VIDA Y MILAGROS DEL VENERABLE ABAD BENITO (*)
(480-547)
XXX.2. PEDRO: Quisiera saber si siempre obtenía estos milagros tan grandes en virtud de la oración, o si a veces los obraba también mediante la sola manifestación de su voluntad.
GREGORIO: Los que con devoción están unidos a Dios, suelen obrar milagros de las dos maneras, según lo exijan las circunstancias, de suerte que algunas veces realizan estos signos por medio de la oración y otras los hacen gracias a su poder. Puesto que Juan dice: A todos los que lo recibieron, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios (Jn 1,12), ¿por qué admirarse de que quienes son hijos de Dios gracias a su poder, puedan hacer milagros en virtud de ese mismo poder?
3. Que se obran milagros de las dos maneras lo atestigua Pedro, quien con su oración resucitó a la difunta Tabita (cf. Hch 9,40), y con su reprensión entregó a la muerte a Ananías y a Safira, por haber mentido (cf. Hch 5,1-10). No leemos, en efecto, que hubiera rezado para que muriesen, sino solamente que les reprochó la falta que habían cometido. Es evidente pues que unas veces los milagros se realizan por poder y otras por la oración, puesto que Pedro a éstos les quitó la vida por una reprimenda y a aquélla se la devolvió por la oración.
Ahora te voy a contar dos hechos del fiel servidor de Dios Benito, en los que se manifiesta claramente que uno pudo hacerlo por el poder recibido de Dios y otro por la oración.
XXXI.1. Un Godo de nombre Zalla que pertenecía a la herejía arriana, en tiempos del rey Totila se enardeció con máxima crueldad contra los hombres fieles de la Iglesia católica, hasta el punto de que cualquier clérigo o monje que se le pusiera delante, ya no salía con vida de sus manos.
Un día, abrasado por el ardor de su avaricia, ávido de rapiña, afligió con crueles tormentos a un campesino, torturándolo mediante diversos suplicios. Vencido por los sufrimientos, el campesino declaró que había confiado sus bienes al servidor de Dios, Benito, para que el verdugo, al darle crédito, suspendiera entre tanto su crueldad, y así pudiera ganar algunas horas de vida.
2. Zalla entonces dejó de atormentar al campesino, pero atándole los brazos con fuertes cuerdas, lo obligó a ir delante de su caballo para que le mostrara quién era ese Benito que se había hecho cargo de sus bienes. El campesino, caminando delante con los brazos atados, lo condujo al monasterio del hombre santo, a quien encontró solo, leyendo sentado junto a la puerta. El campesino dijo a Zalla que lo seguía enfurecido: “He aquí al Padre Benito de quien te hablé”. Zalla fijó en él su mirada con ánimo encendido y perversa ferocidad; y pensando que podría actuar con su terror acostumbrado, empezó a gritar desaforadamente: “¡Levántate! ¡Levántate y devuelve los bienes que de él has recibido!”.
3. Al oír estas palabras, el hombre de Dios al instante levantó sus ojos del libro, y después de mirarlo, fijó su atención también en el campesino que estaba maniatado. En cuanto dirigió su mirada hacia los brazos de éste, las cuerdas que los sujetaban comenzaron a desatarse de un modo maravilloso y con tanta rapidez, que nunca presteza humana alguna hubiera podido hacerlo con igual celeridad. Al ver que quien había venido maniatado de pronto se encontraba desatado, Zalla, aterrado ante la fuerza de un poder tan grande, cayó en tierra e inclinó su cerviz de inflexible crueldad a los pies de Benito, encomendándose a sus oraciones. No por esto el hombre santo se levantó de su lectura, sino que llamó a los hermanos y les ordenó que acompañaran a Zalla adentro para que tomara un alimento bendecido. Cuando volvió junto a Benito, éste lo amonestó diciéndole que debía cesar en los excesos de su insensata crueldad. Zalla se retiró humillado, y en adelante ya no se atrevió a exigir nada al campesino, a quien el hombre de Dios, sin tocarlo sino sólo mirándolo, había liberado de sus ataduras.
4. Aquí tienes, Pedro, lo que dije: que los que sirven a Dios omnipotente más de cerca, a veces pueden obrar milagros por poder. El que reprimió sentado la ferocidad del terrible Godo y con su mirada desató las correas y los nudos que sujetaban los brazos de un inocente, nos muestra, por la misma celeridad del milagro, que realizó lo que hizo gracias al poder recibido.
Agregaré ahora otro gran milagro que pudo obtener por su oración.
XXXII.1. Cierto día en que el Padre Benito había salido con los hermanos a trabajar en el campo, llegó al monasterio preguntando por él, un campesino, transido de dolor, que llevaba en brazos a su hijo muerto. Cuando le dijeron que el Padre se encontraba en el campo con los hermanos, al instante colocó a su hijo muerto frente a la puerta del monasterio y, alterado por el dolor, se fue corriendo rápidamente en busca del Padre venerable.
2. Pero a esa misma hora, el hombre de Dios regresaba ya con los hermanos del trabajo del campo. Apenas lo divisó, el desdichado campesino empezó a gritar: “¡Devuélveme a mi hijo, devuélveme a mi hijo!”. Al oír estas palabras, el hombre de Dios se detuvo y le dijo: “¿Acaso fui yo el que te quitó a tu hijo?”. A lo que aquél respondió: “Ha muerto. ¡Ven y resucítalo!”. Apenas el servidor de Dios oyó esto, se entristeció profundamente y dijo: “¡Apártense, hermanos! ¡Apártense! Esto no nos incumbe a nosotros, sino a los santos apóstoles. ¿Por qué quieren imponernos una carga que no podemos soportar?” (cf. Hch 15, 10). Pero el campesino, abrumado por el excesivo dolor, persistió en su demanda, jurando que no se iría si no resucitaba a su hijo. De inmediato el servidor de Dios le preguntó: “¿Dónde está?” (cf. Jn 11,34). A lo que él respondió: “Su cuerpo yace frente a la puerta del monasterio”.
3. Cuando el hombre de Dios llegó allá junto con los hermanos, se puso de rodillas, se acostó sobre el cuerpecito del niño (cf. 2 R 4,34-35), y luego levantándose, elevó sus manos hacia el cielo y dijo: “Señor, no mires mis pecados sino la fe de este hombre que pide que su hijo sea resucitado, y devuelve a este cuerpecito el alma que le quitaste”. Apenas había terminado las palabras de la oración, cuando el alma del niño regresó a su cuerpecito, estremeciéndose éste de modo tal, que todos los presentes pudieron ver con sus propios ojos cómo palpitaba temblando por esa sacudida milagrosa. En seguida lo tomó de la mano y lo entregó vivo y sano a su padre.
4. Resulta evidente, Pedro, que no tenía el poder de obrar este milagro. Por eso imploró, postrado, la facultad de realizarlo.
PEDRO: Consta manifiestamente que todo es como dices, porque estás probando con hechos las palabras que antes propusiste. Pero te ruego que me digas si los hombres santos pueden todo lo que quieren y consiguen todo lo que desean obtener.
Comentario del P. Adalbert de Vogüé, osb (**)
[Visión de conjunto]
Estos dos últimos milagros de poder realizados por Benito tienen un carácter especial, no sólo dentro de la sección que concluyen, sino en toda la Vida del santo. Por primera vez Gregorio enuncia al inicio una tesis teológica, que después demuestran los dos relatos. Este modo de proponer una tesis al comienzo se vuelve a encontrar en el capítulo siguiente, donde la impotencia de Benito ante su hermana probará que los santos no pueden hacer siempre lo que desean; pero aquí el proceso tiene algo de especial, siendo doble la tesis, en el sentido que la prueba procede de dos milagros gemelos. Este método de exposición, donde la preocupación didáctica comanda la narración, anuncia ciertos pasajes del final del Libro III, y sobre todo el Libro IV, que estará enteramente organizado de esta forma.
Estrechamente unidos por la tesis bipartita que ilustran, estos relatos de la liberación del campesino y de la resurrección del niño tienen en común su considerable amplitud, que contrasta con la brevedad habitual de los precedentes(1). Para encontrar un capítulo tan largo hay que remontarse hasta el inicio de la sección de “poder”, es decir, a la reconciliación de las monjas excomulgadas. Ese relato de apertura estaba asimismo seguido por un pequeño excursus teórico, lo que ya no se encontrará sino hasta nuestros dos episodios. En resumen, Gregorio ha reservado para el inicio y el final de esta sección los textos de grandes dimensiones, que dan pie a una reflexión doctrinal, mientras que reunió en medio de ellos los hechos de menor importancia.
El primer milagro de poder y los dos últimos se asemejan tanto más cuanto que la figura del Príncipe de los apóstoles es evocada en ambas partes. Usando, en el primer caso, el poder de atar y desatar, Benito se muestra como sucesor de Pedro, conforme a la promesa hecha a éste en el evangelio de Mateo. Obrando prodigios, ya sea por su solo poder, ya sea por la oración, es a Pedro a quien imita nuevamente, esta vez según dos pasajes de los Hechos: el castigo de Ananías y Zafira, la resurrección de Tabita(2).
Así la sección “poder” se abre y se cierra bajo el patronato del Apóstol, fundador de la sede romana. Para ilustrar inmediatamente la impotencia de los santos, Gregorio recurrirá al ejemplo de Pablo(3). En cuanto a Pedro, su gesta provee aquí sólo recuerdos gloriosos. Ausente de la sección “profecía” -de hecho la Escritura no le atribuye ningún milagro de ese género-, Pedro ocupaba anteriormente, por su caminata sobre las aguas, el lugar central en la serie de cinco milagros bíblicos de Subiaco. Y previamente había simbolizado los comienzos contemplativos del joven místico. Allí, fue el primer santo del Nuevo Testamento que sirvió de modelo a Benito. Ahora, luego del largo eclipse de los milagros de profecía, se transforma de nuevo en su fulgor, el que lo guía hacia sus últimos prodigios.
Pero Pedro no es el único astro que ilumina esta sección de la Vida. Por encima de él aparece Cristo. Presentado solemnemente en el episodio de las monjas, como la fuente de poder de atar y desatar(4), el Dios hecho carne aparece también, de modo más discreto pero patente, en el anuncio de nuestros dos milagros. Para establecer que es posible para los santos obrar algunas veces “en virtud de su poder”, Gregorio cita el cuarto evangelio: A todos los que lo recibieron..., les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios(5). Designado por medio de simples pronombres, el Verbo hecho carne del prólogo joánico no está menos presente en esta demostración. Es Él quien “da el poder” no sólo de llegar a ser hijos de Dios, sino también de realizar signos en consecuencia.
Aunque marginalmente, esta referencia a Cristo es de gran interés para quien quiera comprender el pensamiento de Gregorio y la estructura de su obra. Si bien pareciendo ocupado en especulaciones sobre el poder de los santos, el autor de los Diálogos no pierde de vista la fuente única y trascendente de sus carismas. Que el taumaturgo depende de Cristo, es algo que aparece claro cuando realiza su milagro orando. Pero incluso cuando obra “en virtud de su poder”, es también Cristo -la cita joánica da fe- quien le concede ese poder.
Conduciendo así los santos al Señor, Gregorio repite al final del período casinense, el movimiento final del ciclo de Subiaco. Cuando terminaba éste su mirada se elevaba desde cinco figuras de taumaturgos bíblicos hacia el único Redentor “que ilumina a todo hombre”, y de cuya “plenitud todos hemos recibido”. Entonces como ahora, el prólogo de san Juan le proveía las fórmulas de esta evocación final de Cristo. Cuando se piensa que Éste reaparecerá -de nuevo a través de una cita del cuarto evangelio- en la última página del Libro, se toma conciencia de la importancia, a la vez literaria y doctrinal, de estas referencias “cristológicas” diseminadas en la Vida de Benito.
* * *
El enunciado de la tesis que introduce nuestros dos milagros no es el único nexo que los une con los capítulos precedentes. Una persona atada y desatada, un niño muerto: ¿no hemos encontrado, una después de la otra, estas dos figuras? De hecho, la liberación física del campesino prisionero recuerda la liberación espiritual de las monjas cautivas; y el niño vuelto a la vida hace pensar en el pequeño monje devuelto a su tumba. Curiosamente, estos dos últimos milagros de Benito se parecen a los dos primeros de la sección de “poder”.
Tomados por separado uno y otro relato conducen a pensar en episodios anteriores. La visita del Godo Zalla recuerda, en su conjunto y en algún detalle, la de sus compatriotas Rigo y Totila. La resurrección del hijo del campesino lleva a pensar en aquella del joven monje aplastado por un muro durante la construcción del monasterio casinense -episodio que se asemeja también, se recordará, al mal golpe del diablo que encontramos en el capítulo 30-. Y justo antes de éste, el milagro del aceite multiplicado en tiempo de hambre renovará el de la harina traída anónimamente en el transcurso del mismo período.
Estos dos últimos signos de poder corresponden entonces, como los dos precedentes, a milagros anteriores, y todas esas correspondencias siguen un orden regular que merece ser señalada. Las dos series homólogas se desarrollan en sentidos opuestos:
Visita del diablo y resurrección 11 30: 32
Visita del Godo 14-15 31
Alimento providencial 21 29
Sin duda la primera serie no es continua como la segunda, y una entorsis de carácter regresivo se produce en esta última(6). Sin embargo, la figura central que designan estas correspondencias es impresionante. El período casinense aparece dividido en dos partes, la primera comprende la lucha contra el diablo y las profecías, mientras que la segunda está formada por los milagros de poder. Desde los hechos más próximos a los más alejados, las dos partes se reflejan como en espejos.
Esta disposición concéntrica recuerda la organización de los cinco milagros bíblicos de Subiaco. A un lado y otro el apóstol Pedro, se recordará, Eliseo y Elías. Moisés y David se corresponden dos a dos:
5 6 7 8 8
Moisés Eliseo Pedro Elías David
Aquí no se trata solamente de dos parejas, sino de tres que se constituyen en torno de un centro ideal, situado entre los milagros de profecía y los de poder:
11 14-15 21 29 31 30; 32
diablo Godos alimento alimento Godo diablo
resurrección humillados multiplicado multiplicado humillado resurrección
Entre esta constelación y la precedente, la principal diferencia es que el personaje central de la primera (Pedro) se desdobla en la segunda en una pareja central (21 y 29: harina y aceite). Además, la serie de Subiaco era continua y diseñada por Gregorio mismo, mientras que la de Casino es discontinua -al menos en su primera mitad- y no aparece a primera vista. Permanece el hecho que los dos grandes períodos de la Vida se ordenan parcialmente según estos esquemas análogos, de los que sería muy bueno saber en qué medida estaban presentes en la conciencia clara del escritor.
Notas:
(*) Traducción castellana publicada por Ediciones ECUAM, Florida (Pcia. de Buenos Aires), 2009.
(**) Trad. de: Grégoire le Grand. Vie de saint Benoît (Dialogues, Livre Second), Abbaye de Bellefontaine, Bégrolles-en-Mauges, 1982, pp. 172-176 (Vie monastique, 14).
(1) Excepto los dos relatos de los capítulos 28 y 29 que, reunidos, superan un poco en extensión al capítulo 32.
(2) Hch 5,1-10; 9,36-42.
(3) Dial. II,33,1. Es también en situaciones difíciles, en las que se muestra su debilidad, que Pablo aparece en Dial. II,3,11 y 17,2 (cf. 16,3-6).
(4) Dial. II,23,6 (cf. Jn 1,14).
(5) Jn 1,12,
(6) Los capítulos 30 (visita del diablo) y 31 (visita del Godo) están invertidos.