorizar al espíritu, observó por un tiempo lo que el hombre de Dios le había mandado. Pero cuando transcurridos muchos años, habían muerto todos los que le habían precedido, viendo que otros menores que él lo aventajaban en las sagradas órdenes, desatendió las palabras del hombre de Dios, haciéndose como olvidadizo en razón del largo tiempo transcurrido, y accedió a un orden sagrado. De inmediato el diablo que lo había dejado tomó posesión de él, y no cesó de atormentarlo hasta quitarle la vida.

3. PEDRO: Según puedo ver, este hombre penetró incluso los secretos de la Divinidad, ya que llegó a saber que este clérigo había sido entregado al diablo para que no se atreviera a recibir ningún orden sagrado.

GREGORIO: ¿Cómo no iba a conocer los secretos de la Divinidad quien de ella observaba los preceptos, cuando está escrito: El que se une al Señor, se hace un solo espíritu con Él (1 Co 6,17)?

4. PEDRO: Si el que se une al Señor forma con Él un solo espíritu, ¿por qué razón el mismo egregio predicador dice en otra oportunidad: ¿Quién penetró en el pensamiento del Señor, o quién fue su consejero? (Rm 11,34)? Parece ser realmente una inconsecuencia que quien ha sido hecho un mismo espíritu con otro, ignore su pensamiento.

5. GREGORIO: Los santos, en cuanto son una misma cosa con el Señor, no ignoran el pensamiento del Señor. Porque el mismo Apóstol dice también: ¿Quién puede conocer lo más íntimo del hombre, sino el espíritu del mismo hombre? De la misma manera, nadie conoce los secretos de Dios, sino el Espíritu de Dios (1 Co 2,11). Y para demostrar que conocía las cosas referentes a Dios, agregó: Nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que viene de Dios (1 Co 2,12). Dice también: Lo que nadie vio ni oyó y ni siquiera pudo pensar, aquello que Dios preparó para los que lo aman, nos lo reveló por medio del Espíritu (1 Co 2, 9-10).

6. PEDRO: Entonces, si las cosas que son de Dios le fueron reveladas al mismo Apóstol por el Espíritu de Dios, ¿por qué, antes del texto que cité hace unos momentos (cf. Rm 11,34), él dijo: ¡Qué profunda y llena de riqueza es la sabiduría y la ciencia de Dios! ¡Qué insondables son sus designios y qué incomprensibles sus caminos! (Rm 11,33)? Al decir esto, se me ofrece ahora una nueva dificultad. Porque el profeta David, hablando con el Señor, le dice: Yo proclamo con mis labios todos los juicios de tu boca (Sal 119 [118],13). Y puesto que el conocer es menos que el pronunciar, ¿por qué afirma Pablo que los juicios de Dios son incomprensibles, cuando David atestigua que no sólo conoce todo esto, sino que también lo ha pronunciado con sus labios?

7. GREGORIO: A ambas dificultades te respondí ya brevemente, al decir que los santos, en cuanto están unidos al Señor, no ignoran el pensamiento del Señor. Porque todos los que siguen devotamente al Señor, por cierto están junto a Dios por su devoción, mas como todavía se hallan abrumados por el peso de la carne corruptible, aún no están junto a Dios. Por eso, conocen los juicios ocultos de Dios en cuanto le están unidos, pero los ignoran en cuanto están separados de Él. Así, porque no penetran todavía perfectamente sus secretos, atestiguan que sus juicios son incomprensibles. Mas cuando le están unidos en el espíritu y en esa unión reciben, por las palabras de la Sagrada Escritura o por revelaciones secretas, algún conocimiento, entonces lo comprenden y lo anuncian. En consecuencia, ignoran lo que Dios calla y saben lo que Dios les comunica.

8. Por eso el profeta David, después de haber dicho: Yo proclamo con mis labios todos los juicios, en seguida agregó: de tu boca (Sal 119 [118],13), como si dijera abiertamente: “Pude conocer y pronunciar aquellos juicios, puesto que sé que Tú los pronunciaste. Porque lo que Tú mismo no dices, sin duda lo estás escondiendo a nuestro conocimiento”. Están de acuerdo, entonces, las sentencias del Profeta y del Apóstol. Porque los juicios de Dios son incomprensibles, y sin embargo, lo que haya sido proferido por su boca, es anunciado por labios humanos. Así, lo revelado por Dios puede ser conocido por los hombres, pero lo que Él ha ocultado, no puede serlo.

9. PEDRO: Con la objeción de mi insignificante pregunta ha quedado aclarada la verdad de tu razonamiento. Te ruego, pues, que continúes hablando de los milagros de este hombre, si aún hay otros.

XVII.1. GREGORIO: Cierto hombre noble, llamado Teoprobo, que había sido convertido por las exhortaciones del Padre Benito, gozaba por su vida virtuosa de plena confianza y familiaridad con él. Un día que entró en la celda de Benito, lo encontró llorando amargamente. Esperó un largo rato y al ver que sus lágrimas no cesaban y que el hombre de Dios no lloraba como habitualmente lo hacía al rezar, sino con aflicción, le preguntó cuál era el motivo de dolor tan grande. El hombre de Dios le contestó en seguida: “Todo este monasterio que he construido y todo lo que he preparado para los hermanos, va a ser entregado a los bárbaros por disposición de Dios omnipotente. Apenas si he podido conseguir que se me conservaran las vidas de los monjes de este lugar”.
 

2. Esta profecía que entonces oyó Teoprobo, nosotros la vemos cumplida, por cuanto sabemos que su monasterio ha sido destruido hace poco por los Longobardos.
En efecto, no hace mucho tiempo, durante la noche, mientras los hermanos descansaban, los Longobardos entraron allí y saquearon todo, pero no pudieron apresar ni a un solo hombre. Así Dios omnipotente cumplió lo que había prometido a su fiel servidor Benito: aunque entregara los bienes materiales a los bárbaros, salvaría las vidas de los monjes. En esto veo que Benito tuvo la misma suerte que Pablo, cuya nave perdió todos sus bienes, pero él recibió como consuelo la vida de cuantos lo acompañaban (cf. Hch 27,22 ss.).
 
 
Comentario del P. Adalbert de Vogüé, osb (**)
 
Al igual que el obispo de Canosa, el de Aquino reaparecerá en el Libro III, y también en el rol de profeta(1). De nuevo, entonces, un obispo que es un verdadero santo se muestra inferior a Benito. Incapaz de curar a su clérigo, de discernir la causa del mal, lo envía al taumaturgo que habita, espiritual y geográficamente, encima de él, como el Monte Casino domina Aquino, Benito supera en poder a Constancio.
 
Pero la glorificación de Benito es más notable todavía por el hecho de que el enfermo había sido conducido a las tumbas de varios mártires. Muchas veces comparado con los profetas y los Apóstoles -aquí mismo se citará en seguida a Pablo y David- el héroe de Gregorio es colocado ahora por encima de los grandes testigos de la fe. Volveremos a encontrar al final del Libro la misma comparación de Benito con los mártires.
 
Sin embargo, el exorcismo practicado sobre el clérigo de Aquino, por el que se afirma la superioridad de nuestro santo, es sólo el preludio de una maravilla más considerable: la predicción, lamentablemente cumplida, de una recaída en caso de no observar ciertas prescripciones. Este rasgo de conocimiento sobrenatural es lo que le permite al presente relato encontrar un lugar en la serie de los milagros de profecía. Y es también el que ocasiona el hermoso “excursus” sobre las condiciones y los límites de la profecía, uno de los más largos del Libro.
 
Oponiendo primero Pablo a sí mismo y a David, resolviendo luego estas contradicciones aparentes en una síntesis bien lograda, Gregorio medita sobre el poder de los santos, en la línea de las reflexiones que ya había hecho en el capítulo 8, concluyendo el ciclo de Subiaco(2). Lo que allí decía sobre la taumaturgia en general, lo reafirma ahora a propósito de la profecía: sólo del Señor reciben los santos todos sus dones. Más exactamente, señala ahora la condición moral del carisma: la unión con Cristo, manifestada por la observancia de sus preceptos. Observación importante, a menudo renovada en los Diálogos, que tiende a poner en evidencia la fuente interior y propiamente espiritual de esas maravillas en las se deleitaban muy superficialmente los hombres de entonces.
 
Más aún, subordinando el poder del santo a su unión con Cristo, Gregorio obliga al lector a elevar su mirada de Benito hacia Dios. Nada le parece más importante que esa pedagogía que conduce de las creaturas al Creador, de los hombres a la divinidad que los ilumina, de los santos al único Señor de quien reciben las revelaciones.
 
* * *
 
Esa amplia disertación sobre los límites del conocimiento profético tiene además la ventaja de ampliar el espacio que separa la profecía sobre Roma de aquella sobre Montecasino(3). Estando más próximas la una de la otra, estas dos páginas parecerían muy semejantes. En efecto, se asemejan mucho. De una y otra parte, un amigo espiritual, de rango social elevado y personalmente muy estimado “por el mérito de su vida”, se encuentra allí para recoger la predicción. Asimismo, de una y otra parte, las devastaciones de los bárbaros -Godos o Lombardos(4)- están ante la vista. Sobre todo, de una y otra parte se anuncia una ruina, allí la de Roma, aquí la de Montecasino.
 
Otros lazos, menos visibles, unen el nuevo episodio con aquel que lo precede inmediatamente. Por un designio providencial, el clérigo de Aquino había sido “entregado al diablo”, como dice el Apóstol(5). Por otro decreto de la Providencia, el monasterio de Benito será “entregado a los bárbaros [o: paganos]”, y ese gentibus tradita hace pensar en una palabra del Nuevo Testamento: ¿no es de esa forma que Cristo anuncia, por tercera vez en los Sinópticos, su pasión?(6). Por lo demás, esa sentencia del Señor sobre Montecasino es calificada por Gregorio de “juicio de Dios”, término que hace pensar en las consideraciones precedentes sobre el conocimiento que tienen los santos de esos juicios. Además, el Apóstol Pablo, que ha sido abundantemente citado en esas consideraciones, reaparece aquí como el precursor de Benito: a semejanza de él, el abad de Montecasino obtiene la salvación de la vida para los suyos en el desastre material. Luego de haber indicado las posibilidades y los límites del poder profético, Pablo provee un ejemplo práctico.
 
Tomada en sí misma esta profecía de la destrucción de Montecasino es uno de los episodios más emocionantes del Libro. El temor de Benito es profundo: lágrimas amargas que no cesan, lágrimas que brotan no de la oración sino de la pena, duelo cuya violencia sorprende a Teoprobo. ¿Por qué? ¿No le basta a Benito haber obtenido la vida de sus monjes? Es de la simple ruina material de su obra que se aflige. En esto se muestra menos filósofo que sus hermanos, el día en que se derrumbó el muro y aplastó a un joven monje “profundamente afligidos, no por la pared destruida, sino por el hermano triturado”(7).
 
Este miedo descontrolado sorprende tanto más cuanto que Gregorio ha mostrado, a lo largo del ciclo de Subiaco, los triunfos de Benito sobre las pasiones. Vanagloria, lujuria, cólera: parece haber adquirido el domino completo sobre estos movimientos. El apetito irascible, en particular, del que brota la tristeza, había sido dominado por él en dos ocasiones. De esas victorias, que parecen haberlo conducido a una perfecta “impasibilidad”, su biógrafo, en la segunda parte de la Vida, parece ya no acordarse. Además de esta ola de tristeza, la cólera invadirá a Benito varias veces en el ciclo casinense(8).
 
No importa. Así amamos más a este hombre semejante a nosotros. Nos conmueve su apego, tan humano, a la obra que había realizado. Montecasino, por el que tanto había tenido que padecer, le era más querido que la Regla de los monjes, trabajo modesto del que no estaba tan seguro ni orgulloso. Y sin embargo nada quedará de Montecasino, ni siquiera una comunidad que se vuelva a formar en otro lugar y cultive el recuerdo de su fundador. Sólo la Regla subsistirá, junto con la biografía gregoriana que la hará conocer. La irradiación póstuma de Benito será un fenómeno esencialmente literario, sin la continuidad viviente de una posteridad de discípulos, que custodie sus tradiciones y su doctrina(9).
 
Esas lágrimas amargas son lo que diferencia a Benito de san Pablo, de quien Gregorio hace aquí su modelo. En el naufragio de Malta(10), el Apóstol no lloró, y con motivo: la nave no le pertenecía, él no perdió nada en el desastre. Otros hombres de Dios lloraron sobre ruinas actuales o futuras, como Jeremías y Jesús por Jerusalén, pero estos precedentes no son para nada semejantes al caso de Benito, ni están presentes, según parece, ante el espíritu de Gregorio. Poco “edificantes”, lo hemos visto, estás lágrimas tampoco son bíblicas. ¿Serán por tanto simplemente verdaderas?
 
El testigo de la escena, Teoprobo, es un habitante de Cassinum, como lo indicará más adelante Gregorio(11). La profecía sobre la lejana Roma había sido provocada por el obispo de la lejana Canosa. La profecía sobre Montecasino tuvo por confidente a un habitante de la ciudad vecina. El hecho, sin duda, no es fortuito. La población de los alrededores necesitaba ser defendida, antes o después del desastre, contra el escándalo que arriesgaba provocar el hecho. Trofeo de la victoria de Cristo sobre el paganismo, el monasterio fundado por Benito se derrumbaba, como golpeado por la venganza de los dioses. Cuando Gregorio habla a este respecto como una “disposición de Dios omnipotente”, dice lo que los cristianos suelen afirmar cuando no saben qué decir. Tocado en su prestigio de hombre de Dios por ese desastre, Benito se eleva prediciendo el evento. Esta predicción significa que el acontecimiento perturbador entra a pesar de todo en el plan del Señor y que el santo sigue siendo su amigo.
 
Notas:
 
(*) Traducción castellana publicada por Ediciones ECUAM, Florida (Pcia. de Buenos Aires), 2009.
(**) Trad. de: Grégoire le Grand. Vie de saint Benoît (Dialogues, Livre Second), Abbaye de Bellefontaine, Bégrolles-en-Mauges, 1982, pp. 118-122 (Vie monastique, 14).
(1) Dial. III,8.
(2) Dial. II,8,9, donde ya se mencionaba a Cristo y al Espíritu. Aquí los textos sobre el Espíritu citados por Gregorio son: 1 Co 6,17 (§ 3), Rm 11,34 (§ 4), 1 Co 2,11-12 y 9-10 (§ 5), Rm 11,33 y Sal 118,13 (§ 6-8).
(3) Un poco como el abadiato fallido (Dial. II,3,2-4) separaba los períodos, ascético y contemplativo, de vida solitaria.
(4) Estos son anunciados después de los episodios en que aparecen los Godos, como lo exige la cronología.
(5) 1 Co 5,5 (cf. 1 Tm 1,20).
(6) Lc 18,32: tradetur enim gentibus; cf. Mt 20,19 y Mc 10,33.
(7) Dial. II,11,1.
(8) Dial. II,25,1; 28,2. Cf. 19,2; 20,2.
(9) La comunidad de Subiaco tal vez pudo subsistir, pero desaparecerá, después de Honorato, en una oscuridad completa que abarcará varias generaciones.
(10) Hch 27,22-24.

(11) Dial. II,35,4.