Segunda Parte (continuación)
1.8. Rescate de almas del purgatorio
Otro motivo abundantemente plasmado en la iconografía barroca de santa Gertrudis es el rescate de las almas del purgatorio. De hecho, ha quedado impreso en la piedad popular como uno de los tópicos característicos de la espiritualidad de santa Gertrudis: se la venera como patrona de la buena muerte y como eficaz intercesora por la liberación de las almas del purgatorio.
Pero, si bien este tema tiene base en la obra gertrudiana -como en seguida diremos- a partir del siglo XVI se lo explotó en el contexto de la contrarreforma para contrarrestar la divulgación de la doctrina de la predestinación de las almas. Mediante el ejemplo de una mística avalada con revelaciones divinas, se inculcaba en los fieles la noción de que el cielo puede ganarse: en vida, por las buenas obras; y después de la muerte, mediante el sufragio por los difuntos. La iconografía sobre este tema, responde a esta intención didáctica.
La protección de santa Gertrudis a la hora de la muerte encuentra fundamento en las promesas que el Señor le hiciera antes de morir: Le prometió que “en el momento de su dichosa dormición una gran multitud de pecadores se convertiría mediante verdadera penitencia por gratuita bondad de Dios (…) y también una infinita multitud de almas serían libradas en esa hora de las penas del purgatorio, para aumento de los méritos y alegrías de Gertrudis; las cuales, como familiares de la esposa, entrarían en el reino de la gloria celestial (…). Él le había jurado, por la verdad de su pasión y bajo el sello de su preciosa sangre, que, si alguno rogaba por caridad y con buena voluntad en los últimos momentos de su muerte, antes de la muerte e incluso después de la misma, para que la fortaleciera o acompañara con todos los auxilios, el Señor le protegería en su propia partida, uniendo a ella todas las personas por las que el Señor deseaba que rogase (…). El que obre así encontrará en su propia muerte todo lo que en el mundo hizo por Gertrudis, como si lo hubiera realizado devotamente él solo, para su propio bien” (L V 29,5 y 7).
Ahora bien, en la espiritualidad de santa Gertrudis, el recate de las almas del purgatorio no es un tema autónomo, ni ella cultiva algo así como una “devoción” a las almas del purgatorio. Su enseñanza sobre la posibilidad de contribuir con nuestras oraciones y sacrificios a la salvación de los difuntos que aún se están purificando de sus pecados, se integra dentro de su sentido de Iglesia y de su comprensión global del misterio de la Iglesia como cuerpo de Cristo, en el que están unidos todos sus miembros: peregrinos, triunfantes y purgantes. Por lo demás, los místicos y místicas de todos los tiempos han tenido una especial sensibilidad y percepción de la unidad del misterio de la Iglesia y de la intercomunicación entre los órdenes celeste, terrestre y purgante. De ahí que Gertrudis -como muchos otros místicos-, conversa con los santos/as y tiene revelaciones acerca del destino eterno de las almas de ciertas personas, después de su muerte.
Entre las varias obras que representan a santa Gertrudis intercediendo por el rescate de las ánimas del purgatorio, deben mencionarse dos cuadros existentes en la ciudad de Segovia: un óleo del siglo XVII que se halla en el Monasterio de San Vicente El Real[1] y otro de finales del siglo XIX que se encuentra en la capilla de San Miguel de la misma ciudad[2].
A continuación reproducimos una de las pinturas de hornacina de la iglesia del Real Monasterio de San Clemente de Sevilla, que ya habíamos mostrado al tratar el tópico eucarístico. Este cuadro ilustra una enseñanza específica de Cristo sobre la eficacia de la recepción del sacramento eucarístico para aliviar las penas temporales de los miembros de la Iglesia peregrina y las penas eternas de las almas de la Iglesia purgante.
Santa Gertrudis recibiendo la Santa Comunión. Pintura de hornacina del retablo de santa Gertrudis
del Real Monasterio de San Clemente de Sevilla, atribuidas al pintor Valdés Leal.
Tenemos otra representación de este tema en un detalle de Cuadro de ánimas del templo de Capulhuac, Estado de México, donde se ve, en el plano central, a San Pedro, introduciendo un alma al cielo; mientras Gertrudis, por detrás, le acerca la siguiente alma. En el plano superior se esboza el paraíso y en el plano inferior se dejan ver las almas del purgatorio, entre las cuales hay laicos, obispos y nobles.
Cuadro de ánimas (detalle). Templo de Capulhuac, Estado de México. Foto: Doris Bieñko de Peralta. Derechos cedidos por Cistercium.
1.9. Otros motivos visionarios
Otros motivos que aparecen representados en la iconografía de santa Gertrudis y rehúyen otra clasificación son algunas visiones específicas de santos determinados o apariciones de Cristo fuera del contexto de los temas que hemos señalado: Niño Jesús, intercambio de corazones, Jesús señalando el corazón de Gertrudis, tema eucarístico, trinitario o pasionario.
Entre las visiones de Cristo que no entran en la clasificación adoptada, tenemos la visión de Cristo como enfermero, plasmada en una de las pinturas de hornacina de la iglesia de San Clemente de Sevilla.
Cristo consuela a Santa Gertrudis. Pintura de hornacina del retablo de Santa Gertrudis del Real Monasterio de San Clemente de Sevilla, atribuidas al pintor Valdés Leal.
La pintura representa la siguiente visión:
«En una ocasión se le mostró con toda claridad lo que no había comprendido hasta ese momento: que la contrariedad por la privación de alegría que se experimenta en el sufrimiento contribuye a aumentar la gloria (…) El benigno Amante y verdadero Consolador del alma se le comunicó de esta manera: Cuando en ocasiones yacía desamparada por negligencia de quienes la atendían, venía a ella el mismo piadoso Señor y aliviaba el dolor con su dulcísima presencia. En cambio, cuando la solicitud de quienes la atendían era más diligente, se aumentaba el dolor porque el Señor se retiraba. Con esto le dio a entender que cuando uno es más abandonado por los hombres, más es contemplado por la divina misericordia. Al caer el día, ya al atardecer, estaba afligida por la violencia del dolor y se esforzara por alcanzar del Señor que la aliviara. Se le presentó el Señor, y levantando sus brazos y le mostró en su pecho a manera de adorno el sufrimiento que ella había soportado durante el día. Al ver aquel adorno perfecto, sin defecto alguno, esperaba gozosa que cesaría el dolor que sentía. Pero el Señor añadió: “Lo que sufras en adelante aumentará el brillo de este adorno”» (L III,3).
Entre otras visiones específicas que han merecido ser plasmadas en el arte, encontramos la visión de Gertrudis sobre su propia muerte. Tenemos dos relatos de esta visión, consignados en los últimos capítulos del Libro V del Legatus (capítulos 30 y 32). Ambos relatos han sido representados en el arte: contamos con una magnífica tela del siglo XVII, atribuida al pintor americano Baltasar Vargas de Figueroa, que se conserva en el Museo Colonial de Bogotá, Colombia y una de las pinturas de hornacina de la iglesia del Real Monasterio de San Clemente de Sevilla. Ambas obras nos ofrecen particulares diversos de la visión de Gertrudis sobre su propia muerte.
El óleo de Vargas se basa en el relato del capítulo 32: presenta en primer plano a Gertrudis en su extática agonía, en presencia de la Virgen María, pronta para acogerla en la vida celestial. Junto a Gertrudis aparece Cristo inclinándose sobre ella; y a su cabecera, el arcángel San Miguel, su propio ángel guardián y numerosos ángeles. A los pies de la enferma, las monjas de Helfta recitan compungidas la recomendación del alma. Escoltan a la Virgen y a Cristo las santas vírgenes, los mártires y los profetas. Distinguimos a la izquierda a santa Inés, llevando en sus brazos un cordero; a su lado santa Catalina con la palma de su martirio; y, junto a la Virgen María, san Juan, el discípulo amado, portando el lirio de su virginidad. Completan la escena ángeles que pueblan el cielo.
Muerte de Santa Gertrudis. Atribuido al pintor: Baltasar Vargas de Figueroa. Óleo sobre tela, 191x257 cm., siglo XVII.
Museo Colonial de Bogotá D.C. (Colombia).
“Le parecía que descansaba en su agonía en el lado izquierdo del regazo del Señor, vuelta hacia su divino Corazón, como una tierna jovencita maravillosamente adornada (…) Llamó también el Señor a su santísima Madre, para que viniera a consolar a su elegida (…) En ese momento acude el ángel de la guarda de la enferma, como príncipe ilustrísimo, gozoso por la felicidad de la que estaba bajo su custodia. Después invocó la enferma a san Miguel, y se presentó este magnífico príncipe con una multitud de ángeles y se ofreció para servirla (…) Cuando la enferma, como suele hacerse con los agonizantes, invocaba a cada uno de los coros de los santos para que vinieran en su auxilio (…) se acercaron los patriarcas (…), luego los santos profetas (…). A continuación se acercó quel amado y tierno discípulo, Juan, evangelista y apóstol, al que Jesús distinguió con un especial privilegio de amor y le encomendó como testimonio seguro de fidelidad, a su Madre en la cruz (…). Lo siguieron con reverencia todos los apóstoles (…), después los santos mártires (…) también los santos confesores (…) las santas vírgenes (…). Finalmente, el Hijo de Dios altísimo y rey de la Gloria se inclinó hacia ella con inefable ternura, como para estampar un beso a su esposa, que reposaba gozosamente en su regazo, y atrajo totalmente hacia sí aquella dichosísima alma con su poder divino” (L V,32).
La pintura del Real monasterio de San Clemente, en cambio, se basa en el relato del capítulo 30: muestra también a Gertrudis en su lecho de enferma, rodeada de sus hermanas, que rezan la recomendación de su alma, pero la visión recreada es otra: Gertrudis visualiza a la Santísima Trinidad, en forma de tres figuras humanas. La figura central el Cristo, de cuyo corazón brotan ríos de luz que se dirigen directamente a la boca de la enferma. Se representa así el momento en el que el corazón de Cristo absorbe el aliento de la santa, haciendo ingresar su alma en el reino celestial.
“En una ocasión se le apareció el Señor Jesús con incomparable belleza por encima de todos los hijos de los hombres[3]. La acogió con inefable ternura entre sus dulces abrazos y le preparaba un lugar de reposo en su brazo izquierdo junto a su Corazón dulcísimo, lleno de felicidad (…). Mientras reposaba ella dulcemente en el brazo izquierdo sobre el amantísimo Corazón de Dios, al mirar ese mismo Corazón deífico en el que se ocultan todos los bienes, vio que se le abría totalmente, a modo de jardín paradisíaco con todos los atractivos y deleites espirituales (…) Además parecían brotar del centro del Corazón divino como tres arroyuelos cristalinos que, jubilosos, juntaban las aguas en su curso, de forma maravillosa. El Señor le dijo: “Beberás de estos arroyuelos a la hora de tu muerte con tal avidez que tu alma se vigorizará con esa agua saludablemente y alcanzarás una perfección tan completa que ya no podrás permanecer en la carne. Mientras esto llega, gózate contemplando los arroyuelos para eterno crecimiento de tus méritos” (L V 30,1 y 2).
Muerte de Santa Gertrudis. Pintura de hornacina del retablo de Santa Gertrudis del Real Monasterio de San Clemente de Sevilla,
atribuidas al pintor Valdés Leal.
[1] Cfr. “Santa Gertrudis la Magna” muestra iconográfica digital, Cistercium, 2012, sección Cuadros Nº 22.
[2] Ib. ídem, Nº 27.
[3] Cf. Sal 44 (45), 3.