Inicio » Content » GREGORIO MAGNO: "LIBRO SEGUNDO DE LOS DIÁLOGOS" (Capítulos XXVIII-XXIX). Segunda parte

 

 

VIDA Y MILAGROS DEL VENERABLE ABAD BENITO (*)
(480-547)
 
 
XXVIII.1. También por aquel tiempo en que la falta de alimentos afligía gravemente la Campania, el hombre de Dios había distribuido entre diferentes necesitados todo lo que había en su monasterio, al punto de que no quedaba casi nada en la despensa, con excepción de un poco de aceite en un frasco de cristal.
En aquel momento se presentó un subdiácono, de nombre Agapito, pidiendo insistentemente que le dieran un poco de aceite. El hombre de Dios que se había propuesto dar todo en la tierra para recuperar todo en el cielo, ordenó que se diera al solicitante ese poco de aceite que había quedado. El monje encargado de la despensa, aunque ciertamente oyó la orden, difirió su cumplimiento.

2. Cuando poco después Benito preguntó si se había entregado lo que él había dispuesto, el monje respondió que no lo había dado, pues de haberlo entregado no hubiera quedado nada para los hermanos. Entonces, airado, Benito mandó a otros hermanos que arrojaran por la ventana el frasco de cristal con el resto de aceite, para que nada quedara en el monasterio contra la obediencia. Y así se hizo.
Ahora bien, debajo de aquella ventana se abría un gran precipicio erizado de enormes rocas. El frasco naturalmente fue a dar a las rocas, pero quedó intacto como si no hubiera sido arrojado, de modo que ni el frasco se rompió ni el aceite se derramó. El hombre de Dios mandó recoger el frasco, y entero como estaba lo entregó al subdiácono. Entonces, después de haber reunido a los hermanos, reprendió delante de todos al monje desobediente por su falta de fe y su soberbia.


XXIX.1. Después de hacer esta reprensión, se entregó a la oración con los hermanos. En el mismo lugar donde estaba rezando con ellos, había una tinaja de aceite, vacía y tapada. Como el hombre santo persistiera en la oración, la tapa de la tinaja empezó a levantarse empujada por el aceite que subía. Removida y quitada la tapa, el aceite que seguía subiendo desbordó y empezó a inundar el piso del recinto donde estaban postrados. Al ver esto, el servidor de Dios Benito de inmediato puso fin a la oración, y el aceite dejó de correr por el piso.

2. Entonces volvió a amonestar al hermano desconfiado y desobediente para que aprendiera a tener fe y humildad. Y el hermano, corregido saludablemente, se avergonzó, pues el venerable Padre acababa de mostrar con milagros ese mismo poder de Dios omnipotente que antes le había insinuado al reprenderlo. Así en adelante nadie podría dudar de las promesas de quien, en un instante, en lugar de un frasco de cristal casi vacío, había devuelto una tinaja llena de aceite.
 
 
Comentario del P. Adalbert de Vogüé, osb (**)
 
Juan de Licópolis y Martín, Martín y Eliseo. Cuando se reconocen los dos precedentes que parecen haber sugerido cada una de nuestras dos historias, resulta casi imposible que Gregorio o sus informantes pudieran tener en la cabeza otros modelos. Por lo tanto, si se consideran los dos episodios no de forma separada, sino la historia global que forman en conjunto, aparece el diseño de un esquema narrativo que se relaciona bien con un modelo definido y abundantemente representado.
 
El ejemplo más antiguo que conocemos es la historia que abre la parte martiniana de los Diálogos de Sulpicio Severo. A punto de celebrar una misa solemne, el obispo de Tours es abordado por un mendigo, que le pide ropa. (Martín) le ordena a su arcediano que le compre ese objeto inmediatamente. El arcediano tarda en obedecer, y el mendigo vuelve a la carga. Entonces Martín, en la sacristía, se quita la túnica y se la da. Ocultando su desnudez con una gran capa, aguardará a que el arcediano le traiga el precario hábito destinado al pobre y poniéndoselo celebrará con ese atavío ridículo la misa ante el pueblo. Pero se producirá un milagro durante esa liturgia: una esfera de fuego brillará alrededor de la cabeza del santo(1).
 
Puede advertirse lo que esta anécdota tiene en común con nuestra historia. Como Martín, Benito es solicitado por un pobre y ordena darle lo que pide. También como Martín, no es obedecido. Finalmente, como Martín, su generosidad no se detiene por causa de las dilaciones de su subordinado, y ella es recompensada con un milagro. Articulada en tres actos y un epílogo, la obra es interpretada por tres personajes: el buen santo, el mal ecónomo y el mendigo.
 
Sin embargo, este primer representante del género todavía no lo muestra acabado. Después de él el esquema adquirirá mayor precisión, evolucionando en una dirección que es justamente la de la Vida de Benito. El santo y su entorno serán ubicados en una situación de carestía, que tornará heroica la caridad hecha al pobre. El subordinado del santo no pecará simplemente por negligencia, sino por deliberada resistencia, debida a la prudencia humana o a la falta de fe. El milagro no será sólo un signo de la aprobación divina concedida al santo, sino una ayuda que pone fin a su miseria y a la de los suyos.
 
Este esquema ya lo presenta, a pesar de su brevedad, un breve relato del historiador Sozomeno sobre san Epifanio, obispo de Chipre. Su generosidad era tal que el ecónomo de la Iglesia murmuraba: el dinero empezaba a faltar. Entonces, alguien trajo una gran bolsa de dinero y desapareció(2).
 
Mucho más larga, la historia de Cesáreo de Arlés y su ecónomo completa el bosquejo. Era una época turbulenta, en que la ciudad rebosaba de prisioneros liberados, a quienes les faltaba todo. El obispo los alimentaba generosamente. Pero los víveres empezaron a faltar, y el ecónomo le pidió que terminara con sus dádivas, de lo contrario, no habría pan para el día siguiente. Cesáreo se refugia en la oración “conforme a su costumbre”(3), y sintiéndose inmediatamente oído, increpa a su incrédulo ecónomo ordenándole alimentar a los indigentes como de costumbre, sin dejar un solo grano de trigo en el granero; en cuanto al mañana, Dios proveerá. Así se hizo, a pesar de las murmuraciones de los clérigos. A la mañana siguiente, al amanecer, los reyes burgundios enviaron tres grandes naves llenas de trigo.
 
En un marco monástico, que recuerda más exactamente a Montecasino, se encuentra de nuevo el esquema en Cirilo de Escitópolis, biógrafo del gran abad palestino Eutimio. Pero este autor griego tiene menos posibilidades de haber sido leído por Gregorio. Dejémosle entonces para considerar tres relatos latinos que forman un grupo aparte, caracterizado por una variante común: la incredulidad del colaborador del santo conlleva una reducción del milagro, proporcional a lo que fue negado al Señor.
 
A la cabeza de ese grupo marcha Constancio de Lyon, biógrafo del obispo Germán de Auxerre. Por no haber dado al obispo más que dos de las tres monedas de oro que quedaban, y que éste le había ordenado distribuir a los pobres, el diácono auxerrense que lo acompañó a Italia vio llegar un don de la Providencia ciertamente inesperado, pero reducido a doscientas monedas. Faltaban cien, comenta Germán: Dios hizo la misma retención que su servidor infiel. Según Gregorio de Tours, la misma historia les sucedió a Paulino de Nola y su esposa Terasia: éste no queriendo dar el único pan que les quedaba, perderá una nave, hundida en el mar, de la flotilla de trigo y vino que venía a recompensar la fe del santo. En el siglo siguiente, el autor de las Vidas de los Padres de Mérida relata un rasgo semejante del obispo Masona(4).
 
En estos tres casos es Dios mismo quien, por el milagro final, le da una lección al personaje infiel. En nuestro texto, al contrario, como en la Vida de Eutimio, el santo se encarga de amonestar al culpable como corresponde a un abad, responsable de la educación de sus monjes. Benito lo hace en dos ocasiones, subrayando Gregorio cada vez el doble objeto de la reprimenda: falta de fe y de confianza, por una parte(5), desobediencia y orgullo por la otra. Aquí y allá la amonestación sigue al milagro y recibe de éste su particular acento. En la primera reprimenda, es el tema de la obediencia el que domina; en la segunda, se trata sobre todo de la fe en Dios todopoderoso(6).
 
Benito, el celerario y el pobre subdiácono: la historia que desarrollan estos dos capítulos proviene de una tipología que tiene al menos dos siglos de antigüedad. En cuanto a los rasgos morales que pone en evidencia, son por un lado la generosidad del santo que “da todo” -la expresión se repite en el primer capítulo-, y por el otro su fe en la justicia divina, que le lleva a orar para conseguir el milagro. Las dos actitudes están conectadas, porque dar todo aquí abajo supone no sólo que se espera “recuperar todo en el cielo”, como lo señala Gregorio, sino que también se espera recibir, gracias a la oración, los auxilios necesarios para la vida presente. Por lo demás, cada uno de estos rasgos se vuele a encontrar, de forma discreta, en el relato precedente o siguiente: la generosidad de Benito y su pobreza ya aparecen en la historia del deudor, y su oración reaparecerá en la historia del poseso curado.
 
Notas:
 
(*) Traducción castellana publicada por Ediciones ECUAM, Florida (Pcia. de Buenos Aires), 2009.
(**) Trad. de: Grégoire le Grand. Vie de saint Benoît (Dialogues, Livre Second), Abbaye de Bellefontaine, Bégrolles-en-Mauges, 1982, pp. 162-165 (Vie monastique, 14).
(1) Sulpicio Severo, Diálogos II,1-2. Es la repetición, en el transcurso del episcopado del santo, de la célebre historia de la vestidura dada por el catecúmeno al pobre de Amiens (Vida de san Martín 3,1-4).
(2) Casiodoro, Historia tripartita 9,48 = Sozomeno, Historia eclesiástica 7,26. Cf. Vidas de los Padres del Jura 68-70 (trigo multiplicado; aquí, sin embargo, la penuria no viene formalmente atribuida a la caridad).
(3) Vida de Cesáreo II,7 (consuetudinaria). Esta oración no es larga como aquella de Benito, pero el ecónomo es acusado de infidelitas como el celerario de Cassino, y la profecía de Cesáreo (cras dabit Deus) hace pensar en aquella de Benito en Dial. II,21. Hay una referencia a Elías y la viuda (1 R 17,14).
(4) Cirilo de Escitópolis, Vida de Eutimio 17 (cita 2 R 4,44 y 1 R 17,14); Constancio, Vida de Germán 33; Gregorio de Tours, Sobre la gloria de los confesores 111; Vida de los Padres de Mérida 13.
(5) Infidelitas (28,2) parece coresponder a diffidendem... fidem (29,2), más que a inoboedientiem. No se trata de una falta de obediencia, sino de una falta de fe. Cf. 8,10, donde los infideles son los paganos que no creen.
(6) Omnipotens Domini (29,2) recuerda omnipotens Dei (27,1). Este eco confirma la homología de las dos historias.