Segunda parte (continuación)
1.6. Motivos Eucarísticos
Santa Gertrudis es una de las grandes místicas eucarísticas de todos los tiempos; se integra dentro de la corriente eucarística del siglo XIII, que llevó a la institución de la solemnidad del Corpus Christi. Este movimiento, nacido originariamente en Lieja, se expandió rápidamente hacia el sur, ganando Alemania. El Legatus atestigua el fervor eucarístico vigente en la comunidad de Helfta. La comunión sacramental es uno de los núcleos de su doctrina y espiritualidad, así como el “lugar” por excelencia donde ella recibía la instrucción divina. Las experiencias místicas de Gertrudis en referencia a la Eucaristía o en su contexto, son innumerables.
Sin embargo, los signos eucarísticos no son atributos específicos de su iconografía, sino que, más bien, identifican a otras místicas contemporáneas a ella, pertenecientes al movimiento de Lieja, entre las cuales las más conocidas son la Beata María de Oignies (+1213) y santa Juliana de Mont Cornillon (+1258).
Santa Gertrudis experimentaba la Eucaristía como el lugar de la revelación de Cristo, la puerta de acceso a su Corazón, el lugar de la unión esponsal recíproca con el Señor. Las revelaciones que recibió en la comunión eucarística se refieren generalmente al misterio del Sagrado Corazón y a la humanidad de Señor; de allí que sea tenida más como “la santa de la humanidad de Cristo”, que como una santa eucarística.
Este nexo entre la revelación de la humanidad de Cristo y el misterio eucarístico se refleja en el óleo de 1632, del pintor genovés Giovanni Battista Carlone (1603 ca.-1684), originario de la Iglesia de Santa Catalina del Monasterio Cisterciense de Génova, que hoy se conserva junto al Albergue de los pobres de esa ciudad. Allí vemos a un Cristo de definidos rasgos humanos, revestido con ornamentos sacerdotales, que imparte el sacramento eucarístico a santa Gertrudis, mientras san Juan y san Pedro le prestan el servicio de acólitos. La pintura no se refiere a una visión específica, sino que recrea en forma genérica el cariz eucarístico de la mística gertrudiana.
Comunión de Santa Gertrudis de Helfta
Óleo sobre tela (3,00 x 1,90 m) de Giovanni Battista Carlone (1632), perteneciente al ámbito genovés,
proveniente de la Iglesia de Santa Catalina del Monasterio Cisterciense de Génova
y hoy conservado junto al Albergue de los Pobres de esa ciudad.
En la obra de santa Gertrudis resuenan todos los temas candentes del siglo XIII en torno a la práctica eucarística, así como también, la sensibilidad propia del movimiento de Lieja. Esta corriente surgió como reacción de fervor eucarístico ante la severidad de teólogos y predicadores que, multiplicando las prevenciones para acceder al Sacramento, mantenían alejados a los fieles de su recepción. En este contexto, santa Gertrudis no duda en ejercer su magisterio espiritual para favorecer la comunión frecuente.
Entre las innumerables visiones eucarísticas de Gertrudis, una que ha quedado plasmada en el arte, es la visión del pelícano. En la edad media se aplicaba frecuentemente el símbolo del pelícano al sacramento eucarístico, porque se entendía que esta ave alimentaba a sus pichones con su propia sangre, perforando su corazón con el pico para que mamaran sus pichones, hasta que moría. Esta imagen ha quedado inmortalizada en el himno eucarístico del siglo XIII Adorote devote, atribuido a santo Tomás de Aquino, que menciona:
“Pie pellicane Jesu Domine, me inmundum munda tuo sanguine, cujus una stilla salvum facere totum quid ab omni mundum scelere”.
“Oh misericordioso pelícano, Señor Jesús, purifícame con tu sangre, a mí que soy impuro; una sola gota de tu sangre puede salvar a todo el mundo de toda maldad”.
Así, en una de las pinturas de hornacina del retablo de santa Gertrudis del Real Monasterio de San Clemente de Sevilla vemos a Gertrudis en oración ante la visión de un pelícano rodeado de sus pichones, que está hiriéndose en su pecho con el pico.
Santa Gertrudis en la visión del pelícano
Pintura de hornacina del retablo de Santa Gertrudis del Real Monasterio de San Clemente de Sevilla, atribuidas al pintor Valdés Leal.
La pintura se refiere a la siguiente visión:
«Una vez en que Gertrudis había recibido la comunión, cuando se recogía en su intimidad, se le mostró el Señor en figura de un pelícano como suele pintársele perforando su Corazón con el pico. Al preguntar ella, sorprendida: “¿Qué quieres enseñarme, Señor mío con esta imagen?”, le respondió el Señor: “Que consideres cómo ofrezco este inestimable don movido por grandes impulsos de amor; hasta tal punto que, si no fuera incorrecto hablar así, preferiría permanecer muerto tras la entrega de este don, antes que negárselo a un alma amante. Que consideres además de qué excelente manera es vivificada tu alma una vez recibido este don para una vida que durará eternamente, como es vivificado el pollito del pelícano con la sangre del corazón de su padre”» (L III,18,12).
Otras visiones de Gertrudis incorporan imágenes y signos eucarísticos en otros contextos y con ocasión de otras enseñanzas no eucarísticas; por ejemplo: el cáliz, la patena, el ostensorio, el incensario.
Una de las pinturas de hornacina del retablo de la Iglesia de San Clemente de Sevilla, muestra a Cristo apoyando un cáliz en el corazón de Gertrudis para recoger lo éste destila, mientras la santa se enjuga con un paño, las lágrimas de su rostro. El cáliz es siempre símbolo de comunión e intercambio, ya sea presentado en la función de contener o de ser bebido.
Santa Gertrudis ofrece sus sufrimientos al Señor
Pintura de hornacina del retablo de Santa Gertrudis del Real Monasterio de San Clemente de Sevilla, atribuidas al pintor Valdés Leal.
Esta pintura probablemente se refiere a la siguiente visión, tenida un Viernes Santo:
«Mientras se leía en la Pasión: Tengo Sed[1], se le apareció el Señor que parecía ofrecer un cáliz de oro para recoger las lágrimas de su fervor. Ella sentía que su corazón se derretía en lágrimas, que reprimía, tanto por discreción, como para mantener el secreto de su ternura. Preguntó al Señor si esto le agradaba. Le pareció entonces que brotaba del corazón de su propia alma un riachuelo purísimo que llegaba hasta la boca del Señor, mientras Él le respondía con estas palabras: “Así acojo en mí las lágrimas de devoción, que se reprimen por mi amor, con tan pura intención”» (L IV,26,4-5).
Pero también puede tratarse de la recreación de la siguiente visión:
«Cuando, el día de la Exaltación de la santa Cruz, en la misa, y durante la elevación del cáliz, Gertrudis ofrecía de nuevo al Señor las recientes pruebas pasadas por la comunidad, recibió la siguiente respuesta: “Beberé, ciertamente, beberé este cáliz que el fervor de vuestra devoción y vuestros deseos ha endulzado tanto para mí. Cuantas veces me lo ofrecéis, lo beberé hasta que profundamente ebrio me encontréis disponible para todo lo que deseéis”. Como ella le preguntara: “¿Cómo, Señor, podemos ofrecértelo?”. El Señor le dijo: “Todo el que confiesa sus miserias, ofrece ese cáliz para su eterna alabanza, se arrepiente de no haberse preparado a recibir al Señor con el fervor que convenía y decide que si fuera posible asumiría con sumo gusto en su corazón todas las penalidades que puede sufrir el hombre hasta el día de su muerte, por el deseo de recibir el Cuerpo del Señor, ofrece al Señor un cáliz más dulce que el néctar y más agradable que el bálsamo”» (Libro IV,52,5).
Otro motivo vinculado con la eucaristía es el rescate de las almas del purgatorio. Gertrudis explota al máximo el sentido eclesial de la Eucaristía: la pertenencia al mismo cuerpo, obliga a todos miembros a considerarse partícipes, unos de otros, en una solidaridad de gracias, donde la gracia dada a uno, aprovecha a todos. En esta red solidaria, la comunión de uno redunda sobre todos los miembros de la Iglesia, peregrina, purgante y triunfante. De ahí que siempre implique un aumento de gracia para las almas del purgatorio.
Vemos recreada esta enseñanza en otra de las pinturas de hornacina del retablo de la Iglesia de San Clemente de Sevilla, que muestra en un primer plano a Gertrudis comulgando, mientras que, en un segundo plano, un grupo de atribulados laicos –en representación de la Iglesia peregrina-, esperan recibir consuelo de la comunión de Gertrudis, y en un tercer plano, las almas de la Iglesia purgante son liberadas por un ángel, de su pena.
Santa Gertrudis recibiendo la Santa Comunión
Pintura de hornacina del retablo de Santa Gertrudis del Real Monasterio de San Clemente de Sevilla, atribuidas al pintor Valdés Leal.
«Otro día que iba a comulgar, mientras ofrecía al Señor la hostia para sufragio de todos los que estaban en el purgatorio comprendió el gran alivio que sintieron las almas de los fieles (…) Entonces se le mostró aquella profunda humillación por la que el Hijo de Dios descendió al limbo para hacerlo desaparecer. Uniéndose ella a su descenso, le pareció descender a lo profundo del purgatorio. Abajándose allí cuanto le fue posible, oyó al Señor que le decía: "Te introduzco tan profundamente en mí, cuando recibes la comunión, que introducirás contigo a todos los que alcanza el maravilloso perfume de los deseos que irradian tus vestidos". Después de recibir esta promesa y haber recibido la comunión, deseaba que el Señor le concediera sacar del purgatorio tantas almas, cuantas partículas en las que se dividiría la hostia en su boca. Ella intentaba dividirla en numerosas partículas, y le dijo el Señor: “Para que comprendas que mis misericordias superan todas mis obras[2] y que no hay nada que pueda agotar el abismo de mi bondad, estoy dispuesto a que recibas, por el valor de este sacramento de vida, mucho más de lo que has dicho con tus palabras”» (L III,18,24-26).